viernes, 9 de enero de 2009

«La poesía y la guerra» - Arturo Borra





















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“Los indios shuar, los llamados jíbaros, cortan la cabeza del vencido. La cortan y la reducen hasta que cabe en un puño, para que el vencido no resucite. Pero el vencido no está del todo vencido hasta que le cierran la boca. Por eso le cosen los labios con una fibra que jamás se pudre”.

(“Celebración de la voz humana /1”, E. Galeano, El libro de los abrazos).


La poesía no detendrá la guerra. Como nos advertía hace algunas décadas el filósofo Cornelius Castoriadis sólo la propia humanidad puede hacerlo. Un poema no detendrá las balas: sólo nuestras decisiones humanas pueden evitarlo. Como en el célebre poema “Confianzas” de Gelman, donde el poeta se interroga acerca de su escritura, la impotencia poética (y artística) ante la guerra y otras realidades políticas y sociales es flagrante. Podría, desde luego, indicarse que la poesía, cuando se compromete abiertamente con la paz, transforma nuestras conciencias, pero otros dirán que sólo los ya convertidos mostrarán sensibilidad ante aquella (reducida, en ocasiones, a sola plegaria). Producir sentidos críticos no detiene la acción cínicamente homicida: ellos saben del daño que imparten y no se detendrán a pesar del saber. A un poder se lo detiene con un contrapoder, no con reivindicaciones normativas tan legítimas como ineficaces ante el uso ilegítimo de la fuerza. Si no se detienen por los ríos manchados de sangre mucho menos lo harán por los ríos de tinta.

Todas estas parecieran razones de más para no proseguir escribiendo contra la guerra o los efectos sufrientes que produce; al menos, para desvincularse éticamente de la obligación de escribir dichos poemas, puesto que lo poético no es en absoluto un modo de resolución de conflictos políticos ni mucho menos militares. Podemos pronunciarnos a favor de los armisticios, de los acuerdos normativos multilaterales, de las negociaciones políticas, en suma, del diálogo intercultural, pero ninguna racionalidad comunicativa, ni mucho menos ninguna poética dialógica constituye un serio obstáculo para los señores de la guerra. Más aún, nadie está obligado a leer a los cronistas de guerra notificándonos la muerte diaria (más o menos indiscriminada), a escuchar a las organizaciones humanitarias denunciando los vergonzantes incumplimientos de los tratados internacionales o incluso a manifestarse por la paz. Así pues, los medios que están a nuestro alcance parecen ser, a pesar nuestro, de escasa (cuando no nula) eficacia política. Habría incluso que señalar que escribir al respecto no predefine su valor estético: a menudo, esos poemas no constituyen auténticas aportaciones artísticas y ni siquiera permiten ampliar el conocimiento que tenemos sobre esa realidad drástica. Asimismo, escribir sobre la guerra no nos hace, en términos morales, necesariamente mejores e incluso no faltan ocasiones donde esos mismos poemas son utilizados para hacer simbólicamente rentable una poética, situándola en el campo de la "poesía comprometida".

Y sin embargo, ¿qué seríamos sin esa multiplicidad de pronunciamientos críticos, sin esta interrogación por el derecho, sin la reivindicación de la igualdad de la condición humana, sin el reclamo persistente de justicia? ¿Qué sacrificaríamos de nuestra identidad si desconociéramos al otro, si nos despreocupáramos de su existencia digna o nos resultara indiferente su dolor?

Tienen razón nuestros detractores cuando alegan que con la poesía no detendremos la guerra. Es más: admitamos que no parece ser más que un ejercicio catárquico, esto es, una forma de descargar nuestra rabia legítima. Algunos arriesgan más: toda la prolífica producción poética que gira en torno a esa problemática no parece ser más que una manera de tranquilizar las conciencias. En efecto, hay catarsis de nuestra rabia. Pero, ¿se trata de una catarsis tranquilizadora, que nos consuela pensando que ya hemos hecho nuestra parte al tomar parte? ¿Podría tranquilizarse alguien con un mínimo de lucidez escribiendo poesía antibelicista, cuando no abiertamente pacifista? Sería sin dudas una muestra de humana estupidez, tan habitual en nuestra época deshumanizante. Con todo, esa rabia dice algo de nosotros: escribir contra la guerra no detendrá las bombas, pero puede que me detenga a mí, que sacuda la consciencia de la impotencia y cuestione el reconocimiento resignado de la imposibilidad de hacer algo. Incluso cuando no lográramos cambiar ciertos acontecimientos traumáticos, escribir es, en primer orden, movilizar mi ser: intranquilizarme lo suficiente como para actuar en otros órdenes de la práctica, a pesar de la insuficiencia de esas intervenciones (incluso en el plano colectivo). De hecho, rara vez una movilización masiva logra detener la guerra (y digo la guerra pero siempre es una guerra específica: Irak o Palestina, Afganistán o Georgia –sobre la que se ha dicho casi nada-, Congo o Sudán –sobre las que se ha dicho menos todavía- y tantas otras guerras olvidadas). Así pues, aunque se movilice la mitad de la población mundial hay un muro habitualmente infranqueable: las “razones de estado” aducidas, la invocación del estado de excepción, el llamamiento a las causas justas (pretexto mediante el cual se baña de sangre la tierra) e, incluso, y más dramáticamente, el apoyo de la otra mitad, que suele aplaudir las aplastantes manifestaciones de superioridad militar, sin ahorrar en maniqueísmos.

Ahora bien, si la poesía no detuvo ni el genocidio ni la barbarie incluso de los que se proclaman a sí mismos civilizados, si la poesía no impide la drástica realidad del crimen de estado y del estado del crimen (que incluye, desde luego, grupos para-estatales), ¿para qué escribir o seguir escribiendo sobre y contra la guerra?

Un principio de respuesta ya está insinuado: para alertarnos de nuestras propias anestesias y seguir persistiendo en nuestras demandas de justicia, a pesar de (o precisamente por) ser desoídas. Nada nos impide imaginar que puede haber un tiempo porvenir en que ya no sea necesario escribir este tipo de poemas. Sin embargo, ¿podrían alcanzar estos móviles subjetivos para justificar la existencia misma de esta clase de poemas? ¿No resultan radicalmente insuficientes, cuando lo que hay que frenar son los tanques? En última instancia, los estados –o mejor dicho, sus líderes, esto es, los que toman las decisiones cruciales para acelerar o frenar las matanzas, en alianza a las industrias bélicas en pleno auge a pesar de la crisis económico-financiera mundializada- son los responsables principales de esas decisiones (que otros, desde luego, ejecutan reconociéndoles su autoridad).

¿Para qué entonces, si a pesar de tantas páginas memorables contra la guerra -comenzando por las de Tolstoi o Trumbo- no han logrado evitarla? Dicho más claramente: la efectividad política de lo poético (y lo literario en general) es escandalosamente limitada, al menos ante las escenas de destrucción que se repiten en la historia humana. La literatura y las plegarias, las crónicas y las movilizaciones no alcanzan. Son absolutamente insuficientes ante las máquinas de guerra. No obstante, como prácticas sociales específicas, contribuyen a la necesaria articulación de una promesa colectiva sino de reconciliación, al menos de pacífica coexistencia social. Desde luego, nada de ello anuncia una sociedad sin conflictos, pero señala una dirección distinta para gestionarlos.

En suma, subestimar estas aportaciones finitas pero valiosas es renunciar a nuestra capacidad de intervención crítica en las condiciones del presente, sea en términos individuales como grupales. Detrás de ese renunciamiento lo que se esconde es el sacrificio propiciado por los intereses -más o menos espurios, más o menos inconfesables- de nuestros mandatarios. También hemos dicho que sólo la propia humanidad puede detener esas máquinas; sólo manos humanas pueden evitar el disparo. Y ahora es tiempo de agregar: que cuestionemos de diversas formas los discursos legitimistas, aunque no alcance para desmontar esas máquinas, puede erosionar su eficacia desmovilizadora, limitada a significar la guerra como una fatalidad, un camino inexorable ante el presunto mal absoluto del Otro. Es dar batalla simbólica a la lógica de la guerra; es luchar contra la reducción de todas las luchas ideológico-políticas a la gramática del enfrentamiento militarizado (incluso el que invoca, practicando el terrorismo de estado, la guerra contra el terror).

Digámoslo, por si quedara alguna duda, con Juan Gelman.

Confianzas

se sienta a la mesa y escribe
«con este poema no tomarás el poder» dice
«con estos versos no harás la Revolución» dice
«ni con miles de versos harás la Revolución» dice
y más: esos versos no han de servirle para
que peones maestros hacheros vivan mejor
coman mejor o él mismo coma viva mejor
ni para enamorar a una le servirán
no ganará plata con ellos
no entrará al cine gratis con ellos
no le darán ropa por ellos
no conseguirá tabaco o vino por ellos
ni papagayos ni bufandas ni barcos
ni toros ni paraguas conseguirá por ellos
si por ellos fuera la lluvia lo mojará
no alcanzará perdón o gracia por ellos
«con este poema no tomarás el poder» dice
«con estos versos no harás la Revolución» dice
«ni con miles de versos harás la Revolución» dice
se sienta a la mesa y escribe


¿Entonces?

Ni con miles de versos haremos la Revolución ni tomaremos el Poder; no cambiaremos la humanidad, no la haremos desistir de su atrincheramiento ante los otros. Y, sin embargo, seguimos escribiendo: para dar testimonio de las fosas, para denunciar la aniquilación, para interrogar los modos en que cimentamos nuestro bienestar y nuestra inmovilidad ante el dolor ajeno. Podríamos ser más concisos: para seguir luchando, a través de la palabra, puesto que, como dice Galeano, “el vencido no está del todo vencido hasta que le cierran la boca”.

Nuestra escritura, sin embargo, no se contenta con escribir: quiere derrotar nuestra pasividad, triunfar sobre la desactivación de la protesta que no se consuela con quedarse en sola protesta, cuestionar la separación de poesía y vida social, imaginar otras respuestas deseables, sumarnos como ciudadanos a una lucha simbólica (pero no menos real) ante la que nuestra impotencia es síntoma de la radical concentración de las decisiones públicas, de la enajenación de los estados con respecto a una parte significativa de las sociedades que dicen representar (al menos, en el contexto de las democracias representativas). Y es, también, síntoma de nuestro deseo de no querer participar en la guerra como espectáculo mediático, de resistirnos a presenciar de forma silenciosa la masacre generalizada, de negarnos a aceptar la reducción del crimen a una estética siniestra, que no duda en embellecer las tecnologías de la destrucción, de reactivar nuestra sensibilidad ante tanta muerte naturalizada. Porque la guerra, a pesar de Baudrillard, nunca se deja reducir a espectáculo, aunque ese sea su tratamiento prevalente: sean invisibilizados o exhibidos, los cuerpos inertes permanecen. Porque la muerte como amo absoluto -aunque se oculte tras la omisión más o menos deliberada, o tras la censura férrea de los genocidas- deja su marca traumática e irreparable. Sigue ahí.


















Puesto que somos parte de la humanidad, escribimos para cambiarnos a nosotros mismos y procurar convencer por medios dialógicos a quienes no están convencidos de que debemos cambiar. También los silencios pueden agujerearse, a pesar de que estos gritos apenas sean escuchados por quienes más responsabilidad tienen en ocasionarlos. Por sobre todo, es apuesta por subvertir la hegemónica cultura de la indiferencia, que se desentiende radicalmente de los derechos de los demás, empezando por el derecho a vivir.

En este sentido, aunque nuestra escritura se propusiera una tarea imposible, cortaría una cadena de complicidades ante una guerra que también se disputa en lo ideológico, en las reducciones simplistas y descalificatorias de los otros, en las condenas fáciles y prejuiciosas de otras culturas y pueblos. Más modestamente, nos permite evitar la clausura prematura de los interrogantes acerca de nuestras razones para escribir.

Ante las maquinarias humanas de producción de desgracia que operan en lo cotidiano y que, en el contexto presente, se estructuran sobre los flujos maquínicos del capitalismo, la literatura no debe limitarse a cantar a una felicidad que aparece como una experiencia efímera. También tiene que mostrar todo aquello que estas maquinarias –que constituyen al ser humano como engranaje- imposibilitan u obliteran. Y ese acto de mostrar, a través de la crítica a las injusticias históricas, la indagación abierta y la ensoñación misma, nos ayuda a seguir confiando en la posibilidad humana de auto-transformación, basada en un proyecto de autonomía individual y colectiva. Porque si hay algo que la poesía no debe perder es su capacidad para interrogar aquello que aparece como evidente. Sospechar esas evidencias es un modo de abrirnos a todo aquello que permanece a la sombra: es contribuir a crear las condiciones para reinventar nuestras subjetividades, encarnaciones concretas de un sistema de devastación planificada.

En efecto, la escritura produce subjetivaciones, incluyendo los andamiajes para radicalizar un compromiso antibelicista y reconocer al otro como sujeto humano, semejante y diferente a la vez. Nuestra única esperanza quizás resida allí. La poesía no cambiará la humanidad, pero puede que la humanidad, valiéndose de ésta y otros modos de subjetivación, se cambie a sí misma.


Arturo Borra

28 comentarios:

Víktor Gómez Valentinos dijo...

Querido Arturo, cada poeta de hoy que es ciudadano, que es actor de su tiempo, está como parte de la sociedad cambiándose y cambiándola, aunque sea infinitesimálmente cuando hay coherencia entre su escritura y su vida.

Séase el caso de Quique Falcón o Rocio Santisteban, por poner dos ejemplos a ambos lados del océano.
La poesía como coartada no,
la poesía como arma no,
la poesía como respiración
de un ser que camina entre
sus semejantes con sensibilidad, generosidad, implicación y resistencia, eludiendo lo injusto, participando de lo libertario y dignificador.

Ahí si es necesaria la poesía. Cuando es respiración.

Un abrazote

Víktor

María Socorro Luis dijo...

Para mí tambien querido Arturo:
Claro que la poesía no detendrá la guerra. Que escribir contra ella, no apagará las bombas.
Pero aún así, algunos seguiremos gritando; es la única arma que tenemos. Y que queremos.
Escribir poesía antibélica, no sirve para tranquilizar nuestra conciencia; por el contrario nos intranquiliza, nos sacude, nos lleva a reflexionar... incluso en nuestra parte de culpabilidad, en esas otras pequeñas guerras cotidianas, que como humanos, tenemos que librar.

Yo que tengo hijos y nietos, que tuve alumnos, he sentido muchas veces que la palabra, la poesía, ha servido para despertar en ellos, al menos, sentimientos que estaban ocultos, dormidos...Y, ya es algo.

Además,acaso podemos callar, ser indiferentes, mirar a otro lado?...

Como muy bien dice Viktor, la poesía es respiración; pero es a su vez latido, latigazo, grito, lágrima... y espada.

Cariños. Y enhorabuena por tus palabras.

Lola Torres Bañuls dijo...

Hola

Escuchando vuestros comentarios escritos. NO puedo añadir mucho.
Pero yo digo que la poesía es una forma de utilizar la palabra para nombrar la realidad de otra manera. Renovar la realidad con el lenguaje, es solo un instrumentos sobre el papel. En principio el arte no sirve para nada, pero refleja la realidad. Si tomamos la pintura, y la miramos cada época tiene su propia interpretación.
La poesía no sirve para nada, sin embargo cuando la gente la lee seguro que si el poema es suficientemente poético, seguro que el lector vuelve al poema y luego levanta la vista y piensa. Eso es un gran instrumento, con un poder escondido.
De siempre la literatura en general, y la rosa literaria (dicese poesía) ha sido y será un instrumento de protesta en cierto modo.
Porque el escritor plasma su inconformidad y los lectores la ven reflejada en sus pensamientos.

Por ello se requiere mucha coherencia entre el poeta y lo que escribe. Por eso uno tiene que esforzarse por escribir cosas que valgan la pena ser leídas. Por eso hay que tener un gran respeto a la poesía.

Bueno que cojones, nos hemos metido en el año 2009 con esa guerra imbecil de Gaza otra vez. Esa guerra no tendrá final hasta que se involucre de verdad, las Naciones Unidas o yo qué sé. Me parece que hay intereses que no son religiosos detrás de toda esa gran injusticia que clama al cielo.

Bueno un saludando después de todo.

Vaya y yo no sabía que decir.JAJAJ.

Laura Giordani dijo...

No sé si en el vértigo de las lecturas de la blogosfera, en ese zapping casi compulsivo entre unas entradas y otras, muchos encontrarán el tiempo y sobre todo, la calma necesaria para detenerse y leer esta estupenda entrada. Vamos chapoteando de un charquito al otro y se echa en falta más inmersión, más calado. Es como si nos hiciésemos cada vez más inmunes a las palabras.

Estas reflexiones invitan a revisar nuestras prácticas poéticas, los lugares desde los que pretendemos tender la voz a quienes sufren. Ciertamente, la poesía no detendrá ninguna guerra. Nuestra esperanza es que esa conmoción en la sensibilidad (sensibilidad bastante necrosada por la repetición y el vaciamiento, por cierto) vaya desfibrilando, humanizándonos más hasta apuntalar una nueva sensibilidad donde la guerra no sea justamente el fracaso de todo lenguaje.

La poesía no es una instancia redentora, ajena a este barro que somos como humanidad. El arte no es una panacea, como no lo es ningún sistema filosófico o religioso.

Gracias por este aporte, Arturo.

Un abrazo grande.

Laura.

Arturo Borra dijo...

Querido Víktor, en verdad pienso que todo poeta es ciudadano, lo quiera o no. Pero no todos se vinculan de la misma manera con la ciudadanía. En mi caso, el punto de partida es similar al que vos comentás, aunque con algunos matices, porque ni todo poeta libertario escribe este tipo de poema ni este tipo de poema tiene por necesidad un poeta libertario detrás. Se puede luchar de modos diversos y escribir poemas sobre la guerra es tan sólo una de esas formas (y dudo que la más efectiva, aunque desde luego, sea una forma valiosa). La generosidad, la libertad, etc., están en los humanos, poetas o no.

En síntesis, intentaba interrogar esas premisas sin dejar de señalar que escribir sobre estas cuestiones dramáticas dice algo de nosotros.

En cualquier caso, pienso que cuando escribimos poesía, aceptando su tensa pluralidad, parte de nuestro trabajo reside en reflexionar en aquello que hacemos, incluso los propósitos que nos movilizan a ahondar en cierta dirección.

Muchas gracias y un fuerte abrazo,
Arturo

Lola Torres Bañuls dijo...

Hola

En realidad Laura yo también pienso que es necesario escribir sobre temas de este tipo.

Y el texto de Arturo está muy bien escrito y me parece muy bien argumentado. Es coherente.

Un abrazo

Lola Torres Bañuls dijo...

Si os apetece leer esta referencia sobre poesía y política esta interesante.

http://letras.s5.com/je171108.html

Arturo Borra dijo...

Hola María Socorro, antes que nada, decirte que agradezco el profundo comentario que me has dejado.
Creo que has dado con el núcleo de lo que intentaba decir: no pueden taparnos la boca, impedir que intentemos sembrar una mínima grieta, usar el discurso para el caso como herramienta de lucha contra la guerra. Desde luego, hay también otras guerras, menos sonoras...
Comparto lo que dices con respecto a las experiencias educativas: las palabras pueden sembrar, convertirse en el principio de un cambio. Pueden llamarlo performatividad o lo que sea; en cualquier caso, de forma limitada, no tengo duda que no es indiferente escribir al respecto o no y mientras haya dolor habrá -como decía Benjamin- mito y poesía.
En cualquier caso, muchas gracias por tu comentario y va un abrazo afectuoso,
Arturo

PD: de paso, te incorporo a los links, así cada tanto me doy una vuelta.

Mónica Angelino dijo...

Arturo, es grato leerte y al mismo tiempo intranquilizador, hace que te muevas titubeando por uno mismo y eso es magnífico: provoca la búsqueda, creo que si de algo sirve la poesía es para eso y escribirla hace que más tarde o más temprano, alguien se encuentre con ese titubeo.
No pararemos ninguna guerra, pero librando nuestras batallas internas podemos ser mejores para afuera y mientras más sumemos, algo bueno, aunque sea ínfimo, saldrá de eso ¿Qué otra esperanza tenemos?
Saludos.

Mónica Angelino - Gral Rodriguez - Rep Argentina.

ALICIA MARTÍNEZ dijo...

Contundente Arturo. Para mí ha sido determinante leer tu entrada. Tú sabes que en esa disquisición me encuentro y que es precisamente la necesidad del poeta, del artista, (como ser humano, como ciudadano, como actor, emisor y receptor del lenguaje) de retratar y trasnformar el mundo que le rodea, lo que le lleva a crear. Cuando el objeto retratado, la convulsión creativa, proviene de la deshumanización totalizante de una guerra, en la que no sólo se están utilizando las armas de fuego para cercenar piernas y desmembrar niños, sino también las armas de la palabra, de las imágenes, de la propaganda, se hace necesario escuchar, emitir voces libres... no para que frenen la guerra (eso es iluso, nuestra ilusión), sino para que contribuyan a la creación de conciencia colectiva (afianzarla entre los convencidos y resquebrajar la confianza y la fe ciega de los no convencidos). Traslado, con tu permiso, tu entrada a mis blog en el periódico: Tus palabras deben hacerse visibles allá donde las conciencias están dormidas y dominadas. Un abrazo.

María Peiró dijo...

"Recuerda lo que dijo no sé quién: En Italia, en treinta años de dominación de los Borgia, hubo guerras matanzas, asesinatos... Pero también Miguel Ángel, Leonardo y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron quinientos años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? ¡El reloj de cuco!"

El Tercer Hombre de Carol Reed. Estracto de un diálogo entre Holly Martins (Joseph Cotten) y Harry Lime (Orson Welles)

Un comentario cínico y amargo, pero totalmente cierto. Cuanto más crispada se encuentra una sociedad, mas generosa es con su producción artística. Quizá se trate de compensar con belleza, puede que el arte (y en él, creo que la poesía ocupa un lugar de impronta) sea la forma que tiene la humanidad de sobrevivir en lo opresivo, de perdonarse un poco y lavar su mugre.

Excelente ensayo, Arturo, felicidades.
María Peiró

Arturo Borra dijo...

Hola Lola, menos mal que no tenés mucho que añadir… Nada, un poco de humor, aunque lo cierto es que las guerras nos desangran y aunque todo parezca lejano, cada día muere mucha gente por su causa. La poesía nombra la realidad; otros serían más radicales y dirían que crea su realidad, aunque habría que precisar qué significa eso. A menudo, es un modo de criticar el realismo, pero las cosas en este campo no son sencillas.
También pienso que, en un sentido instrumental, la poesía no sirve ni tiene que servir, a riesgo de convertirse en servil.
Para mí su valor está en algo que señalás: “el lector vuelve al poema y luego levanta la vista y piensa”. O siente y se conmueve; o se extraña y se reinterpreta a sí mismo. Esos son sus poderes, que no son para nada desdeñables.
En fin, Lola, en estos días me cuesta hablar de poesía, como me ocurre a menudo cuando miro una pantalla y observo lo que estamos haciendo. No es fácil, pero tampoco debemos callar.
Para terminar, pienso que en esta guerra no sólo hay intereses extra-religiosos: diría que son los determinantes. Por un lado, un gobierno debilitado que desea legitimarse apelando a su supremacía militar (las encuestas señalan que los candidatos del partido gobernante han mejorado); por otro, la apuesta por hegemonizar –en términos políticos-una región desmembrada, rabiosa de dolor, que clama venganza y destrucción. Las Naciones Unidas, tal como están constituidas en la actualidad, más bien muestran su incapacidad absoluta para actuar con la celeridad requerida. A esta altura, es de dudar si estructuralmente alguna vez podrá hacer algo…cuando todavía no hayan muerto centenares o miles de personas (y no digo solamente "civiles").
Bueno, ya la seguimos.
Muchas gracias como siempre por tu reflexión y un abrazo,
Arturo

Arturo Borra dijo...

Querida Laura, no sé si éste es el caso, pero es claro que la proliferación de información (lo que M. Augé llama “sobreinformación” o “exceso informativo”) es inversamente proporcional a la capacidad para detenerse en aquello que requiere detención, o mejor dicho, dedicación de tiempo (para evitar que la lectura sea a contra-tiempo).
Por mi parte, agradezco tu valoración y me consta que te has zambullido en estas reflexiones, que también nacen de diálogos nuestros. Al final, el exceso produce carencia: dificultad para reflexionar, para poner nuestro interés en algo dicho, para efectuar una escucha activa, atenta, en la multitud de monólogos que priman por sobre el auténtico intercambio.
Comparto lo que decís: nadie debería dar por presupuesta la legitimidad de su discurso poético, simplemente por remitirlo a una posición de izquierda o a cualquier otro rótulo prestigiado por las comunidades en las que participamos. No hay una sola forma de nombrar la realidad y ni siquiera todo poema contra la guerra deviene por necesidad crítico.
Conmover la sensibilidad –tal parece ser una de nuestras búsquedas, más allá del mesianismo que más que redimir termina condenando al que se resiste a la "redención". Y si la violencia es dificultad de elaboración simbólica, mucho más lo será la guerra: “fracaso de todo lenguaje” decís, y yo agregaría que cuando fracasa el lenguaje, se crea un lenguaje mucho más terrible: el de la destrucción silenciosa.
La poesía, fuera de lo humano, no es nada o es mistificación. Por eso pienso que no podemos darnos el lujo de cantar desde las alturas. Una poesía que se sustrae del desfallecimiento del pulso no me interesa y mucho menos aquella que se anuncia como final conciliador de la desgarradura (algo que se dice rápido pero que cuesta sostenerlo en nuestros actos de escritura).

Mil gracias por tu lectura de relieve.

Un abrazo desde la cercanía,
Arturo

Poesia dijo...

Alguien me dijo:-Lee la entrada de Arturo, es estupenda.
Y te diré Arturo que tu entrada, tus palabras...me parecen sencillamente magníficas. No tenemos el mando, la batuta, para tomar esas decisiones y seguro que los que las toman se pasan por el forro la poesía y muchas otras cosas más. El caso es que hay que incidir en ello, como ciudadanos (como dice Víktor) como personas,
hay que gritar, denunciarlo, y hacerlo a través de la poesía me parece una forma maravillosa.
Vale no cambiaremos el mundo, pero que la piedra vaya golpeando suavemente y rebotando entre todos, que cada vez somos más personas las que dirigimos nuestras miradas, y nuestras voces de otro modo. Llamadme utópica...yo confío en ese cambio.
Gracias por tus palabras Arturo.

Arturo Borra dijo...

Una vez más Lola, agradecerte tu paso, tu interés, tus aportes. Aunque últimamente vivo con prisas, me reservaré un tiempo para visitar ese link en los próximos días y ya te comento algo. Tal como se insinúa, este problema amenaza con convertirse en insoluble. Poco margen para la esperanza…pero desde ya, nada que se parezca a la resignación.
Mientras, va otro abrazo,
Arturo

Arturo Borra dijo...

Hola Mónica, bienvenida a este pequeño espacio, que se mueve entre dos continentes. Agradezco mucho tu lectura. Tiempo intranquilizador, efectivamente. Y si algo intento aquí, es cimentar una "política de la inquietud" diríamos, que los existencialistas conocen bien. Sembrar inquietud,
interrogar nuestras evidencias, todo eso es preciso en estas épocas que naturalizan el crimen (como ya es habitual en la historia humana). Ya lo sabían en el S.XIX algunos filósofos de la sospecha: Marx, Freud, Nietzsche... Yo no hago más que recuperar esas herencias.
Intentaremos seguir sumando, articulando nuestras luchas -y la poesía aquí será cualquier cosa menos neutral.
Un saludo fraterno y otra vez gracias,
Arturo

Arturo Borra dijo...

Hola Alicia, cuando leí tu mensaje me alegré de haber publicado estas reflexiones. Porque si en esas palabras puedes escontrar algo que ayude a reafirmar una apuesta poética en cierta direccionalidad, entonces, para mí ya es mucho.
Como decís, el poeta también es un sujeto comunicacional: desde ahí, toma parte, se posiciona ante el dolor del mundo y ante su propio dolor, pero menos para constatarlo que para transformarlo.
En términos mediáticos, la "guerra" ya está en "segundo plano". La lógica dominante de lo noticiable es la lógica de lo efímero: convierte el genocidio en un eslabón secundario de la actualidad. No quiero exagerar, pero hay que ver el desplazamiento que las noticias de Gaza están atravesando. Los semiólogos dirían que los acontecimientos de Gaza están siendo crecientemente invisibilizados. Si hay una labor crítica -pienso- es luchar en ese campo simbólico para reactivar las decisiones contingentes (y terribles) que produjeron esta y tantas otras guerras.
Muchas gracias por recuperar estas palabras y sumarte a este intercambio.
Un abrazo,
Arturo

PD: también incorporo tu blog, que no lo tenía linkeado.

L.B dijo...

Sí, a mí también me dijeron que leyera tu entrada, y lo hice deprisa y corriendo porque, dios, ¿de dónde sacáis el tiempo?

pero es que una entra ahora para leerla con calma y están todos estos comentarios y...

lo único que me queda es confiar en vosotros, dejarme caer en vuestras manos, yo no doy "pa más".
Y pasaré la palabra.

Así que las gracias a Arturo y todos los que han comentado.
El que mandó un correo advirtiendo de esta entrada (aunque una la habría leído de todas formas pero se agradece!) fue jesús ge. así que también gracias. que lo buena corra.

yo os dejo con un documental que seguro habréis visto:

http://www.dailymotion.com/video/x18ios_the-corporation-1-parte-fragmentos_politics

(son 3 partes)

besos a todos!!

Arturo Borra dijo...

Hola María! Me alegra mucho encontrarte por aquí...y gracias por comentar.
Pienso que la cita que traes señala el contraste intrínseco a lo humano: lo grandioso y lo miserable, diría Pascal. Más todavía: pareciera que ante el horror también se desencadena un deseo de rescatar(se), y entre esos proyectos de rescate (que habitualmente no salvan nada, pero muestran un afán de distancia con respecto a lo terrible) está probablemente la producción artística. No creo que siempre aspire a lo bello, pero seguro que sí aspira a producir algo valioso: algún contenido de verdad o alguna promesa que nos ayude a vivir.
En cualquier caso, muchas gracias María y espero que estés muy bien.
Un abrazo cálido,
Arturo

Anónimo dijo...

Difícil no firmar con las dos manos este artículo (entrada como se les llama ahora) que retrata la conciencia de todo aquel que escribe poesía en particular. La humanidad no sé si cambiará algún día, pero la poesía que habla de la vida seguirá existiendo, inútil o no. Y prefiero cien mil veces leer a Gelman que ver las imágenes en la televisión. La poesía es la voz del Hombre, inútil o no.
Un saludo empático

Arturo Borra dijo...

Hola Jenny, me alegra que te hayan dicho eso, aunque creeme que eso no atempera el sentimiento de pesadumbre que circunda estas páginas. No hay nada celebratorio y para el caso, la apelación a la "ciudadanía" -concepto más problemático de lo que se supone a primera vista- es tan necesaria como insuficiente.
En cualquier caso, habrá que estar donde se pueda. A pesar de todo, pienso que es cierto lo que decís: "cada vez somos más" y eso esboza una posibilidad distinta de ser el ser humano.
Muchas gracias a vos Jenny, y aprovecho a sumar tu "fotoblog".
Un saludo cálido,
Arturo.

Arturo Borra dijo...

Bueno Lucía, no es que uno tenga mucho tiempo, pero trata de sacar un poquito para estas tareas, intentando construir algunas prioridades vitales.
En cuanto a "confiar en nosotros", en fin, vos te arriesgás... pero bueno, tampoco somos tan malos, así que no te preocupes...
Por mi parte, me basta con que otros presten sus ojos a estas páginas. Si así es, ya es mucho y si me lo hacen saber, tanto mejor.
Así que te agradezco a vos y a Jesús la deferencia. (No ví todavía ese documental, aunque desde luego sí que lo veré).
Muchas gracias y un abrazo fuerte,
Arturo

Arturo Borra dijo...

Ahí va una nota de Galeano sobre el genocidio del estado israelí.


“Operación Plomo impune” - Por Eduardo Galeano

Para justificarse, el terrorismo de Estado fabrica terroristas: siembra odio y cosecha coartadas. Todo indica que esta carnicería de Gaza, que según sus autores quiere acabar con los terroristas, logrará multiplicarlos.

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Desde 1948, los palestinos viven condenados a humillación perpetua. No pueden ni respirar sin permiso. Han perdido su patria, sus tierras, su agua, su libertad, su todo. Ni siquiera tienen derecho a elegir sus gobernantes. Cuando votan a quien no deben votar, son castigados. Gaza está siendo castigada. Se convirtió en una ratonera sin salida, desde que Hamas ganó limpiamente las elecciones en el año 2006. Algo parecido había ocurrido en 1932, cuando el Partido Comunista triunfó en las elecciones de El Salvador. Bañados en sangre, los salvadoreños expiaron su mala conducta y desde entonces vivieron sometidos a dictaduras militares. La democracia es un lujo que no todos merecen.

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Son hijos de la impotencia los cohetes caseros que los militantes de Hamas, acorralados en Gaza, disparan con chambona puntería sobre las tierras que habían sido palestinas y que la ocupación israelita usurpó. Y la desesperación, a la orilla de la locura suicida, es la madre de las bravatas que niegan el derecho a la existencia de Israel, gritos sin ninguna eficacia, mientras la muy eficaz guerra de exterminio está negando, desde hace años, el derecho a la existencia de Palestina.

Ya poca Palestina queda. Paso a paso, Israel la está borrando del mapa.

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Los colonos invaden, y tras ellos los soldados van corrigiendo la frontera. Las balas sacralizan el despojo, en legítima defensa.

No hay guerra agresiva que no diga ser guerra defensiva. Hitler invadió Polonia para evitar que Polonia invadiera Alemania. Bush invadió Irak para evitar que Irak invadiera el mundo. En cada una de sus guerras defensivas, Israel se ha tragado otro pedazo de Palestina, y los almuerzos siguen. La devoración se justifica por los títulos de propiedad que la Biblia otorgó, por los dos mil años de persecución que el pueblo judío sufrió, y por el pánico que generan los palestinos al acecho.

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Israel es el país que jamás cumple las recomendaciones ni las resoluciones de las Naciones Unidas, el que nunca acata las sentencias de los tribunales internacionales, el que se burla de las leyes internacionales, y es también el único país que ha legalizado la tortura de prisioneros.

¿Quién le regaló el derecho de negar todos los derechos? ¿De dónde viene la impunidad con que Israel está ejecutando la matanza de Gaza? El gobierno español no hubiera podido bombardear impunemente al País Vasco para acabar con ETA, ni el gobierno británico hubiera podido arrasar Irlanda para liquidar a IRA. ¿Acaso la tragedia del Holocausto implica una póliza de eterna impunidad? ¿O esa luz verde proviene de la potencia mandamás que tiene en Israel al más incondicional de sus vasallos?

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El ejército israelí, el más moderno y sofisticado del mundo, sabe a quién mata. No mata por error. Mata por horror. Las víctimas civiles se llaman daños colaterales, según el diccionario de otras guerras imperiales. En Gaza, de cada diez daños colaterales, tres son niños. Y suman miles los mutilados, víctimas de la tecnología del descuartizamiento humano, que la industria militar está ensayando exitosamente en esta operación de limpieza étnica.

Y como siempre, siempre lo mismo: en Gaza, cien a uno. Por cada cien palestinos muertos, un israelí.

Gente peligrosa, advierte el otro bombardeo, a cargo de los medios masivos de manipulación, que nos invitan a creer que una vida israelí vale tanto como cien vidas palestinas. Y esos medios también nos invitan a creer que son humanitarias las doscientas bombas atómicas de Israel, y que una potencia nuclear llamada Irán fue la que aniquiló Hiroshima y Nagasaki.

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La llamada comunidad internacional, ¿existe?

¿Es algo más que un club de mercaderes, banqueros y guerreros? ¿Es algo más que el nombre artístico que los Estados Unidos se ponen cuando hacen teatro?

Ante la tragedia de Gaza, la hipocresía mundial se luce una vez más. Como siempre, la indiferencia, los discursos vacíos, las declaraciones huecas, las declamaciones altisonantes, las posturas ambiguas, rinden tributo a la sagrada impunidad.

Ante la tragedia de Gaza, los países árabes se lavan las manos. Como siempre. Y como siempre, los países europeos se frotan las manos.

La vieja Europa, tan capaz de belleza y de perversidad, derrama alguna que otra lágrima mientras secretamente celebra esta jugada maestra. Porque la cacería de judíos fue siempre una costumbre europea, pero desde hace medio siglo esa deuda histórica está siendo cobrada a los palestinos, que también son semitas y que nunca fueron, ni son, antisemitas. Ellos están pagando, en sangre contante y sonante, una cuenta ajena.

(Este artículo está dedicado a mis amigos judíos asesinados por las dictaduras latinoamericanas que Israel asesoró.)

Sergio dijo...

Yo, me puse a leerlo sin más, reconozco no haberlo acabado.
Es posible que se lleven denunciando las injusticias, miles de años...
Todos sufrimos por amor pero no debemos devolver miedo (quien dice miedo dice, rabia, ira, celos, envidia...)
Yo siento que la tensión no se cambia con más tensión. Hay un juego, en el que se coge un extremo y otro y se estira, por eso de quedarse con la cuerda.
Además siento, que no hay un ellos y un nosotros. Que todo está dentro y estamos en todo.Y también, que hay que poner la atención en lo que queramos que crezca.
Un abrazo y salud

Lola Torres Bañuls dijo...

Este articulo que has dejado como comentario. Podrías haberlo metido como una entrada porque dice mucho, es muy esclarecedor.

Gracias.

Arturo Borra dijo...

Hola Leonardo, me alegra saber que compartimos esta posición poética que, desde luego, no está exenta de polémicas. Como sea, tomar partido es una de nuestras tareas.
La poesía seguirá existiendo mientras haya dolor; y también lo prefiero a Gelman...
En cualquier caso, Leonardo, ya me pasaré a leer tu blog, en breve.
Mientras, muchas gracias por dejar tu huella y bienvenido seas.
Va otro saludo empático,
Arturo

Arturo Borra dijo...

Y sí Nemo, admito que la extensión no es amiga de los blogs y que leer en pantalla suele ser incómodo y hasta molesto. Tampoco descarto que este breve ensayo no sea lo suficiententemente interesante como para invitar a seguir leyendo, pero ya sabes que en estas cuestiones la economía linguística es contraria al deseo de ahondar en ciertas problemáticas recurrentes.
El miedo, como el amor, nos acompañan, aunque estoy de acuerdo que el miedoes peligroso: toda política del miedo invita al cierre o mejor, al repliegue. Claro que si todos nos replegamos, la cuerda se corta.
Con lo que no estoy muy de acuerdo es con respecto a la inexistencia de una frontera (más o menos difusa) entre un nosotros y un ellos. No hay cultura humana que no cuente con una distinción entre lo intragrupal y lo intergrupal, lo que por supuesto no significa que debamos considerar "inferiores" a esos otros grupos (base de los etnocentrismos). Un nosotros absolutamente inclusivo no parece algo conquistable, aunque sea un ideal propio de quienes se consideran "ciudadanos del mundo".

En fin, Nemo, mucho por conversar... Muchas gracias por tu paso y va otro abrazo,
Arturo

Arturo Borra dijo...

Sí Lola, es cierto: podría haberlo metido como una entrada independiente. No lo hice porque entiendo que se desplaza de cierto eje vertebrador del blog, pero desde luego, es un texto crítico valioso, que ayuda a esclarecer la terrible situación de Gaza.
Entiendo que hay muchos sitios donde esos textos pueden hallarse, así que aquí me limito a incluirlo dentro de un debate algo diferente.
Aún así, me alegra que lo hayas leído y te haya interesado.
Otra vez gracias (y ya van muchas).Un abrazo,
Arturo

PD: está pendiente lo del poemario...