escribir no va a disipar la noche / donde un brillo / extemporáneo / insiste
desde lejos / partimos / hacia la asfixia
Son versos pertenecientes a “Desde lejos”, el más que interesante poemario de Arturo Borra. Versos que resultan, en mi opinión, paradigmáticos de la obra. La noche y su insistencia, la asfixia con la que todos hemos de lidiar, especialmente los más desfavorecidos, la palabra con su aliento y sus rejas, la lejanía en la que ubicamos al repudiado, pero también la lejanía que constituye a todo ser humano respecto a su propio núcleo. Y, a pesar de todo lo anterior, la esperanza, que aparece a lo largo del libro como ese brillo extemporáneo, pero que uno tiene la sensación de que palpita constantemente en sus páginas.
“Desde lejos” es un poemario caleidoscópico en el que se entrecruzan una incesante indagación en los límites y posibilidades del lenguaje, el extrañamiento ante la existencia, ante el maravilloso e incomprensible hecho de vivir, pero también ante el hecho de dejar morir al otro con la indiferencia de la que sólo es capaz el ser humano. Se entrecruzan, también, las pérdidas -incluyendo la insondable pérdida de la inocencia- y la memoria, el deseo y el miedo, esas dos farragosas caras de una misma moneda.
En esta encrucijada el lector encuentra una multiplicidad de sendas por las que transitar, eso sí, sin salir indemne de ello, tal es la tensión significante que genera, en palabras de Octavio Paz, este organismo verbal generador de silencio que es “Desde lejos”. Sí, los poemas de Borra generan ese silencio que únicamente puede proponer la palabra que nos deja al borde de una visión, un desplazamiento emocional o la creación de nuevas hendiduras en el imaginario.
Escribe Arturo Borra en el poema que abre el libro:
retornar a la extrañeza / al filo horadado de las cosas
sostenerse en la cuerda floja: funámbulo en el borde del sentido
desde ese asombro / mirar de nuevo
Y en el segundo poema:
yo no sé quién sabe qué
y yo no sé / y vos no sabés / quién sabe VIVIR
Ya en estos primeros poemas, el autor nos dona hondura y una afilada intuición, características propias de la poesía con mayúsculas, expresión que, sin duda, resulta una suerte de pleonasmo. Jugando con el conocido aserto de André Breton, la poesía o es convulsa o difícilmente podremos nombrarla como poesía. En efecto, esa convulsión se da en el poemario en diferentes planos, entre otros:
El lenguaje como dádiva, pero también como condena, proyectada ésta en la imposibilidad de una comunicación plena, es más, en una lucha de la palabra con lo impronunciable en el intento de que éste se revele y pierda su condición.
La falta como condición inherente a la existencia y como generadora de ese deseo que se constituye en motor e inecuación del sujeto.
La espera de lo ignoto, pero también su búsqueda y la riqueza de lo que se recoge en el camino, en pos de un no-lugar.
Alberto Cubero
Publicado originalmente en "El coloquio de los perros" (26/01/2022). Para leer la reseña completa, pincha aquí.