sábado, 21 de abril de 2012

"Los huesos livianos de los pájaros": dos poemas de Laura Giordani

Pintura de Laura Giordani

Este cielo –archipiélago encendido sobre los cráneos- será prodigio renovado cada noche, mientras los ojos se abran al fulgor que llega tardío a las retinas, fogata de un náufrago muerto hace tiempo. Nuestras cuencas rastrean algún signo, alguna hoja de ruta en los astros convalecientes de un esplendor remoto, como si custodiaran algo que nos pertenece en su pulso quebrado por la longitud del viaje.

Traducimos en belleza ese furor de polvo y gases y luz a la deriva: diáspora que sólo encuentra permanencia en nuestra frente.

[Cielo nocturno]






Porque el agua se me fuga
y yo -pura sed- soy un zahorí
que remata sus varas.
Porque las palabras regresan de un viejo abuso
y ya no tienen fuerzas para escalar los labios.

Tendré que invocar una caída
en el umbral mismo del verbo
con la fe de todas las manzanas.

Saltar muy dentro, libre
al fondo de las cosas, deshabitar
la memoria, su ciudadela
adoquinada, su lacre, los arquetipos
rotos en las esquinas
ofreciéndome su cuerpo.

Dejar de buscar advientos
en el pan de ayer, las migas que con que solía
despilfarrar el hambre, sacudir las cortezas
que ya ni pueden recordar su savia.

No bastará con la poesía;
habrá que tener además
los huesos livianos de los pájaros.

[El salto]



Entrevista en Definición de savia a Laura Giordani
por Esther Ramón y Juan Soros,
(18/4/2012)

Para escuchar la entrevista, aquí.


Con vocación de intemperie

La poesía de Laura Giordani tiene “vocación de intemperie”. Su escritura se expone a la fragilidad de lo diminuto, desplazándonos a aquellas regiones de lo real tan desapercibidas como inermes. Hay “viaje adentro”, no como repliegue ensimismado, sino como incursión en esa “herida sin clausura que es vivir”, constitutiva de lo humano. En esa grieta nace un hontanar que desafía la gravedad desde una “infancia futura”, ligada a la promesa de una mirada nueva. Por eso Laura evita la grandilocuencia: para revelarnos en la pequeñez texturas vulneradas, belleza inédita, anatomía de un mundo imperceptible donde se fragua lo visible. Y si su poética esquiva el encantamiento, lo hace traspasando el umbral de la medida habitual, para detenerse en esas minúsculas muertes diarias que aprendimos a naturalizar. De ahí su interrogación del fragmento, la detención inicial en esas “alacenas de besos olvidados” que acompañan como una sombra el porvenir. La noche retorna, próxima: allí está la gravedad de las horas y la promesa del resguardo. Porque en tensión con la noche, y a pesar de lo probable, persiste la promesa de una blancura que mancha.

Como discurso de la fractura, de intenso lirismo, en un mismo movimiento somos lanzados a un vuelo que ya preanuncia su caída, el abismo sobre el que merodea todo resplandor. De modo simultáneo más que sucesivo, entregarse a la ensoñación es también precipitarse de rodillas sobre los harapos. Una luz extrañada e íntima redescribe esta apertura que llamamos realidad. La poesía se hace así puesta en crisis de los sedimentos del sentido. No por azar se nos pide otros ojos, cristales que ayuden a percibir aquello que nos desconsuela pero alienta a transformar la herrumbre. A pesar del tedio dominical, de la aspereza de una lengua erosionada y la materia vencida, del vocablo apócrifo y del sacrificio de los huesos, persiste una plegaria como espacio de una añoranza que no da las espaldas al dolor. De ahí esa palabra-topo que Giordani reclama “para recibir de lleno la indigencia”. En pleno vuelo, contra toda tentativa esteticista, su poética nos sacude con dureza: los vertederos están ahí, aunque vallemos el goce, aunque apelemos a tachaduras para ocultar este “rompecabezas inmundo” que rompe la dulzura e interroga el cielo.

Esta poética de la caída, con todo, urde resistencias con hebras rotas, con el testimonio de posibilidades arrasadas. En su escritura, su sensibilidad trabaja para despojarse. Sólo desde esa desnudez, entonces, invocar una palabra que abrigue del “credo de las pérdidas” y arriesge la levedad ante tanto derrumbe: puesto que la poesía no basta, "habrá que tener -además-/ los huesos livianos de los pájaros".

Arturo Borra 

domingo, 15 de abril de 2012

"En el asombro oscuro del poema" -un poema de María Negroni


















IX

algo llega
o es como si llegara
en pequeñas oledadas de sed
a algún país de mí
a punto de surgir
-----como una luna

como una oscuridad
al borde de la noche llega
----o pareciera que llega

crece el agua
en mi lenguaje aproximado
---como un secreto mío
que aceptara morir

aparecer
ardiendo en la ternura
que va de nadie a nadie
cuando tu luz abre las alas

algo llega
o habrá venido siempre
---como una irrealidad que el agua inventa
sin saber que lo que busca
---es ella misma
distraída de buscar

esto que somos
un miedo en lo extranjero del lenguaje
un pedacito de tiniebla
----en la precaria casa
----de vivir

así
la noche de tu cuerpo
no es tu cuerpo
es apenas la urgencia de escuchar
----eso que canta
en lo amarillo del otoño
como país de lo invisible
tanta piedra o cielo de mi sol
----o herida que se sabe
ternura encarcelada

oscurece
la música es el centro
de lo que no ocurre

falta mirar
lo que vemos

la paulatina aparición de lo perdido
tu belleza que sube por mi frase
más desconocida
----y es este desierto inmenso
iluminado más que nunca

donde soy
y no soy

el agua que te bebe