No es en este volcán que hay debajo de mi lengua falaz donde te busco,
ni es esta espuma azul que hierve y cristaliza en mi cabeza,
sino en esas regiones que cambian de lugar cuando se nombran,
como el secreto yo
y las indescifrables colonias de otro mundo.
Noches y días con los ojos abiertos bajo el insoportable parpadeo del sol,
atisbando en el cielo una señal,
la sombra de un eclipse fulgurante sobre el rostro del tiempo,
una fisura blanca como un tajo de Dios en la muralla del planeta.
Algo con que alumbrar las sílabas dispersas de un código perdido
para poder leer en estas piedras mi costado invisible.
Pero ningún pentecostés de alas ardientes desciende sobre mí.
¡Variaciones del humo,
retazos de tinieblas con máscaras de plomo,
meteoros innominados que me sustraen la visión entre un batir de puertas!
Noches y días fortificada en la clausura de esta piel,
escarbando en la sangre como un topo,
removiendo en los huesos las fundaciones y las lápidas,
en busca de un indicio como de un talismán que me revierta la división y la caída.
¿Dónde fue sepultada la semilla de mi pequeño verbo aún sin formular?
¿En que Delfos perdido en la corriente
suben como el vapor las voces desasidas que reclaman mi voz para manifestarse?
¿Y cómo asir el signo a la deriva
-ese y no cualquier otro-
en que debe encarnar cada fragmento de este inmenso silencio?
No hay respuesta que estalle como una constelación entre harapos nocturnos.
¡Apenas si fantasmas insondables de las profundidades,
territorios que comunican con pantanos,
astillas de palabras y guijarros que se disuelven en la insoluble nada!
Sin embargo
ahora mismo
o alguna vez
no sé
quién sabe
puede ser
a través de las dobles espesuras que cierran la salida
o acaso suspendida por un error de siglos en la red del instante
creí verte surgir como una isla
quizás como una barca entre las nubes o un castillo en el que alguien canta
o una gruta que avanza tormentosa con todos los sobrenaturales fuegos encendidos.
¡Ah las manos cortadas,
los ojos que encandilan y el oído que atruena!
¡Un puñado de polvo, mis vocablos!
De Eclipses y fulgores, Olga Orozco.
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2 comentarios:
Olga Orozco,
ceniza negra
que esparce
el viento sin
reposo:
¿cómo ví tu hoy
en mí tan hundido,
entrequemada voz
del ser que muere
cada día en nosotros?
Bajo a esta sala,
donde Arturo trama
su pequeña república
de sospechas y logros
y desprendidas ramas
de un árbol inmenso
nos enredan los tobillos
y hasta la garganta.
Este buen viticultor
que hace con los rescoldos
del verbo y la memoria
un vergel que emanará
vino y entresueños vivos,
ahora puso tu llama
acallada sobre el suelo
y en contrato con la luz
se hizo bosque y música
de nuevo
en tu eterna canción.
Lo celebro, invisto
mi mañana de ese coraje,
rabia, polvo, si, pero
polvo en metamorfósis,
en metapoesis, en metasueño...
discretísimamente,
como un dios abajado
sin iglesias ni sacerdotes,
tu palabra
biendice lo que se precisa
y pone
para
el
puente
del
mañana
once
peldaños
de
alto potencial unificador.
Sea.
Un abrazo, Arturo.
(perdona los ripios de la impronta, se me cayeron en esta fría hora de los pasos matutinos)
Ceniza de la que resucitan
murmullos arcaicos: el viento
sopla sobre el rostro
de los días agonizantes
pero vívidos: república
del oscuro árbol
que grita sobre esta tierra
que es desierto y es brillo.
Sus ramas rescatarán las tentativas
para alzarse tras el sueño:
nada nos espera, pero cada paso
es augurio de músicas
desconocidas.
Sobre esos puentes,
otros sacudirán el polvo.
En esas improvisaciones andamos.
Gracias otra vez por tu paso constante.
Un abrazo fuerte,
Arturo
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