“Pero... ¿es verdad que la esperanza ha muerto?”, esta es la frase que aparece en la lápida de Lucía Sánchez Saornil (Madrid, 1895-1970), poeta y militante libertaria feminista. La mandó inscribir su compañera hasta su muerte, América Barroso, y es el primer verso de uno de sus dos “Sonetos de la desesperanza”, escritos al final de su vida; una vida atribulada, pero también marcada por las grandes esperanzas, las ilusiones y la lucha por un futuro más justo. Su obra poética nos ha llegado gracias al esfuerzo de Rosa María Martín Casamitjana, que la reunió en su totalidad en 1996. El tomo apareció en la editorial Pre-Textos con la colaboración del Instituto Valenciano de Arte Moderno.
Huérfana de madre desde muy joven, pronto quedó a cargo de una hermana enfermiza, a la que cuidó hasta su muerte. En 1916 comenzó a trabajar en Telefónica a la vez que estudiaba en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. En esta compañía estuvo hasta el año 1931, pero su actividad militante anarquista ya había comenzado a finales de la década de 1920.
Los primeros poemas publicados por Lucía Sánchez Saornil aparecieron en la revista Los Quijotes, a finales de la década de 1910, bajo el sonoro pseudónimo de Luciano San-Saor. Estos estaban marcados por la influencia de los dos grandes maestros de la poesía española del siglo XX, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. A pesar de esta inicial adscripción al modernismo, una forma poética que ya por estos años daba síntomas de agotamiento, rápidamente la madrileña se acercó a la poética y a los poetas del Ultraísmo, la vanguardia española por excelencia en la que militaron, de manera más o menos intensa, escritores como Guillermo de Torre, Adriano del Valle, Juan Larrea, Gerardo Diego o un joven Jorge Luis Borges (firmante de uno de los manifiestos del Ultraísmo en 1921). Sánchez Saornil fue la única mujer que participó en el movimiento, y, además de su sexo, también su extracción social la diferenció de los poetas ultraísta. Si la mayoría pertenecía a una clase más o menos alta, ella procedía de una familia pobre.
Esto, de hecho, le llevó a poner en duda la raíz subversiva de los poetas ultraístas en términos ligados a la lucha de clases: “Lo nuevo y lo viejo, lo burgués y lo antiburgués, son términos propios, netamente burgueses. Sabemos de qué campo proviene el que los maneja; sin duda sabe el valor de las palabras, pero desconoce qué porción de mañana está contenida en la jornada de un peón”, y es que sus esfuerzos estaban dirigidos a esa porción de mañana contenida en la jornada de un peón desde poco después de su participación en el Ultraísmo.
Los promotores primeros de esta vanguardia habían escrito en su manifiesto fundacional que “nuestro lema será ultra y en nuestro credo cabrán todas las tendencias, sin distinción, con tal que expresen un anhelo nuevo. (...) Jóvenes, rompamos por una vez nuestro retraimiento y afirmemos nuestra voluntad de superar a los precursores”, pero este anhelo nuevo, que apunta a un futuro por hacer, nada tiene que ver, sin embargo, con esa lucha, esa porción de mañana que menciona Lucía Sánchez Saornil, ya que, en última instancia, se circunscribe a la renovación del hecho artístico, no a la revolución social que propugnaba entonces el comunismo libertario. La propia Lucía, en uno de sus mejores poemas vanguardista, “Canto nuevo”, había escrito: “Tal un vendaval impetuoso / borremos todos los caminos, / arruinemos todos los puentes, / desarraiguemos todos los rosales; / sea todo liso como una laguna / para trazar después / la ciudad nueva // (...) Los que hemos creado esta hora / alcanzaremos todas las audacias; / NOSOTROS EDIFICAREMOS / LAS PIRÁMIDES INVERTIDAS”.
Su actividad a lo largo de los años 30 (especialmente durante la Segunda República y la Guerra Civil) le llevó a dejar de lado su producción poética en favor de su trabajo en diferentes periódicos dedicados a la divulgación del ideario anarcosindicalista como Tierra y Libertad, Solidaridad Obrera o Umbral. De esta última fue redactora jefe y allí conoció a su compañera de vida, América Barroso, con la que convivió hasta la muerte de Lucía el 2 de junio de 1970. Dentro el movimiento libertario tuvo una gran importancia la fundación, junto a Mercedes Comaposada y Amparo Poch, de la agrupación femenina (y feminista) Mujeres Libres, que llegó a tener 20 000 miembros en plena Guerra Civil. Dentro del anarquismo español, las posturas de Lucía Sánchez Saornil podrían calificarse de radicales en temas clave como la maternidad. Misión última de la mujer para muchos y muchas, como por ejemplo para la destacada anarquista Federica Montseny, no lo fue, sin embargo, para la poeta, que en Solidaridad Obrera en 1935 escribió a este respecto: “En la teoría de la diferenciación, la madre es el equivalente del trabajador. Para un anarquista antes que el trabajador está el hombre, antes que la madre debe estar la mujer. (Hablo en sentido genérico). Porque para un anarquista antes que todo y por encima de todo está el individuo”. Esta cita proviene de un artículo titulado precisamente “La cuestión femenina en nuestros medios”.
Cuando volvió a la escritura poética, Lucía Sánchez Saornil era otra, ya no la audaz vanguardista de su juventud sino una militante volcada al cien por cien en una empresa superior que, en sus expectativas y la de otros muchos, tenía que ver con la humanidad entera: “Hay que seguir adelante con serenidad, con entusiasmo; hay que seguir hilvanando palabras, palabras que digan a todos cuál es su deber, un deber inexcusable, que está por encima de nuestro propio destino, porque es el destino de la Humanidad”. Así, cuando volvió a escribir poesía, esta estuvo marcada por la revolución y la lucha antifascista. El único libro de poesía que publicó en vida fue Romancero de Mujeres Libres, en plena Guerra Civil, y está dedicado “A los que cayeron por la libertad”. El poemario contiene poemas de exaltación de aquellos que habían dado su vida por la revolución libertaria, como María Silva Cruz “La Libertaria” y Buenaventura Durruti, o por el propio pueblo de Madrid sitiado entonces por las tropas nacionales poniendo el acento sobre la heroicidad del pueblo en armas y arengando para la lucha: “¡Madrid, corazón del mundo! / ―no ya corazón de España― / como túnica de Cristo / malhechores te desgarran. // (...) ¡Muchachos, al parapeto! / donde Madrid os reclama. / ¡Adelante las mujeres! / ¡adelante!, ¿quién se tarda?”, dice el poema “¡Madrid, Madrid, mi Madrid!...”.
Una vez terminada la Guerra Civil, la poeta se exilió junto a América Barroso a Francia, de donde huyeron con la llegada de los nazis por miedo a ser apresadas y mandadas a alguno de sus campos de concentración. Según el testimonio de la sobrina de América Barroso, Elena Samada, recogido por Rosa María Martín Casamitjana, regresaron a España entre 1941 y 1942. Inicialmente se instalaron en Madrid, pero, ante el temor de ser reconocida y denunciada como excombatiente antifascista, se marcharon a Valencia, donde vivieron las dos hasta su muerte, en 1970, junto a la familia de América.
Al final de su vida, Lucía Sánchez Saornil escribió una serie de poemas, como esos “Sonetos de la desesperanza” de los que salió la inscripción de su lápida, en los que no aparecen los recursos aprendidos en la vanguardia ultraísta y que tampoco apuntan a una lucha política concreta, como los que había escrito durante los años de la Guerra Civil recogidos en el Romancero de Mujeres Libres. Por el contrario, estos poemas de madurez la acercan a la poeta que fue en sus primeras tentativas de escritura, eso sí, cargados ahora de las enseñanzas, desengaños y esperanzas truncadas que arrastra consigo la antigua poeta vanguardista y libertaria (además, según cuenta su editora, estos poemas fueron escritos ya cuando se sabía enferma de cáncer y próxima a la muerte). Pero aunque las fuentes de decepción son muchas y la conciencia de la derrota es aguda, no hay arrepentimiento: “Has jugado y perdiste: eso es la vida. / El ganar o perder no importa nada; / lo que importa es poner en la jugada / una fe jubilosa y encendida. // Todo lo amaste y todo sin medida”, solo la conciencia lúcida de una muerte, la suya propia, que acecha a la vuelta de la esquina. En esta encrucijada, la poeta no puede evitar sentir congoja ante un futuro incierto y un Dios del que duda y al que clama: “A Dios le increpo con mi voz más dura: / “la vida es una llaga, es una peste” / ¡y el llanto mostraré cuando me llame!”. La absoluta convicción en un futuro mejor que había mostrado en sus años de militancia no aparece, ni de lejos, a la hora de vislumbrar lo que sobrevendrá después de la muerte: “¿Y ha de acabarse todo en este ‘ahora’, / en este no vivir, en esta dura / realidad brutal que nos devora / sin remisión y sin piedad, segura?”, aunque por momentos muestra alguna esperanza en que exista un Dios (“Quiero creer en Dios, quiero creer”) que permita una vida más allá de la muerte: “Tal vez espera Dios, tal vez no espera. / Mas prefiero creer que está esperando / con el don de una nueva primavera”.
(...)
Huérfana de madre desde muy joven, pronto quedó a cargo de una hermana enfermiza, a la que cuidó hasta su muerte. En 1916 comenzó a trabajar en Telefónica a la vez que estudiaba en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. En esta compañía estuvo hasta el año 1931, pero su actividad militante anarquista ya había comenzado a finales de la década de 1920.
Los primeros poemas publicados por Lucía Sánchez Saornil aparecieron en la revista Los Quijotes, a finales de la década de 1910, bajo el sonoro pseudónimo de Luciano San-Saor. Estos estaban marcados por la influencia de los dos grandes maestros de la poesía española del siglo XX, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. A pesar de esta inicial adscripción al modernismo, una forma poética que ya por estos años daba síntomas de agotamiento, rápidamente la madrileña se acercó a la poética y a los poetas del Ultraísmo, la vanguardia española por excelencia en la que militaron, de manera más o menos intensa, escritores como Guillermo de Torre, Adriano del Valle, Juan Larrea, Gerardo Diego o un joven Jorge Luis Borges (firmante de uno de los manifiestos del Ultraísmo en 1921). Sánchez Saornil fue la única mujer que participó en el movimiento, y, además de su sexo, también su extracción social la diferenció de los poetas ultraísta. Si la mayoría pertenecía a una clase más o menos alta, ella procedía de una familia pobre.
Esto, de hecho, le llevó a poner en duda la raíz subversiva de los poetas ultraístas en términos ligados a la lucha de clases: “Lo nuevo y lo viejo, lo burgués y lo antiburgués, son términos propios, netamente burgueses. Sabemos de qué campo proviene el que los maneja; sin duda sabe el valor de las palabras, pero desconoce qué porción de mañana está contenida en la jornada de un peón”, y es que sus esfuerzos estaban dirigidos a esa porción de mañana contenida en la jornada de un peón desde poco después de su participación en el Ultraísmo.
Los promotores primeros de esta vanguardia habían escrito en su manifiesto fundacional que “nuestro lema será ultra y en nuestro credo cabrán todas las tendencias, sin distinción, con tal que expresen un anhelo nuevo. (...) Jóvenes, rompamos por una vez nuestro retraimiento y afirmemos nuestra voluntad de superar a los precursores”, pero este anhelo nuevo, que apunta a un futuro por hacer, nada tiene que ver, sin embargo, con esa lucha, esa porción de mañana que menciona Lucía Sánchez Saornil, ya que, en última instancia, se circunscribe a la renovación del hecho artístico, no a la revolución social que propugnaba entonces el comunismo libertario. La propia Lucía, en uno de sus mejores poemas vanguardista, “Canto nuevo”, había escrito: “Tal un vendaval impetuoso / borremos todos los caminos, / arruinemos todos los puentes, / desarraiguemos todos los rosales; / sea todo liso como una laguna / para trazar después / la ciudad nueva // (...) Los que hemos creado esta hora / alcanzaremos todas las audacias; / NOSOTROS EDIFICAREMOS / LAS PIRÁMIDES INVERTIDAS”.
Su actividad a lo largo de los años 30 (especialmente durante la Segunda República y la Guerra Civil) le llevó a dejar de lado su producción poética en favor de su trabajo en diferentes periódicos dedicados a la divulgación del ideario anarcosindicalista como Tierra y Libertad, Solidaridad Obrera o Umbral. De esta última fue redactora jefe y allí conoció a su compañera de vida, América Barroso, con la que convivió hasta la muerte de Lucía el 2 de junio de 1970. Dentro el movimiento libertario tuvo una gran importancia la fundación, junto a Mercedes Comaposada y Amparo Poch, de la agrupación femenina (y feminista) Mujeres Libres, que llegó a tener 20 000 miembros en plena Guerra Civil. Dentro del anarquismo español, las posturas de Lucía Sánchez Saornil podrían calificarse de radicales en temas clave como la maternidad. Misión última de la mujer para muchos y muchas, como por ejemplo para la destacada anarquista Federica Montseny, no lo fue, sin embargo, para la poeta, que en Solidaridad Obrera en 1935 escribió a este respecto: “En la teoría de la diferenciación, la madre es el equivalente del trabajador. Para un anarquista antes que el trabajador está el hombre, antes que la madre debe estar la mujer. (Hablo en sentido genérico). Porque para un anarquista antes que todo y por encima de todo está el individuo”. Esta cita proviene de un artículo titulado precisamente “La cuestión femenina en nuestros medios”.
Cuando volvió a la escritura poética, Lucía Sánchez Saornil era otra, ya no la audaz vanguardista de su juventud sino una militante volcada al cien por cien en una empresa superior que, en sus expectativas y la de otros muchos, tenía que ver con la humanidad entera: “Hay que seguir adelante con serenidad, con entusiasmo; hay que seguir hilvanando palabras, palabras que digan a todos cuál es su deber, un deber inexcusable, que está por encima de nuestro propio destino, porque es el destino de la Humanidad”. Así, cuando volvió a escribir poesía, esta estuvo marcada por la revolución y la lucha antifascista. El único libro de poesía que publicó en vida fue Romancero de Mujeres Libres, en plena Guerra Civil, y está dedicado “A los que cayeron por la libertad”. El poemario contiene poemas de exaltación de aquellos que habían dado su vida por la revolución libertaria, como María Silva Cruz “La Libertaria” y Buenaventura Durruti, o por el propio pueblo de Madrid sitiado entonces por las tropas nacionales poniendo el acento sobre la heroicidad del pueblo en armas y arengando para la lucha: “¡Madrid, corazón del mundo! / ―no ya corazón de España― / como túnica de Cristo / malhechores te desgarran. // (...) ¡Muchachos, al parapeto! / donde Madrid os reclama. / ¡Adelante las mujeres! / ¡adelante!, ¿quién se tarda?”, dice el poema “¡Madrid, Madrid, mi Madrid!...”.
Una vez terminada la Guerra Civil, la poeta se exilió junto a América Barroso a Francia, de donde huyeron con la llegada de los nazis por miedo a ser apresadas y mandadas a alguno de sus campos de concentración. Según el testimonio de la sobrina de América Barroso, Elena Samada, recogido por Rosa María Martín Casamitjana, regresaron a España entre 1941 y 1942. Inicialmente se instalaron en Madrid, pero, ante el temor de ser reconocida y denunciada como excombatiente antifascista, se marcharon a Valencia, donde vivieron las dos hasta su muerte, en 1970, junto a la familia de América.
Al final de su vida, Lucía Sánchez Saornil escribió una serie de poemas, como esos “Sonetos de la desesperanza” de los que salió la inscripción de su lápida, en los que no aparecen los recursos aprendidos en la vanguardia ultraísta y que tampoco apuntan a una lucha política concreta, como los que había escrito durante los años de la Guerra Civil recogidos en el Romancero de Mujeres Libres. Por el contrario, estos poemas de madurez la acercan a la poeta que fue en sus primeras tentativas de escritura, eso sí, cargados ahora de las enseñanzas, desengaños y esperanzas truncadas que arrastra consigo la antigua poeta vanguardista y libertaria (además, según cuenta su editora, estos poemas fueron escritos ya cuando se sabía enferma de cáncer y próxima a la muerte). Pero aunque las fuentes de decepción son muchas y la conciencia de la derrota es aguda, no hay arrepentimiento: “Has jugado y perdiste: eso es la vida. / El ganar o perder no importa nada; / lo que importa es poner en la jugada / una fe jubilosa y encendida. // Todo lo amaste y todo sin medida”, solo la conciencia lúcida de una muerte, la suya propia, que acecha a la vuelta de la esquina. En esta encrucijada, la poeta no puede evitar sentir congoja ante un futuro incierto y un Dios del que duda y al que clama: “A Dios le increpo con mi voz más dura: / “la vida es una llaga, es una peste” / ¡y el llanto mostraré cuando me llame!”. La absoluta convicción en un futuro mejor que había mostrado en sus años de militancia no aparece, ni de lejos, a la hora de vislumbrar lo que sobrevendrá después de la muerte: “¿Y ha de acabarse todo en este ‘ahora’, / en este no vivir, en esta dura / realidad brutal que nos devora / sin remisión y sin piedad, segura?”, aunque por momentos muestra alguna esperanza en que exista un Dios (“Quiero creer en Dios, quiero creer”) que permita una vida más allá de la muerte: “Tal vez espera Dios, tal vez no espera. / Mas prefiero creer que está esperando / con el don de una nueva primavera”.
(...)
SONETOS DE LA DESESPERANZA
I
Pero... ¿es verdad que la esperanza ha muerto?
¿Es verdad que toqué ya la frontera
de mi destino? ¡Dios! ¿Y será cierto
que no me encenderá otra primavera?
Ya no veré altamares... sólo un puerto
de sirenas varadas que exaspera
mi ansiedad, condenada a un punto muerto,
contar, pesar, medir lo que yo era.
La catarata de mi sangre ardiendo
se espesa en lento arroyo, y en mi frente
ya no canta una alondra cada día.
Qué desesperación voraz y fiera
sentir el ascua del vivir se enfría...
que ya no espero nada... ¿Y Dios? ¿Me espera?
II
Ya no podré decir nunca “mañana”,
ese mañana fabuloso y mágico;
ahora un estupor cruel y trágico
de la tierra, del mar, del cielo emana.
¡Oh, mañana, mi tierra prometida,
siempre posible aunque jamás se alcance!
Hoy hacia ti su jubiloso avance
detiene al fin mi pie. Es ley de vida.
Me rebelo a aceptar esta derrota,
y me aferro tenaz a una remota
esperanza de arribo a tus arenas.
Si no es posible, más, decir “mañana”,
si la vida no tiene su diana,
¿para qué ya la sangre por mis venas?
Lucía Sánchez Saornil (Madrid, 1895-Valencia, 1970)
De Poesía (Valencia, Pre-Textos/IVAM, 1996)
I
Pero... ¿es verdad que la esperanza ha muerto?
¿Es verdad que toqué ya la frontera
de mi destino? ¡Dios! ¿Y será cierto
que no me encenderá otra primavera?
Ya no veré altamares... sólo un puerto
de sirenas varadas que exaspera
mi ansiedad, condenada a un punto muerto,
contar, pesar, medir lo que yo era.
La catarata de mi sangre ardiendo
se espesa en lento arroyo, y en mi frente
ya no canta una alondra cada día.
Qué desesperación voraz y fiera
sentir el ascua del vivir se enfría...
que ya no espero nada... ¿Y Dios? ¿Me espera?
II
Ya no podré decir nunca “mañana”,
ese mañana fabuloso y mágico;
ahora un estupor cruel y trágico
de la tierra, del mar, del cielo emana.
¡Oh, mañana, mi tierra prometida,
siempre posible aunque jamás se alcance!
Hoy hacia ti su jubiloso avance
detiene al fin mi pie. Es ley de vida.
Me rebelo a aceptar esta derrota,
y me aferro tenaz a una remota
esperanza de arribo a tus arenas.
Si no es posible, más, decir “mañana”,
si la vida no tiene su diana,
¿para qué ya la sangre por mis venas?
Lucía Sánchez Saornil (Madrid, 1895-Valencia, 1970)
De Poesía (Valencia, Pre-Textos/IVAM, 1996)
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