domingo, 18 de diciembre de 2011

«Como sitiado por una eternidad» -Héctor Viel Temperley


“Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo”.

H.V.T.

Larga esquina de verano

¿Toda la arena de esta playa quiere llenar mi boca? ¿Ya todo hambre de Rostro ensangrentado quiere comer arena y olvidarse?

Aves marinas que regresan de la velocidad de Dios en mi cabeza: No me separo de las claras paralelas de madera que tatuaban la piel de mis brazos junto a las axilas; no me separo de la única morada -sin paredes ni techo- que he tenido en el ígneo brillante de extranjero del centro de los patios vacíos del verano, y soy hambre de arenas -y hambre de Rostro ensangrentado.

Pero como sitiado por una eternidad, ¿yo puedo hacer violencia para que aparezca Tu Cuerpo, que es mi arrepentimiento? ¿Puedo hacer violencia de pugilista africano de hierro y vientre almohadillado que es mi pieza sin luz a la una de la tarde mientras el mar -afuera- parece una armería? Dos mil años de esperanza, de arena y de muchacha muerte, ¿Pueden hacer violencia? Con humedad de tienda que vendía cigarrillos negros, revólveres baratos y cintas de colores para disfraces de Carnaval, ¿se puede todavía hacer violencia?

Sin Tu cuerpo en la tierra muere sin sangre el que no muere mártir; sin Tu Cuerpo en la tierra soy la tratienda de un negocio donde se deshacen cadenas, brújulas, timones -lentamente como hostias- bajo un ventilador de techo gris; sin Tu Cuerpo en la tierra no sé cómo pedir perdón a una muchacha en la punta de guadaña con rocío del ala izquierda del cementerio alemán (y la orilla del mar -espuma y agua helada en las mejillas- es a veces un hombre que se afeita sin ganas días tras día).

Tengo la cabeza vendada

Mi cabeza para nacer cruza el fuego del mundo pero con una serpentina de agua helada en la memoria. Y le pido socorro.

La libertad, el verano (fragmento)

(...)

Tengo la foto de dos novios que cayeron al mar. Están vestidos de invierno, los invito a desnudarse. En las siestas nos sentamos junto a la bomba de agua y nos miramos: de nuevo embolsan luz los pechos de ella; él amaba a los caballos y una vez intentó suicidarse.

De Hospital Británico.





«Poeta de brazadas frenéticas»-Tamara Kamenszain---
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Este no parece ser un país de poetas “grandes”. Ninguna voz fuerte y central, ningún Neruda, ningún Dario, ningún Octavio Paz. Sin embargo, no hay duda de que la Argentina tiene un semillero de grandes poetas que escriben para devenir menores. Girondo, Juanele Ortiz, Mastronardi, Amelia Biagioni, son sólo algunos de los que, sorteando cualquier ademán de monumentalidad, dieron a luz una obra en sordina cuyos susurros y tartamudeos no llegaron a escucharse en los pasillos del Nobel. Y dentro de ese archivo, Héctor Viel Temperley (1933-1987) es tal vez el más inhallable, el más esquivo. Inhallable porque sus libros circularon poco y en ediciones más que restringidas pero también por razones de estilo: como la de todos los que trabajan a contrapelo de la centralidad literaria, su poesía sólo se deja leer corrida de lugar.

Así hay que entender “Crawl”, ese libro cuyo emblemático estribillo –“Vengo de comulgar y estoy en éxtasis”- vienen repitiendo como contraseña los lectores de culto de tres generaciones. La sorpresa con que en cada una de las vueltas de ese verso se redispara el sentido es lo que hace de Viel un inapresable. “Aunque comulgué como un ahogado”, dice por ejemplo una de las vueltas como advirtiendo acerca de las consecuencias más bien bajas de todo éxtasis. La poesía natatoria de “Crawl” se escurre en esas brazadas transitivas que incluso quedan grabadas en la disposición de los versos. (En una memorable entrevista de Sergio Bizzio en la desaparecida revista “Vuelta Sudamericana”, el poeta se refiere a ese dibujo que arman los versos y que, vistos desde arriba, podrían parecerse a un hombre nadando crawl). La religiosidad también opera corrida de lugar: nadie podría encasillar a Viel Temperley como un “poeta católico” a menos que se le permitiera comulgar “con los cosacos” o transformar los rituales en operatorias de fuga (“quién puso en mí esa misa a la que nunca llego”). “Religiosidad surrealista”, definió el poeta en la misma entrevista a esa particular estética que lo guía. Una estética que encontraría, en “Hospital Británico”, su punto más alto.

Los datos biográficos consignan que Viel Temperley murió de un tumor cerebral. Y su último libro de poemas, “Hospital Británico”, es algo así como un diario de la enfermedad con la cronología trastocada. Un moribundo que confiesa “Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la luz horas y horas. Soy feliz”, va repasando su obra anterior para encontrar lo que él llama “textos proféticos lejanos”. Son ni más ni menos que los indicios, en la escritura, de una enfermedad que se declararía muchos años después. Así es como alguien que sabe que va a morir se autoencarga una antología de su propia obra cosida con el hilo conductor de la muerte. El resultado es una experiencia extrema, fechada saltando hacia atrás y hacia delante, una experiencia que no tiene parangón en la poesía del siglo XX. Sólo quien sabe que se escribe a la medida de la mortalidad, puede buscar (y encontrar) los indicios, en la obra, de una vida dedicada a la literatura.

Así es como esta edición, donde “Crawl” y “Hospital Británico” fueron reeditados juntos, permite leer ambos libros de una manera nueva: buscando en cada uno lo que, como anticipo o como antología, se va diciendo del otro. Esa es la particular idea de “obra” que propone Viel. No hay duda de que sin entrar en contacto con esos libros a los que permanentemente nos reenvía “Legión Extranjera” (1978), “Carta de Marear” (1976) y “Humanae Vitae” (1969) -todavía no leímos “Hospital Británico”. Y ni que hablar de la sorpresa que seguramente nos depararían los desconocidísimos cinco libros anteriores entre los que figura “El Nadador” (1967) que ya desde el título mismo promete otra vuelta de tuerca para “Crawl”.

Una edición exhaustiva de Héctor Viel Temperley, entonces, se vuelve imprescindible. Pero no para momificarlo, no para hacer de él un poeta que parezca “grande”, sino para entender mejor cómo, encogiéndose en el agua, corriéndose siempre de lugar con brazadas frenéticas, un estilo único e inimitable se mantiene siempre a flote.

Sábado, 22 de Junio del 2002

jueves, 24 de noviembre de 2011

«Lo que el amor les hace a los poetas» -un poema de Ezequiel Zaidenwerg






















no es trágico: es atroz. Les sobreviene
una luctuosa ruina a los poetas que el amor captura,
sin importar su orientación o identidad
poética. El amor lleva al total desastre
de la uniformidad a los poetas gay,
a los poetas pansexuales y bisiestos,
y a las poetas y poetrices feministas, fementidas o veraces;
a los obsesionados con el género
y a los degenerados por igual, y a los perversos polimorfos:
y hasta los fetichistas de los pies
del verso capitulan a las plantas del amor,
que no distingue ideología,
programa ni poética. A los vates de la torre de marfil
los precipita del penthouse ebúrneo
directo a planta baja. A los apóstoles
del Zeitgeist, que proclaman sin empacho que la lírica está
muerta,
les permite insistir en el error
y en sus prolijas parrafadas. Les produce una hemorragia
palatal
a los que comban parcos aforismos diagonales,
a los herméticos de lata, a los que envasan
sus versos al vacío, a los falsarios del silencio,
y a los que fraguan haikus castellanos
al itálico modo. A los puristas de la voz les corta en seco
su dulce lamentar, y a los maniáticos del ritmo
les quiebra las falanges, y estropea
el íntimo metrónomo que llevan junto al corazón
para marcar el paso de sus versos. Les compone el sensorio
a los videntes y malditos y demás
rebeldes e insurrectos sin razón ni causa
poética, y les cura el desarreglo razonado
de todos los sentidos. Desaloja de su noche oscura
a los que piden luz para el poema
en las cavernas del sentido, y los devuelve sin escalas
a la trasnoche de la carne literal. Lo que el amor
les hace a los poetas, con paciencia y mansedumbre,
mientras las mariposas lentamente les ulceran el estómago
y el páncreas poco a poco deja de funcionar,
es harto inconveniente. A los que buscan con ahínco
y precisión de cirujano la palabra justa, les arruina
el pulso, y en lugar de dar la vida, la aniquilan en su afán.
Y a los que con ardor y devoción persiguen
un absoluto en el poema, como un grial
todo de luz, tirante, diáfana y febril,
les nubla las certezas, y el deseo mismo
de saciar su ansiedad. Lo que el amor
les hace a los poetas, inadvertidamente,
mientras cosen y cantan y se atoran de perdices, es agudo, terminal
y fulminante. Es un torrente arrollador
de prosa, que espolea y multiplica, en progresión
exponencial,
a los zopencos y palurdos de la poesía:
a los que cortan sin razón sus versos diminutos;
a los jinetes compulsivos;
a los diseñadores tipográficos del verso;
a los que quiebran la sintaxis sin saber
torcerla; a los que escarban en el éter a la busca de
inauditos
neologismos inaudibles;
a los modernos sin pretexto; a los que creen descubrir
la pólvora en sus versos balbucientes;
a los contestatarios automáticos y a los porno-poetas;
a los que sueltan grandes nombres por la densa
fronda de sus poemas, como Hansel y Gretel esparcían
migas; a los que impostan en su voz
vacante los mohines de una infancia lobotomizada;
a los poetas bellos y felices, caprichosos;
a las tribus urbanas y los groupies de la poesía pubescente;
a los poetas pop y los rockstars del verso;
a los videopoetas y performers;
a los ovni-poetas, voladores o rastreros, identificados;
a los objetivistas sin objeto
ni vista; a los que exigen que el poema
se vista de mendigo; a los filósofos poetas;
y a los cultores convencidos
de la “prosa poética”. El amor,
que mueve el sol y a los demás poetas,
los lleva hasta el postrero paroxismo: los convierte
en tierra, en humo, en sombra, en polvo, etcétera:
en polvo enamorado.
Y si resulta todavía que entre ellos
se aman amorosos los poetas pares,
felices en su amor solar sin escansión,
como si fueran en verdad el uno para el otro
un agujero negro de opiniones nebulosas,
tácitas palmaditas en la espalda y comentarios tibios al
pasar,
enanos, enfriándose, se absorben entre sí
y desaparecen.

Ezequiel Zaidenwerg, La lírica está muerta (Editorial Vox, Bahía Blanca / Buenos Aires, 2011).
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sábado, 22 de octubre de 2011

«Gramática de papá» -José Koser



Había que ver a este emigrante balbucir verbos de yiddish a español,
 había que verlo entre esquelas y planas y bolcheviques historias
naufragar frente a sus hijos,
su bochorno en la calle se parapetaba tras el dialecto de los gallegos,
              la mercancía de los catalanes,
se desplomaba contundente entre los andrajos de sus dislocadas,
            [conjugaciones,
 decía va por voy, ponga por pongo, se zumbaba las preposiciones,
 y pronunciaba foi, joives decía y la calle resbalaba,
 suerte funesta déspota la burla se despilfarra por las esquinas,
 y era que el emigrante se enredaba con los verbos,
 descargaba furibunda acumulación de escollos en la penuria de
              [trabalenguas,
 hijos poetas producía arrinconado en los entrepaños del número y
            [desencanto de negociaciones,
y ahora sus hijos lo dejaban como un miércoles muerto de ceniza,
sus hijos se marchaban hilvanando castellanos,
ligerísimo sus hijos redactando una sintaxis purísima,
padres a hijos dilatando la suprema exaltación de las palabras,
húmedo el emigrante se encogía entre los últimos desperfectos de
              [su vocabulario rojo,
último padecía para siempre impedido entre las lágrimas del Niemen,
              fin de Polonia.


José Koser



José Kozer nació en La Habana en 1940 y en 1960 emigró a Estados Unidos. Enseñó lengua y literatura en el Queens College de Nueva York. Ha publicado alrededor de cincuenta libros. Padres y otras profesiones (Ediciones Villamiseria, Nueva York, 1972), Este judío de números y letras (Tenerife, 1975), El carillón de los muertos (Último Reino, Buenos Aires, 1988), Trazas del lirondo (Casa del Tiempo, México, 1993),  Dípticos (Bartleby Editores, Madrid, 1998), La Maquinaria Ilimitada (México, Ed. Sin nombre, 1998), Rosa cúbica (Buenos Aires. Ed. Tse Tsé, 2002), La voracidad grafómana: José Kozer (Edición de Jacobo Sefamí, México DF, Facultad de Filosofía y Letras de la Unam, 2002), Ánima (México DF, México, FCE, 2002), Un caso llamado FK. (México DF, México, Ed. Sin nombre, 2002), entre otros.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Fragmentos poéticos de Noni Benegas: “la oración atropellada”

Leer de muchas maneras. Lecturas oblicuas, transversales, deteniéndose en lugares que el texto mismo no prevé, inclinándose sobre notas de viaje que quizás abrigan la promesa de un portulano. Desafiar así la ley prescripta del autor, incluso como forma de escuchar sus latidos más inadvertidos. Tal vez esa sea la aventura de cualquier lector: trazar sus propios énfasis, leer a contramano, bajo superficie, en los intersticios en los que se insinúa una herida. Si la lectura siempre es ya reescritura, aquí, el texto que la orienta.

A.B.

 Río Cuja -Leo Matiz


No podía dormir. Hacer el viaje de ida al sueño para que luego, al salir de entretelones hacia la madrugada, se fuera produciendo alguna revelación.
No, ni tan siquiera ir hacia la escena del sueño podía.
Antes, solía resolverlo como una penitente ante el altar: la oración atropellada, a oscuras en la almohada. Fonética invocatoria, mientras empuja lo no resuelto de este lado, como un avío de jirones bajo la butaca.
Ahora lo extiende claro y sin arrugas; nota cómo lo plancha en la memoria y le quita la amenaza de los pliegues. Dice: esto es lo que nadie me puede quitar. Y mientras voltea de un lado al otro de la cama se inclina con ella, como la superficie de un estanque de agua cuajada y opaca.


*

Eres un afuera
adentro es el nudo deseante
que quiere todo
sin saber cuánto ni cómo;
condición de tu deseo:
siempre más.
Mentira,
no era tanto;
eran unos límites
para, de vez en cuando,
tener un adentro: hogar
Y te patea fuera.
Están las dos afuera.



Amparo en la ventana -Leo Matiz



No se entrega, no se ofrenda en sacrificio, no arde con la familia. Se abstiene. Abstinencia. No era eso lo que quería amar.

*

El lugar tiene que ser inocente o haber sufrido mucho; nada deliberado. Fácil de descomponer, pero si fuera fijo, nunca un simulacro que le impidiese volcarlo a su favor.
El sistema del espacio, sus claves, no se sabrán sino después.
Quizás la única regla que se repita sea la de que no estaba destinado.

*

No sé si puede soportar que haya escritura.



De Noni Benegas, Fragmentos de un diario desconocido (2004)

lunes, 29 de agosto de 2011

"Para una nueva turba esperanzada" -poemas de Yaiza Martínez

 "La niña que miraba el infinito"- Nicoleta


Deuda del conocimiento: almas al fondo,
para tu grandeza.

Ahora, dibuja en tu mundo pequeño
las constelaciones
habla para quien nunca
podrá escucharte


-Se inclina con la sal
abre las hojas


*

Al otro lado del prisma,
aún llorando
-como sólo saben llorar los muertos-
tomaste entre tus manos las piedras asesinas


conociste en profundidad la imposición del silencio
tu cabeza castigada por -nadie lo dijo



 "Y es tan frágil"-Nicoleta



Aún llorando,
tomaste las piedras entre tus manos y, una por una,
las colocaste en el orden dictado por el rumor


de las constelaciones



Una vez más, te dispusiste a conocer

la trampa de la luz


*

Ahora, Carmen, te entretienes, en este poema,
en pegarme los trozos rotos
y adecentar la alacena de mis huesos

En el tiempo espiral,
nos cosíamos, la una a la otra,
al mundo


como ramitas


 "El largo viaje"-Nicoleta




Ahora: la ciudad dentro de un círculo y el círculo en el
hijo. Mira hacia atrás, para cerrar la letra.
O, más blanca, dispone el inicio: sabia en el arte del lanzamiento,
encogida siempre de hombros


mira al cielo, bajo sus pies


Yaiza Martínez, Los perros del cielo, Leteo, 2010, León.







Para una nueva turba esperanzada

Por su elaboración circular –un círculo que no cierra-, su música sutil y su apertura semántica, Siete - Los perros del cielo es un poemario inusual en el campo poético español actual. Lo señala su capacidad de adentrarse en un universo singularizado, a pesar de unas resonancias ancestrales que conectan a una historia más vasta, que incluye esa trama oscura de un linaje expoliado, esa constelación inestable ligada quizás a la «feminidad» que se abre paso en la “loza heredada”, entre todas las muertes arrastradas: sólo la cabeza sobresale del polvo, pero precisamente porque sobresale sigue siendo posible soñar.

En ese terreno resbaladizo, es difícil no incurrir en tópicos, golpes de efecto, cierta grandilocuencia retórica e incluso una forma de victimización. Todo eso es típico en estas regiones discursivas. Precisamente esas cualidades negativas (lo que el texto elude), suponen un trabajo de tachadura o autoconstricción que se percibe especialmente cuando está ausente, es decir, cuando sentimos que el poema echa mano a recursos fáciles por no poder sostener un tiempo interno, un ritmo, una musicalidad suave, sin grandes acordes.

Lo más relevante: la escritura de Yaiza no evita riesgos, sino que los atraviesa, empezando por un lenguaje que no excluye términos teóricos y que podría conducir a un sesgo teorizante que horade la posibilidad misma de la poesía (o la reinvente como teoría). Lo interesante es que, en esta constelación, esos términos que trazan un programa se anudan con unas incertidumbres seminales. Se abren así a una indagación, que es también reconstrucción de unas memorias sobrevivientes o, mejor, de una experiencia de la génesis olvidada, de una “mancha en la memoria”, aquello que fue borrado, que necesita reconstruirse. Esa operación es también retorno a la materia viviente en la que se cifra una promesa: la apertura del porvenir.

No podría ser un trabajo sencillo: esa voluntad reconstructiva tiene que afrontar la interrogación por el lenguaje con el que se urde el poema. Tiene que recorrer un espacio de incerteza antes de hacerse tierra; necesariamente, debe pasar por el agua en el que todo tambalea. La (re)iteración forma parte quizás de esa gestación de una estirpe dañada que sigue leyendo un antiquísimo pergamino. Tal vez sólo entonces, en ese suelo creado, apoyar los crecimientos, las ramas, los frutos. Y la “infinita esperanza de la turba” a la que pueda dar lugar. Porque a través de los linajes hay también una línea de fuga, aquella que anuncia la posibilidad más íntima de una libertad siempre incipiente. Incluso, una libertad en la extranjería: en el rebasamiento del círculo, en una reiteración que no cancela la diferencia del que escribe, a pesar de la carcajada.

Siete. Los perros del cielo podría leerse de dos maneras diametralmente opuestas. Como la ratificación de una «esencia femenina» o, más radicalmente, como la reconstrucción de una trama inestable en la que no hay centro. No habría más identidad que aquella que nos donan (y nos arrebatan) los otros. Esos otros, a veces pequeñitos, que ayudan a sobrellevar el dolor. El hijo: quien nos sostiene y a quien sostendremos aunque seamos incapaces de comprender su gozo. Quien forja una costura para cocerse al mundo.

Sustancia y gracia: nada es evidente aquí; las elipsis, las alteraciones sintácticas, las omisiones, remiten a una trama (necesariamente) incompleta, a la que le faltan piezas imposibles de restituir. No sólo la maternidad es génesis: en este círculo roto (el círculo de las opresiones y los silenciamientos) la escritura misma es alumbramiento de sentido, incluso si ese alumbramiento tuviera que cargar las hojas de sal. No me parece casual –incluso si no fuera consciente- el juego de paralelismos que hay entre génesis y escritura, vida y signo (que incluye la cifra). El lenguaje refracta la trampa de la luz sin renunciar a la gracia que colorea los instantes. 

Quizás también exista una saga del miedo a morir sin voz, acallada bajo las piedras. Miedo atávico, que traza una línea por la que engendrar una fuga sin huida. Una salida, si se prefiere, a través de la escritura-niña o del poema-madre. En esta constelación, la tierra-matriz es génesis de esa estructura arbórea que fecunda una vida tantas veces maltratada. Los perros del cielo guían los pasos divididos; son metáfora de una reunificación prometida: un haz que retorna sobre el sueño que ahuyenta la herrumbre. Ningún sacerdocio ni doctrina literal que esgrimir: sólo una lejanía buscada en la que podamos reinventarnos.   

Arturo Borra, 7 de marzo de 2011



viernes, 22 de julio de 2011

Dos poemas de Rosa María Pargas : "masticar la noche"


 


















  

Hubiera querido

Hubiera querido traspasar tu cuerpo,
hasta diluirme en tu sangre somnolienta,
y conocerme al revés,
y salirme
y verme al verte.
Hubiera querido masticar la noche
y tragarla muy despacio
hasta vomitarla y detenerla.
Hubiera querido que tus pies helados
se quedaran atracados en la cama
y yo atracarme en tu cuerpo cálido
y hacernos esclavos infinitos de las ganas.
Hubiera querido muchas cosas
alargar la distancia de mi cuerpo
abarcarme y abarcarte más...
Entrar, ser vos,
salir, dejar de serlo.
Apretarte, apretarme.
Estar siempre mojada de tus hijos,
llenarme las manos con tu pelo,
recorrer con mi lengua las raíces de tus cosas,
todo muy rápido, ¡todo al mismo tiempo...! ...
pero el tiempo se viene y hay que caminarlo para hacerlo.
Porque desde allá, desde donde el carajo está siendo razonado,
y el fusil ya se abre paso entre los dedos
porque el hambre ya se transformó en bostezo largo
y el sueño, como el pan, en un misterio.
Se oye un grito gritando para todos.
El que no quiera escuchar, se irá muriendo…
Hubiera querido tantas cosas, dije,
y no me alcanzó el tiempo.


* Poema escrito dentro de la cárcel de Rawson, después de la Masacre de Trelew, pensando que su compañero Alberto Miguel Camps había muerto.
















La voz vino temprano...

La voz vino temprano, sonó de lejos,
rompió el silencio del encierro
pero uno le pone nombre a la muerte
o no le cree.
Al mediodía cantó el dolor
los nombres fusilados
cada uno de nosotros recogió
la bronca de los disparos por la espalda
asimiló la ausencia como pudo
y estamos aguardando.
Porque vino un hombre
mezclado entre nosotros,
porque las cosas van cambiando
y hay un señor que sin saber bien por qué
también está esperando.
Reviso la lista del combatiente muerto
y entiendo que el motivo irá grabado
en los dieciséis proyectiles que usaremos
o en las dieciséis combinadas formas
de matar lo que elijamos.
Miles de ojos te espían
no te escondas capitán.

* Al capitán Sosa, quien impartió la orden de fusilamiento en lo que fue la masacre de Trelew.





Rosa María Pargas nació el 10 de agosto de 1949 en Gualeguaychú, Entre Ríos. A los 20 años viaja a La Plata para iniciar su carrera de Sociología que más tarde continúa en Capital Federal, donde comienza a participar activamente en diversas agrupaciones políticas. En 1972 es detenida en Flores y trasladada al penal de Villa Devoto y más tarde al penal de Rawson. Allí conoce a su compañero Alberto Miguel Camps, uno de los sobrevivientes de la Masacre de Trelew. Trasladada nuevamente a Devoto es liberada gracias a la amnistía del gobierno de Cámpora. En 1974, se exilia junto a su pareja en Perú, México e Italia. Al poco tiempo regresan al país clandestinamente y continúan su militancia dentro de la organización Montoneros. El 16 de agosto de 1977, Alberto es asesinado en un operativo parapolicial y Rosa maría secuestrada. Al día de hoy permanece desaparecida, siendo vista por última vez, en el CCD “El Vesubio”.

domingo, 3 de julio de 2011

Tres poemas de Juana Bignozzi















La vida plena

A algunos les han quitado las ganas de hablar,
pasan mudos por el amor, aman perros vagabundos
y tienen una piel tan sensible
que nuestros pequeños saludos cotidianos
pueden producirles heridas casi de muerte.
Nosotros, seres amables e inofensivos,
miramos los gatos enfermos, las mujeres con collares
que pasan por la calle
y sentimos un desamor agradable,
casi suficiente.

De Mujer de cierto orden (1967)













Extrañas parejas

siempre volví en olor de bienvenida
flores animalitos de mis colores
corazones de papel que son los que me importan
y ahora entro en una casa donde
hay que dar la luz y el agua
y no buscar bebida en vaso limpio no la hay
sólo una voz por el teléfono

he aceptado entrar en una casa a oscuras
para que en mi vida no echara raíces el patetismo

De Interior con poeta (1993)
















Interior con poeta III

Desde mi ventana
silencio de verano silencio de invierno
veo servir la comida
encenderse las luces
lámparas del atardecer mesas del mediodía
¿acogerían ellos a una sin patria?
¿no estaría mi corazón para siempre en otra tierra?
soy ajena a las ceremonias de la costumbre
que suelen acogerme para señalarme extranjera
vidas de espaldas al mar que es el camino de mi vida

De Interior con poeta (1993)