Variación con cerezas en la nieve
Entra y sale el humo de la estación de estar lejos y no saber, es decir, un imán de niebla, un soplo de viento, una sola nota sostenida en el pentagrama de la nieve, y en este ir y venir, en esta grieta de ausencia y retorno, llegas aquí, regresas aquí, te detienes aquí, en este verano de cerezas que proyectan su sombra de cera en la superficie del estanque.
Flotan las blancas cerezas, carne votiva sin madurar o migas de pan en la memoria.
Y siempre es aquí.
Entre las cerezas y la superficie del agua nadan los días por venir: ¿alcanzarán el aire antes de llegar al hueso?
*
Se asoma el perro al estanque, lame la vara del zahorí, astrolabio astillado que siempre trae aquí, de estanque en estación, de la puerta al disco que gira, de la moneda al jardín. Y no hay nenúfares ni jazmines, sino blancas cerezas, intactos exvotos de tiempo.
Y el obstinado perro con su batuta, con su madeja de fotografías en el laberinto de azogues, aferrando la hora del duelo en su mandíbula en busca de su doméstica fundación, del nicho de días donde enterrar el duro hueso de la cereza, la carne blanca de la raíz.
Sea la distancia quien entierre a la distancia.
*
A la orilla de la conjetura y su viejo abrigo de vértigo gotean las primeras lágrimas de deshielo en la extensa pupila de la piel. Y allí, en el centro sin fin de la nostalgia camina la perpetua simiente del extravío abrazada a la lazada del zapato impar.
Un copo de sal, una lágrima en la sombra de la palabra cuyo hueso llamamos nosotros junto al muro donde se borra la caligrafía del tiempo.
Es el murmullo del libro arrastrando sus líneas como una peonza, hojarasca en los renglones que se anudan al perro lazarillo del candil para no regresar,
para no llegar antes que la maleta y su abultado vientre donde nada el luminoso acuario crepuscular, las breves pertenencias, las precarias joyas que guían la caravana del éxodo hacia el puntual desierto del viaje.
*
Todo gira sobre su gozne invisible,
viene y va el viento entre las espinas de los días,
viene y va,
nieva espuma de sal bajo las ovaladas criaturas por venir,
nieva sobre el minúsculo lomo de las caídas cerezas,
últimas certezas del porvenir, último hilo, última grieta,
la humedad,
pero es un relámpago, un ala, luego quién.
*
Danza la espina de cera en el surco de azogue
y a la hora del olvido suena en la pianola el papel horadado por las agujas de la madrugada, mapa de aire en el aire que siempre regresa, laberinto de humo en la caja de los zapatos usados, pauta zurcida de los días, restos de la vida a la orilla de un naufragio blanco.
Comienza el día con una púa de nieve, gira el disco, y quién te espera, quién, quién danza sobre la espina de metal, quién gira una vez, otra, otra vez una y otra vez más, gozne de tiempo, brizna de viento, alimento del lazarillo que empuja el pequeño daño en la retina de las estaciones, batuta en la boca del perro, caligrafía muda para el sedal.
Palabras, tan sólo palabras, una llave de ámbar con un mosquito vivo en el corazón, el animal del olvido siguiendo las migas de ruinas entre una y otra soledad.
Porque allí podrían caer los ojos hasta no recordar, hasta dejar, entre una y otra oscuridad, un puñado de cerezas, un puñado de levadura en la boca de los muertos, un puñado de sal en las manos de los vivos, allí podrían descender las horas hasta ser sábana transparente, mortaja y velo, limosnera para el pez abisal.
Pero, ¿quién vive entre una y otra soledad?
De Mapas de cera, Ediciones del 4 de Agosto, Logroño, 2013.
2 comentarios:
Excelente poema!!
Sí Carmen, un excelente poema, con momentos cúlmines.
Gracias por pasarte y un abrazo,
Arturo
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