La
carencia de fórmulas estéticas no es impedimento para reflexionar sobre las
búsquedas íntimas que sostienen ese oficio sin oficio que es la práctica de la
escritura. A modo de aforismos, el presente texto intenta capturar ese
movimiento interminable marcado por la disconformidad de lo hallado.
“(…) hay que atenerse a lo difícil”.
J.
M. Rilke
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Sin fórmulas: principios mínimos
para una escritura que apuntale otro andar, a distancia de la «literatura» como
distinción.
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Más que gestos declamatorios, subvertir
los caminos.
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Escribir para sostener nuestra soledad
ante los otros.
La escritura como trabajo
subterráneo socava la mitología etérea del talento.
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La verdad de un escritor no es
diferente a su obra en obras. Cualquier lectura crítica de ella consiste, ante
todo, en despojarse de la autoridad mística de su autor.
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La disconformidad jalona la práctica
de escritura; testimonia una batalla íntima de la que nunca se sale indemne.
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Rebasar las pertenencias.
Desafiliarse: hacer de la
hospitalidad al que viene el devenir de la escritura.
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No hay extrañamiento si no se
horada la ilusión del entendimiento.
La escritura vive en la
extrañeza, aun si eso le supone ser confinada al margen.
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Cobijar lo singular de los otros:
esa difícil, improbable apertura que evita cristalizar lo que fluye,
irreductible a los juegos de la filatelia.
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Erosionar la confusión entre
valor y consumo.
A la seducción como discurso,
retornar a la aridez del subsuelo.
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Abrir la casa del sujeto es romper los
espejos que lo encierran.
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Cuestionar el «estilo» como meta:
hacerse irreconocible.
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Recuperar las herencias como un
desheredado: desconfiando de toda abundancia.
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La crítica como aprendizaje es lo
contrario a la polémica. Cuando ya no hay puentes, aprender a callar.
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Subvertir la lengua para subvertirnos.
Romperse.
Dejar que en las ranuras asome la
posibilidad de otra vida.
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Erosionar la frontera entre
«escritura» y «vida». Aunque no haya más que distancia.
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Eludir cualquier ficción de
neutralidad: no hay palabra inocente.
Si escribir es tomar partido, la revocabilidad
sobrevuela todo lo dicho.
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Hacer de la escritura una forma
de interrogación radical, sin clausura para las grietas que abre.
No hacer de la necesidad de
supervivencia una virtud literaria.
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Sumergirse en el latido de la
escritura –constituirla en una lectura inédita de nosotros mismos.
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Obreros de lo imaginario: más
allá de la expresividad espontánea y otras mitologías.
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En la indefensión de la pregunta,
ninguna autoridad subsiste.
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La literatura, si no persigue la
demolición de cualquier tópico, se convierte ella misma en uno.
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Nunca llegamos demasiado lejos.
La apertura crítica ante el mundo
del que somos parte no garantiza nada y, sin embargo, abre la promesa de otro
camino.
Arturo Borra