Presencia
En el vaso de agua salobre. En el bisel ahogado del gran espejo de la sala. En los partes de guerra. En el florón oxidado de hierro de la puerta del zoo. En la proa del barco inmóvil en terso silencio de la bahía. En el arcano mineral de tus ojos durísimos. En el cielo. En la tela de organza color malva de tu traje de fiesta. En el baile. En la orquesta de vientos. En el hueco de mi mano. En la navaja de templado acero de Solingen. En tus pechos. En los versos del viejo poema, "entre las ropas de Tecla muerta hace treinta años". En el anillo de bodas. En el borde del río de la infancia. En la perdiz. En el ojo de la perdiz. En el ojo rojo de la perdiz. En la primavera. En la eclosión del vegetal temprano. En el grano de anís. En la fuente de plata del banquete. En las manijas niqueladas del ataúd. En la pausa del tigre. En los partes de guerra. En-los-partes-de-guerra.
La muerte inexorable. La dulce muerte de las letanías.
José Viñals
encontraste la veta brillante en la esteatita por los rezos secretos de partición
murmurando de espaldas al hombre
en el cuarto en penumbra
conociste las más blancas verdades
abajo-
las voces de las niñas escalaban con sus corchetes los muros del patio
resultaba imposible navegar en esta melodía,
contra uno: padre y patrón (51)
arriba-
hiperestructura nubosa cuya verdad la nada no niega,
por no ser nada
y volver tristemente cabeza gacha (53) sin riquezas acumuladas
al antro mismo de la partida
(51) Quedará siempre por expresar el amor que profesaba a su propio carcelero. Tramposa, introdujo dos dedos en la granada. Así esperaba que la llevaras al fondo, hasta el campo folicular, confín de luz, límite de nombre, la existencia. Cada primavera sale de nuevo al aire, los pechos prendidos de crías. El florecido campo canta su historia de luz y enterramiento (52).
(52) Se escuchaban de este a oeste las canciones del agua circulando sobre rostros cadavéricos -así era honrar lo desaparecido, por su transformación en nuevas formas, dijo la Madre
(53) Con uno de los cuernos o ambos inclinados hacia abajo, muy enfrenada, con el hocico muy metido en el pecho
Yaiza Martínez
23.
El levante arrecia fuera. Dentro nos quitamos el aire unos a otros con palabras que hierven y malos modos. Bocanadas, mordeduras, o simplemente llamadas de socorro. Hay espacio suficiente en el suelo, en numerosos huecos invisibles. La ración de aire en cambio mengua, y seguimos respirando acompasados. Salimos al mar todos los días con la intención de llenar de viento los pulmones.
42.
Te empeñas en caminar por el desierto. Parte de la manada se ha acostumbrado a la sed y realmente nos llevan ventaja. La promesa del charco les hace estirar los miembros cuando rozan el espejismo. El trago viscoso los vuelve eufóricos. No me crees: la enfermedad crece alimentándose de las vísceras, del jugo que destilan unos cuerpos abandonados a la penuria. Para eso sobra líquido aún, para morir todos y extinguirnos en esta agónica mudez.
Olga Muñoz Carrasco
Se derrite lo visto. ¿Recuerdas el cono tirado en la acera,
un verano de atrás, podría hablarse de tregua, el óxido contrito,
la amalgama aún líquida? Se derrite lo visto. Saltan de los muertos
los polímeros, los radioterapistas posibilitan su trabajo
con botellas cromadas y una pequeña chispa eléctrica. William Crokes
se pregunta si cambiar la cruz de malta por la hoz del druida,
qué va, da lo mismo, el tubo catódico es un tubo metódico.
No somos exclusivos, para qué vagar, advierte el profesor,
mientras sobra lentamente el culo a una pera. Los chicos de hoy
no son como antes, asegura el ecógrafo, el momento que echa
sus ojos atrás y el blanco revela la metempsicosis.
Se derrite lo visto. No estoy seguro de vibrar,
si la circunferencia es la justa y su perímetro,
si la rotación es la justa y su velocidad, llanta de coche
calcada a la galaxia, tienda de rebajas para compradores de Liliput.
Los plazos me hieren la parte alta del duodeno, mi bolsillo resta,
divide, conmuta. Es probable que despiertes sudando.
Los hongos saprófitos, amigos de tus pies. Líquenes y musgo
han crecido en tus cejas. La vida no es fácil, el cliché del argonauta.
El mecánico cambia una muela por otra. El cigüeñal está roto.
El retraso, inminente. No dejes de saludar a los señores pluriempleados.
Las niñas de las comuniones llevan bragas de oro.
Los opositores a bombero encienden el pinar.
Si ajustas fijo tus gafas de miope posiblemente captes
la bipartición de un cigoto. Ese lunar no me gusta. Me salió en verano.
Anda al dermatólogo y que te enseñe el bisturí. No seas anticuado,
se lleva ahora el láser. Se derrite lo visto, se derrite lo visto,
el aceite para cocinar, para limpiar el párpado.
Y el algodón negro.
Pedro Montealegre
ONCE es una colección incompleta pero cerrada de quince libros que abordan propuestas de creación poética desde los márgenes, desde la vertiginosa pluralidad e insurrección de la palabra dada. Quince fragmentos. Quince golpes contra el muro de la obediencia y normalización. Quince veces lo imposible pero real. ONCE propone en 40 meses exponer al público en lengua castellana algunas de las voces que más osada y contundentemente han practicado ese nomadeo y experimentación, esa reflexión y diálogo, inagotable e inabarcable, que es reunido aquí bajo el epígrafe «poéticas de la atención y el cuidado a los conflictos y dilemas del mundo y sus diversidades». Poesía y ensayo, desde el afuera de los géneros y las taxonomías.
ONCE no es sólo intemperie, fuga, disenso. No sólo desprendimiento, coraje, fragilidad, solvencia. No sólo pero sí ineludiblemente lo que tú al leer agencies y reescribas.
La conciencia del lenguaje, la autenticidad, el ajuste de cuentas, las migraciones, las libertades, la concreción histórica y la intemporalidad, las crisis, lo creativo, lo heterotópico... Quizás esta colección de libros, inconclusa, inclusiva que no exclusiva, muy lejos de proponer un canon o exclencia, a lo que invita, querid@s lector@s, es a esperar lo inesperado.
Colección dirigida por Víktor Gómez y Javier Gil