jueves, 29 de enero de 2009

Dos encuentros literarios en Valencia, Sábado 31 de enero


POESÍA CONTRA LA BARBARIE


Sábado 31 de enero, Café de Las Horas, 17:00 hs.
C/ Conde de Almodóvar Nº 1, Valencia.






















Más información:

http://estelj.blogspot.com/




DIÁLOGOS EN LA LIBRERÍA PRIMADO: BELÉN GOPEGUI Y EVA FERNÁNDEZ
















En la Librería Primado, Avda Primado Reig, 102, Valencia
a partir de las 7 de la tarde este sábado 31


Diálogo con Belén Gopegui ("El padre de Blancanieves", "Lo real", "El lado frío de la almohada"...) y Eva Fernández (con su primera novela "Inmediatamente después"). Participarán Víktor Gómez y Enrique Falcón.






Instantánea del recital de Alberto García Teresa, Carmen Camacho y David Franco Monthiel el pasado 23 de Enero.

"Quizá haya llegado el momento de combatir también desde el lugar en donde se producen las ficciones. ¿Tiene sentido mostrar con la ficción una opresión que de sobra conocemos y en la que a veces participamos? Tal vez tenga sentido. Lo que parece claro es que esa crítica tal como se hace la mayoría de las veces desde el interior del capitalismo no moviliza ningún resorte en la imaginación de quien la recibe. Lo que parece claro es que desconocemos cuáles son los resortes que necesitamos movilizar. ¿Seríamos capaces de dejar atrás, mediante ficciones no melodramáticas, pero tampoco ambiguas, los valores individualistas, consumistas, irresponsables del mundo de hoy? Apenas lo hemos intentado".

(Belén Gopegui: "Sobre Los horacios y los curiacios: hipótesis para un arte coordinado")















La novela del siglo XX es una novela "mutilada" en tanto que olvida su carácter y sus personajes políticos, en opinión de Belén Gopegui, autora de El padre de Blancanieves.

Gopegui considera que "no se puede considerar la vida de una persona y despojarla de lo político, porque la política está en el dinero que gana, en la relación con su familia". Al no introducir esa tipología de personajes, la novela del siglo XX se está "automutilando", apunta Gopegui, quien asegura: "Yo intento escribir saltándome esa mutilación".

--"Voy a escribir desde el yo porque tengo la edad de Mañas y cuando leí "Historias del Kronen" se suponía que se hablaba de mi generación. En realidad estas reflexiones son, en este sentido, un ajuste de cuentas con dos novelas de la llamada “Generación X” por parte de una lectora que ha necesitado cuestionarles para intentar expresarse de otra manera.

No voy a hablar de toda la Generación X al completo, porque no sabría determinar quiénes son, ni he leído la gran mayoría de lo que la crítica consideró sus obras exponenciales. Tampoco permanezco ajena al debate sobre su inexistencia como Generación, más allá del interés editorial de rentabilizar a ciertos autores y obras “jóvenes”, para cierto sector del mercado. Además de esta novela, he escogido de Lucía Etxebarría, Beatriz y los cuerpos celestes.













El eje de mi cuestionamiento deriva de que cierta crítica calificó a su literatura de “realismo crítico”. Mi propósito, es confirmar mis sospechas de que estas novelas del también llamado “realismo sucio”, ante todo, suponen una pérdida de la realidad, de la materialidad y, junto a ello, una pérdida del juicio, el dolor y la indignación. Este despegue de lo material es común a muchas novelas contemporáneas, pero en el caso de estas del “neorrealismo social”, la mentira es doble (...)
No entraré a valorar en ningún caso su calidad literaria –que ha sido de lo que más ha cuestionado la crítica-, aunque sí cuestiono cómo y para qué cuentan lo que cuentan y desde qué posición como narradores. Me pregunto, por tanto, si estas obras posibilitan el encuentro, la autonomía de juicio y la rebeldía o si más bien asientan el aislamiento, el laxismo y la indiferencia, fundamental a un sistema como el capitalista que se acepta, en estas novelas, como natural, e incluso, único posible (...)".


(Fragmento de "Sobre el materialismo y dos novelas de la llamada Generación X",de Eva Fernández)


Eva Fernández y Belén Gopegui


Más información sobre este encuentro, en los blogs de Víktor Gómez y Librería Primado

http://viktorgomez.blogspot.com/2009/01/eva-fernandez-y-belen-gopegui-dialogos.html

lunes, 26 de enero de 2009

Dos poemas en prosa de Miguel Ángel Bustos




















Vientre profeta sin tiempo

Yo no soy de ningún siglo.
Vivo ausente del tiempo. Soy mi siglo como soy mi sexo y mi delirio.
Soy el siglo liberado de toda fecha y penumbra.

Pero cuando muera, el profeta que hay en mí se alzará como un niño sin moral y sin patria. Un niño loco con lengua de alaridos. Entonces amanecerá en el millón de Galaxias.

Madres del futuro; cuidado; cuando muera puedo volver.
Entonces, ay, vientre que me aguardas, dulcísima catedral de tinieblas.


Luna de Herodes

Si en la noche inmóviles policías sujetan perros de boca en piedra, yo tiemblo. Quiero alejarme no puedo, como en sueños.
Entonces alzo la mano a mi pecho el traspasado. No sea que a lo lejos entre selvas de hueso y aliento salga el aullido de aquel que devora mis entrañas. Y aullando prolongue en los perros guardianes un odio en silencio y dientes, que por milenios me persigue.


De Visión de los hijos del mal, 1967






Miguel Ángel Bustos

Nació en Buenos Aires, el 31 de agosto de 1932. Entre 1952 y 1956 desarrolla su pasión por los idiomas (inglés, francés, portugués, italiano) y estudia hasta tercer año en la Facultad de Filosofía y Letras.

Entre 1960 y 1963 viaja por el norte del país, Brasil, Bolivia y Perú. Cuando regresa a Buenos Aires en 1964 se casa repentinamente y sufre una internación de casi un año en el neuro-psiquiátrico Borda donde conoce a Jacobo Fijman.
Entre 1966 y 1967 el dibujo comenzó a ocupar un espacio tan absoluto como el de su poesía; cuatro de sus libros están ilustrados por él. En 1968 obtuvo el Segundo Premio Nacional de Poesía por Visión de los hijos del mal. Era militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Colaboró como crítico literario y fue un asiduo colaborador del equipo periodístico que editaba el quincenario político “Nuevo Hombre” que, luego de Silvio Frondizi, dirigía Rodolfo Mattarollo.

Desaparecido por la dictadura militar el 30 de mayo de 1976.

Obras de Miguel Ángel Bustos

(1957) Cuatro Murales.
(1959) Corazón de Piel Afuera (prólogo de Juan Gelman).
(1965) Fragmentos Fantásticos.
(1967) Visión de los Hijos del Mal (prólogo de Leopoldo Marechal).
(1970) El Himalaya o la Moral de los Pájaros.

lunes, 19 de enero de 2009

Tres poemas de Irene Gruss

























jinetes del apocalipsis

No hay lugar para la huida, ángel
del deseo.
Ellos, que dicen que son fantasmas,
siguen haciendo malas artes,
influyen, lo hacen bien,
estorban la huida, ángel
del deseo. Me corrompen.
Adonde fuera, el sol o la lluvia
me perseguirían como un testigo;
adonde me quedara,
ellos,
que dicen que son fantasmas,
mandarían cartas anónimas, desapasionadas
o donde la pasión
ocupa un lugar antiguo, de pacotilla.
Ahora, dicen,
el cielo se resquebraja tanto como
el suelo,
la gente lee libros trágicos,
sueña con llanuras que parecen desiertos.
Ahora, dicen, todo ha terminado.
Y yo quería un lugar,
un toque
de infancia,
una frase verdadera.


De La mitad de la verdad. Obra poética reunida 1982/2007.













Mientras tanto

Yo estuve lavando ropa
mientras mucha gente
desapareció
no porque sí
se escondió
sufrió
hubo golpes
y
ahora no están
no porque sí
y mientras pasaban
sirenas y disparos, ruido seco
yo estuve lavando ropa,
acunando,
cantaba,
y la persiana a oscuras.




Conté con los dedos de mi mano
las veces que tuve, no las que amé.
Las yemas de los dedos
se quedaron mirándome, las líneas
de la mano rieron (¿amé
lo que tuve? ¿Quise decir
quiero un poco
de esto o de aquello,
gané, perdí semejante
generosidad?).
Ahora que me aferro
a lo que tengo -como a un poco
de nada-,
veo líneas que una burla desecha,
y lenta, tiernamente abro
el puño, dejo caer
la arena, vuelvo a tomarla.

De Solo de contralto.

viernes, 9 de enero de 2009

«La poesía y la guerra» - Arturo Borra





















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“Los indios shuar, los llamados jíbaros, cortan la cabeza del vencido. La cortan y la reducen hasta que cabe en un puño, para que el vencido no resucite. Pero el vencido no está del todo vencido hasta que le cierran la boca. Por eso le cosen los labios con una fibra que jamás se pudre”.

(“Celebración de la voz humana /1”, E. Galeano, El libro de los abrazos).


La poesía no detendrá la guerra. Como nos advertía hace algunas décadas el filósofo Cornelius Castoriadis sólo la propia humanidad puede hacerlo. Un poema no detendrá las balas: sólo nuestras decisiones humanas pueden evitarlo. Como en el célebre poema “Confianzas” de Gelman, donde el poeta se interroga acerca de su escritura, la impotencia poética (y artística) ante la guerra y otras realidades políticas y sociales es flagrante. Podría, desde luego, indicarse que la poesía, cuando se compromete abiertamente con la paz, transforma nuestras conciencias, pero otros dirán que sólo los ya convertidos mostrarán sensibilidad ante aquella (reducida, en ocasiones, a sola plegaria). Producir sentidos críticos no detiene la acción cínicamente homicida: ellos saben del daño que imparten y no se detendrán a pesar del saber. A un poder se lo detiene con un contrapoder, no con reivindicaciones normativas tan legítimas como ineficaces ante el uso ilegítimo de la fuerza. Si no se detienen por los ríos manchados de sangre mucho menos lo harán por los ríos de tinta.

Todas estas parecieran razones de más para no proseguir escribiendo contra la guerra o los efectos sufrientes que produce; al menos, para desvincularse éticamente de la obligación de escribir dichos poemas, puesto que lo poético no es en absoluto un modo de resolución de conflictos políticos ni mucho menos militares. Podemos pronunciarnos a favor de los armisticios, de los acuerdos normativos multilaterales, de las negociaciones políticas, en suma, del diálogo intercultural, pero ninguna racionalidad comunicativa, ni mucho menos ninguna poética dialógica constituye un serio obstáculo para los señores de la guerra. Más aún, nadie está obligado a leer a los cronistas de guerra notificándonos la muerte diaria (más o menos indiscriminada), a escuchar a las organizaciones humanitarias denunciando los vergonzantes incumplimientos de los tratados internacionales o incluso a manifestarse por la paz. Así pues, los medios que están a nuestro alcance parecen ser, a pesar nuestro, de escasa (cuando no nula) eficacia política. Habría incluso que señalar que escribir al respecto no predefine su valor estético: a menudo, esos poemas no constituyen auténticas aportaciones artísticas y ni siquiera permiten ampliar el conocimiento que tenemos sobre esa realidad drástica. Asimismo, escribir sobre la guerra no nos hace, en términos morales, necesariamente mejores e incluso no faltan ocasiones donde esos mismos poemas son utilizados para hacer simbólicamente rentable una poética, situándola en el campo de la "poesía comprometida".

Y sin embargo, ¿qué seríamos sin esa multiplicidad de pronunciamientos críticos, sin esta interrogación por el derecho, sin la reivindicación de la igualdad de la condición humana, sin el reclamo persistente de justicia? ¿Qué sacrificaríamos de nuestra identidad si desconociéramos al otro, si nos despreocupáramos de su existencia digna o nos resultara indiferente su dolor?

Tienen razón nuestros detractores cuando alegan que con la poesía no detendremos la guerra. Es más: admitamos que no parece ser más que un ejercicio catárquico, esto es, una forma de descargar nuestra rabia legítima. Algunos arriesgan más: toda la prolífica producción poética que gira en torno a esa problemática no parece ser más que una manera de tranquilizar las conciencias. En efecto, hay catarsis de nuestra rabia. Pero, ¿se trata de una catarsis tranquilizadora, que nos consuela pensando que ya hemos hecho nuestra parte al tomar parte? ¿Podría tranquilizarse alguien con un mínimo de lucidez escribiendo poesía antibelicista, cuando no abiertamente pacifista? Sería sin dudas una muestra de humana estupidez, tan habitual en nuestra época deshumanizante. Con todo, esa rabia dice algo de nosotros: escribir contra la guerra no detendrá las bombas, pero puede que me detenga a mí, que sacuda la consciencia de la impotencia y cuestione el reconocimiento resignado de la imposibilidad de hacer algo. Incluso cuando no lográramos cambiar ciertos acontecimientos traumáticos, escribir es, en primer orden, movilizar mi ser: intranquilizarme lo suficiente como para actuar en otros órdenes de la práctica, a pesar de la insuficiencia de esas intervenciones (incluso en el plano colectivo). De hecho, rara vez una movilización masiva logra detener la guerra (y digo la guerra pero siempre es una guerra específica: Irak o Palestina, Afganistán o Georgia –sobre la que se ha dicho casi nada-, Congo o Sudán –sobre las que se ha dicho menos todavía- y tantas otras guerras olvidadas). Así pues, aunque se movilice la mitad de la población mundial hay un muro habitualmente infranqueable: las “razones de estado” aducidas, la invocación del estado de excepción, el llamamiento a las causas justas (pretexto mediante el cual se baña de sangre la tierra) e, incluso, y más dramáticamente, el apoyo de la otra mitad, que suele aplaudir las aplastantes manifestaciones de superioridad militar, sin ahorrar en maniqueísmos.

Ahora bien, si la poesía no detuvo ni el genocidio ni la barbarie incluso de los que se proclaman a sí mismos civilizados, si la poesía no impide la drástica realidad del crimen de estado y del estado del crimen (que incluye, desde luego, grupos para-estatales), ¿para qué escribir o seguir escribiendo sobre y contra la guerra?

Un principio de respuesta ya está insinuado: para alertarnos de nuestras propias anestesias y seguir persistiendo en nuestras demandas de justicia, a pesar de (o precisamente por) ser desoídas. Nada nos impide imaginar que puede haber un tiempo porvenir en que ya no sea necesario escribir este tipo de poemas. Sin embargo, ¿podrían alcanzar estos móviles subjetivos para justificar la existencia misma de esta clase de poemas? ¿No resultan radicalmente insuficientes, cuando lo que hay que frenar son los tanques? En última instancia, los estados –o mejor dicho, sus líderes, esto es, los que toman las decisiones cruciales para acelerar o frenar las matanzas, en alianza a las industrias bélicas en pleno auge a pesar de la crisis económico-financiera mundializada- son los responsables principales de esas decisiones (que otros, desde luego, ejecutan reconociéndoles su autoridad).

¿Para qué entonces, si a pesar de tantas páginas memorables contra la guerra -comenzando por las de Tolstoi o Trumbo- no han logrado evitarla? Dicho más claramente: la efectividad política de lo poético (y lo literario en general) es escandalosamente limitada, al menos ante las escenas de destrucción que se repiten en la historia humana. La literatura y las plegarias, las crónicas y las movilizaciones no alcanzan. Son absolutamente insuficientes ante las máquinas de guerra. No obstante, como prácticas sociales específicas, contribuyen a la necesaria articulación de una promesa colectiva sino de reconciliación, al menos de pacífica coexistencia social. Desde luego, nada de ello anuncia una sociedad sin conflictos, pero señala una dirección distinta para gestionarlos.

En suma, subestimar estas aportaciones finitas pero valiosas es renunciar a nuestra capacidad de intervención crítica en las condiciones del presente, sea en términos individuales como grupales. Detrás de ese renunciamiento lo que se esconde es el sacrificio propiciado por los intereses -más o menos espurios, más o menos inconfesables- de nuestros mandatarios. También hemos dicho que sólo la propia humanidad puede detener esas máquinas; sólo manos humanas pueden evitar el disparo. Y ahora es tiempo de agregar: que cuestionemos de diversas formas los discursos legitimistas, aunque no alcance para desmontar esas máquinas, puede erosionar su eficacia desmovilizadora, limitada a significar la guerra como una fatalidad, un camino inexorable ante el presunto mal absoluto del Otro. Es dar batalla simbólica a la lógica de la guerra; es luchar contra la reducción de todas las luchas ideológico-políticas a la gramática del enfrentamiento militarizado (incluso el que invoca, practicando el terrorismo de estado, la guerra contra el terror).

Digámoslo, por si quedara alguna duda, con Juan Gelman.

Confianzas

se sienta a la mesa y escribe
«con este poema no tomarás el poder» dice
«con estos versos no harás la Revolución» dice
«ni con miles de versos harás la Revolución» dice
y más: esos versos no han de servirle para
que peones maestros hacheros vivan mejor
coman mejor o él mismo coma viva mejor
ni para enamorar a una le servirán
no ganará plata con ellos
no entrará al cine gratis con ellos
no le darán ropa por ellos
no conseguirá tabaco o vino por ellos
ni papagayos ni bufandas ni barcos
ni toros ni paraguas conseguirá por ellos
si por ellos fuera la lluvia lo mojará
no alcanzará perdón o gracia por ellos
«con este poema no tomarás el poder» dice
«con estos versos no harás la Revolución» dice
«ni con miles de versos harás la Revolución» dice
se sienta a la mesa y escribe


¿Entonces?

Ni con miles de versos haremos la Revolución ni tomaremos el Poder; no cambiaremos la humanidad, no la haremos desistir de su atrincheramiento ante los otros. Y, sin embargo, seguimos escribiendo: para dar testimonio de las fosas, para denunciar la aniquilación, para interrogar los modos en que cimentamos nuestro bienestar y nuestra inmovilidad ante el dolor ajeno. Podríamos ser más concisos: para seguir luchando, a través de la palabra, puesto que, como dice Galeano, “el vencido no está del todo vencido hasta que le cierran la boca”.

Nuestra escritura, sin embargo, no se contenta con escribir: quiere derrotar nuestra pasividad, triunfar sobre la desactivación de la protesta que no se consuela con quedarse en sola protesta, cuestionar la separación de poesía y vida social, imaginar otras respuestas deseables, sumarnos como ciudadanos a una lucha simbólica (pero no menos real) ante la que nuestra impotencia es síntoma de la radical concentración de las decisiones públicas, de la enajenación de los estados con respecto a una parte significativa de las sociedades que dicen representar (al menos, en el contexto de las democracias representativas). Y es, también, síntoma de nuestro deseo de no querer participar en la guerra como espectáculo mediático, de resistirnos a presenciar de forma silenciosa la masacre generalizada, de negarnos a aceptar la reducción del crimen a una estética siniestra, que no duda en embellecer las tecnologías de la destrucción, de reactivar nuestra sensibilidad ante tanta muerte naturalizada. Porque la guerra, a pesar de Baudrillard, nunca se deja reducir a espectáculo, aunque ese sea su tratamiento prevalente: sean invisibilizados o exhibidos, los cuerpos inertes permanecen. Porque la muerte como amo absoluto -aunque se oculte tras la omisión más o menos deliberada, o tras la censura férrea de los genocidas- deja su marca traumática e irreparable. Sigue ahí.


















Puesto que somos parte de la humanidad, escribimos para cambiarnos a nosotros mismos y procurar convencer por medios dialógicos a quienes no están convencidos de que debemos cambiar. También los silencios pueden agujerearse, a pesar de que estos gritos apenas sean escuchados por quienes más responsabilidad tienen en ocasionarlos. Por sobre todo, es apuesta por subvertir la hegemónica cultura de la indiferencia, que se desentiende radicalmente de los derechos de los demás, empezando por el derecho a vivir.

En este sentido, aunque nuestra escritura se propusiera una tarea imposible, cortaría una cadena de complicidades ante una guerra que también se disputa en lo ideológico, en las reducciones simplistas y descalificatorias de los otros, en las condenas fáciles y prejuiciosas de otras culturas y pueblos. Más modestamente, nos permite evitar la clausura prematura de los interrogantes acerca de nuestras razones para escribir.

Ante las maquinarias humanas de producción de desgracia que operan en lo cotidiano y que, en el contexto presente, se estructuran sobre los flujos maquínicos del capitalismo, la literatura no debe limitarse a cantar a una felicidad que aparece como una experiencia efímera. También tiene que mostrar todo aquello que estas maquinarias –que constituyen al ser humano como engranaje- imposibilitan u obliteran. Y ese acto de mostrar, a través de la crítica a las injusticias históricas, la indagación abierta y la ensoñación misma, nos ayuda a seguir confiando en la posibilidad humana de auto-transformación, basada en un proyecto de autonomía individual y colectiva. Porque si hay algo que la poesía no debe perder es su capacidad para interrogar aquello que aparece como evidente. Sospechar esas evidencias es un modo de abrirnos a todo aquello que permanece a la sombra: es contribuir a crear las condiciones para reinventar nuestras subjetividades, encarnaciones concretas de un sistema de devastación planificada.

En efecto, la escritura produce subjetivaciones, incluyendo los andamiajes para radicalizar un compromiso antibelicista y reconocer al otro como sujeto humano, semejante y diferente a la vez. Nuestra única esperanza quizás resida allí. La poesía no cambiará la humanidad, pero puede que la humanidad, valiéndose de ésta y otros modos de subjetivación, se cambie a sí misma.


Arturo Borra

miércoles, 7 de enero de 2009

CINE Y POESÍA (III): La poética visual de Peter Greenaway

La escritura cinematográfica de Peter Greenaway no sólo es excepcional: está marcada por unas trazas inconfundibles, brillantes en muchos pasajes, por momentos radicalmente inabordable.
Su vasta filmografía desata pasiones diversas, desde la repulsión más visceral hasta una fascinación que deviene culto. En sus mejores momentos -también hay otros donde lo delirante y lo ilegible trazan escenas erráticas-, su estética se convierte en poesía de imágenes perennes. Con todos los recursos del cine movilizados, su obra se caracteriza por una estética del exceso, donde la yuxtaposición es recurso de producción de un excedente simbólico que obliga al retorno, a la detención en el vértigo, a surcar otra vez los dédalos del sentido (encarnado).
Mientras algunos cuestionan su obra remitiéndola al espíritu del postmodernismo (incluyendo allí su clara tendencia ecléctica, la supresión de relatos totalizadores, el estallido de la subjetividad, la apelación continua a la miscelánea, el esteticismo radical, entre otras cuestiones), otros defienden el carácter sobresaliente de su producción cinematográfica, remitida a la mejor tradición de un cine que no escatima en explorar el lenguaje propia y específicamente fílmico, ocupando así un lugar destacado en la historia del cine de autor.
En cualquier caso, aquí se recuperan fragmentos de tres de las que considero sus mejores películas: "El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante", "The pillow book" y "Zoo", verdaderas obras maestras del cine contemporáneo. Aunque las versiones están en diferentes idiomas, la sola visualización de estas escenas anticipa toda la magia que realizadores como P. Greenaway son capaces de crear. El lenguaje de la imagen, en este caso, adquiere creciente independencia para decir lo indecible.

miércoles, 31 de diciembre de 2008

«Prosa profana» - Arturo Borra



Lo milagroso –si
es que hay auténtico milagro en esta prosa profana- no
es que la vida persista con sus ruinas y su rutina a cuestas: su disparo en la nuca/
la agonía sin sepultura en el oprobio diario incluso de las plegarias
(orando a unos ángeles venideros).

Lo milagroso no es que abra mis ojos repletos de madrugada y estés a mi lado respirando tu penúltimo sueño. Tampoco que los siglos sigan abriéndose surco sobre un tiempo sonoro de derrotas/ y los sepultados se aferren a los hilos deshilachados que les permitan subir al cielo –si es que hay cielo en la cuadrícula donde rezamos a nuestros muertos-. Ni siquiera
que sigas batiéndote en retirada entre las sábanas/ con tu desafío a la noche despierta. O que haya comunión y no sólo lejanía. No es que la sangre se derrame sobre el cáliz
de los abatidos/ que el incendio no se propague sobre todos los altares –y lloren las estatuas/ y bailen las vírgenes y no haya –o siga sin haber- milagro.
No es que haya aire –algo antes del crepúsculo donde combaten dioses y humanos
ni tampoco
que crezcan las lápidas y las lapidaciones/ los templos y los destiempos/ las tumbas en la lluvia/ o vos dándote la vuelta para respirar todavía la noche sobre la que escribo para volver a creer.

Lo milagroso –digo: si es que hay milagro- es que a pesar de las omisiones y los pronósticos/ a pesar de los catecismos y las liturgias solemnes/
la belleza
no sea un milagro contra todas las evidencias.

jueves, 25 de diciembre de 2008

CINE Y POESÍA (II): "Tan lejos, tan cerca", Wim Wenders




El cine, en sus mejores momentos, deviene poesía visual. Nos dona su belleza, nos ayuda a seguir soñando. Wim Wenders es de esos directores que no sólo contribuyen a reflexionar sobre nuestras existencias enlazadas, sino además a internarnos en las cartografías del deseo.

A.B.