lunes, 30 de agosto de 2010

Poemas de Arnaldo Calveyra


A punto de reconocernos, fuera de alcance de ese lugar de nombres, intensidad que poco a poco se vacía.

Espejo por donde el ahogado regresa. Encuentras en tu espera esa tarde del año 40 extraviada en pajonales. Encuentras el lugar desde donde nos atraían esas y otras preguntas, preguntas que oscurecen el agua.

¿No eran ustedes las hojas de todos los árboles?, lentamente volvían, ¿su esperar paciente en todas las caras? ¿No eran ustedes las hojas caídas de todos los árboles?

¿Eran ustedes casi todos los árboles, las hojas nuevas, hojas cayéndose, caídas, el madurar verde?
Espejo de estar por quedarte dormido. Pasa lo que no pasa. Transcurre lo que no pasa, pasa el agua, pasan las aguas de nuevos ríos. En espera siempre de lo mismo: desaparecerle al día.

Cosas que no oscurecen las estaciones.
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Palabras, llegaban silenciadas por la palabra siguiente, palabras que meditaba por lengua antes que por la pluma. Recién escritas, acompañaban el texto de las tardes, su manantial eran, su libro de lectura.

Horas de espera: terminaban dando en otra lengua, borradores de poemas que llegarían.

Entretanto, por saber de esa persona que se acerca entre los paraísos de la entrada, una luz asoma de la casa, desnuda las hojas de los árboles.
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No me dejes sin mi silencio, te pedí, no te lo lleves todo, que no me quede con el tuyo todo, solo.

Que cuando no me acabe de haber ido me posea mi silencio mudo.

Porque puedas oírme cuando no me acabe de haber ido.


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Olía triste. Nos llegaba la voz antes que el cuerpo, su voz cansada por el bajo. Y en la callecita, esa voz se callaba, los paraísos, para que la hilacha del cuerpo se detuviera atónita, se quedara mirándonos esperarla, su renguera se llevaba bien con el mentón.

Era tan triste esa llegada.

Y entonces no era una voz sino un velorio, un velorio con inacabables migas de pan sobre la falda.

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De Arnaldo Calveyra, Obra reunida, Adriana Hidalgo Editora.

Para visualizar una breve entrevista a Arnaldo Calveyra, pulsa aquí.

miércoles, 14 de julio de 2010

Sobre una extranjería deseable

Instalación de Cristobal Toral

1) Una extraña reivindicación

En casi todas partes, no faltan los que se suman a los logros (colectivos) ajenos. Son los que quieren subirse -no sin cierta actitud triunfalista- a alguna causa externa para reflejarse en algún espejo gratificante. Por mi parte, aunque pronto mi DNI dirá que tengo nacionalidad española, me siento argentino y no tengo deseos de disolver mis huellas. No se trata de una afirmación de arrogancia. Sentirme de otra parte no me convierte en un ser especial y la herencia dista de ser unívoca. Pero aún así, vivo en otro país del que nací y no reniego –ni tengo por qué hacerlo- de mi procedencia. A pesar de ese sentimiento, me considero distante a cualquier reivindicación nacionalista: Argentina es el nombre de un país heterogéneo, poblado de contrastes, al que estoy irremediablemente unido. Es probable que aunque mi experiencia vital en el presente haya producido cambios más o menos perceptibles en mi «identidad» –y me ahorraré toda la vulgata de la «multiculturalidad» y la «hibridación», grosso modo tan cierta como banal-, me seguirán vinculando con esa patria ausente no sólo los vínculos familiares y la memoria de lo vivido, sino también un cierto reconocimiento en algunas de sus gentes, sus prácticas cotidianas, sus modos de vivir la amistad, sus formas de conversar y de intimar.
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Nada hay de extraño en esa memoria y esos reconocimientos, dado que están ligados a la historia que me ha constituido. Tampoco me parece especialmente sorprendente la actitud triunfalista de quienes quieren subirse a las victorias ajenas –incluso cuando uno mismo pueda sentir cierta simpatía ante las mismas-. Lo que en cambio sí me resulta extraño es sentir la necesidad de reivindicar mi «argentinidad» en esos momentos y, contradictoriamente, mi «extranjería», no sólo con respecto al país en el que vivo ahora, sino también con respecto a mi propio país de origen.
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La primera necesidad reivindicativa nace en el momento mismo en que un discurso nacionalista (en este caso, español), de forma arrogante y prepotente, juzga a mi país de arrogante y prepotente. No se trata sólo de una generalización indiscriminada o una atribución ilegítima a un colectivo nacional de rasgos que más bien particularizan a ciertos individuos (agrupables, además, en procedencias nacionales de las más dispares). Se trata de una hostilidad que, aunque disimulada en lo cotidiano, aflora de manera abierta en ciertas ocasiones, como es el caso de una competición deportiva. La competencia, de hecho, activa una rivalidad. Pero cuando la rivalidad se convierte en hostilidad hay que preguntarse qué condiciones no-deportivas están concurriendo ahí.
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Por un lado, habría que referirse a la exaltación de un chauvinismo tan patético como reaccionario (1); simultáneamente, habría que señalar su contra-cara: la estigmatización de un Otro simétrico con el cual quien rivaliza puede sentir que se “mide” o que es “competidor”. Quizás Argentina, por una estrecha relación histórico-cultural que mantiene con España sea, para unas ciertas perspectivas nacionalistas de signo local, un nombre propicio para dar cauce (ser «objeto proyectivo» dirían los psicoanalistas) a ciertos temores colectivos irreconocidos. Como toda proyección, se pone fuera lo que no se quiere reconocer dentro. Desde luego, no habría que desligar ese chauvinismo de una forma más vasta de etnocentrismo: me refiero a la persistente creencia –tan provinciana como imperial- en la propia superioridad étnico-cultural de Europa. Ni siquiera un siglo de crítica lapidaria al «eurocentrismo» y a las «sociedades coloniales» ha logrado desterrar esa creencia mágica que hace coincidir lo mejor de la humanidad con lo que coincide con lo propio. De esa conjugación resulta un discurso hostil (“sudacas”, “muertos de hambre”, etc.) y acusatorio (“soberbios”, “charlatanes”, “insoportables”, “egocéntricos”, etc.) que se remata en el cliché xenófobo por excelencia: “vuélvanse a su país”. Ante esa constelación ideológica, el primer impulso es la réplica desafiante: “sí, soy argentino. ¿Y qué?”. Es cierto que bastaría con mencionar la historia relativamente reciente del largo exilio de ciudadanos españoles o incluso la diáspora de postguerra de cientos de miles de europeos arrojados a Latinoamérica con alguna esperanza de mitigar sus penurias materiales. Lo inmediato, sin embargo, es reconocerme en una identidad estigmatizada. Lanzar un gesto de desafío. Enfrentarme a los que se proclaman en una posición de superioridad, por su mera pertenencia a un “país desarrollado” (noción que, además de ser engañosa, presupone lo que hay que demostrar y más aún en un contexto polémico).
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Sin embargo, no bien me reafirmo en una diferencia estigmatizada –y lo mejor de cualquier «política de identidad» pasa por una trasmutación de valor-, no bien me constituyo en minoría, necesito también contrapesar esa reivindicación con una segunda ligada a la extranjería –a la ratificación de una «política de la diferencia»-, que niega estrictamente la lógica de la primera. “Soy argentino, pero también soy extranjero”. ¿Se trata de una mera contradicción lógica entre «identidad» y «diferencia»? ¿Cómo se puede ser argentino y extranjero simultáneamente? En verdad, esa doble condición parece emerger de la dialéctica entre nacionalidad y extranjería. Sólo se puede ser extranjero si se traspasa una frontera (nacional). Por tanto, aunque haya nacido en Argentina, eso no impide que pueda considerarme, al mismo tiempo, extranjero en todas partes. Eso es decir: mantengo lazos afectivos con el lugar donde nací, aunque el lazo mismo está ligado a una distancia. No me es indiferente el devenir del país en el que nací. No me da lo mismo lo que ocurre allí, incluso cuando sea consciente de que «lo nacional», lejos de constituir un significado estable (referido a una presunta «esencia nacional»), forma parte de los significantes flotantes que articulan los discursos políticos.
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Decía que no sólo me siento argentino, sino también extranjero. De ahí la necesidad de tomar distancia con respecto a esa reivindicación inicial, de alejarme de los rituales nacionalistas, de esa glorificación de la patria que olvida las divisiones internas, las desigualdades radicales, los antagonismos que nos marcan desde décadas. En definitiva, apremio por salirme de todo esencialismo nacionalista, que unifica de forma abstracta grupos e individuos antagónicos, asignándole unos atributos fijos (como la raza, la lengua o la etnia). Se dirá que lo mismo ocurre con conceptos genéricos como «humanidad» o «especie humana». Al fin y al cabo, tampoco estas categorías acusan las divisiones sociales (en términos de clase, género, raza, nación, etnia…). En efecto: no podemos dar por sentada esa especie humana como no sea bajo la forma de una unidad biológica que socialmente es si no interrumpida radicalmente transformada. El trazado de fronteras siempre es una operación estratégica e incluso suelen usarse unos trazados para derribar otros. Ninguna realidad positiva y estable para esas operaciones. Y si hubiera que construir alguna habría más bien que remarcar aquellas fronteras que los antagonismos de clase producen (con prioridad sobre los antagonismos inter-nacionales). Y reivindicar, sí, un internacionalismo de nuevo cuño, donde las políticas de igualdad democrática no quedan circunscriptas a una política territorial de los estados-nación sino que son tomadas como un desafío de instituciones supranacionales.
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A la par que acepto unas fronteras convencionales y móviles (producto de una institución geopolítica reciente) que delimitan comunidades imaginadas limitadas y soberanas (como diría Benedict Anderson), me rebelo contra la separación que producen con respecto a los que están más allá de esas fronteras. Los límites nos constituyen, pero terminan encerrando. En este sentido, se trata no sólo de una extranjería con respecto a la patria imaginada, sino con respecto a unas fronteras inestables que una configuración hegemónica delimita. Entonces, mi doble reivindicación quizás pueda cobrar legibilidad (si no legitimidad). Marca una distancia con respecto a un discurso etnocéntrico y colonialista, implicado en el nacionalismo, que circula también más allá de las fronteras nacionales. No es preciso renegar de la propia procedencia para salirse de ahí. La crítica al nacionalismo no implica el derrumbe del mismo concepto de «nación», pero lo matiza fuertemente, evitando su inflación: el mito de un origen distintivo y distinguido. Alcanza, pues, con evitar convertir esa procedencia en un fetiche o un mito que me habilitaría a posicionarme en una presunta superioridad.

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2) Mito y patria

Vengo de un país que por décadas produjo sobre sí mismo mitos gloriosos que hacían enorgullecer a muchos de sus ciudadanos. Esos mitos son plurales: desde Argentina como “granero mundial” hasta los argentinos como “los mejores en todo” mediante sus ídolos perennes, desde “crisol inagotable de razas” hasta “riqueza inagotable” de una nación, desde la “Europa latinoamericana” hasta la “cantera de talentos”. No caben dudas: ese orgullo nacionalista, con sus rituales de reafirmación colectiva, en más de una ocasión derivó en actitudes soberbias y despreciativas ante los otros; en más de una ocasión, también, fue la base para construir un vínculo asimétrico con otras nacionalidades, abriendo camino a la xenofobia, el racismo y la discriminación étnica.

Retrospectivamente, después de traumas colectivos como los que vivimos en Argentina en las últimas cuatro décadas, es difícil no terminar ridiculizando esas mistificaciones. A la base deshistorizante del mito siempre cabe contraponerle una historización radical. Así pues, muchos de los que nacimos y vivimos en crisis, lo que más bien sentimos es una cierta ambigüedad ante un país con muchas decepciones y algunas alegrías inesperadas, aunque no necesariamente mayoritarias, de reconocernos en ciertas prácticas locales: el juicio a los genocidas -a contrapelo de lo ocurrido en buena parte del mundo-, la creación de modos de autogestión obrera en fábricas recuperadas, el desarrollo de experiencias pioneras de economía comunitaria y de solidaridad barrial, la proliferación de movimientos sociales de lucha por los derechos humanos y el medio ambiente, la remoción de autoridades judiciales y policiales corrompidas, las iniciativas cívicas por la reconstrucción de espacios públicos o por la transformación de barrios periféricos, por mencionar unos pocos ejemplos, forman parte de una historia colectiva en la que también me reconozco. Muchas otras experiencias comunes, sin embargo, defraudaron unas esperanzas compartidas: desde las “leyes de la impunidad” hasta el “corralito”, desde el saqueo bancario hasta la corrupción generalizada, desde la destrucción del estado de bienestar hasta la privatización indiscriminada de recursos públicos, pasando por el crecimiento desmesurado de la pobreza, la desnutrición y el desempleo, por mencionar algunos fenómenos relativamente recientes.
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En cualquier caso, nuestras alegrías siempre estuvieron matizadas por la experiencia de la decepción. Quizás eso explique por qué nos dedicamos, a menudo de forma involuntaria, a cultivar la pasión por la distancia, no como forma de cinismo, renegación o repudio, sino como posicionamiento crítico ante unos discursos patrióticos que sólo fueron formas subrepticias de justificar la devastación social, política y económica. En nombre de la patria se expolió a una amplia mayoría social, se actuó en función de específicos intereses de clase que pauperizaron a las clases medias y populares argentinas, se reconstituyó el tejido social como mapa de desigualdad y exclusión (en beneficio de grandes grupos económicos nacionales y trasnacionales), e incluso se estructuró toda una cultura política dominante en la que la corrupción estructural, el clientelismo y nepotismo político, el personalismo populista y la injusticia –incluso la judicialmente producida- alcanzaron picos históricos. Cierto que podría alegarse que esa representación (ese “en nombre de…”) fue radicalmente espuria, que más bien se trató de una nueva «traición». El corolario de ese argumento sería la defensa de un “auténtico nacionalismo” que defienda las “causas nacionales” y los “intereses de la patria”. En un espacio social fracturado, desde esta perspectiva, un «interés general» genuino debería otra vez ser centralizado. Sin embargo, ¿quiénes serían los agentes de ese nacionalismo genuino y cómo definirían esas causas e intereses? Las respuestas históricas de las últimas cuatro décadas a ese interrogante han sido muy variables (2). En cualquier caso, esa variación constante explica un déficit en la producción de identificaciones colectivas con respecto a «lo nacional» y el escepticismo profundo ante sus supuestos “representantes” (líderes políticos, sindicales, empresariales, etc.). Dicho de otra manera, en unas condiciones de proliferación de antagonismos sociales y crisis de representatividad, no resulta extraño que muchos nos hayamos sentido distantes con respecto a los mitos asociados a ese sentimiento de pertenencia nacional, presente pero atenuado por la repetición del derrumbe.
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No es que tuviéramos algún mérito en especial. Crecimos en una crisis permanente que sólo la miopía podría reducir a su dimensión económica. Lo que estuvo en juego por muchos años no fue sólo ni principalmente nuestra capacidad adquisitiva o nuestra calidad de vida sino, más bien, la crisis con respecto a unas identificaciones colectivas ligadas a la “nación” (como espacio común de reconocimiento) y, por extensión, la crisis con respecto a sus representantes políticos expresos, no sólo por sus carencias éticas graves, sino por sus orientaciones político-partidarias marcadas tanto por un ideario neoliberal más o menos encubierto como por un pragmatismo errático distante a cualquier ideal de justicia. No es extraño, pues, que muchos nos hayamos sentido extranjeros en el propio lugar, incluso aquellos que no se han visto impelidos a migrar o desplazarse a otra parte. Podría objetarse que esa extranjería ha producido perjuicios en muchas ocasiones: el frenesí individualista, el desentendimiento con respecto a la construcción de espacios en común, el repliegue de una ética de probidad pública, la autojustificación hedonista y, en definitiva, la propagación de una lógica de la supervivencia que desata los lazos sociales en nombre de la propia vida constreñida. Sin embargo, habría que apresurarse a señalar que todas esas prácticas nada tienen (ni tenían) de extranjeras. Más bien, constituyen pautas hegemónicas que definen algunos rasgos centrales del capitalismo en su fase globalizadora.

Para decirlo de forma sumaria: la extranjería a la que me refiero aquí es añoranza de una forma de existencia social obstruida por un sistema que desborda pero implica a los diversos nacionalismos. Y es precisamente esa añoranza lo que da lugar a un distanciamiento de las condiciones de existencia del presente. Por lo demás, la fábrica de mitos nacionalistas no tiene patria. No es industria nacional. Por eso me cuesta no reírme cuando se me juzga por los mitos asociados a mi país. Como si cada patria no tuviera los suyos, como si los demás no estuvieran igualmente atrapados por la pugna entre mitos nacionalistas y la apuesta por salirse de ellos, a partir de la invención de una extranjería deseable.


Instalación de Cristobal Toral

3) Migración y nacionalismo

Habría que hacer un trabajo de distinción fundamental para desligar «extranjería» y «migración». El primer término no implica el segundo e, inversamente, el migrante casi nunca es suficientemente extranjero, anclado a menudo a ciertos mitos consolidados de la patria. Un sujeto migrante puede ser, sin contradicción manifiesta, el más férreo defensor de los nacionalismos y tampoco es necesario moverse en términos geográficos para desarrollar esa sensibilidad crítica que define la extranjería. En cualquier caso, aunque suelen confundirse en la práctica, perder esa diferencia semántica da lugar a una práctica de confusión (la misma que lee las migraciones en clave puramente económica). Rehuir de las malas generalidades es una forma de dar cuenta de la singular complejidad de los actos. A la acusación de individualismo ético que suele atribuírsele uniformemente al migrante –incluyendo el juicio fundamentalista sobre una presunta deslealtad patriótica-, no sólo habría que recordar que uno no se va necesariamente para salvarse (dado que no hay salvación en ninguna parte), sino que muchos de los que se quedan forman parte de ese individualismo que dicen repudiar (3).

En cualquier caso, la crítica a los nacionalismos de diverso signo no pasa centralmente por una historia de las migraciones. La migración, en última instancia, forma parte constitutiva de un sistema globalizado que apuesta por regular la circulación de personas en función de la necesidad de trabajadores según los flujos inestables de mercancías y capital. Y aunque las migraciones son irreductibles a esa apuesta sistémica, en cualquier caso, las últimas décadas muestran que una lógica económica globalizadora no significa supresión de una lógica política nacionalista. El crecimiento de los flujos migratorios no equivale a la erosión de los nacionalismos. Lo que permite elaborar esa crítica es la «extranjería» no en su estatuto jurídico sino en su estatuto vital y comunicacional: como experiencia de una distancia fecunda.

Cuestionar la propia patria y exaltar otra, más mítica que histórica, atribuyéndole virtudes metafísicas no deja de ser una operación unilateral. Una crítica radical debe dar lugar a una crítica a la «lógica nacionalista», que exalta unidades político-territoriales que -conviene recordarlo- en la mayoría de los casos han sido instituidas en un pasado no muy distante (y que, para resumirlo, identificamos con la modernidad capitalista). Como extensión a ese nacionalismo, por lo demás, es habitual encontrar discursos que tienden a construir «estereotipos» nacionales, que responden más a unos prejuicios (proyectivos) arraigados en una cultura local que a unas constantes antropológicas de aquellos a los que juzgan. No resulta sorprendente el tráfico acrítico y prejuicioso de estereotipos sobre lo “propio” y lo “ajeno”, el impulso totalitario que se activa contra los otros a la par de la autoexaltación chauvinista. No estamos lejos del «inconsciente fascista» al que Deleuze y Guattari se refirieron de forma memorable. Más específicamente, habría que preguntarse sobre los agenciamientos colectivos que se activan cuando impera un discurso eurocéntrico arrogante, que ensalza las virtudes de Europa inferiorizando a los otros (los “sudacas”, los “chinos”, los “negros”, los “moros”, los “gitanos” y hasta los “rumanos”… ¡pertenecientes a la comunidad europea!). Esa inferiorización, una vez más, alude al mismo tiempo a un repudio fundamental: la construcción de otros estigmatizados en el seno de lo propio. Como si el deseo nacionalista por excelencia fuera extranjerizar a una parte de la ciudadanía, a fin de convertirla en depositaria de lo indeseable.

Hace unos meses alguien me hablaba con petulancia de la “argentinización de España”, para referirse a la creciente corrupción de algunos de sus partidos de masas. A ese pensamiento tramposo –que construye como atributo de una nación lo que es rasgo de una práctica generalizada en países de los más diversos-, habría que contraponer, pues, una respuesta más allá del nacionalismo. Podría haber contestado: “Si España se argentiniza será porque previamente Argentina se ha españolizado”, pero más precisamente, haber dicho: “La corrupción no es un invento argentino. Europa la conoce muy bien, desde dentro”.

4) La extranjería como posibilidad de la crítica

La experiencia de la extranjería remite a constelaciones diferentes: a un estatuto jurídico, en primer lugar, que confiere derechos y obligaciones como ciudadano; a una exclusión con respecto a una comunidad de pertenencia territorial y nacional; a una proveniencia extraña con respecto a un espacio en común; a una diferencia lingüística y cultural reafirmada como pluralidad; a una distancia, finalmente, con respecto a una cultura en común, esto es, como modo específico de concebir y vivir la experiencia con el otro y con el mundo. No se trata de significaciones excluyentes; a menudo se conjugan y se consolidan recíprocamente en la práctica.
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Contra el discurso dominante de la globalización neoliberal que niega toda extranjería política, dando por sentada la inclusión de hecho de todos los seres humanos como consumidores en una comunidad trasnacional e incluso contra un cierto cosmopolitismo liberal que plantea un modelo de ciudadanía fundado en una universalidad de derecho, en el que ya no habría más que ciudadanos del mundo, no cabe invocar entonces un nacionalismo igualmente pernicioso, que construye las diferencias como legitimación de las desigualdades.
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Al discurso del fin de la extranjería habría que contraponer, más bien, la afirmación de que todos somos extranjeros. El problema es cómo cada cual se vincula con su propia extranjería, esa “inquietante extranjería” del sí mismo como otro del que hablaba Freud y que tan lúcidamente retoma Kristeva en Extranjeros para nosotros mismos. Todos somos extranjeros pero no todos nos aceptamos como tales. Quien reniega de esa condición termina proyectándose en otros. Todo repudio nace ahí. En esa renegación de (una parte de) sí que produce la xenofobia.
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Así pues, somos esa distancia con respecto a nosotros mismos. La elucidación de esa distancia es la posibilidad misma de la crítica. Y es esa distancia como experiencia la nos hace interpretar el presente en clave de interrogación, como retorno de lo familiar que contiene lo extraño, del sí mismo como otro, de la extrañeza como corazón de lo presuntamente conocido. No faltan los que niegan ese corazón. Alzan muros para negar lo que los constituye: sus deseos profundos, sus temores más primitivos, sus fantasmas inconscientes. Pero la mediocridad –se sabe- no tiene patria. Cada cultura forja sus mitos, sus leyendas, sus idolatrías. La extranjería no es sino la construcción de una relación crítica con esos mitos, leyendas e idolatrías; una puesta en entredicho de lo habitual.
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Cada cual inventa una fábula para vivir como desea, pero no todo es equivalente. Convertir la historia en fábula mítica puede ser un buen consuelo. Pero el problema de las fábulas es que mienten; tapan la verdad de nuestra experiencia vivida en común. Por eso la extranjería necesariamente incomoda: recuerda la condición fabulosa de lo mítico. Pero puesto que la extranjería no pertenece a nadie, ningún sujeto ocupa el lugar pleno de la verdad. Nos aproximamos a la verdad cuando asumimos la verdad como extranjería. Eso supone un desplazamiento permanente del sujeto hacia aquello que permite interpretar de forma crítica su realidad histórica y social efectiva. Somos extranjeros a la verdad y en esa búsqueda -esa «errancia»- nos reconocemos como extranjeros con respecto a nosotros mismos. Aprender a convivir con esa lejanía es aceptar que ya no se pertenece exclusivamente a ninguna parte: argentino, sí, pero también extranjero.
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Arturo Borra-----------
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(1) Al respecto, conviene señalar que no todo «nacionalismo» adquiere este cariz chauvinista. En términos históricos, dentro de la izquierda política, han emergido diferentes “movimientos de liberación nacional” (basados en una política anticolonialista), especialmente a partir de fines del S. XIX que han logrado una cierta independencia política de las colonias con respecto a sus antiguos colonizadores. Dudo, sin embargo, que legítimamente tras esos procesos no pudiéramos alzar una exigencia política universal relativa al desarrollo de un proyecto de sociedad autónoma, sin tutelajes metropolitanos. Si bien la argumentación de B. Anderson resulta convincente al señalar que no existe relación necesaria entre «nacionalismo» y «fascismo» (Comunidades imaginadas, Fondo de Cultura Económica, México, p.209), eso no implica que no haya relación alguna (y elucidar esa relación sigue siendo en buena medida una tarea pendiente). Es cierto que mientras el «racismo» plantea al otro como inconvertible, el «nacionalismo» no niega la posibilidad de una inclusión de ese otro (a partir de la nacionalización) dentro de la propia comunidad imaginada. Del mismo modo, mientras que la posición racista habitualmente se manifiesta al interior de unas fronteras nacionales, la posición nacionalista se hace manifiesta de cara al exterior. Sin embargo, habría que preguntarse qué ocurre cuando la «nacionalidad», de forma solapada, es construida como una categoría identitaria naturalizada, más allá del estatuto jurídico de la persona. Dicho en otras palabras: si una sociedad instituye como estable la equivalencia entre «nacionalidad» y una «raza» o «etnia» particular, entonces, el efecto del nacionalismo termina siendo la reivindicación racista o etnocéntrica. Tal parece ser la operación discursiva que algunos grupos de derecha plantean en EEUU (que no dudan en plantear como «extranjeros» a una parte de la población nacional). Más en general, cualquier variante nacionalista que construya una presunta «esencia nacional» (una identidad fija) plantea como contratara la imposibilidad de integrar una diferencia determinada. En ese nivel, el nacionalismo puede devenir una forma de fascismo: la superioridad de la nación se materializa en exterminio de los “extranjeros” allí donde estén.

(2) La búsqueda pública del «interés general» ha seguido derroteros distintos y contrapuestos: desde el genocidio de una disidencia política relevante hasta el precario intento de una consolidación institucional desestabilizada menos por el poder militar que por el poder económico; desde la privatización de lo público y el crecimiento del endeudamiento estatal hasta la reconstrucción de un modelo agro-exportador ante el incremento de la demanda externa de materias primas. En suma: más que constatar respuestas que de forma universal han priorizado unos intereses particulares con consecuencias colectivas nefastas, lo que resulta claro es que las respuestas específicas a lo que constituye en un momento dado el “interés general” varían de período en período y de gobierno en gobierno. Como significante en el campo político, la significación de dicho “interés” varía según la posición política en la que nos situemos. Nada diferente ocurre con la noción de «lo nacional-popular»: carece de un significado estable. Su sentido depende de la articulación que un discurso político específico efectúe. Si bien dicha inestabilidad semántica forma parte del juego democrático, al menos para muchos de nosotros el sentido de la democracia ha estado mucho menos vinculado a la pertenencia a una comunidad nacional que a la posibilidad de acceso igualitario a ciertas oportunidades sociales (laborales, intelectuales, educativas, etc.) que, ciertamente, no fueron moneda corriente en las últimas décadas en Argentina para una parte importante de la población.

(3) En este sentido, evitar juicios morales unilaterales tanto sobre los sujetos migrantes como sobre los sujetos nativos es escapar a una lógica binaria y simplista que atribuye comportamientos homogéneos a sujetos heterogéneos. Es tan cierto sostener que algunos grupos de inmigrantes se mueven por los espejismos de bonanza económica sobre alguna patria lejana como afirmar que otros se mueven por el deseo de cambio cultural, por la voluntad de salirse de una específica forma de vida o incluso por una voluntad de vivir amenazada en su país de origen. A la inversa, es inverosímil sostener que la estancia permanente de las poblaciones nativas responde a la altruista «decisión» de defender lo nacional.

domingo, 27 de junio de 2010

Un poema de Marina Tsvetáieva



Perdóname. No quería.
Es grito de entraña devastada.
Así esperan los condenados
su ejecución al alba,

jugando al ajedrez. Risa
burlona el ojo del vigilante.
Somos los peones de un tablero
y alguien va jugando con nosotros en él.

¿Dioses buenos? ¿Malignos? ¿Quién?
Todo el horizonte es el ojo del vigilante.
Ruido metálico. Pasillo sangriento.
Ya se ha acabado el juego.

Un cigarrillo por última vez.
Y escupir -ah vida, vida.
Escupir. Al borde del tablero,
abierto está el camino -desangrarse-

a la huesa. Te miro de reojo.
Es la luna un ojo secreto que vigila.

-Qué lejos estás ya.


Marina Tsvetáieva. Poeta rusa nacida en Moscú en 1892. Casada con un oficial del ejército zarista,emigró al extranjero en 1920 y regresó a Rusia en vísperas de la guerra contra el fascismo hitleriano, al que había maldecido en sus versos cuando se hallaba todavía en la emigración. Tras su retorno del exilio, tanto su hija como su marido fueron arrestados y éste último fusilado. En conjunto, Marina Tsvetáyeva no sólo padeció diferentes infortunios familiares, sino también una absoluta desaprobación oficial y una situación de intensa pobreza, circunstancias que culminan en su destierro a Yelábuga, Tartaristán, donde se suicidó en 1941.
Rehabilitada de forma reciente en Rusia, es una de las mejores poetas rusas del S.XX. Entre sus libros de versos cuentan Álbum de la tarde, Linterna mágica, De dos libros, Campo de cisnes, Leguas, Fin de Casanova, Separación, Versos a Blok, Psique, Profesión, Después de Rusia, Versos a Chequia. Cuenta además con algunas obras de teatro y de prosa.



sábado, 5 de junio de 2010

Tres poemas de «Extra»- Antonio Méndez Rubio



Nocturno

Cualquier noche
y también esta noche
vale en la gratitud,
en la paz que no va a volver,
por no haber entendido
lo suficiente.


---------1

Mientras flota otra vez la nieve
por la nocturnidad
sin dirección, ni acoso,
salgo a ver en el humo
de la casa arrasada
contigo
dentro.




Expira
---
Sueño breve el
ruido de la elección. Necesito
no remedar el pulso,
esa abstinencia de la memoria:
me recuerda que iba a ser cierto:
---------------------------------no oí
el murmurar visible de las hojas blancas
cuando se hacía de noche.

Inspirar; espirar.
Cuidar del aire.

Ellas estaban allí, prendidas
del sonar en la lluvia, no lejos,
aunque en ningún momento pude
oírlas.


De Extra (2010), Antonio Méndez Rubio

sábado, 29 de mayo de 2010

Lecturas Poéticas en Valencia (Colección Transatlántica, Amagord)

Hora de inicio: Viernes, 04 de junio de 2010 a las 19:30
Lugar: Librería Primado y El Dorado MAE


Los poetas Andrés Fisher, Roger Santivañez y Forrest Gander ofrecerán una lectura poética en Librería Primado (Avenida del Primado Reig, 102, 46010 Valencia) con motivo de la reciente publicación de sus libros en la Colección Transatlántica de Ediciones Amargord.

Juan Soros, director de la colección, acompañará a los poetas junto a Benito del Pliego y Víktor Gómez.

Por la noche, a las 23 hs en El Dorado MAE (calle Alzira, 25) Jam Transatlántica con Benito del Pliego, Juan Soros, Laura Giordani, Arturo Borra, Pablo Camús, Sebastián Vitola, Aldo Alcota y Gonzalo Lagos. --


Andrés Fisher (Washington DC, 1963) estudió medicina en Chile, se doctoró en sociología en España y actualmente es profesor en EE. UU. A muy temprana edad viaja a Chile, donde crece en Viña del Mar. Ha publicado Ocularmente Ávido (1992), Composiciones, Escenas y Estructuras (1997), Hielo (2000, premio Gabriel Celaya), Relación (2008) y Series donde se reúnen sus últimos tres poemarios. Ha traducido a Haroldo de Campos al español y a Antonio Gamoneda al inglés (junto a Benito del Pliego).


los poemas del hielo I

i.

El horizonte delante y también detrás, en los espejos retrovisores:
figuras geométricas formadas por sombras sobre el asfalto delimitando áreas de sentido.

ii.

El día aconteciendo en la mirada del que viaja:
en su transcurso, un rostro disolviendo sus rasgos hasta hacerse parte del asfalto.

iii.

No solo aviones cruzan el cielo del que conduce:
también lo hacen grúas y farolas; puentes, señales y vehículos sobre ellos.

iv.

Áreas de sentido pintadas sobre el asfalto:
trazados amarillos las expresan y gobiernan una vida.

v.

El horizonte fragmentado por el trazado autoviario:
el brillo del son en cada una de las piedras aglutinadas sobre el asfalto.

vi.

La superposición de sombras y trazados:
Las señales grandes y azules entre el horizonte y los espejos retrovisores.



Forrest Gander es autor de varios libros de poesía entre los que destacan Eye Against Eye, Torn Awake, y Science & Steepleflower en la editorial New Directions y la reciente novela As a Friend también traducida al francés. Se presenta en España con una selección de su poesía editada más una serie de inéditos traducidos por Valerie Mejer en Libreto para Eros. Es traductor de Coral Bracho, Pura López Colomé y Jaime Saenz, (con Kent Johnson). También ha editado dos antologías de poesía Mexicana.


Para C

Dentro, dentro del regreso, dentro, el héroe se disminuye.
Ellos colocan un velo en la nave de ella y cuando es alzado
el nombre de la nave se ha perdido. Considera la
oscuridad del agua que no tiene olor y que tampoco puede tragar.
Aún así la proa se extiende sobre el proscenio como un caballo
en una valla y la orquesta se levanta y sale en fila.
En el largo camino a casa, añoro ver tu rostro.



Roger Santiváñez (Piura, 1956) fundó el estado de revuelta poética denominado Movimiento Kloaka (1982-1984). Recientemente a publicado Eucaristía (2004, premio JM Eguren de Nueva York), Dolores Morales de Santibáñez, Selección de Poesía (1975-2005) (2006), Labranda (2008) y Amaranth precedido de Amastris, última entrega de su poesía más reciente y primera edición de su obra en España. Eduardo Milán introdujo su poesía en España con la muestra Pulir Huesos. 23 poetas latinoamericanos que preparo para GalaxiaGutenberg en 2007.



AMARANTH NYZ

1.

Viaje mar incomprendido ade
Mán de la garza salpicada por
Doquiera quiso apropiarse de

xxxxxxxxxLa rosa


En la lejana espalda de su amor
Remoto reino equiparado a un
Corazón vuelve mar con brisa
Salerosa transparenta fluído mag
Nético noble dominio callado en
El desierto sechurano expresa
Nítido fantasma no hay ninguna
Sobradera o ladrido ‘e perro-lobo
En la distancia sólo tu fragancia
Sutil salina me repone el ama
Dor callejero extraviado en lan
Das cinerarias o dormita el ere
Mita coronado su placer de

xxxxxxxxInsana flor




Benito del Pliego (Madrid, 1970) ha publicado cuatro libros de poemas: Fisiones (Madrid: Delta Nueve, 1997), Alcance de la mano (Nueva Orleáns: edición de autor, 1998), Índice (Alcira: Germanía, 2004) del que prepara, en colaboración con Pedro Núñez, una edición virtual para El Águila Ediciones (elaguilaediciones.wordpress.com) -por este poemario recibió el Premio Internacional de Poesía Gabriel Celaya en 2004- y Merma (Tenerife, 2009). Zodiaco (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2007) es un anticipo de Fábula, libro de próxima publicación. También cultiva la poesía en su vertiente plástica, como se puede ver en Todos o casi todos. Antología de poesía visual, experimental y mail-art en España (Palencia: Cero a la izquierda, 2004).


Juan Soros (Santiago de Chile, 1975), se titula de Ingeniero Civil de Industrias de la Pontificia Universidad Católica de Chile el año 2000. Actualmente realiza estudios de Doctorado en Filología Románica en la Universidad Complutense de Madrid gracias a una Beca de postgrado en el extranjero del Fondo del Libro de Chile. Su obra está incluida en diversas antologías entre las que destaca Cantares, nuevas voces de la poesía chilena, editada por Raúl Zurita en 2004. Publicó es Tanatorio (Al Margen Editores, 2002), texto ganador de los Juegos Literarios Gabriela Mistral en 1999. Su segundo libro, Cineraria, obtuvo en 2005 el Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura de Chile, y fue publicado en España por Amargord ediciones.

viernes, 14 de mayo de 2010

«Walled horizonts» (horizontes amurallados), narrado por Roger Watters



Si hoy una de las amenazas más graves que atraviesa nuestro mundo histórico es el retorno del fascismo, habrá que recordar que la única forma de combatirlo es destituyéndolo, en primer lugar, de nuestros corazones.

El miedo, construyendo horizontes amurallados, contribuye a crear lo que más teme. La segregación y eventual exterminio de los otros no es un destino inexorable, sino la consecuencia más funesta de específicas políticas de estado, ciegas incluso a las demandas de paz de una parte significativa de sus pueblos.

Tomar los recaudos suficientes para no confundir esas políticas con deseos de toda una colectividad -confusión que suele disparar los estereotipos más peligrosos y promover los mismos antagonismos que constituyen el problema- no debería llamarnos al silencio, sino a una crítica selectiva y necesaria. Así lo hace este documental dirigido por Johan Eriksson y narrado por Roger Watters.
A.B.










Roger Watters en Israel

miércoles, 14 de abril de 2010

Cine y poesía (IV): «El gran dictador»

El discurso del sustituto de "El gran dictador" (1940) de Charles Chaplin bien podría constituir una medida de lo que en los tiempos actuales está cada vez más imposibilitado. Es cierto que a ese discurso podrían señalársele objeciones puntuales, pero eso no hace más que ratificar su validez global.
¿Qué queda de estos ideales en nuestro presente? ¿Qué instante de peligro se cierne sobre nuestra historia? La actualidad de "El gran dictador" es doble: la del retorno del fascismo y la persistencia de un anhelo de justicia.



Discurso de «El Gran Dictador» -Charles Chaplin

Lo siento. Pero yo no quiero ser emperador. Ese no es mi oficio, sino ayudar a todos si fuera posible. Blancos o negros. Judíos o gentiles. Tenemos que ayudarnos los unos a los otros; los seres humanos somos así. Queremos hacer felices a los demás, no hacernos desgraciados. No queremos odiar ni despreciar a nadie. En este mundo hay sitio para todos y la buena tierra es rica y puede alimentar a todos los seres. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las armas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado hacia las miserias y las matanzas.

Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado a nosotros mismos. El maquinismo, que crea abundancia, nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado, sentimos muy poco.

Más que máquinas necesitamos más humanidad. Más que inteligencia, tener bondad y dulzura. Sin estas cualidades la vida será violenta, se perderá todo. Los aviones y la radio nos hacen sentirnos más cercanos. La verdadera naturaleza de estos inventos exige bondad humana, exige la hermandad universal que nos una a todos nosotros.

Ahora mismo, mi voz llega a millones de seres en todo el mundo, millones de hombres desesperados, mujeres y niños, víctimas de un sistema que hace torturar a los hombres y encarcelar a gentes inocentes. A los que puedan oirme, les digo: no deseperéis. La desdicha que padecemos no es más que la pasajera codicia y la amargura de hombres que temen seguir el camino del progreso humano.

El odio pasará y caerán los dictadores, y el poder que se le quitó al pueblo se le reintegrará al pueblo, y, así, mientras el Hombre exista, la libertad no perecerá. Soldados. No os entreguéis a eso que en realidad os desprecian, os esclavizan, reglamentan vuestras vidas y os dicen qué tenéis que hacer, qué decir y qué sentir.

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Os barren el cerebro, os ceban, os tratan como a ganado y como carne de cañón. No os entreguéis a estos individuos inhumanos, hombres máquina, con cerebros y corazones de máquina. Vosotros no sois ganado, no sois máquinas, sois Hombres. Lleváis el amor de la Humanidad en vuestros corazones, no el odio. Sólo lo que no aman odian, los que nos aman y los inhumanos.

Soldados. No luchéis por la esclavitud, sino por la libertad. El el capítulo 17 de San Lucas se lee: "El Reino de Dios no está en un hombre, ni en un grupo de hombres, sino en todos los hombres..." Vosotros los hombres tenéis el poder. El poder de crear máquinas, el poder de crear felicidad, el poder de hacer esta vida libre y hermosa y convertirla en una maravilosa aventura.

En nombre de la democracia, utilicemos ese poder actuando todos unidos. Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a los hombres un trabajo, a la juventud un futuro y a la vejez seguridad. Pero bajo la promesa de esas cosas, las fieras subieron al poder. Pero mintieron; nunca han cumplido sus promesas ni nunca las cumplirán. Los dictadores son libres sólo ellos, pero esclavizan al pueblo. Luchemos ahora para hacer realidad lo prometido. Todos a luchar para liberar al mundo. Para derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia. Luchemos por el mundo de la razón. Un mundo donde la ciencia, el progreso, nos conduzca a todos a la felicidad. Soldados. En nombre de la democracia, debemos unirnos todos.

«¿Para qué el ser humano en tiempos de penuria?»

Desde Hölderlin la pregunta retorna con fuerza: “¿Para qué poetas en tiempos de penuria?”. La «falta de dios», apagado su resplandor, se derrama en la noche del mundo. ¿Qué tienen entonces que decir los poetas a través de la poesía? En un suelo sin fundamento, en el abismo al que se precipita nuestro tiempo indigente, nada hay de extraño acerca del regreso de esa pregunta: incluso lo más sublime –que solemos ligar a lo poético- hunde sus patas en la infamia diaria, en la prosa de lo cotidiano. (...)
Tras los repetidos ensayos de respuesta, persiste el presupuesto de que la poesía no está justificada de antemano, si no es capaz de decir algo acerca de la experiencia de nuestra indigencia vital e incluso si no puede contribuir a concretizar unas demandas de justicia que sobrevuelan nuestro mundo histórico. Y en efecto: ¿cómo podría considerarse la poesía sustraída del desierto de lo real? Eso no convierte la poesía en un simple medio transparente para unos fines trascendentales, pero matiza la exigencia de autonomía artística que demasiadas veces se parece a una fórmula para el ensimismamiento formal.
Pero la pregunta de Hölderlin quizás esté supeditada a otra más general, que constituye su condición de posibilidad: ¿para qué el ser humano en tiempos de penuria? Esa pregunta puede resultar desconcertante y termina relativizando (poniendo en relación) la pregunta previa circunscripta a la poesía. Lo sugiere Sartre cuando señala: “(…) el mundo puede prescindir perfectamente de la literatura. Pero puede prescindir del hombre todavía mejor” . Centrarse en la poesía como forma pura y excluyente cuando peligra la existencia humana sería un ejercicio de constatación de nuestra ceguera. (...)
No es que otra vez haya que pasar obligadamente por el (nada eterno) debate del compromiso; al fin de cuentas, desde Sartre parece no haber más que matizaciones a una premisa fundamental: siempre estamos comprometidos con algo . El problema no es la disyuntiva entre presencia y ausencia de compromiso, sino el tipo de compromiso que elaboramos en la poesía y la reflexividad que somos capaces de conferirle a través de nuestros actos de escritura.
Ahora bien, si nos desplazamos al segundo interrogante (a esa desconcertante pregunta sobre el sentido del ser humano en tiempos de penuria) lo que cambia no es la formación de compromiso, sino lo que se (nos) juega en ese compromiso con el presente. Y puesto que no somos ni profetas ni futurólogos, más vale aclarar que no se trata de trazar algunos fotogramas del desastre que aguarda en alguna parte del porvenir, sino de centrarse en lo que está ocurriendo en la actualidad y, en particular, en aquello que estamos haciendo para detener una maquinaria siniestra que produce una devastación tan extendida como consentida.
Lo más grave en estas condiciones reside tanto en la amenaza de destrucción de una significativa parte de la superficie del planeta -incluyendo la especie humana- como en las prácticas colectivas que lo afrontan: la negación brutal de lo que ocurre, la indiferencia política y moral ante una realidad histórica radicalmente injusta y, para mayor desasosiego, la creciente hegemonía de una ideología actuante de cuño fascista que plantea como deseable la inferiorización/eliminación de cualquier figura de lo extraño, incluso lo que pudiera haber de extraño en uno mismo. Si hay un goce en la devastación, no se trata de simple ceguera; puede incluso que la ceguera consista en una negación estructural a no prever los efectos mediatos de prácticas depredadoras. (...)
No hay tiempos de penuria sin testigos que los sufran. Elaborar esos testimonios críticos y arriesgar otro tiempo –que un cierto panfletarismo hace estrictamente imposible- quizás sean las tareas más urgentes de la poesía que nos interesa. No toda producción poética lo hará, ni tenemos a nuestro favor más que un deseo que no puede ampararse en ningún mandato ontológico o alguna seguridad metafísica. Pero no somos sólo testigos que sueñan. Participamos de múltiples maneras en la construcción de nuestro presente y preguntarnos por aquello para lo que queremos ser es tomar partido contra una formación hegemónica marcada por la destrucción masiva de los entornos vitales.
Ante el fascismo creciente -que enlaza racismo, xenofobia y nacionalismo- y las amenazas totalitarias que se ciernen a escala global, habrá que seguir recordando que lo que se juega cada vez más no es la poesía (mucho menos, una irrelevante posición en el campo poético) sino la posibilidad de construcción de un mundo social en el que la penuria de nuestros tiempos no sea la última residencia de lo humano.

Arturo Borra
Para leer el texto completo, aquí.



A propósito del retorno del fascismo:

'Born Free' de M.I.A.

M.I.A, Born Free from ROMAIN-GAVRAS on Vimeo.