La escritura cinematográfica de Peter Greenaway no sólo es excepcional: está marcada por unas trazas inconfundibles, brillantes en muchos pasajes, por momentos radicalmente inabordable.
Su vasta filmografía desata pasiones diversas, desde la repulsión más visceral hasta una fascinación que deviene culto. En sus mejores momentos -también hay otros donde lo delirante y lo ilegible trazan escenas erráticas-, su estética se convierte en poesía de imágenes perennes. Con todos los recursos del cine movilizados, su obra se caracteriza por una estética del exceso, donde la yuxtaposición es recurso de producción de un excedente simbólico que obliga al retorno, a la detención en el vértigo, a surcar otra vez los dédalos del sentido (encarnado).
Mientras algunos cuestionan su obra remitiéndola al espíritu del postmodernismo (incluyendo allí su clara tendencia ecléctica, la supresión de relatos totalizadores, el estallido de la subjetividad, la apelación continua a la miscelánea, el esteticismo radical, entre otras cuestiones), otros defienden el carácter sobresaliente de su producción cinematográfica, remitida a la mejor tradición de un cine que no escatima en explorar el lenguaje propia y específicamente fílmico, ocupando así un lugar destacado en la historia del cine de autor.
En cualquier caso, aquí se recuperan fragmentos de tres de las que considero sus mejores películas: "El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante", "The pillow book" y "Zoo", verdaderas obras maestras del cine contemporáneo. Aunque las versiones están en diferentes idiomas, la sola visualización de estas escenas anticipa toda la magia que realizadores como P. Greenaway son capaces de crear. El lenguaje de la imagen, en este caso, adquiere creciente independencia para decir lo indecible.
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