domingo, 25 de septiembre de 2011

Fragmentos poéticos de Noni Benegas: “la oración atropellada”

Leer de muchas maneras. Lecturas oblicuas, transversales, deteniéndose en lugares que el texto mismo no prevé, inclinándose sobre notas de viaje que quizás abrigan la promesa de un portulano. Desafiar así la ley prescripta del autor, incluso como forma de escuchar sus latidos más inadvertidos. Tal vez esa sea la aventura de cualquier lector: trazar sus propios énfasis, leer a contramano, bajo superficie, en los intersticios en los que se insinúa una herida. Si la lectura siempre es ya reescritura, aquí, el texto que la orienta.

A.B.

 Río Cuja -Leo Matiz


No podía dormir. Hacer el viaje de ida al sueño para que luego, al salir de entretelones hacia la madrugada, se fuera produciendo alguna revelación.
No, ni tan siquiera ir hacia la escena del sueño podía.
Antes, solía resolverlo como una penitente ante el altar: la oración atropellada, a oscuras en la almohada. Fonética invocatoria, mientras empuja lo no resuelto de este lado, como un avío de jirones bajo la butaca.
Ahora lo extiende claro y sin arrugas; nota cómo lo plancha en la memoria y le quita la amenaza de los pliegues. Dice: esto es lo que nadie me puede quitar. Y mientras voltea de un lado al otro de la cama se inclina con ella, como la superficie de un estanque de agua cuajada y opaca.


*

Eres un afuera
adentro es el nudo deseante
que quiere todo
sin saber cuánto ni cómo;
condición de tu deseo:
siempre más.
Mentira,
no era tanto;
eran unos límites
para, de vez en cuando,
tener un adentro: hogar
Y te patea fuera.
Están las dos afuera.



Amparo en la ventana -Leo Matiz



No se entrega, no se ofrenda en sacrificio, no arde con la familia. Se abstiene. Abstinencia. No era eso lo que quería amar.

*

El lugar tiene que ser inocente o haber sufrido mucho; nada deliberado. Fácil de descomponer, pero si fuera fijo, nunca un simulacro que le impidiese volcarlo a su favor.
El sistema del espacio, sus claves, no se sabrán sino después.
Quizás la única regla que se repita sea la de que no estaba destinado.

*

No sé si puede soportar que haya escritura.



De Noni Benegas, Fragmentos de un diario desconocido (2004)

lunes, 29 de agosto de 2011

"Para una nueva turba esperanzada" -poemas de Yaiza Martínez

 "La niña que miraba el infinito"- Nicoleta


Deuda del conocimiento: almas al fondo,
para tu grandeza.

Ahora, dibuja en tu mundo pequeño
las constelaciones
habla para quien nunca
podrá escucharte


-Se inclina con la sal
abre las hojas


*

Al otro lado del prisma,
aún llorando
-como sólo saben llorar los muertos-
tomaste entre tus manos las piedras asesinas


conociste en profundidad la imposición del silencio
tu cabeza castigada por -nadie lo dijo



 "Y es tan frágil"-Nicoleta



Aún llorando,
tomaste las piedras entre tus manos y, una por una,
las colocaste en el orden dictado por el rumor


de las constelaciones



Una vez más, te dispusiste a conocer

la trampa de la luz


*

Ahora, Carmen, te entretienes, en este poema,
en pegarme los trozos rotos
y adecentar la alacena de mis huesos

En el tiempo espiral,
nos cosíamos, la una a la otra,
al mundo


como ramitas


 "El largo viaje"-Nicoleta




Ahora: la ciudad dentro de un círculo y el círculo en el
hijo. Mira hacia atrás, para cerrar la letra.
O, más blanca, dispone el inicio: sabia en el arte del lanzamiento,
encogida siempre de hombros


mira al cielo, bajo sus pies


Yaiza Martínez, Los perros del cielo, Leteo, 2010, León.







Para una nueva turba esperanzada

Por su elaboración circular –un círculo que no cierra-, su música sutil y su apertura semántica, Siete - Los perros del cielo es un poemario inusual en el campo poético español actual. Lo señala su capacidad de adentrarse en un universo singularizado, a pesar de unas resonancias ancestrales que conectan a una historia más vasta, que incluye esa trama oscura de un linaje expoliado, esa constelación inestable ligada quizás a la «feminidad» que se abre paso en la “loza heredada”, entre todas las muertes arrastradas: sólo la cabeza sobresale del polvo, pero precisamente porque sobresale sigue siendo posible soñar.

En ese terreno resbaladizo, es difícil no incurrir en tópicos, golpes de efecto, cierta grandilocuencia retórica e incluso una forma de victimización. Todo eso es típico en estas regiones discursivas. Precisamente esas cualidades negativas (lo que el texto elude), suponen un trabajo de tachadura o autoconstricción que se percibe especialmente cuando está ausente, es decir, cuando sentimos que el poema echa mano a recursos fáciles por no poder sostener un tiempo interno, un ritmo, una musicalidad suave, sin grandes acordes.

Lo más relevante: la escritura de Yaiza no evita riesgos, sino que los atraviesa, empezando por un lenguaje que no excluye términos teóricos y que podría conducir a un sesgo teorizante que horade la posibilidad misma de la poesía (o la reinvente como teoría). Lo interesante es que, en esta constelación, esos términos que trazan un programa se anudan con unas incertidumbres seminales. Se abren así a una indagación, que es también reconstrucción de unas memorias sobrevivientes o, mejor, de una experiencia de la génesis olvidada, de una “mancha en la memoria”, aquello que fue borrado, que necesita reconstruirse. Esa operación es también retorno a la materia viviente en la que se cifra una promesa: la apertura del porvenir.

No podría ser un trabajo sencillo: esa voluntad reconstructiva tiene que afrontar la interrogación por el lenguaje con el que se urde el poema. Tiene que recorrer un espacio de incerteza antes de hacerse tierra; necesariamente, debe pasar por el agua en el que todo tambalea. La (re)iteración forma parte quizás de esa gestación de una estirpe dañada que sigue leyendo un antiquísimo pergamino. Tal vez sólo entonces, en ese suelo creado, apoyar los crecimientos, las ramas, los frutos. Y la “infinita esperanza de la turba” a la que pueda dar lugar. Porque a través de los linajes hay también una línea de fuga, aquella que anuncia la posibilidad más íntima de una libertad siempre incipiente. Incluso, una libertad en la extranjería: en el rebasamiento del círculo, en una reiteración que no cancela la diferencia del que escribe, a pesar de la carcajada.

Siete. Los perros del cielo podría leerse de dos maneras diametralmente opuestas. Como la ratificación de una «esencia femenina» o, más radicalmente, como la reconstrucción de una trama inestable en la que no hay centro. No habría más identidad que aquella que nos donan (y nos arrebatan) los otros. Esos otros, a veces pequeñitos, que ayudan a sobrellevar el dolor. El hijo: quien nos sostiene y a quien sostendremos aunque seamos incapaces de comprender su gozo. Quien forja una costura para cocerse al mundo.

Sustancia y gracia: nada es evidente aquí; las elipsis, las alteraciones sintácticas, las omisiones, remiten a una trama (necesariamente) incompleta, a la que le faltan piezas imposibles de restituir. No sólo la maternidad es génesis: en este círculo roto (el círculo de las opresiones y los silenciamientos) la escritura misma es alumbramiento de sentido, incluso si ese alumbramiento tuviera que cargar las hojas de sal. No me parece casual –incluso si no fuera consciente- el juego de paralelismos que hay entre génesis y escritura, vida y signo (que incluye la cifra). El lenguaje refracta la trampa de la luz sin renunciar a la gracia que colorea los instantes. 

Quizás también exista una saga del miedo a morir sin voz, acallada bajo las piedras. Miedo atávico, que traza una línea por la que engendrar una fuga sin huida. Una salida, si se prefiere, a través de la escritura-niña o del poema-madre. En esta constelación, la tierra-matriz es génesis de esa estructura arbórea que fecunda una vida tantas veces maltratada. Los perros del cielo guían los pasos divididos; son metáfora de una reunificación prometida: un haz que retorna sobre el sueño que ahuyenta la herrumbre. Ningún sacerdocio ni doctrina literal que esgrimir: sólo una lejanía buscada en la que podamos reinventarnos.   

Arturo Borra, 7 de marzo de 2011



viernes, 22 de julio de 2011

Dos poemas de Rosa María Pargas : "masticar la noche"


 


















  

Hubiera querido

Hubiera querido traspasar tu cuerpo,
hasta diluirme en tu sangre somnolienta,
y conocerme al revés,
y salirme
y verme al verte.
Hubiera querido masticar la noche
y tragarla muy despacio
hasta vomitarla y detenerla.
Hubiera querido que tus pies helados
se quedaran atracados en la cama
y yo atracarme en tu cuerpo cálido
y hacernos esclavos infinitos de las ganas.
Hubiera querido muchas cosas
alargar la distancia de mi cuerpo
abarcarme y abarcarte más...
Entrar, ser vos,
salir, dejar de serlo.
Apretarte, apretarme.
Estar siempre mojada de tus hijos,
llenarme las manos con tu pelo,
recorrer con mi lengua las raíces de tus cosas,
todo muy rápido, ¡todo al mismo tiempo...! ...
pero el tiempo se viene y hay que caminarlo para hacerlo.
Porque desde allá, desde donde el carajo está siendo razonado,
y el fusil ya se abre paso entre los dedos
porque el hambre ya se transformó en bostezo largo
y el sueño, como el pan, en un misterio.
Se oye un grito gritando para todos.
El que no quiera escuchar, se irá muriendo…
Hubiera querido tantas cosas, dije,
y no me alcanzó el tiempo.


* Poema escrito dentro de la cárcel de Rawson, después de la Masacre de Trelew, pensando que su compañero Alberto Miguel Camps había muerto.
















La voz vino temprano...

La voz vino temprano, sonó de lejos,
rompió el silencio del encierro
pero uno le pone nombre a la muerte
o no le cree.
Al mediodía cantó el dolor
los nombres fusilados
cada uno de nosotros recogió
la bronca de los disparos por la espalda
asimiló la ausencia como pudo
y estamos aguardando.
Porque vino un hombre
mezclado entre nosotros,
porque las cosas van cambiando
y hay un señor que sin saber bien por qué
también está esperando.
Reviso la lista del combatiente muerto
y entiendo que el motivo irá grabado
en los dieciséis proyectiles que usaremos
o en las dieciséis combinadas formas
de matar lo que elijamos.
Miles de ojos te espían
no te escondas capitán.

* Al capitán Sosa, quien impartió la orden de fusilamiento en lo que fue la masacre de Trelew.





Rosa María Pargas nació el 10 de agosto de 1949 en Gualeguaychú, Entre Ríos. A los 20 años viaja a La Plata para iniciar su carrera de Sociología que más tarde continúa en Capital Federal, donde comienza a participar activamente en diversas agrupaciones políticas. En 1972 es detenida en Flores y trasladada al penal de Villa Devoto y más tarde al penal de Rawson. Allí conoce a su compañero Alberto Miguel Camps, uno de los sobrevivientes de la Masacre de Trelew. Trasladada nuevamente a Devoto es liberada gracias a la amnistía del gobierno de Cámpora. En 1974, se exilia junto a su pareja en Perú, México e Italia. Al poco tiempo regresan al país clandestinamente y continúan su militancia dentro de la organización Montoneros. El 16 de agosto de 1977, Alberto es asesinado en un operativo parapolicial y Rosa maría secuestrada. Al día de hoy permanece desaparecida, siendo vista por última vez, en el CCD “El Vesubio”.

domingo, 3 de julio de 2011

Tres poemas de Juana Bignozzi















La vida plena

A algunos les han quitado las ganas de hablar,
pasan mudos por el amor, aman perros vagabundos
y tienen una piel tan sensible
que nuestros pequeños saludos cotidianos
pueden producirles heridas casi de muerte.
Nosotros, seres amables e inofensivos,
miramos los gatos enfermos, las mujeres con collares
que pasan por la calle
y sentimos un desamor agradable,
casi suficiente.

De Mujer de cierto orden (1967)













Extrañas parejas

siempre volví en olor de bienvenida
flores animalitos de mis colores
corazones de papel que son los que me importan
y ahora entro en una casa donde
hay que dar la luz y el agua
y no buscar bebida en vaso limpio no la hay
sólo una voz por el teléfono

he aceptado entrar en una casa a oscuras
para que en mi vida no echara raíces el patetismo

De Interior con poeta (1993)
















Interior con poeta III

Desde mi ventana
silencio de verano silencio de invierno
veo servir la comida
encenderse las luces
lámparas del atardecer mesas del mediodía
¿acogerían ellos a una sin patria?
¿no estaría mi corazón para siempre en otra tierra?
soy ajena a las ceremonias de la costumbre
que suelen acogerme para señalarme extranjera
vidas de espaldas al mar que es el camino de mi vida

De Interior con poeta (1993)

domingo, 29 de mayo de 2011

«Lugar» -un poema de Jorge Boccanera



Lugar,
es el nombre del animal más grande de la tierra.
Hay quienes aprovechan su sombra y no saben que existe.
O beben su saliva y la confunden con un río.
O duermen en los huecos que dejan sus pezuñas en la tierra,
y piensan que la tierra es así.
Los exiliados cargan sus pedazos de tiempo.
Otros clavan zapatos en el barro.

Hay ciegos que cambiaron la vista por una certidumbre.
Algún dios carpintero que fabricaba muebles repite
la sentencia:
"Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar”.
Pero los desaparecidos ¿dónde están?
Todo es ajeno aquí.
Somos los extranjeros de un lugar que era nuestro.

El deseo escribe en un libro sin hojas.
Alguien se prende fuego envuelto en un secreto.
Hay quienes buscan que el amor les corrija la rabia.
Otros rezan, divisan un lugar después de este lugar.
Está el que desespera :
“si ese animal ocupa tanto espacio, ¿por qué no puedo verlo?
Unos pocos eligen atravesar un sueño para llegar a un sueño.

¡Ah, si el silencio dijera sus lugares!
Ahora, cada baldosa es un campo de caza.
En días por venir, alguien
escarbará en las preguntas hasta desenterrar un fémur,
algún diente de lo que fue un lugar.
Pero no en esta casa con un piso de viento.
Nadie se mueve aquí, es el gran día.
Reparten un desierto entre todos los hombres.

Jorge Boccanera




Poeta, dramaturgo y ensayista argentino nacido en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, en 1952.
Desde 1976, a raíz del golpe de estado en su país, vivió largo tiempo exiliado en México y Centroamérica, ejerciendo periodismo y colaborando en diversas actividades literarias. Tras la dictadura militar se radicó nuevamente en su país, dedicándose por completo a la literatura.
En 1976 obtuvo el premio "Casa de las Américas" de Cuba, posteriormente el "Premio Nacional de poesía joven" en México y en 2008 el VIII Premio Casa de América de Poesía Americana por su libro "Palma real".
De sus libros de poesía destacan Los espantapájaros suicidas (1974), Noticias de una mujer cualquiera (1976), Contraseña (1976), Poemas del tamaño de una naranja (1979), Música de fagot y piernas de Victoria (1979),

Los ojos del pájaro quemado
(1980), Polvo para morder (1986), Sordomuda (1991), Zona de Tolerancia (1998), Bestias en un hotel de paso (2001) y Marimba (2006).

sábado, 7 de mayo de 2011

Dos poemas de Nazim Hikmet: "temblar siempre de frío"

¿Qué sobrevive del poema en la traducción? Y si la traducción es pérdida, ¿qué promesa persiste para seguir buscando en esas palabras del exilio? La pregunta insiste: ¿a quién puede dirigirse ese discurso de la extranjería que se cruza con lo intraducible?

A.B.

 


"Yo no quiero temblar siempre de frío"
N.H.


Praga optimista

1957,
diecisiete de enero
Son nueve horas en punto
El frío soleado que no sabe mentir
El frío es rosa pálido
----El frío es azul cielo
Mis bigotes rojizos corren riesgo de helarse
La ciudad de Praga está grabada sobre una copa de cristal
----Grabada con la punta de un diamante
Y si yo la tocara, ella resonaría
listada de oro, límpida y blanca.
Son nueve horas en punto
----en cada una de las torres
-------y en mi reloj-pulsera
El frío es asoleado y rosa pálido
El frío es azul cielo.
Son nueve horas en punto
En este minuto, en este instante
----ni una mentira ha sido dicha en Praga
En ese minuto, en ese instante
----las mandres alumbraron sin dolor
y por ninguna calle
----ha pasado siquiera un sólo entierro
En este minuto, en este instante
----todas las curvas han subido
-----------menos las de los enfermos-
En este minuto, en este instante
----son muy hermosas todas las mujeres, todos los hombres son inteligentes
los maniquíes de cera sin tristeza
En este minuto, en este instante
----en todas las escuelas, los niños respondieron
----sin balbucear a todas las preguntas
En este minuto, en este instante
----hubo carbón en todas las estufas
----todos los caloríferos marchaban
y como siempre recubierta de oro está la cumbre de la Torre-negra
En este minuto, en este instante
----los ciegos olvidaron sus tinieblas
----y sus jorobas los jorobados
En este minuto, en este instante
----yo no tengo siquiera un enemigo
Nadie podría imaginar tan sólo
que los días pasados pudieran retornar
En este minuto, en este instante
Venceslao bajó del caballo de bronce
----y se mezcló a la muchedumbre
----sin ser reconocido
En este minuto, en este instante
----el frío asoleado que no sabe mentir
----el frío es rosa pálido
----el frío es azul cielo
La ciudad de Praga está grabada sobre una copa de cristal
----Grabada con la punta de un diamante
Y si yo la tocara, ella resonaría
----listada de oro, límpida y blanca.







La red

Junto a esta orilla, en el umbral del mar
----------como una red
----------la lluvia me rodea
En los días lluviosos está en el mástil la bandera blanca
Llueve y de repente
----------es muy fácil morir
y esperar a la muerte es igualmente fácil


De Nazim Hikmet, Duro oficio el exilio


domingo, 10 de abril de 2011

Fragmentos de «El espacio literario como madriguera»


“Toda escritura nace de una herida que nunca cicatriza
porque su abertura es la posibilidad de la escritura”.
Eduardo Milán

Recurrir a Kafka suele ser una forma de olvido, de suprimir la extrañeza que contiene y borrar lo que tiene de más perturbador, reduciéndolo a “oficina de información de la situación del hombre” (eterna o actual) como decía Adorno. Contra el nombre como recurso de autoridad, cabe contraponer una reincidencia crítica que no nos exime del riesgo de pensar en los límites de lo conocido. Lo «extraño», en este punto, es una de las recurrencias en Kafka, esto es, aquello que horada cualquier vestigio de familiaridad, enfatizada por ese narrador que aun cuando accede a la «interioridad» de sus personajes –lo que no deja de resultar excepcional- no sólo no detenta sus claves, sino que además los devuelve con estupefacción, como si dios hubiera muerto desde mucho antes de que ellos nazcan, como si su nacimiento ya nada tuviera que ver con el padre fundador y no quedara más que orfandad. Extrañeza radical que impide, precisamente, la «identificación» y más si este recurrir es también una revuelta contra un cierto «interiorismo» -en particular, el que se quiere omnisciente- y una protesta contra las sirenas -que ya no cantan, que quizás nunca cantaron-.

Anticipemos que no se trata de arriesgar una nueva interpretación de Kafka, incluso admitiendo que “(…) la interpretación no es otra cosa que la posibilidad de equivocarse (…) (De Man, 1990: 216), más todavía si se considera la saturación que existe al respecto. Quisiera, en cambio, proponer una analogía, basada en “La construcción” [2001] ( ), relato elaborado por el autor el último año de su vida ( ). En términos generales, este texto puede ayudarnos a pensar el «espacio literario» no sólo como «campo social» específico (en tanto trama relacional de sentido y poder), sino en su condición más íntima, que es la del antagonismo del sujeto consigo mismo. La referencia a los otros y a lo otro resulta ineludible, aún si nos confináramos a un subsuelo donde guarecernos.


(...)

No hay salvación en absoluto para este sujeto asediado, incluso cuando ha construido un espacio que, sin ser autosuficiente (el protagonista se permite eventualmente algunas excursiones al exterior, reconociéndolas como “imprescindibles”), apenas necesita abandonar. Notemos, de paso, que lo mejor de esa construcción es su silencio, engañoso en tanto puede interrumpirse, pero existente aún. Hay asimismo plazas circulares en algunos intervalos de las galerías, en los que todavía duerme “el dulce sueño de la paz, del deseo satisfecho, de la alcanzada meta del dueño de casa” (2001: 115), hasta conducir a una plaza principal, dispuesta para resistir el asedio.

(...)


La desprotección de la obra es también indefensión del sujeto. El momento de la decisión, pues, está marcado por la imposibilidad de huir o quedarse. Tanto la huida como el asentamiento muestran su radical vulnerabilidad. Llega ese punto entonces en que ya no se desea la certidumbre. El enfrentamiento con estos antagonistas invisibles, a pesar de su mortificante posibilidad, no sobreviene. A lo sumo, anticipación de una lucha a muerte por una madriguera propia, sin intrusos. “… Pero todo permaneció sin alteración…” (2001: 149). Tal es la frase final, engañosa por sugerir un final abierto. Porque a pesar de esa amenaza recurrente, no hay resolución posible: todo permaneció sin alteración, sin momento culminante del conflicto y, por tanto, sin desenlace.

(...)

El sujeto literario, así pensado, es no-identidad consigo mismo: por eso la escritura está ligada a un «devenir» en el que la subjetividad ya no puede comunicarse de forma diáfana con los otros, pero tampoco puede acceder a una soledad absoluta. Por eso se trata de un sujeto escindido en un espacio inacabado, siempre-por-construir. Un sujeto sin identidad última es, esencialmente, inestable. Aunque pueda concebirse un «sujeto en falta» como irreductible a sus posiciones, la práctica (estética, ética, política) adquiere aquí un valor constitutivo. Los otros, incluso ese otro que es el sí mismo, están ahí, irreductiblemente. Y en esa interrelación constitutiva, por más desesperación que exista, por más lucha por la supervivencia que domine, la promesa de erotismo tampoco puede soslayarse sin más, aunque no sea sino para mitigar la división, el desasosiego, el repliegue.

(...)


Lejos nos hallamos de una resolución de la tensión esencial. Si el sujeto se constituye en relación con una exterioridad, será ineludible referirse a ella. Por eso la literatura es irreductible a una experiencia interior. El conocimiento de sí mismo resulta imposible sin una referencia a lo que no es de ese orden. La alteridad radical, en última instancia, no sólo contribuye al autoconocimiento sino que impide, simultáneamente, todo cierre cognoscitivo. Como momento perturbador, nos expone a la experiencia del desconocimiento. De forma inversa, nunca somos ese afuera. Hablar en su nombre es advenir como Sujeto mítico, lo que no es más que una trampa mortal: se termina haciendo de la madriguera un tabú, convirtiendo sus recodos más o menos secretos en el gran misterio, en una zona prohibida en que el silencio se llena de culpabilidad.

Rechazar el servilismo, incluyendo aquel que liga a la multitud, es aprender a estar solo, incluso cuando esa soledad es enteramente social. Ese aprendizaje es crítica a la heteronomía, reivindicación de lo que no se deja sujetar. Eso supone perderse de una tierra conocida. La atopía literaria es entrometerse en lo desconocido, en esa vulnerabilidad presentida, ese forjar un mundo en un trozo de tierra, aunque sea un mundo en penumbra. Como el personaje de Kafka, uno aprende a moverse en esa oscuridad. La salida a la superficie, en ese sentido, es un doloroso ejercicio de encandilamiento, un intento de adaptarse a una luz que daña la retina habituada a la noche.

(...)

En términos generales, del hecho de que la literatura desborda la sociedad utilitaria no se deriva necesariamente que sólo sea pensable una literatura independiente de su situación, regida por el principio del “arte por el arte”. Antes bien, literatura para la vida, que parte de una distancia y, simultáneamente, no se deja reducir a medio. En el límite, la poesía como caso especial de literatura discute su mismo estatuto: ya no acepta ser confinada en una categoría estética ni recluirse en la pura ficcionalidad (aunque la presuponga en diversos puntos). Quiere ser éxtasis –habitar fuera de sí-, horadar su ensimismamiento de madriguera, aunque salir de forma permanente acentúe el riesgo de no poder regresar ya, de fallecer fuera de esos subsuelos en los que su vida se nutre.

(...)

Lo que está en juego no es en primer lugar una cuestión de «contenidos», sino de sus condiciones de posibilidad. La «literatura», aún aquella que persigue la destrucción de la institución artística como tal, aquella que no quiere coagular en canon, ni alzarse en templo, reenvía a una subjetividad en la que la escisión es inerradicable: entre antagonismo y erotismo. El "entre" no alude, sin embargo, a una coexistencia simétrica. Si hay voluntad erótica ello sólo puede responder a una actualidad del antagonismo, a una lejanía presente que puja por lo que no está nunca dado ni asegurado. Si se parte de esa desgarradura, no resulta sorprendente la experimentación formal en la que se emplazaron las vanguardias estéticas de las primeras décadas del S.XX: nada de lo hallado puede bastar, como si la huella de lo no vivido –la promesa de felicidad- persistiera instándonos al movimiento.

(...)

El espacio literario es esa tierra extraña en la que no puede haber seguridad como no sea auto-engañándose. Se regresa cada vez para reiniciar la obra, esa imposibilidad que estructura lo literario. Y se regresa con temblor de ser, no el que siente Ulises retornando a su Ítaca, que consagra el héroe a su patria, sino aquel otro en el que tiembla nuestro ser mismo, al punto de no quedar más que tartamudeo. Como retorno a lo inédito, quien escribe se hace extranjero en la propia lengua. En la aporía entre la soledad y el otro, la creación literaria fecunda su propia (im)posibilidad de ser.

Arturo Borra