Se astillaron las ramas, caían pájaros
sin claridad
alguna, sin motivo,
plenamente
inconscientes,
caían como frutos,
se desgajaban de
la realidad.
La escena era como
de fin de mundo.
aun así, se
trataba de una estampa viviente:
había un pálpito
verde, retumbaba
a través de las
hojas.
Se dice que fueron
días de revelaciones,
que el prodigio no
ha vuelto
y que la memoria
lo registró todo.
su corazón con un
latido único?
Recuerdo ese sonido
como de planetas
moviéndose por
extensiones que no recorrerás,
y si apoyaras tu
cabeza en el regazo,
en la aspereza de
la astilla,
escucharías la voz
de la madera,
ella te haría
sentir un huérfano en tus huesos
y todo te pondría
tan de otra medida,
tan abstracto te
ves en lo viviente,
casi sólo una
idea, como un animal solo, sin especie,
solo y adentro de
tu pensamiento,
solo bajo el
inmenso poderío del bosque,
su camino
sombreado entre el cielo y la tierra,
tu espíritu
vagando por el desorden verde.
¿apoyan sus
cabezas en la sonoridad más propia de la época?
¿acaso los desvela
nuestra perplejidad?
quién sabe
merodean por la noche,
ven cómo nos
agitamos envueltos entre sábanas,
quién sabe se
preguntan por el mal de la época,
razonan desde su
antigua condición de muertos,
sacan sus
conclusiones, aventuran,
en este caso,
dicen,
la pesadilla es
una consecuencia,
un reflejo tardío
que sacude a los quietos,
asalta por la noche
a los perplejos,
sorprende a los
obnubilados.
Uno por uno los
destroza
les dice que ya es
tarde.
Imágenes de Wim Wenders, de "El cielo sobre Berlín".
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