domingo, 29 de marzo de 2009

«Oración al levantarse» - Julio Eutiquio Sarabia
























Ven con las clamorosas sentencias del augur
y apacigua la cólera ciega de los pájaros.
Ven en el caballo bruñido que desciende a plomo
e ilumina mis axilas con el aroma de la menta.
Ven al modo del terciopelo que provee la lluvia
en los tejados mohosos de Cuetzalan.

Ven en días como éste
–ayuno de los dones: abstemio transito de norte a sur, oscuro
en los hoteles–,
marzo aunque sea en el relincho de las hordas
e induce el embeleso en el aura de las potestades.

Arriba en el sostenido bemol que adviene con la niebla
e introduce oscuras variantes en la melodía.
Arropa al peregrino que soy en tus rodillas: arrópalo,
Erinia, en la hora funesta de las persecuciones.

No dejes que la impostura arroje sobre mí sus salivosas
piedras
ni extraigas lecciones morales de semejantes anatemas o
monadas.
No calles si suplico el fuego piadoso de tus labios
ni consientas que peregrine en busca de los sitios culpables de
la furia.

Despójame de los fastos y el tósigo mantén a la distancia.
Cura mis oídos y aparta de mi boca locuaces silogismos.
Danza en la superficie luminosa que anuncia ya Kashima.
El tenue sentido del mundo proviene del aroma cuando bailas.
(Hojas verdes humean en la naciente pira
mientras escucho, en tus tobillos, el tintineo perturbado del
orfebre.)

























Otrora mis dientes cazaban en tu cuello
y susurros vertían en mordiscos temibles
cuyas manchas de almendra rememoro
porque un pañuelo después surgía con signos de extrañeza.

El rondador de riendas sin caballo que soy
–converso, humo por heraldo, rechifla por galope–
aguarda la tinta indeleble de tus días menstruales.

Muchas lunas de marea alta contemplan el hermético cielo de
tu sexo,
el eminente paisaje que arrebató la voz a los patriarcas
y los mantuvo, atónitos, en un cruce de caminos.

Tizne ancestral llevo por dentro
y tatuado el corazón con una estrella.











Biografía

Estudió la carrera de Lingüística y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.
Es escritor de los libros Cerca de la Orilla publicado por la Universidad Autónoma de Puebla (1993), En el país de la lluvia, de Fondo de Cultura Económica (1999), Mudar de Vida, coeditado por la BUAP y Luna Arena. (2003) y Tesitura, de Monte Carmelo (2008).
Recibió el premio José Fuentes Mares por Cerca de la orilla en 1994.
Participó en Ala impar: 20 años de poesía en Puebla y Pulir Huesos, Galaxia Gutenberg.
También publicó su trabajo en revistas como Biblioteca de México, Casa del Tiempo, Luvina y La Gaceta del Fondo de Cultura Económica. Actualmente, es subdirector de la revista Crítica de Puebla.

"En la poética de Julio Eutiquio Sarabia un ritmo tenso aloja un decir que no concede otra posibilidad que su estar dicho de ese modo. Una fidelidad a la transmisión estética del poema como memoria de una forma que hubiera sobrevivido a toda puesta en crisis sostiene una visión poética totavía aurática sometida por salud a una operación levemente irónica: el procedimiento toca la situación poética o el léxico utilizado pero no llega al cuestionamiento de la forma. Lo que podría atraer esta operación de conservación formal -la nostalgia por un tiempo pasado siempre mejor- no sobreviene: Sarabia juega en presente, su tiempo es éste, su poesía gana o pierde aquí su batalla por la forma".

Eduardo Milán, en Pulir Huesos, Galaxia Gutenberg, España, 2008, p. 36.

Más sobre el autor, aquí.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Presentación de “Mi nombre es nadie”













Viernes, día 27 de marzo a las 7,30 tarde
Librería Primado- Avda Primado Reig, 102 -Valencia-




BERNARDO GUZMÁN, Director de la Ser Valencia

ARTURO BORRA, formador socio-laboral de inmigrantes

CARMEN ALBORCH, senadora PSPV-PSOE

NICOLÁS CASTELLANO, periodista de la Ser

CARLA FIBLA, corresponsal de La SER en Oriente Próximo


Más información aquí y aquí




"Reflexiones sobre la otra odisea del presente" - Arturo Borra (texto de presentación del audio-libro Mi nombre es nadie de Carla Fibla García-Sala y Nicolás Castellano Flores).

En primer lugar, quisiera destacar de este trabajo colectivo su compromiso periodístico con la indagación crítica del presente, que trabaja en un doble nivel: primero, mostrando la posibilidad de articular géneros múltiples, en este caso, a través de la combinación de las entrevistas en profundidad, el reportaje fotográfico, la crónica periodística, algunos fragmentos teatrales y literarios, así como la aportación ensayística de algunos colaboradores, materiales que son recopilados también en 4 CD más que recomendables. En un segundo nivel, el presente trabajo pone en cuestión, desde adentro, un modo dominante de gestionar los flujos migratorios y un modo inquietante de vincularse a estos colectivos. Sobre esta dimensión es la que quisiera plantear algunas reflexiones.

Mi nombre es Nadie nos retrotrae a los relatos homéricos, especialmente a la figura de Ulises, protagonista de múltiples odiseas en el mundo helénico. La referencia podría parecer lejana, pero lo que desde el título mismo se nos insinúa es, precisamente, que los procesos migratorios constituyen una historia de larga duración: el viaje más antiguo del mundo (como informa el subtítulo) o, también, una historia de la errancia como constituyente de la condición humana. Es pertinente recordar, en este marco, que los filósofos griegos pre-socráticos contraponían a la verdad no la mentira sino el olvido: aletheia es el nombre con que designaban esta verdad como trabajo de la memoria. Y las historias que Carla Fibla y Nicolás Castellano recuperan son parte de ese trabajo de la verdad, referido a la migración africana, dramáticamente próxima en tiempo y espacio. Aún así, mantiene una conexión con las epopeyas recogidas en La Odisea. “Mi nombre es nadie” es la respuesta que da Ulises al dios Cíclope, cuando éste le pregunta por su nombre. Gracias a la astucia de la respuesta, Ulises logra engañar al dios y regresar a su Itaca natal. Sin embargo, como advirtieron Adorno y Horkheimer, pasar por “nadie” tiene un costo vital: permite sobrevivir, pero trae como contrapartida el sacrificio de la singularidad, de la identidad singular. Negándome sobrevivo, pero entierro la promesa de una vida que no sea mera supervivencia.

La historia de Ulises no es solamente pasado o el nombre de un síndrome al que podría reducirse sin pérdida la penuria de los inmigrantes -africanos o no-. Ulises es la figura –ya distante del registro épico- que Europa mira con un gesto ambivalente y receloso, cuando no con rechazo más o menos solapado. Alcanza con revisar las políticas migratorias y de asilo hegemónicas para reconocer en Europa una creciente restricción de sus fronteras y una tendencia a hacer de la política del vallado su principal respuesta ante flujos migratorios que considera indeseables. Nada de ello impedirá que este Otro -nómade por fuerza- persista, aunque eso suponga atravesar situaciones de extrema vulnerabilidad y, en muchas ocasiones, ser objeto del tráfico de personas y de las mafias organizadas, “que no ven personas sino dinero desesperado” tal como puntualiza Carla Fibla. Para hacer un diagnóstico sobre las políticas migratorias hegemónicas también podemos referirnos, en un nivel macro, a la última directiva europea de inmigración (conocida como “la directiva de la vergüenza”)
[i], a la reducción drástica de los caminos legales para obtener permisos de residencia y trabajo[ii] y a la alarmante restricción de las concesiones de asilo. Si tomamos como ejemplo el 2008, España apenas aceptó 3 de cada 100 solicitudes de asilo, lo que significa que el 97% de solicitantes pasarán a formar parte de la inmigración irregular, si es que logran evitar la expulsión[iii]. Pero ¿a dónde regresa un solicitante de asilo, cuando lo que está en juego es su supervivencia misma? Las estadísticas oficiales nada dicen al respecto.
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En síntesis, aunque es cierto que hay algunas iniciativas en sentido diferente, lo dominante es tendencia a criminalizar la inmigración irregular, así como la tendencia creciente a restringir el acceso y permanencia regular en Europa, especialmente para aquellas categorías de inmigrantes menos valoradas según la jerarquía establecida por los estados europeos. Ser inmigrante africano[iv], en este contexto político-cultural, siempre corre el riesgo de convertirse en un estigma, aunque desde ya, no toda forma de discriminación xenófoba y racista sea abierta y manifiesta, sino más bien selectiva y oculta.
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Llamarse nadie, es decir, pasar de forma inadvertida, devenir-invisible, es una estrategia para burlar los controles de acceso, evitar la represión policial y la desconfianza anónima. Pero cada uno de esos “nadie” sigue soñando con la promesa –por definición incierta- de reinventar su vida. En ocasiones esta estrategia clandestina logra su objetivo: arribar y permanecer en estas costas. Sin embargo, la contrapartida no es otra que una multitud de seres humanos despojados de una parte de sí mismos, de sus historias personales y familiares, sus trayectos laborales o profesionales y lo que es igualmente grave, privados de sus derechos humanos más fundamentales. Al duelo que implica migrar, se le suma el duelo de ser privados del acceso a la ciudadanía, de ser confinados a la economía sumergida y a la sobreexplotación que sufren –reducidos a mano de obra barata en mercados precarizados-, si es que logran zafar del paro o la marginalidad.
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Lo relevante de Mi nombre es nadie es que recupera claves para seguir pensando qué significa migrar a Europa, “esa fortaleza que se reserva el derecho de admisión” –como señala Nicolás Castellano. Y si bien la inmigración africana ya de por sí es heterogénea, -a pesar de los estereotipos y mitos circulantes- en todos los casos sobrevive la promesa de plenitud y la presencia ubicua de la carencia. Pensar la diversidad de las migraciones, en estas condiciones, es un pensar que no acepta sustraerse del sufrimiento de los otros. Por el contrario, la apuesta aquí es dar voz a los que son sistemáticamente acallados o borrados, incluso en los medios masivos de comunicación, convertidos en objetos de una escena rutinizada que minimiza la conmoción. Quizás uno de sus méritos mayores sea ese: introducir el discurso del otro, a través de la reconstrucción de sus narrativas desgarradas y poner en crisis la violencia de las interpretaciones reduccionistas. Esas narrativas testimoniantes desafían el proyecto del bienestar cercado. Otra vez -dicen los autores en el prólogo- lo que aquí se juega es la promesa de una vida más digna, la legitimidad de no conformarse a esperar la muerte, en suma, el derecho a migrar y también la libertad de no tener que hacerlo.
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La travesía es extensa e imprevisible y comprenderla es también reconstruir el papel que desempeñan las familias, los medios, las asociaciones, los gobiernos y la sociedad en su conjunto ante el fenómeno migratorio. Esa comprensión implica volver a mirar a todos esos protagonistas desapercibidos, embarcados en esta aventura incierta donde se está dispuesto a dar la muerte por otra vida. Porque el viaje incierto es riesgo de muerte, de saqueo o violación; es distancia obligada y desesperación del que deambula sin saber ni tener dónde ir.

Mi nombre es nadie es un grito colectivo al que se suman todos aquellos que no confían en las murallas como solución duradera ni mucho menos admisible. Y si bien los autores –después de este otro viaje al que nos invitan- tampoco se privan de arriesgar sus tentativas de solución, lo que persiste, en primer lugar, es la materialidad sangrante de los relatos y las imágenes capturadas, ocupando los protagonistas un lugar en la interpretación de sí mismos, cuestionando las violencias no sólo físicas sino también epistémicas de las que estos sujetos son objeto. Lo que persiste es este grito desgarrado, que nos interpela en el centro de nuestra responsabilidad política. Porque –hay que recordarlo- nuestras sociedades opulentas crecen bajo la sombra de miles de “vidas desperdiciadas” como lanza con dureza Zigmun Bauman. Para decirlo de forma elíptica con este autor: “(…) la nueva plenitud del planeta significa, en esencia, una aguda crisis de la industria de eliminación de residuos humanos. Mientras que la producción de residuos humanos persiste en sus avances y alcanza nuevas cotas, en el planeta escasean los vertederos y el instrumental para el reciclaje de residuos”[v].
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En este sentido, el estudio de las migraciones se deja analizar mejor no sólo con la consideración de las crecientes desigualdades Norte-Sur o la escasez e insuficiencia de políticas efectivas de co-desarrollo, cooperación, integración y reintegración, sino también con el análisis de los actuales vertederos humanos que el “primer mundo” produce, convirtiendo millones de seres humanos en recursos superfluos, deshechos del derecho, sin las más mínimas garantías de trato igualitario. El doble rasero no puede ser más notorio: quien presume encarnar el porvenir de la democracia, es también agente histórico del sacrificio objetivo.
Para abreviar, este valioso trabajo periodístico –a contracorriente del periodismo predominante- no sólo aporta testimonios humanos esenciales. También contribuye a interrogar ese nosotros del que formamos parte, en la responsabilidad de lo que sabemos y de lo que preferimos no saber para evitar la responsabilidad que tenemos ante los demás. A esa responsabilidad infinita con el otro lo llamaba E. Levinas “justicia”. Porque no somos llamados para la caridad, sino para hacernos cargo de esta demanda de justicia, que el cinismo elige postergar, en nombre de ideales que en su práctica traiciona.
Tomar parte es luchar por una política específica de la apertura, capaz de enfrentar el miedo al otro, miedo que opera en la lectura prejuiciosa de la extranjería como amenaza e incluso como barbarie. Como señala Todorov, “El miedo a los bárbaros es lo que amenaza con convertirnos en bárbaros”[vi]. Bajo los nombres, a pesar de los repudios, hay alguien. Nadie, es decir alguien, sigue gritando. El latido que se agita bajo la piel - fuera de la aventura programada del turismo- es la añoranza de una tierra firme donde habitar. Si todavía somos capaces de escuchar el grito, si no naturalizamos tanto dolor anónimo evitable, que interroga por el Derecho propio y los derechos de los demás, en suma, si no sucumbimos a la anestesia que termina espectacularizando hasta el naufragio, ¿cómo gestionamos nuestra disconformidad compartida para que esta geografía de la fractura no sea la última palabra? Reinventar una morada en común es también pronunciarse de forma activa y en sentido diferente. Carla Fibla y Nicolás Castellano –junto a otros compañeros de viaje- ya lo han hecho. Para quienes confiamos en una democracia radical, es un deber acompañarlos.

[i] Dicha directiva promulgada en 2008, además de “unificar” la legislación sobre inmigración, endurece las condiciones referentes a la inmigración irregular, prolongando entre otras cuestiones el tiempo de confinamiento de los inmigrantes irregulares a 18 meses.
[ii] Me refiero fundamentalmente a las trabas europeas crecientes referidas a la reagrupación familiar, las contrataciones laborales realizadas en función del “catálogo de profesionales de difícil cobertura” en países de origen y a la obtención del arraigo por residencia ininterrumpida.
[iii] Son aleccionadores al respecto los casos de seres humanos abandonados en el desierto, como forma de castigo ejemplar.
[iv] La población africana sólo representa el 5 % del total de población extranjera residente en España.
[v] Bauman, S., Vidas desperdiciadas, Debate, España, 2008, p.17.
[vi] Todorov, T., El miedo a los bárbaros, Galaxia Gutenberg, España, 2008, p.18.

lunes, 16 de marzo de 2009

Lamento de Ariadna – Fiedrich Nietzsche


Quizás la mejor poesía de Nietzsche no esté en sus poemas explícitos, sino en sus escritos filosóficos, empezando por Así habló Zaratrustra, tan profundo como bello. La dimensión poética se halla sin dificultad en toda la producción intelectual de este filósofo-artista, como Dionisios, aunque se conozca muy poco su obra propiamente poemática. Quizás por eso Nietzsche puede convertirse en ese dios de la embriaguez que habla de su amada Ariadna como si fuera él mismo.
La transmutación de su identidad es parte de ese baile de máscaras que tanto lo sedujo como posibilidad misma de la desnudez. Cierto que hay una filosofía no poética y una poesía no filosófica. A riesgo de confundirme irremediablemente, confieso que sólo cuando los poemas tienen esa modulación propia de la auto-reflexividad siento que la escritura acaricia lo real, aproximándose ya no sólo al abismo del ser, sino como decía Castoriadis, al ser como abismo. A pesar de un cierto tono declamatorio, lo que irrumpe aquí quizás no sea más que la gestualidad del dolor –dolor indesterrable del laberinto- y es ese dolor, más que la sabiduría, lo que nos acerca a ese núcleo insondable que llamamos Nietzsche.
A.B.



















¿Quién me calienta, quién me ama todavía?
¡Dadme manos ardientes!
¡dadme un brasero para el corazón!
Tendida en la tierra, estremeciéndome,
como una medio muerta a quien se le calienta los pies,
agitada, ay, por fiebres desconocidas,
temblando ante glaciales flechas agudas de escalofrío,
cazada por ti, ¡pensamiento!
¡Innombrable! ¡Encubierto! ¡Aterrador!
¿Tú, cazador entre las nubes!
¡Fulminada a tierra por ti,
ojo sarcástico que me mira desde lo oscuro!
Así yazgo,
me doblo, me retuerzo, atormentada
por todos los martirios eternos,
herida,
por ti, el más cruel cazador,
tu desconocido, dios...

¡Hiere más hondo!
¡Hiere de nuevo!
¡Pica, repica en este corazón!
¿A que viene este martirio
con flechas de dientes romos?
¿Qué miras otra vez
sin cansarte del tormento humano
con malévolos ojos de rayos divinos?
¿No quieres matar,
sólo martirizar, martirizar?
¡Para qué martirizarme a mí,
malévolo dios desconocido?

¡Ah, ah!
¿Te acercas sinuoso
en semejante medianoche?...
¿Qué quieres?
¡Habla!
Me estrechas, me oprimes,
¡ah, ya demasiado cerca!
Me oyes respirar,
acechas mi corazón,
¡celoso!
-¿pero celoso de que?-
¡Fuera, fuera!
¿para qué la escala?
¿quieres subir
adentro, hasta el corazón,
subir hasta mis más
secretos pensamientos?
¡Impúdico! ¡Desconocido! ¡Ladrón!
¿Qué quieres sacar robando?
¿Qué quieres sacar escuchando?
¿Qué quieres sacar atormentando?
¡tú, atormentador!
¡tú, dios verdugo!
¿O como el perro debo
refregarme contra el suelo ante ti?
¿Sumisa, embelesada fuera de mí
menear la cola por amor?
¡Es inútil!
¡Punza otra vez,
aguijón el más cruel!
No soy tu perro, sólo tu presa,
¡cazador el más cruel!
tu más orgullosa prisionera,
bandido tras las nubes...
¡Habla al fin!
¡Tú, encubierto con el rayo! ¡Desconocido! ¡habla!
¿Qué quieres, salteador, de mi?...


















¿Cómo?
¿Un rescate?
¿Qué quieres de rescate?
Pide mucho, ¡lo aconseja mi orgullo!
Y habla poco, ¡lo aconseja mi orgullo!

¡Ah, ah!
¿a mí es a quien quieres? ¿a mí?
¿a mí entera?...
¡Ah, ah!
¿Y me martirizas? ¡Loco que eres un loco!
¿Requetemartirizas mi orgullo?
Dame amor, ¿quién me calienta todavía?
¿quién me ama todavía?
dame manos ardientes,
dame un brasero para el corazón,
dame, a la más solitaria,
a la que el hielo, ¡ay!, siete capas de hielo
enseñan a añorar enemigos,
da, sí, entrega,
enemigo el más cruel,
dame ¡a ti!..

¡Se acabó!
Entonces huyo él,
mi único compañero,
mi gran enemigo
¡mi dios verdugo!...
¡No!
¡vuelve!
¡Con todos tus martirios!
Todo el curso de mis lágrimas
discurre hacia ti,
y la última llama de mi corazón
para ti se enardece.
¡Oh, vuelve,
mi dios desconocido! ¡mi dolor!
¡mi última felicidad!...

Un rayo. Dionisyos aparece con esmeraldina belleza.

Dionysos:
Sé juiciosa, Ariadna...
Tienes oreja pequeñas, tienes mis orejas:
¡mete en ellas una palabra juiciosa!
¿No hay que odiarse primero, si se ha de amarse?...
Yo soy tu laberinto...


viernes, 13 de marzo de 2009

«Che cos’ è la poesia?» -Jacques Derrida


Para responder a semejante cuestión -en dos palabras, ¿no es cierto?- se te pide saber renunciar al saber. Y saber hacerlo bien, sin olvidarlo jamás: desmoviliza la cultura pero no olvides nunca en tu docta ignorancia eso que sacrificas en la ruta, al atravesar la ruta.

¿Quién se atreve a pedirme eso? Aun si no lo parece, pues su ley es desaparecer, lo respondido se ve dictado. Yo soy un dictado, pronuncia la poesía, apréndeme par coeur*, vuelve a copiar, vela y vigílame, mírame, dictado, ante los ojos: banda de sonido, wake, estela de luz, fotografía de la fiesta de luto.

Se ve dictado, lo respondido, por ser poético. Y por eso tiene que dirigirse a alguien, singularmente a ti pero como al ser perdido en el anonimato, entre ciudad y naturaleza, un secreto compartido, a la vez público y privado, absolutamente lo uno y lo otro, absuelto desde adentro y desde afuera, ni lo uno ni lo otro. El animal arrojado a la ruta, absoluto, solitario, enrollado en una bola próximo a sí. Por esto mismo, justamente, puede hacerse pisar, el erizo, istrice.

Y si respondes de otro modo según los casos, habida cuenta del espacio y del tiempo que te son dados con esta demanda (todavía hablas en italiano), por ella misma, según esta economía pero también en la inminencia de alguna travesía fuera de uno, arriesgada hacia el idioma del otro con vistas a una traducción imposible o rechazada, necesaria pero deseada como una muerte, ¿qué tendrá todo esto, esto mismo donde acabas ya de delirarte, que ver, entonces, con la poesía? Con lo poético, mejor, porque intentas hablar de una experiencia, otra palabra por viaje, aquí el recorrido aleatorio de un trayecto, la estrofa que se vuelve pero nunca reconduce al discurso, ni a sí misma, al menos nunca se reduce a la poesía -escrita, hablada, ni siquiera cantada.

He aquí entonces, ya mismo, en dos palabras, para no olvidar:
1. La economía de la memoria: un poema debe ser breve, por vocación elíptica, cualquiera sea la extensión objetiva o aparente. Docto inconsciente de la Verdichtung y de la retirada.

2 El corazón. No el corazón en media de las frases que circulan sin riesgo por las distribuidoras de rutas y que se dejan traducir en todos los idiomas. No simplemente el corazón de los archivos cardiográficos, el objeto de los saberes o las técnicas, de las filosofías y de los discursos bio-ético-jurídicos. Quizá tampoco el corazón de las Escrituras o de Pascal, ni incluso, lo que no es tan seguro, el que Heidegger prefiere antes que aquellos. No, una historia de «corazón» poéticamente envuelta en la expresión «apprendre par coeur» [aprender de memoria], la de mi idioma o la de otro la inglesa (to learn by heart) ,o aun la de otro, la árabe (hafiza a’n zahri kalb) -un solo trayecto de múltiples vías.
Dos en uno: el segundo axioma se enrolla en el primero . Lo poético, digámoslo, sería eso que deseas aprender, pero de lo otro, gracias a lo otro y bajo su dictado, con el corazón: imparare a memoria. ¿No es eso ya, el poema, cuando se da una prenda, la llegada de un acontecimiento, en el instante en que la travesía del camino llamada traducción permanece tan improbable como un accidente, a pesar de ello intensamente soñada, requerida allí donde eso que ella promete siempre deja algo que desear? Un reconocimiento va hacia eso mismo y previene aquí el conocimiento tu bendición antes del saber.

Fábula que podrías volver a contar como el don del poema, es una historia emblemática: alguien te escribe, a ti, de ti, sobre ti. No, una marca a ti dirigida, dejada, confiada, es acompañada de una conminación, en verdad se instituye en ese orden mismo que a su vez te constituye, asignando tu origen o dándote lugar, destrúyeme o antes vuelve mi soporte invisible al afuera, en el mundo (ya éste es el rasgo de todas las disociaciones, la historia de las trascendencias), en todo caso haz de modo que la procedencia de la marca permanezca en adelante inencontrable o irreconocible. Promételo: que se desfigure, transfigure o indetermine en su puerto, y escucharás bajo esta palabra tanto la orilla de la partida tanto como el referente hacia el cual se porta una traducción. Come, bebe, devora mi letra, pórtala, transpórtala en ti, como la ley de una escritura que devino tu cuerpo: la escritura en si. La astucia de la conminación puede antes que nada dejarse inspirar por la simple posibilidad de la muerte, por el peligro que un vehículo le hace correr a todo ser finito. Oyes venir la catástrofe. Desde entonces impreso en el mismo rasgo, venido del corazón, el deseo de lo mortal despierta en ti el movimiento (contradictorio, me sigues bien, doble obligación, coacción aporética de proteger del olvido eso que al mismo tiempo se expone a la muerte y se protege -en una palabra, la habilidad, la retirada del erizo, como un animal hecho un ovillo en la autopista. Uno querría tomarlo entre las manos, aprenderlo y comprenderlo, guardarlo para sí, próximo a sí.
Te gusta conservar esto en su forma singular, se diría en la irremplazable literalidad del vocablo si habláramos de la poesía y no solamente de lo poético en general. Pero nuestro poema no se queda quieto en los nombres, ni siquiera en las palabras. Está antes que nada arrojado a las rutas y a los campos, cosa más allá de las lenguas, aun si le ocurre recobrar el sentido cuando se reagrupa, hecho un ovillo próximo a sí, más amenazado que nunca en su refugio: cree defenderse entonces, y se pierde.

Literalmente: querrías retener par coeur una forma absolutamente única, un acontecimiento cuya intangible singularidad no separe más la idealidad, el sentido ideal, como se dice, del cuerpo de la letra. En el deseo de esta inseparación absoluta, en el no-absoluto, respiras el origen de lo poético. De ahí la resistencia infinita a transferir la letra que el animal, en su nombre, a pesar de ello, reclama. Ese es el desamparo del erizo. ¿Qué quiere el desamparo [détresse], el stress mismo? Stricto sensu, poner en guardia. De ahí la profecía: tradúceme, vigila, consérvame un poco más, sálvate, salgamos de la autopista.

Así surge en ti el sueño de aprender par coeur. De dejarte atravesar el corazón por el dictado. De un plumazo, y esto es lo imposible, y ésta es la experiencia poemática. No conocías todavía el corazón, así lo aprendes. Con esta experiencia y con esta expresión. Llamo poema a eso mismo que aprende el corazón, eso que inventa el corazón, en fin eso que la palabra del corazón parece querer decir y que en mi lengua discierno mal de la palabra corazón. Corazón en el poema «apprendre par coeur» (que hay que aprender par coeur) ya no nombra solamente la pura interioridad, la espontaneidad independiente, la libertad de conmoverse activamente al reproducir la huella amada. La memoria del «par coeur» es confiada como un rezo, es más que seguro, a una cierta exterioridad del autómata, a las leyes de la mnemotécnica, a esta liturgia que imita superficialmente la mecánica, al automóvil que sorprende tu pasión y viene sobre ti como de afuera: auswendig, «par coeur» en alemán. Así, pues: el corazón te late, nacimiento del ritmo, más allá de las oposiciones, del adentro y del afuera, de la representación consciente y del archivo abandonado. Un corazón allí, entre los senderos o las autopistas, fuera de tu presencia, humilde, cerca de la tierra, bien abajo. Reitera murmurando: no repitas nunca… En una sola clave, el poema (el aprender par coeur) sella conjuntamente el sentido y la letra, como un ritmo espaciando el tiempo.

Para responder en dos palabras, elipsis, por ejemplo, o elección, corazón o erizo, te habrá hecha falta desmantelar la memoria, desarmar la cultura, saber olvidar el saber, incendiar la biblioteca de las poéticas. La unicidad del poema depende de esta condición. Tienes que celebrar, debes conmemorar la amnesia, el salvajismo, ver la estupidez del «par coeur»: el erizo. El se ciega. Hecho un ovillo, erizado de espinas, vulnerable y peligroso, calculador e inadaptado (porque se hace un ovillo, al sentir el peligro, en la autopista, se expone al accidente). No hay poema sin accidente, no hay poema que no se abra como una herida, pero también que no sea hiriente. Llamarás poema a un encantamiento silencioso, la herida áfona que de ti deseo aprender par coeur. Así tiene lugar, esencialmente, sin que uno lo tenga que hacer: se deja hacer, sin actividad, sin trabajo, en el más sobrio pathos, extranjero a toda producción, sobre todo a la creación. El poema cae en suerte, bendición, venida de lo otro. Ritmo, pero disimetría . No hay nunca más que poema, antes que cualquier poiesis. Cuando, en lugar de «poesía», dijimos «poético», deberíamos haber precisado: «poemática». Sobre todo no dejes que el erizo se reconduzca en el circo o en el adiestramiento de la poiesis: nada por hacer (poiein), ni «poesía pura», ni retórica pura, ni reine Sprache, ni «puesta-en-obra-de-la-verdad». Solamente una contaminación, ésa, y esa encrucijada, este accidente. Esta vuelta, la inversión de esta catástrofe. El don del poema no cita nada, no tiene título alguno, no histrioniza más, sobreviene de improviso, corta el aliento, corta con la poesía discursiva, y sobre todo literaria. En las cenizas mismas de esta genealogía. No el fénix, no el águila, el erizo, muy abajo, bien abajo, cerca de la tierra . Ni sublime, ni incorporal, angélico quizás, y por un tiempo.

Llamarás desde ahora poema a una cierta pasión de la marca singular, la firma que repite su dispersión, cada vez más allá del logos, ahumana, doméstica apenas, no reapropiable en la familia del sujeto: un animal convertido, hecho un ovillo, vuelto hacia el otro y hacia sí, una cosa en suma, y modesta, discreta, cerca de la tierra, la humildad que tú apodas, transportándote así en el nombre más allá del nombre, un erizo catacrético, todo flechas afuera, cuando este ciego sin edad oye pero no ve venir la muerte.

El poema puede hacerse un ovillo pero es para volver otra vez sus signos agudos hacia afuera. Puede por cierto reflejar la lengua o decir la poesía pero no se refiere nunca a sí, no se mueve nunca por sí mismo como esas máquinas portadoras de muerte. Su acontecimiento siempre interrumpe o desvía el saber absoluto, el ser próximo a sí en la autotelia. Este «demonio del corazón» nunca se reagrupa, se extravia un tanto (delirio o manía), se expone a la suerte, preferiría dejarse despedazar por eso que viene sobre él.

Sin sujeto quizás hay poema y que se deja, pero yo no lo escribo nunca. A un poema yo no lo firmo nunca. El otro firma. El yo está solamente a la llegada de ese deseo aprender par coeur. Tenso para compendiarse en su propio apoyo, de este modo sin apoyo exterior, sin substancia, sin sujeto, absoluto de la escritura en sí, el «par coeur» se deja elegir más allá del cuerpo, del sexo, de la boca y de los ojos, borra los bordes, se escapa de las manos, apenas lo puedes oír, pero nos enseña el corazón. Filiación, prenda de elección confiada en herencia, puede adherirse a cualquier palabra, a la cosa, viviente o no, al nombre de erizo por ejemplo, entre vida y muerte, a la caída de la noche o al romper del día, apocalipsis distraído, propio y común, público y secreto.
- Pero el poema del que hablas, te equivocas, nunca fue nombrado así, ni tan arbitrariamente.
- Acabas de decirlo. Eso que se está a punto de demostrar.

Recuerda la pregunta : «¿Qué es…?» (ti esti, was ist…, istoria, episteme, philosophia). «¿Qué es…?» llora la desaparición del poema –otra catástrofe. Al anunciar eso que es tal como es, una pregunta saluda el nacimiento de la prosa .

* Coeur podría traducirse: «corazón» y apprendre par coeur «aprender de memoria» . Se mantiene en francés par coeur dentro de esta expresión para recordar el juego del corazón y la memoria, basal en este escrito. (N . del T.)




sábado, 7 de marzo de 2009

Lectura de Juan Carlos Mestre en la Facultad de Filología de la universidad de Valencia



Lectura del poeta Juan Carlos Mestre el próximo Miércoles 11 de Marzo a las 19:00 hs para el Aula de Poesía. En la sala de juntas de la Facultad de filología
Avenida Blasco Ibáñez, 32.
Ciudad de Valencia.

Entrada libre.

Presentación a cargo del poeta Antonio Méndez Rubio.



Elogio de la palabra

Esta palabra no ha sido pronunciada contra los dioses, esta palabra y la sombra de esta palabra han sido pronunciadas ante el vacío, para una multitud que no existe.
Cuando la muerte acabe, la raíz de esta palabra y la hoja de esta palabra arderán en un bosque que otro fuego consume.
Lo que fue amado como cuerpo, lo escrito en la docilidad del árbol único, será consolación en un paisaje lejano.Como la inmóvil mirada del pájaro ante la ballesta, así la palabra y la sombra de esa palabra aguardan su permanencia más allá de la revelación de la muerte.Sólo el aire, únicamente lo que del aire al aire mismo trasmitimos como testamento de lo nombrado, permanecerá de nosotros.
La luz, la materia de esta palabra y el ruido de la sombra de esta palabra.
Juan Carlos Mestre
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Grabado de Juan Carlos Mestre

sábado, 21 de febrero de 2009

«El silencio de las sirenas» - Franz Kafka

El retorno a Kafka siempre corre el riesgo de reafirmar su uso canónico. Sin embargo, no atravesar ese riesgo sería optar por dejarlo atrás, en un gesto tan soberano como arrogante. Conozco demasiados post-kafkianos que jamás han pasado por Kafka como para no persistir todavía en sus huellas. El olvido de sus textos no sólo no cuestiona el canon dominante, sino que se limita a encumbrar aquello que desconoce. Nuestra época es la época que celebra lo que ignora: puesto que presupone el valor de algunos autores, se exime de leerlos. A las perspectivas críticas que cuestionan ciertos modos dominantes de lectura, se le ha superpuesto una posición que acepta tácitamente los autores consagrados pero que se siente exenta de la necesidad de retorno. Es quizás uno de los efectos de la cultura del vértigo: buscar siempre nuevas celebridades, sometidas a la temporalidad de lo efímero.

"El silencio de las sirenas" no es un texto central en la escritura de Kafka. Desde La metamorfosis, El Proceso, El Castillo, América o incluso las sorprendentes En la jaula penitenciaria o La madriguera, podría decirse que este pequeño relato es más bien un "texto menor", anotaciones realizadas en algún cuaderno salvado de la quema. Sin embargo, me conmovió desde que lo leí por primera vez, quizás por su condición misma de anotación de segundo orden -no exenta de melancolía-, por la ausencia que le sobrevuela, por cierta inexactitud de sus trazas (recuérdese que eran los remeros quienes tenían tapados los oídos, no Ulyses). En cualquier caso, insinúan algo más terrible que la seducción del mito del canto: quizás, el silencio contemporáneao como respuesta final, la pérdida de lo bello como único hallazgo.

A.B.










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Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación. He aquí la prueba:
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Para guardarse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos.
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El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones mas fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bién quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con inocente alegría.

Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.

En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas les hizo olvidar toda canción.
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Ulises, (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él se hallaba a salvo. Fugazmente, vió primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos.
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Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo mas acerca de ellas.
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Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.

Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.
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La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno.Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo.

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domingo, 15 de febrero de 2009

«La poética corporal de Stellarc: cuerpo y metamorfosis»



























“El body art no me interesa en absoluto, pero Stellarc sí. Él mismo es un campo de rayos, el soporte de una electrocución, de una terrible descarga -como lo es la tierra para Walter de Maria. Él regresa a un cuerpo que está siendo absorbido, destruido por células extrañas. Quiere llegar a ser un no-cuerpo, un cuerpo posthumano, un «más allá del cuerpo» para tomar prestado un término de un número de Kunstforum con el que colaboré. Hay un cuerpo territorial para el land art, y un cuerpo animal, masculino o femenino, para el body art. Hay una correlación entre el lighting field con actividad electromagnética y el intento de Stellarc de ser él mismo el campo de rayos, a través de todos sus enganches eléctricos. (...)

Stellarc representa el intento de reemplazar el hombre por la máquina, es el contemporáneo de una crucifixión del cuerpo humano por la tecnología. Es el hombre pre-robot, el apóstol de la máquina que vendrá tras él. En cierto modo representa el final de su propio arte. Él quiere ser el S. Juan del Apocalipsis del cuerpo, el S. Juan de Patmos que profetiza el Apocalipsis. Por ello lo comparo con Artaud. Como Kafka, Artaud era contemporáneo de los campos de concentración. Sterllarc es el contemporáneo de los actos terribles que están sucediendo ahora en Yugoslavia y en otros lugares -que no son temas muy discutidos en arte pero que deberían serio. Continúo escandalizado por la anterior edición de la Bienal de Venecia, que tiene lugar a escasa distancia de una guerra civil europea, y por la pobreza de las referencias que a ella se hacen.
Es una guerra que nos atraviesa, y Stellarc ilustra el hecho de que el hombre se ha convertido en inútil, y de que la máquina lo está reemplazando. Él manifiesta esta pérdida del propio cuerpo; es su lado barroco. Se jacta de que permite que su cuerpo sea reemplazado por la máquina.




















Desde que el arte ya ha perdido su lugar y ha empezado a flotar entre los mundos de la publicidad y los media, la última cosa que resiste es el cuerpo. Piensen lo que piensen artistas como Stellarc o la gente del teatro o la danza, son artistas del habeas corpus, aportan sus cuerpos. Aún así, ellos señalan la línea de avanzadilla, la posibilidad de ir más allá del cuerpo pasa por ellos. Lo dramático del teatro, la danza y el body art, en el sentido que venimos hablando, es que prefiguran un límite. Plantean la cuestión del «hasta dónde». Es también una pregunta ética en el contexto de la ingeniera genética, ante los problemas del tráfico de seres humanos como materia prima mejorable, el cuerpo considerado como una materia prima, el cuerpo de la «hominicultura» como dicen algunos científicos.




















Por eso yo estoy enamorado de los cuerpos. Creo que junto al «SOS: salvad nuestras almas», deberían inventar también un «SOS: salvad nuestros cuerpos de la electrocución electromagnética». Todo el mundo debería releer el maravilloso libro de Villiers de l'Isle Adam, La Eva Futura, modelo de María, la «mujer eléctrica» de Metrópolis de Fritz Lang. El libro anticipa la superación del cuerpo por ondas corporales, por cuerpos de emisión y recepción. Y por tanto la cibersexualidad -pero también la cibersocialidad, la cibercultura en general...”

Entrevista a Paul Virilio, extractada de

http://www.accpar.org/










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Stelios Arcadiou, máximo exponente del body-art cibernético, basa su creación en ideas y aspectos de la obra de Marshall MacLuhan, para construir una ‘fantasía’ posthumana que tiene la intención de crear un nuevo ser híbrido entre el hombre y la máquina (un posthumano), un ser postevolutivo cuya vida se desarrolle en una teleexistencia a través de la interconexión con una red de superordenadores y de otros seres posthumanos.

Stelarc se distancia del resto de body-artistas en algunos aspectos. En primer lugar, se distancia de una manera casi clínica con respecto a su propia existencia física: hablará siempre de “el cuerpo”, nunca de “mi cuerpo”. Este aspecto lo diferencia tajantemente de las body-artistas feministas, que reivindican su propio cuerpo como arma política de liberación del patriarcado. Asimismo, las feministas conciben al cuerpo como representación un simbolismo religioso, reinterpretado según los cultos paganos a las diosas antiguas. A diferencia de las feministas del body-art y de la New Age, Stelarc rechazará toda connotación religiosa o mística de su obra.

El punto de partida de esta especie de “estética protésica” de Stelarc es la idea macluhaniana de transformación y cambio del cuerpo: “la estructura fisiológica del cuerpo determina su inteligencia y sus sensaciones, y si se modifica esa [estructura], se obtiene una percepción alterada de la realidad.” (La cita es de Stelarc, en Marc Dery, Velocidad de Escape, pág. 165)

Otro aspecto fundamental en su propuesta es la noción de “tecnoevolución.” Las performances que realiza son instrumentos que interactúan con su propio cuerpo (El Cuerpo Amplificado, El Brazo Virtual, etc.), al modo de una “sinergia cibernética [en la que] la separación entre el que controla y el que es controlado [el hombre y la máquina] se vuelve borrosa: Stelarc es prolongado por su sistema de alta tecnología pero constituye a la vez una prolongación de dicho sistema.” (Dery, Velocidad de Escape, p. 177)

Por otro lado, sus veinticinco Suspensiones (en las que se el artista se cuelga de una serie de ganchos de acero inoxidable en distintos lugares, desde la sala de un museo hasta una grúa setenta metros sobre el Teatro Real de Copenhague), son “evocaciones de la ingravidez prenatal (…) del sueño espacial de flotar sin gravedad.” (Dery, Velocidad de Escape (VdE), p. 177)





















Es decir, muestran las limitaciones terrenales al cuerpo humano. Con esto Stelarc quiere señalar que la cibercultura y la era de la información presentan un reto al ser humano, en el sentido de que la evolución ha creado una humanidad anquilosada, caduca, inservible para la nueva “infosfera”, para una nueva sociedad que impulse la expansión mental. Si la gravedad ha moldeado nuestro cuerpo, es necesario cambiarlo puesto que la información “propele al cuerpo más allá de sí mismo y de su biosfera.”

Es preciso pues, aceptar que “EL CUERPO ESTÁ OBSOLETO” y tomar un camino postevolutivo que permita diseñar un nuevo ser posthumano:

“LA EVOLUCIÓN ACABA CUANDO LA TECNOLOGÍA INVADE EL CUERPO. El cuerpo no como sujeto, sino como objeto, NO COMO OBJETO DE DESEO SINO COMO OBJETO DE DISEÑO.” (La cita es del propio Stelarc, en VdE, p. 184)

La tarea propuesta es, por lo tanto, la de descarnar el cuerpo para convertirlo en una máquina cibernética que posibilite una mayor adaptabilidad a cualquier medio y una comunicación directa con las máquinas artificiales, es decir, convertir al ser humano en un ciborg, cuya mente puede interconectarse a cualquier medio artificial gracias a un cuerpo cibernético. Este ser, sin piel ni órganos inútiles para su expansión, y dotado de componentes electrónicos, chips, sensores, etc., permitiría la vida en cualquier lugar, incluso en cualquier “sistema fisiológico pan-planetario; [el nuevo cuerpo sería] duradero, flexible y capaz de funcionar en condiciones atmosféricas diversas y en campos gravitatorios y electromagnéticos.” (Stelarc, en VdE, p. 185)

Asimismo, gracias a la capacidad de interconectarse a través de redes cibernéticas, estos seres postevolutivos alcanzarían la inmortalidad gracias a la sustitución permanente de sus componentes. Esta capacidad se uniría a la tendencia a la exploración espacial que les presupone Stelarc. A través de la interconexión, estos teleoperadores posthumanos atravesarían el espacio utilizando brazos robóticos que permitirían experimentar el tacto de los asteroides o de las superficies de otros planetas. Stelarc defiende una teoría de la velocidad de escape en la que el cuerpo se desprende como un cohete de sus limitaciones terrenales al mismo tiempo que el hombre acelera su evolución posthumana y pan-planetaria.

















Extraído de http://losojosdelafilosofia.wordpress.com/2008/10/28/psicologia-stelarc-un-body-artista-de-la-era-cibernetica/