Sobrevivir. A plazos. Plazos cortos. Plazos para sobrevivir. Vivir sobre.
Abajo, la aterradora, ineludible condición. Vivir a condición de sobrevivir. Condicionada al sobre. Dentro, nada. Dentro, llora. Infinitamente.
En superficie, entonces, deslizarse. O ni siquiera eso: morar en el plazo. Morar. Demorarse. A pequeñas sacudidas, des-plazarse. De plazo en plazo. Levemente. Tercamente. Para sobrevivir.
***
Granos de arena. Arena que se filtra en mis fronteras. Cayendo, verticalmente, en el dentro. Arena permeable, frontera móvil. Y en el límite forma dunas, promontorios que me alzan, me invitan a acudir a lo otro. Invitación a ser, desde el dolor aún, en lo otro.
Y el desierto ocurre en mí, salvando al mí, como salvan las fronteras los granos de arena. Apenas. Aún apenas. Sin persistencia. Como quien abre escotillas para el náufrago.
***
En superficie. Hablar en superficie. Vivir en dos niveles pero sobrevivir en superficie. Incluso del otro nivel, el abajo, incluso del abajo hablar arriba, en superficie.
Abajo. Abajo, llora.
Y el grito, abajo. La punzada al descender, cada vez que se desciende. Igual, siempre, el antes presente, antes en el ahora. Ahora es siempre. Siempre antes. Ahora es siempre antes. Ahí abajo. Y la punzada adentra, empuja en el adentro.
(...)
Pues a cada uno, lo que le importa, verdaderamente, es abajo. El adentro donde llora, en cualquier latitud.
Soledad de los muchos que soy bajo el uno que soy ene el concepto de lo que soy, de lo que me soy frente a la soledad de los muchos que son cada uno de los otros creyéndose uno bajo todos los conceptos.
***
En el dentro, sangra. La herida se abre y sangra con el pulso. El grito la abre. O se abre y es el grito. El grito es. Largo, inacabable. Yo lo habito. Habito el grito. Y lo escribo para dejar de oírlo. o para oírlo menos, atemperado en la redundancia del decir, demorado en su representación. Entonces las membranas se debilitan y remonto en superficie, por un tiempo. Y lo ocupo. Ocupo el tiempo, ocupo la nada haciendo tiempo para seguir viviendo. Para sobrevivir.
***
La superficie no resiste. Huyo hacia delante llevando el dolor cosido a los talones. Ninguna acequia en la que ahogarlo, ninguna huella en la que perderlo. Decido enfrentarlo como se enfrenta al cielo el desierto: a descubierto.
Habré de perderme a mí ya que en el mí se aloja todo dolor. Digo dolor para nombrarlo, exorcizarlo, y en el nombre me digo, para exorcizar el mí. Escribo el mí para que resbale hacia la página, pero se me pega a los dedos y no acierto, no acierto a diluir en la tinta el llanto. A sacudidas me digo, a sacudidas, la letra, y luego...
Contra lo irremediable me alzo, alzo el grito, contra lo irremediable. Vago por el mundo dejando un rastro de gritos. Cada saludo, un grito; cada sonrisa, un grito. Mi sonrisa oculta el primer grito del mundo, el único, el mismo, aquel que brota en el final, cuando ya nada importa. Intrusa de mi mundo y del ajeno, no hallo lugar para el descanso. La fe de los comienzos, no; el perdón, no. Sólo el balbuceo. La salvación, no. Sólo el balbuceo. Después del grito, el balbuceo. Asolada, el balbuceo.
(...)
Toda revelación ha de merecerse. Merecer: no se trata de merced concedida ni tampoco de gracia divina. Merecer es haber hecho hueco.
El sufrimiento abre hueco. El sufrimiento es la voluntad del mí (voluntad-deseo) anegada. Por eso hace hueco. Libera el espacio donde la revelación adviene. Donde puede advenir, siempre. Siempre que haya desocupación. Abajo.
He comprendido el milagro. Vuelvo a la superficie. Ningún dios me ampara.
***
En superficie. Para sobrevivir. Para seguir viviendo sobre. Aún.
Porque abajo no. Y en el dentro no hay. Abajo es el dolor. Aún.
Abajo no llora. El llanto es el límite entre arriba y abajo. Abajo, atónito, dice lágrima y no entiende. Es más. Más que lágrima. Llanto detenido. Por la caída. Oblicua.
Y aún el rito. El rito de la mano que a tientas describe. se describe, en el círculo. Que vuelve a decirse, se dice en el mí y se conmueve, en el decir se conmueve, hacia el trazo, en el trazo.
Y al trazar conduce al mí más abajo del abajo, en el dentro
donde a veces de detiene
todo
[...]
Descargada. No de un peso, no, de fuerza, de poder. Sin poder. No puedo. Desposeída de fuerza, no puedo poder. Deshabitada: sin hábito del dentro.
Necesidad de templo. Des-templada. Fiebre de ausencia en los dedos que crujen, rígidos. Ausencia en los huesos. Me florecen angustias en los dedos.
Entono un canto. Ocho notas. Entro en el tono de la angustia. Caverna, resonancia devuelta a su nota. Asolada reflexión de la materia en su germen. Sin cauce. No llega. No hay llegar. El mí quiere salirse. No, yo quiero salir del mí. Pero el cansancio. Me re-pliego. Repliegue en el mí. El menor esfuerzo: el pliegue ya trazado.
Sin embargo la fuerza, la fuerza del dentro. La que se agita y mengua, concentrada en sí misma, caverna del sí mismo que se ahoga en su esfuerzo por ser algo más que una y misma.
Despoblada. Enferma de des-población. Deshabitada del pueblo que fuimos, al unísono, sonido unificado, fuerza de los muchos. Desasida, desasistida de pueblo. Despoblada.
Husos. Notas al margen, Chantal Maillard
“Trazas de luz sobre la piel. Superficie estriada. No surcos, no hendiduras, no heridas, sino trazas, vías, accesos para el acontecer.
El caracol es uno, también, con su concha; crece con ella, al mismo tiempo, al mismo ritmo. La construye al tiempo que se construye a sí mismo. Y se refugia en ella, se refugia en sí mismo en tiempos de sequía, sellando el orificio para preservarse, para preservar la humedad que necesita para seguir viviendo hasta que las condiciones sean adecuadas. (…)
Pero el caracol no se siente importante. No lo es. Él es el otro que respira bajo las hojas de acanto. (…) Esa respiración es el otro, el que dicta, el que exhala. El otro que somos todos bajo las hojas de acanto. El saber no sabido por el mí, sólo adivinado, y en la traza, reconocido. (…)
Recoger al erizo, desvalido e hiriente, en medio de la calzada y dejarle a salvo, en el campo. Luego, buscar alguna umbría y, allí, poner la mano, extenderla, los dedos haciendo puente para los caracoles.
Más pequeño que el erizo, inadvertido, sin pretensiones, el caracol pasa sin defenderse. Transita. En la mano, apenas sentimos una ligera humedad que luego cristaliza”.
Extractos de En la traza. Pequeña zoología poemática, Chantal Maillard