“¿Por qué no me dejan entrar al cielo?”
E.D.
El énfasis en el carácter ascético de la vida de Emily Dickinson y la
insistencia en su religiosidad, a menudo olvidan algo de primer orden: su
recurrente percepción de lejanía con respecto al cielo –la consciencia de una
distancia irreductible, que se manifiesta como destierro o expulsión, espera
infinita de una instancia que se aplaza, como en la parábola kafkiana de la
Ley.
Más que una Emily serena y entregada con abnegación al amor de dios -que
ha logrado convertir la ética de la renuncia en virtud poética- lo que me conmueve profundamente es este paso vedado al cielo, la íntima pugna de
sus deseos que trae a primer plano un cuerpo apasionado y sufriente, sometido a
esa peculiar forma de mortificación que es el confinamiento.
La escritura, en este punto, adquiere una dimensión maquínica: hacerse
ritual célibe que permite sobrellevar el destierro en el que vivimos.
Precisamente porque el cielo se posterga de forma indefinida, el acto de
escribir –más que su resultante- tiene significación vital: hacer imaginable una
salida al infierno.
A.B.
335.
No es morir lo que duele más -
es vivir –lo que más nos duele-pero morir –es un modo distinto-
de esos detrás de la puerta –
la costumbre sureña –del pájaro-
que a la llegada de los fríos –mejores latitudes acepta –
somos los pájaros –que se quedan.
Los trémulos junto a las puertas del granjero
cuya reluctante migaja –estipulamos –hasta la piadosa nieve
persuade a nuestras plumas cobijarse.
405.
Podría estar más sola
sin mi soledad –tan habituada estoy a mi destino –
tal vez la otra –paz-
podría interrumpir la oscuridad –
y llenar el pequeño cuarto –demasiado exiguo –en su medida- para contener
el sacramento –de él-
no estoy habituada a la esperanza –
podría entrometerse en –
su dulce ostentación –violar el lugar-
ordenado para el sufrimiento –
sería más fácil
fallecer –con la tierra a la vista-que conquistar –mi azul península-
perecer -de deleite-
550.
Atravieso hasta cansarme
una montaña –en mi mente-más montañas –después un mar-
otros mares –y después
un desierto –encuentro-
mi horizonte se cierra
con silenciosas –arrastradas semillasde inconjeturable cantidad –
como asiáticas lluvias –
ni esto –desarma mi paso-
se obstruye el oestepero como un saludo enemigo
de prisa para descansar –
¿qué mérito tendrá la meta –
excepto que interviene
vanas dudas –lejanos competidores-
para malversar la ganancia?
Por fin –la gracia a la vista-
grito a mis pies –yo les ofrezco todo el cielo
al instante de encontrarnos –
vacilan –se demoran –
perecen –morimos-
¿o es esto el experimento de la muerte –
Invertido –en victoria?
4 comentarios:
Gracias por compartir estos tres poemas. NO estoy muy segura todavìa la verdadera relación de Emily con Dios, debo seguir leyéndola con profundidad.
Lo invito a visitar mi blog sobre la poesía de esta filósofa maravillosa que es Dickinson.
Un abrazo.
http://elizabeth-emilydickinson.blogspot.com/
Gracias a vos Elizabeth por pasarte. Lo que comentás sobre esa relación me parece que la ambivalencia es un rasgo muy propio de E.D. Entre dos mundos: la fe y la distancia con la fe. Algo que muestra su vida como encrucijada.
En fin, da para muchas consideraciones. Me alegra que te pases por aquí y, aunque no suelo comentar en blog, ya me pasaré por tu blog.
Otro abrazo,
Arturo
Será un placer tu visita, espero que te guste.
Lo que ocurre es que he visto en ED en algunos poemas una ironía inmensa con respecto a Dios, incluso llegué a pensar que dudaba de su existencia. ED siempre será un misterio y su poesía un mar abierto para la reflexión.
Un fuerte abrazo y gracias por responder. Pienso que es lindo compartir opiniones. Puse tu blog en el mío "Las Voces del Silencio", que es mi blog principal, de poesía y arte, de allí salen todos los demás, ED, Borges, etc. Visítame cuando quieras. También te agregué en fb.
http://elizabeth-vocesdelsilencio.blogspot.com/
Sí Elizabeth, esa ironía está presente, no sé si al punto de negar la existencia de dios, pero sí para ponerla bajo sospecha, como consuelo metafísico.
Por eso remarco el elemento postergado del cielo; en su poesía, más bien, uno se topa con una batalla.
Mil gracias también por agregarme y espero pasarme por allí.
Un abrazo,
Arturo
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