lunes, 29 de agosto de 2011

"Para una nueva turba esperanzada" -poemas de Yaiza Martínez

 "La niña que miraba el infinito"- Nicoleta


Deuda del conocimiento: almas al fondo,
para tu grandeza.

Ahora, dibuja en tu mundo pequeño
las constelaciones
habla para quien nunca
podrá escucharte


-Se inclina con la sal
abre las hojas


*

Al otro lado del prisma,
aún llorando
-como sólo saben llorar los muertos-
tomaste entre tus manos las piedras asesinas


conociste en profundidad la imposición del silencio
tu cabeza castigada por -nadie lo dijo



 "Y es tan frágil"-Nicoleta



Aún llorando,
tomaste las piedras entre tus manos y, una por una,
las colocaste en el orden dictado por el rumor


de las constelaciones



Una vez más, te dispusiste a conocer

la trampa de la luz


*

Ahora, Carmen, te entretienes, en este poema,
en pegarme los trozos rotos
y adecentar la alacena de mis huesos

En el tiempo espiral,
nos cosíamos, la una a la otra,
al mundo


como ramitas


 "El largo viaje"-Nicoleta




Ahora: la ciudad dentro de un círculo y el círculo en el
hijo. Mira hacia atrás, para cerrar la letra.
O, más blanca, dispone el inicio: sabia en el arte del lanzamiento,
encogida siempre de hombros


mira al cielo, bajo sus pies


Yaiza Martínez, Los perros del cielo, Leteo, 2010, León.







Para una nueva turba esperanzada

Por su elaboración circular –un círculo que no cierra-, su música sutil y su apertura semántica, Siete - Los perros del cielo es un poemario inusual en el campo poético español actual. Lo señala su capacidad de adentrarse en un universo singularizado, a pesar de unas resonancias ancestrales que conectan a una historia más vasta, que incluye esa trama oscura de un linaje expoliado, esa constelación inestable ligada quizás a la «feminidad» que se abre paso en la “loza heredada”, entre todas las muertes arrastradas: sólo la cabeza sobresale del polvo, pero precisamente porque sobresale sigue siendo posible soñar.

En ese terreno resbaladizo, es difícil no incurrir en tópicos, golpes de efecto, cierta grandilocuencia retórica e incluso una forma de victimización. Todo eso es típico en estas regiones discursivas. Precisamente esas cualidades negativas (lo que el texto elude), suponen un trabajo de tachadura o autoconstricción que se percibe especialmente cuando está ausente, es decir, cuando sentimos que el poema echa mano a recursos fáciles por no poder sostener un tiempo interno, un ritmo, una musicalidad suave, sin grandes acordes.

Lo más relevante: la escritura de Yaiza no evita riesgos, sino que los atraviesa, empezando por un lenguaje que no excluye términos teóricos y que podría conducir a un sesgo teorizante que horade la posibilidad misma de la poesía (o la reinvente como teoría). Lo interesante es que, en esta constelación, esos términos que trazan un programa se anudan con unas incertidumbres seminales. Se abren así a una indagación, que es también reconstrucción de unas memorias sobrevivientes o, mejor, de una experiencia de la génesis olvidada, de una “mancha en la memoria”, aquello que fue borrado, que necesita reconstruirse. Esa operación es también retorno a la materia viviente en la que se cifra una promesa: la apertura del porvenir.

No podría ser un trabajo sencillo: esa voluntad reconstructiva tiene que afrontar la interrogación por el lenguaje con el que se urde el poema. Tiene que recorrer un espacio de incerteza antes de hacerse tierra; necesariamente, debe pasar por el agua en el que todo tambalea. La (re)iteración forma parte quizás de esa gestación de una estirpe dañada que sigue leyendo un antiquísimo pergamino. Tal vez sólo entonces, en ese suelo creado, apoyar los crecimientos, las ramas, los frutos. Y la “infinita esperanza de la turba” a la que pueda dar lugar. Porque a través de los linajes hay también una línea de fuga, aquella que anuncia la posibilidad más íntima de una libertad siempre incipiente. Incluso, una libertad en la extranjería: en el rebasamiento del círculo, en una reiteración que no cancela la diferencia del que escribe, a pesar de la carcajada.

Siete. Los perros del cielo podría leerse de dos maneras diametralmente opuestas. Como la ratificación de una «esencia femenina» o, más radicalmente, como la reconstrucción de una trama inestable en la que no hay centro. No habría más identidad que aquella que nos donan (y nos arrebatan) los otros. Esos otros, a veces pequeñitos, que ayudan a sobrellevar el dolor. El hijo: quien nos sostiene y a quien sostendremos aunque seamos incapaces de comprender su gozo. Quien forja una costura para cocerse al mundo.

Sustancia y gracia: nada es evidente aquí; las elipsis, las alteraciones sintácticas, las omisiones, remiten a una trama (necesariamente) incompleta, a la que le faltan piezas imposibles de restituir. No sólo la maternidad es génesis: en este círculo roto (el círculo de las opresiones y los silenciamientos) la escritura misma es alumbramiento de sentido, incluso si ese alumbramiento tuviera que cargar las hojas de sal. No me parece casual –incluso si no fuera consciente- el juego de paralelismos que hay entre génesis y escritura, vida y signo (que incluye la cifra). El lenguaje refracta la trampa de la luz sin renunciar a la gracia que colorea los instantes. 

Quizás también exista una saga del miedo a morir sin voz, acallada bajo las piedras. Miedo atávico, que traza una línea por la que engendrar una fuga sin huida. Una salida, si se prefiere, a través de la escritura-niña o del poema-madre. En esta constelación, la tierra-matriz es génesis de esa estructura arbórea que fecunda una vida tantas veces maltratada. Los perros del cielo guían los pasos divididos; son metáfora de una reunificación prometida: un haz que retorna sobre el sueño que ahuyenta la herrumbre. Ningún sacerdocio ni doctrina literal que esgrimir: sólo una lejanía buscada en la que podamos reinventarnos.   

Arturo Borra, 7 de marzo de 2011



6 comentarios:

leonardo dijo...

Cada vez me impresiona más la vibración que le da a la lengua la poesía de Yaiza Martínez. Al principio resulta tan extraña y luego, con cada lectura penetra uno en ella y ella nos penetra, para comprender, por fin, que habla de nosotros.
Un abrazo

Arturo Borra dijo...

Querido Leonardo, qué alegría tenerte de nuevo por aquí.

Comparto lo que decís de la poesía de Yaiza: está marcada por la extrañeza, pero es una extrañeza que se hace familiar o, incluso, una familiaridad que se hace extraña, que no deja de interrogar lo más inmediato.

Como sea, gracias por pasarte y espero que pronto sigamos conversando.

Va un fuerte abrazo y espero que hayas disfrutado,

Arturo

Laura Giordani dijo...

Querido Arturo: qué bien casan los poemas de Yaiza con las pinturas de Nicoletta: la entrada ha quedado muy bien. Esos rostros frágiles de ojos desmesurados que asoman por ventanas o grietas bien podrían ser los de la propia Yaiza asomándose a un universo familiar oculto, a la urdimbre que nos sostiene. Le dediqué un comentario en mi blog a este libro y por ello lo comparto abajo. Muchas gracias por traerlo a tu casita, la ilumina.
Un beso,
Laura.


Ahora dibuja en tu mundo pequeño
las constelaciones
habla para quien nunca
podrá escucharte


"Siete-los perros del cielono puede leerse de otra manera que no sea regresando, se despliega a nuestro pies como una estructura circular, en espiral como el estambre de las flores o las antenas de algunos insectos. En El Hogar de los animales Ada y Aguaya estaba presente un linaje femenino, estirpe de madres y abuelas vertebrando el discurso. Después de leer este último poemario, he entendido que no se trata sólo de un abordaje temático: ese universo de cocinas, constelaciones, jenjibre y mantitas de lana tejidas a mano que pasan de generación en generación, tiene su correspondencia en la propia estructura del libro: abierta, "arbórea", no lineal, invocación expuesta como vientre en el que se reflejan las constelaciones y en el que, a su vez, esas constelaciones se gestan.

El poemario está atravesado de espectros en el sentido de psicofonías: voces y tiempos que se mezclan en un eterno presente cosido por el miedo y la dominación masculina.

Escritura que pone en juego riesgo formal sin renunciar a un lirismo delicado y lacerante: hay ludismo en el trato con la sintaxis pero no falta ese temblor que hace del poema algo más que un "fiambre de palabras muertas", artefacto puro y duro. Las palabras en algunos momentos parecen sujetas al poema por pinzas de la ropa, con esa fragilidad asoman.

Los poemas fluyen como ese rezo de la abuela Carmen: cotidiano, sin afectaciones, pero con la carga de enigma necesaria para conmover los párpados. Esta cualidad la encontramos en el cine de Erice, por ejemplo. Hace poquito dediqué una entrada a El espíritu de la colmena, creo que estos poemas de Yaiza dialogan de manera muy secreta con la sensibilidad desplegada por Erice. Celdas de panal, estambres, constelaciones: la geometría del candor abatido en los espacios más cotidianos.

L.G

diana moreno dijo...

muy interesante blog. y muy buena entrada. saludos!

Arturo Borra dijo...

Laura, tu comentario me parece sutil, además de hermoso. Esa fragilidad que destacás sobrevuela la poesía de Y.M., y sus poemas se alzan a veces como una manta para cubrirla.

Cuántas ventanas tiene precisamente el universo familiar. En este caso, ese universo aproxima a la ternura y no deja de ser gratamente inusual en un mundo plagado de violencias.

Mil gracias por compartir aquí esas palabras escritas sobre Los perros del cielo.

En cuanto a lo de Nicoletta en verdad te lo debo, así que ahí no puedo más que agradecerte.

Un beso,

Arturo

Arturo Borra dijo...

Diana, bienvenida por aquí. Me alegra que te haya parecido interesante este lugarcito y pásate cuando quieras.

Un cálido saludo,

Arturo