miércoles, 28 de octubre de 2020

«En el borde del sentido» -cinco poemas de Arturo Borra





[Poética I]


 Retornar a la extrañeza

-al filo horadado de las cosas.

 

No volver: revolverse: ser revuelta íntima.

 

Sostenerse en la cuerda floja: funámbulo

en el borde del sentido.

 

Ir más a fondo

al subsuelo de la mirada

hasta toparse con los cristales

resquebrajados.

 

Que el vacío se convierta en lugar de lo naciente.

 

Desde ese asombro –mirar de nuevo

y que no todo hienda.



[Genealogía]

 

Como un perro ciego

buscar un hueso en la tierra seca

-cuando ya no es posible ver

y la noche se abisma

en la añoranza: ahí

entregarse a tientas

-hacerse palabra arrebatada

al aullido.

 

Embarrar tus patas heridas

por la alambrada que separa

los jardines del baldío insondable

donde naciste.

 

Solo entonces pronunciar

la cifra desconocida del cielo.

 


[Condiciones]

 

la condición es callar

tapiar los labios

coser la boca

cortarse la lengua

 

la condición es no mirar

mirar sin ver

cerrar los ojos

celebrar la ceguera

 

no tocar

que el tacto no se moje

que las manos no se abran

(los dedos quietos)

 

taparse las fosas nasales

entregarse a la fragancia

de los cementerios

 

alzar la sordera

sacrificar el ruido

aislar la casa

de los incineradores de la historia

 

luego decís algo

mirás un rincón

palpás la noche

olés la furia

escuchás el ruido

de un llanto ronco

 

y te vas

tan lejos

como te deja

tu esperanza

arrodillada



[Expulsión]

 

expulsado de la infancia

vivir fue deslizarse

por arboledas secas

buscando

una copa verde

que no desaparezca

junto al hacha

que otros llaman

«mundo»


[Lengua común]

desayuno con mi dolor, le digo buenos días, me despido antes del laburo con una sonrisa forzada para que no se le ocurra acompañarme, intento tenderle una manta, hacerle más llevaderas las horas, poner algún incienso en la estantería (a falta de altar); aunque no pueda curarlo le hablo a mi dolor, haz algo le ordeno mientras lo acurruco en mi vientre; no me atrevo a invitarlo pero tampoco lo expulso, le hago espacio en la cocina, enciendo una fogata en el suelo o una hornalla para que pase la madrugada, le dejo dos pedazos de pan o un poco de menta para que respire mejor o se le vaya la congestión de sus ojos abyectos

 

ni por asomo le digo ya pasará ni le miento con otro cielo; no insinúo su redención y no se me ocurre insultarlo cuando se marcha apretando los dientes o cuando regresa lleno de niebla

 

le hago hueco a este dolor que tampoco es mío, lo invito a mi mesa, ceno con él; digno hasta para contener su hambre o romper las farolas de una calle desierta, yo le pregunto y él agradece dos veces, haciéndome saber que no es peor que todas esas fiestas ciegas que mira por la ventana cuando se queda solo con sus sobras farfullando no sé qué paraíso

 

se hace pesado me dice este dolor aunque no protesta ni pide nada para sí mismo, se brinda casi con entusiasmo, se pone a hacer garabatos con su tristeza, me mira como queriéndome decir algo mientras yo lo abrazo y le pido que me cuente una historia mientras él ríe, sueña, sigue masticando su historia, dice buenas noches y promete no dejarme a solas 

 

A.B.


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"Impersonalizar el relato con el propósito de ensangrentar la vida, desamarrar la palabra del sentido que la enclaustra, arder en el desaliento de la elipsis, sofocar su terca ausencia y su insoportable temperatura, descuajar la maleza con la que la vida se atraganta, escarbar hasta dar con lo que se halla encubierto, cuidar la imagen del abandono sin violentar la levedad aérea de su hueco, sustituir la forma personal por la deriva irrefrenable de un infinitivo que no se detiene, que va, insisto, aún más lejos y se derrama como el agua que rebasa el límite del caldero, tales son, en mi opinión, planteamientos desde los que se ha escrito este asombroso libro de Arturo Borra".

Alfredo Saldaña 

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