La escritura poética como contra-dicción
Desdecir de
Enrique Cabezón es, ante todo, una apuesta poética radical: se propone investigar
qué sobrevive a la tachadura. Como un palimpsesto (de sentido), nos desplaza a
otra inscripción, condenada al pie de página. Lo visible –apenas unas palabras
rescatadas- aparece como resto de una escritura sumergida: un trazado negro que
hunde (parte de) lo dicho para dar lugar al nacimiento de otro poema. Un des-decir:
avanzar contra, negando o
reformulando lo dicho.
El poema, entonces, como batalla. Con la fuerza de la
condensación que suplementa el texto inicial, como la base sumergida de un
témpano que sostiene lo legible. En efecto -por retomar algunas reflexiones de
Gamoneda-, el poema nace en la tachadura o, lo que es lo mismo, en el trabajo
de la reescritura. Incluso el texto a pie de página ya es supresión/alteración de uno
previo, ya desaparecido.
Puede que la mejor poesía sea posible por ese desdecir
continuo, por esa resistencia a lo cristalizado. La escritura poética como contra-dicción: un discurso a
contramano que arremete contra un sistema de reglas que ahogan el pulso.
Desdecir se mueve
ahí. No por azar Enrique Cabezón retoma la «logofagia» de Miguel Ángel Ullán:
permite ahondar, precisamente, en ese acto de borrado que no se limita al
olvido sino que advierte de una desaparición, del discurso en los márgenes, de
la contingencia de toda soberanía. Así, el tachado se convierte en una empresa
política que destituye la idea misma de una Escritura final, plena, concluida
de una vez por todas. Recuerda con Valery que los poemas no se terminan sino
que se abandonan.
La imposibilidad de un término, sin embargo, no niega el
deseo de un recomienzo. Sin temor a remover los escombros, en busca de lo
decisivo, de aquello que cuenta y posibilita el cuestionamiento de los
discursos heredados. ¿No es esa contra-dicción lo que, justamente, requerimos para rebelarnos ante un presente asfixiante?
Arturo Borra
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