Al interior del pájaro,
justo en su centro: algo
empapado. Y algo en
pequeños ovillos. No hay
quién, que todo son
conversiones y un daño hecho
de negro y de negro
hecho el camino. Pero hubo
un tiempo y el hombre
nacía del pájaro.
Acuden (hay ruinas)
los muertos al golpe
(un golpe), no
dejan de venir. Alguien
llora. ¿Quién llora?
Es música. Todo
en aquella música.
Darse a este abismo,
en el que voy creciendo
-él crece conmigo-
mientras algo se hunde
en la tierra:
pasan sus plumas,
tampoco el extravío
podría descifrarlos.
Sin paraíso perdido: sin nada
que perder. Era oscura la nieve
de las montañas, todos estuvimos
allí. Alguna vez. Todos volveremos.
Lucía Boscá, Por error, Ejemplar Único, Alzira, 2013.
© Todas las pinturas han sido creadas por Gabriel Viñals, en diálogo con los poemas. También es el editor de Ejemplar Único.
¿Puede alguien imaginar lo que ocurre con aquello escrito con un material frágil, quebradizo, condenado a la disolución con las primeras gotas o cualquier torpeza de nuestra mano?
Lo cierto es que Lucía podría haber escrito estos poemas con ceniza, espuma de nieve o mediante esas trazas que dejan los dedos al surcar un vidrio empañado y cuyos bordes se desfiguran ante los ojos atónitos del niño que escribe allí su nombre.
Una escritura que cuestiona los umbrales de lo audible, una escritura -y se me va a disculpar el término- “psicofónica” o “parafónica”, que registra voces que enuncian contenidos significativos, presentando una morfología característica en cuanto a su timbre, tono, velocidad y modulación. Voces que irrumpen en un mundo pletórico de sonidos que se anulan unos a otros adormeciéndonos. Y viene la voz inesperada, la que irrumpe; así debería operar un poema.
Laura Giordani (Fragmento de la presentación de Por error, Nº 4 de la Colección Poética y peatonal. Valencia Mayo 2013).
***
Por error también somos lanzados al camino. Y erramos, como el éxodo de los pájaros. Sobrevivimos en la incerteza del horizonte. Todos esos muertos se precipitan sobre la escritura. Lucía Boscá se mueve ahí: en el llanto que se escucha en medio de los escombros. En el llanto inaudible que se convierte en música tan frágil que escapa al deseo de llamar la atención. Fluyendo por un abismo de sentido en el que ya no hay más que nieve, tierra hundida, la huella indescifrable de lo que no existe.
A esa poesía quizás sólo podamos ingresar como quien ingresa a un espacio subterráneo: mucho por hallar en la oscuridad, a condición de mirar en los recodos, de aceptar esa otra forma de altura en la que a veces estamos y, sin embargo, eludimos. Sin cumbre ni paraíso: no hay nada que perder porque ya vivimos en el estado de la pérdida. En una montaña que no conquista sino destituye a quien se encumbra. En el error que nos lleva más allá de nosotros mismos.
Arturo Borra
Lo cierto es que Lucía podría haber escrito estos poemas con ceniza, espuma de nieve o mediante esas trazas que dejan los dedos al surcar un vidrio empañado y cuyos bordes se desfiguran ante los ojos atónitos del niño que escribe allí su nombre.
Una escritura que cuestiona los umbrales de lo audible, una escritura -y se me va a disculpar el término- “psicofónica” o “parafónica”, que registra voces que enuncian contenidos significativos, presentando una morfología característica en cuanto a su timbre, tono, velocidad y modulación. Voces que irrumpen en un mundo pletórico de sonidos que se anulan unos a otros adormeciéndonos. Y viene la voz inesperada, la que irrumpe; así debería operar un poema.
Laura Giordani (Fragmento de la presentación de Por error, Nº 4 de la Colección Poética y peatonal. Valencia Mayo 2013).
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Por error también somos lanzados al camino. Y erramos, como el éxodo de los pájaros. Sobrevivimos en la incerteza del horizonte. Todos esos muertos se precipitan sobre la escritura. Lucía Boscá se mueve ahí: en el llanto que se escucha en medio de los escombros. En el llanto inaudible que se convierte en música tan frágil que escapa al deseo de llamar la atención. Fluyendo por un abismo de sentido en el que ya no hay más que nieve, tierra hundida, la huella indescifrable de lo que no existe.
A esa poesía quizás sólo podamos ingresar como quien ingresa a un espacio subterráneo: mucho por hallar en la oscuridad, a condición de mirar en los recodos, de aceptar esa otra forma de altura en la que a veces estamos y, sin embargo, eludimos. Sin cumbre ni paraíso: no hay nada que perder porque ya vivimos en el estado de la pérdida. En una montaña que no conquista sino destituye a quien se encumbra. En el error que nos lleva más allá de nosotros mismos.
Arturo Borra
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