sábado, 3 de marzo de 2012

Tres poemas de Hugo Gola: "desde esa orilla turbulenta"




NUNCA
---nunca
el sueño
----descubre
quién teje
-----en la sombra
--quién mezcla
-----rostros
-----rastros
----los dispersa
---quién pone
-----los pies
--sobre los campos
-----lisos
----quién?
Piedras
---pastos
--pálidos soles
---flores arrasadas
por el viento
------pájaros ciegos
llegan
------de dónde?
Padre mío
-------tan callado
----------qué dices
-----------------que no te oigo
desde esa orilla
----turbulenta?





EL POEMA que viene
---------sin buscarlo
va tan lejos como
-------puede
el poema que salta
de la ranura instantánea
a la palabra
sólo persiste
si hay un rostro
si una luz semejante
cobija la voz
no importa dónde

Entonces cruza el frío
la noche
cruza el desierto
avanza
besa silente
la raíz oculta
y allí
construye para siempre
su morada




UN TRAZO
-un trozo
--un tono
----un toque
un punto
----que vibra
-una línea
-que vuelta
--una mancha
de sombra
---un círculo
----puro
aquí
----o en el
------cielo
----quizá sean
----el augurio
-----la clave
----el indicio
--------secreto
----para la
------vida
-----o para
esta tarde



Hugo Gola
 

sábado, 28 de enero de 2012

«Por donde pasa la poesía»: la memoria de los pájaros



Por donde pasa la poesía no es un libro concebido como centro unitario en el cual se condensarían unas poéticas canonizadas, sino el punto de encrucijada de unas escrituras plurales que se cruzan en lo inesperado. Se pasa porque no hay llegada sino desplazamiento, pasos heterogéneos, itinerarios inciertos.


El trabajo de rescatar, en ese sentido, es una tarea inacabada, que exige sucesivas aproximaciones, abrir otra vez los recorridos, volver a surcar lo andado. Puesto que la poesía pasa por muchos lugares, reunir en un libro colectivo algunas de sus huellas es una apuesta tan incompleta como fructífera. No están todos los que pasan ni podrían estarlo. Y, sin embargo, ¿cómo negar el valor de procurar retener algunas de sus resonancias?


Aquí, entonces, algunas de esas huellas.



Dos poemas de Lucía Boscá: « ...y el hombre nacía del pájaro»


AL INTERIOR DEL pájaro, justo
en su centro: algo
empapado. Y algo en pequeños ovillos.
Ya no hay quién, que todo son
conversiones y un daño hecho de negro y
de negro hecho el camino.
Pero hubo un tiempo
y el hombre nacía del pájaro.

*** 

DESCANSO: NO
aquí sumergido
o ahí se lo espera. ¿Y cuántas
vidas han faltado
para dar un paso, dos?
¿Qué va a ser
de las siguientes,
de todas aquellas,
las que terminaron
por empezar?







Un poema de David Franco Monthiel: «La sangre prometida»

I.

Estrategia del despojado

En caso de ataque,
sangraremos.

II.

Contrataque

Del sur al norte
sobre el campo minado
vuelan los pájaros.

III.

Blackwater Worldwide

¿Ves? Es la sien
la que se va acercando
a la pistola.






Un poema de Javier Gil Martín: «Animales palabras»

¿Son vida las palabras o van contra la vida?
Alfonso Costafreda
I

La palabra escrita

Perdóname la tristeza
de amarte en las palabras,
animales de la ausencia.

II

La palabra olvidada

Sepultada en el tiempo
una oscura palabra,
animal en letargo dispuesto a despertar.


III

La palabra susurrada

La palabra, animal silente
que roza tu lengua como yo,
con ahogada dulzura.



Más información, aquí.

lunes, 2 de enero de 2012

Diez preguntas sobre la urgencia: una entrevista a Eduardo Milán de Arturo Borra


1.      Para muchas personas la poesía se ha convertido en un lujo que -habida cuenta de sus urgencias vitales- consideran que no pueden permitirse. ¿Qué cabe esperar de quienes consideramos más bien que la producción poética forma parte de esas urgencias? O, para repetir la pregunta de Hölderlin: ¿para qué la poesía en tiempos de penuria?

La pregunta de Holderlin es fundamental no sólo para la modernidad en que se conceptualiza. ¿ A quien se sirve? Los dioses de Holderlin son el orden, la explicación, la trascendencia, la posibilidad Otra. Pero también lo que escucha, lo que oye. Con quien se dialoga. Para Holderlin se sirve a ese condensado de atributos. Pero en plena secularización, para un poeta, un dios se parece a un lector. O sea, el verdadero poeta -y es difícil esta categoría- no sirve a nadie. Es lo bueno. Pero hay poetas -y eso no quiere decir que sean falsos sino que para mí quiere decir que no cumplen con la dignidad de la poesía- que sirven al lector. El sueño de la mercadotecnia, el sueño del espectáculo -eso propio de ciertos novelistas, de actores, políticos y cantantes de rock: celebrities-- no escapa a nadie. Por otra parte, diría que no cabe esperar nada de quienes consideramos -yo al menos- a la poesía no como una urgencia sino como una necesidad luego de un azar, como un destino aceptado luego de ciertas contingencias que señalan rumbos. Pero decir o preguntarse “qué cabe esperar” es como creer que hay algo de elegidos -secretamente, en voz baja, murmurado porque carece de prestigio en el mundo real- en los que escribimos poesía y somos poetas. Lo que está en juego hace tiempo es lo humano. Y luego, de ahí, lo mejor de lo humano que puede ser la creación. Pero hay que precisar: la creación de buena calidad. También abunda la mala. En esta época es dominante.

2.      En el contexto del presente, marcado por la masacre y el estado de excepción, ¿cómo podríamos contribuir a transformar desde el campo poético lo extrapoético? ¿En qué sentido la poesía podría tener eficacia política, en unas condiciones culturales que la marginan de forma radical?

Es una cuestión ética. La poesía juega a partir de la ética del poeta, no juega sola. Me cansé de aquellas voces que salvan por anticipado a la poesía, que la salvaron siempre, que, de alguna manera, le otorgaron un lugar tan especial. Alguna vez - en Resistir creo que fue- arrinconé ese argumento contra las cuerdas -no sólo contra las vocales: contra las del ring- y hablé de un mundo donde la poesía se salvaba y se hundían los humanos. A esa paradoja lleva decretar la salvación de la poesía por anticipado. La poesía es política como todo acto humano. Y puede ser política como forma de resistencia. En la medida en que se acepte que la palabra está gastada porque la poesía es gasto ejercido, no ahorro, no capitalizable. De modo que hay un deseo. El deseo no preserva su gasto. Que lo hiciera sería como hablar de un capitalismo del espíritu. Lo que quiero decir es que la poesía no es el ejercicio de un deber ser, de un superyó. Es un acto de libertad. Y depende del alcance que se le dé al concepto y al término. Una sociedad donde todo se consigue no es una sociedad de libre deseo sino de “libre” condicionamiento, valga la contradicción. Cuando uno empieza a decir: “la palabra poética es la contención frente a la”, etc, uno ya condicionó la cosa. La poesía puede ser un acto de contención ante la emisión moldeadora de opinión de ciertos medios dirigidos y orientados para controlar. Puede ser una forma de contención ante la emisión meramente contactual (de hacer contacto) del habla común y cotidiana que son formas de ejercer y poner a funcionar un código. Pero uno puede también comprobar luego que ciertos poetas que rodean la palabra de silencio luego rodean un libro de mutismo y luego esperan en la fila del Nóbel sin hablar de lo que pasa. Insisto: un poema tiene que ser lo que yo quiero, no lo que los pueblos que sufren. A los pueblos que sufren puede o no interesarles la poesía. Y luego veremos qué poesía les interesa. Fabricamos equivalencias con la facilidad de la necesidad. ¿Cuáles pueblos? ¿La parte que se levanta contra el capitalismo o la parte que busca un lugar en el capitalismo? Volviendo a tu pregunta anterior: si algo cabría esperar de nosotros los poetas es que sepamos caminar por este borde difícil, en este equilibrio difícil. Hoy todo está en juego. Hay que preguntarse si ese mundo extrapoético o ese afuera -esa gente, esos lectores- quieren mejorar o quieren cambiar. Si todo está en juego, insisto, la poesía también está en juego. Es insostenible la complicidad de los poetas alrededor de la poesía como si la poesía fuera la misma cosa. Hace mucho que la poesía no es esa cosa esencial que nos vuelve hermanos.

3.      En conexión con lo anterior, ¿qué puentes podríamos y quizás deberíamos construir quienes participamos en el campo poético con respecto a movimientos sociales críticos, como por ejemplo el movimiento de indignados que, en los últimos meses, se ha expandido a escala mundial?

Indignarse es llenarse de dignidad y desbordarse. Cuando Góngora dice “escribo para pocos” está en el núcleo de la dignidad, no desbordado. Habita pleno la dignidad. La poesía ahí es esa cosa que ocupa su propio lugar, brilla como un insecto que ocupa su propio lugar. Es el momento de alta calidad, o sea: donde contiene su novedad autoabastecida, sin más mercado que el paso de la oreja, los ojos, la sensibilidad y la conciencia, los cuatro pasos del placer en poesía. Pero ese nivel es difícil de mantener. Y empieza el negociado. La indignación de la poesía es no aceptar el negociado. Como la indignación del indignado de la Puerta del Sol o de la Plaza Libertad es no aceptar el ser negociado, el que le roben, secuestren o vendan su futuro y el de los suyos. Pero hay que ver lo que te decía antes: saber si lo que se quiere es no perder la dignidad ante lo intolerable -esa venta, ese negocio de la vida, esa biopolítica del aire- o la demanda de un lugar en el espacio del capital, que ya es bien otra cosa. Queremos cambiar -mantener la dignidad de la poesía en lo que la poesía significa para uno- o queremos reivindicación -acomodarla a cómo dé lugar al deseo o a la necesidad de un lector, de un mundo. O sea, hacerla posible. Lo más hermoso de la poesía, lo que yo considero belleza, es la imposibilidad que esa cosa contiene, su incomunicable intrínseco, su exhibición y defensa de ese incomunicable. Ese efecto que crea de no estar y estar ahí, de no haber estado nunca, de nunca haber sido, de poder ser por no haber sido. Pero jamás volver a ser. Y jamás volver a ser igual, lo mismo siempre. Esto último negaría  lo esencial para mí, lo que más quiero. Y creo que es lo que está en juego en la relación dignidad de la poesía-indignados.

Lo otro que me parece de primera importancia de los indignados -que parecieron mucho tiempo dormidos, en verdad, o confiando en un estado de cosas que no era, esa ingenuidad que se parece a los latinoamericanos fascinados con Obama porque se oponía tanto en imagen como en contenido a la bestialidad de Bush- es el riesgo que eso asume en relación a su estado de permanencia en la indignación. El que despertó del sueño de esta sociedad saqueada dirigida por saqueadores - en el capitalismo actual, no vale la pena -aunque no todo es lo mismo, no es lo mismo el sur que el norte- hablar de países o de gobiernos bajo la lógica dominante de las corporaciones- difícilmente pueda volver a soñar aquel sueño. Podrá dormir con la conciencia tranquila en la medida en que actúe. Y los poetas tienen palabra. El problema es el uso de esa palabra. Ese es el gran problema. Ya lo sabemos: esto va para largo. Y esto contradice la noción de urgencia. Urgencia, en realidad, no hay. Yo apoyo a los indignados como ser humano. Yo me indigno. Eso marca mi escritura. Pero no es una receta ni un mandato. “Todo poeta debe indignarse”. Todo ser humano debe indignarse. Se juega la vida en eso. Como poeta no sé si es necesario proclamarse. ¿En la modernidad la poesía no ha sido una suerte de indignación más o menos estentórea? No era Rimbaud un indignado? Lautréamont? Baudelaire? Mallarmé? Artaud? Duchamp? Satie? Martínez Rivas? Nicanor Parra? Décio Pignatari? Y sigue la lista. La creación artística que yo valoro vivía en el punto de indignación. Otra no. El problema es que esa que no se volvió mayoritaria y dominante. Tampoco se volvió celebratoria como un Perse o un Guillén. Se volvió pasiva, acompañante, expectante de los resultados de la Academia. Eso también indigna. La dignidad de la poesía pasa por no esperar nada. Y eso es dificilísimo en este mundo.

4.      Ante el devenir secta de los grupos poéticos dominantes, una estrategia típica para “hacerse hueco” en el campo es la apelación al pluralismo estético (lo que a menudo se convierte en una forma de desentenderse del ejercicio de la crítica a esos grupos). ¿Cómo articular –si cabe- una cierta forma de pluralismo con la elucidación de los límites de una determinada escritura y de las prácticas más o menos legítimas que la posibilitaron?

Lo único es respetar una frontera. No se puede dejar de creer en lo que uno cree por convivir en forma pacífica. Eso es suicida. También empezar a conceder mediante espacios de silencio -no decir nada ante lo que uno no puede soportar porque considera mal hecho, mal pensando, o, como digo: entregado al lector- termina siendo autoaniquilante. Hay que acordar las diferencias. Delimitar los bordes. No se puede renunciar a la crítica. Los grandes maestros de la negación -como los grandes maestros de la Nada en Oriente- fueron los que formaron el concepto que manejamos de la conciencia, sobre todo la crítica. Renunciar a la conciencia crítica es enfermarse. El mayor síntoma de salud que conozco es denunciar los abusos del Poder. Y eso está considerado, precisamente, una especie de “enfermedad negativa”. Los cansados de negación son los que ahora vienen con el abrazo hermano y con la poesía “para mirarse a los ojos”. Conmovedor de veras. Equivale en términos políticos a la negación de la justicia. Viva la hermandad caritativa del beso. A mí que me cuenten fuera.

5.      Decías en otra ocasión que la poesía exige trabajar con la pérdida. Ante esa sombra que remite a la melancolía, quizás sea preciso repreguntar: ¿qué es lo que perdemos en la escritura? También podría reformularse la pregunta de forma paradójica: ¿tuvimos alguna vez aquello que la poesía supone que pierde?

Se relaciona con el ser. El ser pierde por ahí. Toda la poesía es un ejercicio de esa pérdida, de ese dejarse ir del ser. O sea: lo contrario de esa sobre-potencialización atribuida a los grandes metafóricos -no Quevedo ni Góngora- a los grandes poderosos de la poesía, creadores de grandes universos. No es el ejercicio de una debilidad: es el de una pérdida en el sentido de algo ya constituido. Una pérdida no en el sentido que deja un hueco, un buraco: en el sentido que va hacia otra cosa. Toda la poesía -esto no tiene que ver, por una vez, con la cantidad en el sentido de una industrialización de la cosa- es un gran movimiento hacia la pérdida, una trashumancia hacia la pérdida de sí misma. Nada sacrificial, nada en nombre de otra cosa, ninguna hoguera, ningún quemarse: esos siguen siendo los enemigos. Pero esa herejía frente a lo institucionalizado del ser, primero, y luego frente a lo institucionalizado del olvido del ser como dice Heidegger, toda esa glaciación, todo ese imprevisible de la vida -que pudo haber sido otra cosa radicalmente distinta-, eso lo lleva la poesía en sí misma. Una nostalgia de su ausencia, si quieres. Eso es lo que quiero decir. Todo arte tiene para mí la emanación de esa nostalgia de no haber sido y no de haber sido otra cosa como un caballo que llora por dejar de haber sido grifo, una almendra por haber dejado de ser ojo egipcio o dos combas tocadas en sus inicios sobre el cielo. O mucho menos imaginaria y como me gusta a mí: una pobreza que lamenta su ser riqueza ya perdida. No esa aristocracia. Algo más libre. Se trata de algo que lleva lo de la vida, ese movimiento. No ponerse dramático. La cosa es compleja. Alain Badiou hablaba en ese libro magistral “El siglo” de las posibilidades todavía del arte a través de lo que él llama sustracción -como francés lo puede decir: aquí sustraer es robar, hay que decir tal vez restar, o en términos de acción sustraer (se) es omitirse, no estar allí. Hay una enseñanza total en esto. Los  poetas complejos y paradójicos (Guillaume de Poitiers, Juan de la Cruz, Garcilaso, Góngora, Quevedo, Lope, John Donne, Holderlin, Von Kleist, Rimbaud, Laforgue, Augusto de Campos, John Cage, López Velarde, Rulfo) lo sabían. ¿Por qué lo olvidamos nosotros? Porque no hablamos de lo mismo cuando decimos “poesía”.

6.      La concepción del poema como «erizo», que lleva en su superficie lo incomunicable, suele toparse con el reclamo de más claridad y sencillez, exigiendo algunas certidumbres poéticas para atemperar nuestra perplejidad. De hecho, uno de los señalamientos habituales es que ese tipo de poema “espanta” al lector… ¿Qué presupuestos sobre lo poético y lo político implican posturas semejantes? Y como contraparte, ¿cómo replicar a una posición así, erigida en presunta portavoz de lo popular?

Si la implicación política del erizo-poema es la incomunicación bienvenida sea. La comunicación es para los comunicadores. Si un poema espanta hoy en día todavía hay esperanza. El problema es precisamente que ningún poema espanta. El adormecimiento que da lo previsible necesita de vampiros, días después de mañana, sequías, hambrunas de radical suelo rajado. Hoy la incomunicación es política porque actúa como alternativa a la sobre-comunicación. Seamos contingentes. Esto es hoy, política es hoy. No ayer ni mañana. Hay que decirle -si uno quiere decirle- a esa masa, a ese pueblo que tanto había a principios del siglo XX, a ese movimiento de gente pendular que vela -cuando vela- o reacciona solamente por sus intereses que tiene que aprender a no comunicarse. Tiene que aprender re-individualizarse y no andar por ahí en patota esperando la promesa después de las urnas -o sea, la post-vida, la ultratumba. Indignado es el que renunció a la promesa de la falsa democracia. Eso es lo que interesa. ¿Si uno renuncia en la vida a esa falsa democracia va a pedir verdadera democracia para la existencia en sociedad del poema? ¿Qué locura tan fea es esa? ¿De lo contrario cómo va a distinguir a Bob Dylan de Palito Ortega o del bueno de Joselito?

7.      En varios ensayos tuyos has contrapuesto una “lengua del exilio” a un “exilio de la lengua”. ¿Qué supone esa lengua de la que nos exiliamos y qué lugar (más o menos inestable) traza o promete nuestra escritura? En ese desplazamiento, ¿cuáles serían sus fronteras infranqueables, en caso de que existieran?

Esa lengua del exilio de la lengua no existe como lugar, no hay eso, supone una posición y una creación. No hay un lugar en la lengua llamado exilio de la lengua. Hay que crearlo en la escritura. Significa agarrar el lenguaje por los cuernos de la luna que no tiene. Ahí sí no hay fronteras, en la medida en que siga siendo exilio. La condición exiliar -así me gusta decir eso- no se pierde nunca. Es la utopía personal en mi hábitat, lo que yo me comprometo a hacer. De todos modos significa además no intentar crear ninguna lengua del exilio, eso que hablaríamos todos en esa situación. La mayoría de los exiliados intenta regresar a casa. Y no hay reproche de ningún tipo de mi parte. Regresar de noche con los focos prendidos o sin los focos prendidos, recién orillado el barco o desmontado el caballo, con los ojos fijos de plato de la liebre sobre ti o sin sus ojos, los del vecino detrás de la cortina. Sólo que ya no se puede intentar escribir en posición de un exiliado de la lengua. Uno vuelve para volver -valga la redundancia- no para seguir afuera.

8.      En tu crítica a la claustrofobia del presente, en una entrevista anterior señalaste que el poema es, precisamente, la instancia que abre la puerta (lo que no significa que los pájaros salgan necesariamente). Una vez más: ¿forjar salidas hacia dónde, en qué dirección, para que no se conviertan en nuevas trampas? En particular, ¿qué poéticas contemporáneas contribuyen a crear esas salidas?

Bueno, ahora hay que aguantar esto: forjar salidas hacia el afuera. Y luego vemos. Porque adentro se muere sofocado. Lamento la falta de garantía. Pero es un problema de integridad. La dirección se ve en la marcha. De nuevo lo del exilio. Cuando uno se exilia muchas veces no tiene la seguridad de la meta -en realidad, sólo transitoriamente se le presenta, en general. Nunca fue lo mismo salir a México que a Noruega -y eso que México estaba muy bien en el 79. O mucho mejor que ahora. Vivimos este mientras tanto que posibilita alguna acción sin saber hasta cuándo ni hacia dónde. En cuanto a las poéticas, vivimos el tiempo de las variables. No sé si una variación mínima puede señalar un rumbo. Aquí la teoría del diminutivo no ayuda mucho. “Una lucecita que nos guíe y devuelva el esplendor”, decía el extraordinario Ezra Pound en traducción de Vázquez Amaral. O apostar por la reversibilidad catastrófica. De cualquier manera es cuestión de tiempo. El capitalismo también es cuestión de tiempo. La eternidad, si existiera, expulsaría al capitalismo asqueada.

9.      Puesto que toda producción poética está situada en condiciones sociales e históricas determinadas, ¿qué huellas más o menos reconocibles deja en tu discurso tu estancia prolongada en México? Como contraparte, ¿qué persiste de ese Uruguay del que te exiliaste?

México es la cultura que tiene el mayor componente mítico que conozco en América Latina. En algunas partes se toca con un Brasil que quiero, ese Brasil del sertao de Glauber Rocha y de Joao Guimaraes Rosa, que coexiste con esa otra grandeza que representa -antímitica por cierto- la  de los poetas concretos de Sau Paulo, Augusto de Campos, Décio Pignatari, Haroldo de Campos, toda esa herencia que me viene de mi madre brasileña. México practicaba en su cultura una gran coexistencia cultural. Pero faltaba, en los ochenta, práctica  crítica. Yo no hacía crítica literaria ni de poesía en Uruguay. Estudié Letras. Empecé por invitación de Octavio Paz a escribir una columna de poesía en Vuelta alrededor de 1987. Ya escribía poesía en Uruguay, tenía tres libros publicados antes de salir a México. En 1991 publiqué un libro, Errar, con el que fui reconocido como poeta, no unánimemente. Tengo el orgullo de no haber sido un éxito en nada. Una de las huellas que en mi discurso se pueden notar es la resonancia  de los que me quieren y la resistencia a una buena cantidad de gente que no me quiere y detesta lo que hago. En cuanto a Uruguay, persiste lo esencial. Me siento un uruguayo en México, nunca dejé, salvo en períodos de flotación amorosa, de sentirme uruguayo. Hablando de dignidad, Uruguay para mí es una lección, en cuanto a su sociedad -algo que viene de Artigas- de dignidad y resistencia. La figura de mi padre -que alcanza una dimensión muy particular con su prisión política de 12 años- es una presencia permanente en mi vida, difícil, constitutiva.

10. Para terminar, en una realidad drástica en la que todo parece naufragar, ¿cuál es la tarea más urgente para una poesía que no se conforma con sobrevivir entre los escombros?

Hay que tratar de ser buenos fenicios. No mercantes: navegantes. Navegar, no en internet sólo, no precisamente. Navegar en la conciencia. Crear posibilidades. No todo está cerrado. Hace diez años cuando todo parecía más abierto -en Europa, sobre todo- no sé si no estaba más cerrado. El poder-no de los indignados es una esperanza. Se puede ir todo al demonio. Es posible. Pero insisto en que despertar a un cierto grado de conciencia vuelve imposible soñar el mismo sueño. En todo caso, profundizar en los grados de conciencia. No aceptar la homologación: “Nosotros, los poetas…”, “la poesía, que para nosotros…” ¿nosotros quiénes? Esto no es separar: esto es discernir. Hay una gran confusión en todo esto. La clase dominante no sé si está en riesgo. Pero la clase dominante no discierne entre poesía y poesía.

domingo, 18 de diciembre de 2011

«Como sitiado por una eternidad» -Héctor Viel Temperley


“Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo”.

H.V.T.

Larga esquina de verano

¿Toda la arena de esta playa quiere llenar mi boca? ¿Ya todo hambre de Rostro ensangrentado quiere comer arena y olvidarse?

Aves marinas que regresan de la velocidad de Dios en mi cabeza: No me separo de las claras paralelas de madera que tatuaban la piel de mis brazos junto a las axilas; no me separo de la única morada -sin paredes ni techo- que he tenido en el ígneo brillante de extranjero del centro de los patios vacíos del verano, y soy hambre de arenas -y hambre de Rostro ensangrentado.

Pero como sitiado por una eternidad, ¿yo puedo hacer violencia para que aparezca Tu Cuerpo, que es mi arrepentimiento? ¿Puedo hacer violencia de pugilista africano de hierro y vientre almohadillado que es mi pieza sin luz a la una de la tarde mientras el mar -afuera- parece una armería? Dos mil años de esperanza, de arena y de muchacha muerte, ¿Pueden hacer violencia? Con humedad de tienda que vendía cigarrillos negros, revólveres baratos y cintas de colores para disfraces de Carnaval, ¿se puede todavía hacer violencia?

Sin Tu cuerpo en la tierra muere sin sangre el que no muere mártir; sin Tu Cuerpo en la tierra soy la tratienda de un negocio donde se deshacen cadenas, brújulas, timones -lentamente como hostias- bajo un ventilador de techo gris; sin Tu Cuerpo en la tierra no sé cómo pedir perdón a una muchacha en la punta de guadaña con rocío del ala izquierda del cementerio alemán (y la orilla del mar -espuma y agua helada en las mejillas- es a veces un hombre que se afeita sin ganas días tras día).

Tengo la cabeza vendada

Mi cabeza para nacer cruza el fuego del mundo pero con una serpentina de agua helada en la memoria. Y le pido socorro.

La libertad, el verano (fragmento)

(...)

Tengo la foto de dos novios que cayeron al mar. Están vestidos de invierno, los invito a desnudarse. En las siestas nos sentamos junto a la bomba de agua y nos miramos: de nuevo embolsan luz los pechos de ella; él amaba a los caballos y una vez intentó suicidarse.

De Hospital Británico.





«Poeta de brazadas frenéticas»-Tamara Kamenszain---
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Este no parece ser un país de poetas “grandes”. Ninguna voz fuerte y central, ningún Neruda, ningún Dario, ningún Octavio Paz. Sin embargo, no hay duda de que la Argentina tiene un semillero de grandes poetas que escriben para devenir menores. Girondo, Juanele Ortiz, Mastronardi, Amelia Biagioni, son sólo algunos de los que, sorteando cualquier ademán de monumentalidad, dieron a luz una obra en sordina cuyos susurros y tartamudeos no llegaron a escucharse en los pasillos del Nobel. Y dentro de ese archivo, Héctor Viel Temperley (1933-1987) es tal vez el más inhallable, el más esquivo. Inhallable porque sus libros circularon poco y en ediciones más que restringidas pero también por razones de estilo: como la de todos los que trabajan a contrapelo de la centralidad literaria, su poesía sólo se deja leer corrida de lugar.

Así hay que entender “Crawl”, ese libro cuyo emblemático estribillo –“Vengo de comulgar y estoy en éxtasis”- vienen repitiendo como contraseña los lectores de culto de tres generaciones. La sorpresa con que en cada una de las vueltas de ese verso se redispara el sentido es lo que hace de Viel un inapresable. “Aunque comulgué como un ahogado”, dice por ejemplo una de las vueltas como advirtiendo acerca de las consecuencias más bien bajas de todo éxtasis. La poesía natatoria de “Crawl” se escurre en esas brazadas transitivas que incluso quedan grabadas en la disposición de los versos. (En una memorable entrevista de Sergio Bizzio en la desaparecida revista “Vuelta Sudamericana”, el poeta se refiere a ese dibujo que arman los versos y que, vistos desde arriba, podrían parecerse a un hombre nadando crawl). La religiosidad también opera corrida de lugar: nadie podría encasillar a Viel Temperley como un “poeta católico” a menos que se le permitiera comulgar “con los cosacos” o transformar los rituales en operatorias de fuga (“quién puso en mí esa misa a la que nunca llego”). “Religiosidad surrealista”, definió el poeta en la misma entrevista a esa particular estética que lo guía. Una estética que encontraría, en “Hospital Británico”, su punto más alto.

Los datos biográficos consignan que Viel Temperley murió de un tumor cerebral. Y su último libro de poemas, “Hospital Británico”, es algo así como un diario de la enfermedad con la cronología trastocada. Un moribundo que confiesa “Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la luz horas y horas. Soy feliz”, va repasando su obra anterior para encontrar lo que él llama “textos proféticos lejanos”. Son ni más ni menos que los indicios, en la escritura, de una enfermedad que se declararía muchos años después. Así es como alguien que sabe que va a morir se autoencarga una antología de su propia obra cosida con el hilo conductor de la muerte. El resultado es una experiencia extrema, fechada saltando hacia atrás y hacia delante, una experiencia que no tiene parangón en la poesía del siglo XX. Sólo quien sabe que se escribe a la medida de la mortalidad, puede buscar (y encontrar) los indicios, en la obra, de una vida dedicada a la literatura.

Así es como esta edición, donde “Crawl” y “Hospital Británico” fueron reeditados juntos, permite leer ambos libros de una manera nueva: buscando en cada uno lo que, como anticipo o como antología, se va diciendo del otro. Esa es la particular idea de “obra” que propone Viel. No hay duda de que sin entrar en contacto con esos libros a los que permanentemente nos reenvía “Legión Extranjera” (1978), “Carta de Marear” (1976) y “Humanae Vitae” (1969) -todavía no leímos “Hospital Británico”. Y ni que hablar de la sorpresa que seguramente nos depararían los desconocidísimos cinco libros anteriores entre los que figura “El Nadador” (1967) que ya desde el título mismo promete otra vuelta de tuerca para “Crawl”.

Una edición exhaustiva de Héctor Viel Temperley, entonces, se vuelve imprescindible. Pero no para momificarlo, no para hacer de él un poeta que parezca “grande”, sino para entender mejor cómo, encogiéndose en el agua, corriéndose siempre de lugar con brazadas frenéticas, un estilo único e inimitable se mantiene siempre a flote.

Sábado, 22 de Junio del 2002

jueves, 24 de noviembre de 2011

«Lo que el amor les hace a los poetas» -un poema de Ezequiel Zaidenwerg






















no es trágico: es atroz. Les sobreviene
una luctuosa ruina a los poetas que el amor captura,
sin importar su orientación o identidad
poética. El amor lleva al total desastre
de la uniformidad a los poetas gay,
a los poetas pansexuales y bisiestos,
y a las poetas y poetrices feministas, fementidas o veraces;
a los obsesionados con el género
y a los degenerados por igual, y a los perversos polimorfos:
y hasta los fetichistas de los pies
del verso capitulan a las plantas del amor,
que no distingue ideología,
programa ni poética. A los vates de la torre de marfil
los precipita del penthouse ebúrneo
directo a planta baja. A los apóstoles
del Zeitgeist, que proclaman sin empacho que la lírica está
muerta,
les permite insistir en el error
y en sus prolijas parrafadas. Les produce una hemorragia
palatal
a los que comban parcos aforismos diagonales,
a los herméticos de lata, a los que envasan
sus versos al vacío, a los falsarios del silencio,
y a los que fraguan haikus castellanos
al itálico modo. A los puristas de la voz les corta en seco
su dulce lamentar, y a los maniáticos del ritmo
les quiebra las falanges, y estropea
el íntimo metrónomo que llevan junto al corazón
para marcar el paso de sus versos. Les compone el sensorio
a los videntes y malditos y demás
rebeldes e insurrectos sin razón ni causa
poética, y les cura el desarreglo razonado
de todos los sentidos. Desaloja de su noche oscura
a los que piden luz para el poema
en las cavernas del sentido, y los devuelve sin escalas
a la trasnoche de la carne literal. Lo que el amor
les hace a los poetas, con paciencia y mansedumbre,
mientras las mariposas lentamente les ulceran el estómago
y el páncreas poco a poco deja de funcionar,
es harto inconveniente. A los que buscan con ahínco
y precisión de cirujano la palabra justa, les arruina
el pulso, y en lugar de dar la vida, la aniquilan en su afán.
Y a los que con ardor y devoción persiguen
un absoluto en el poema, como un grial
todo de luz, tirante, diáfana y febril,
les nubla las certezas, y el deseo mismo
de saciar su ansiedad. Lo que el amor
les hace a los poetas, inadvertidamente,
mientras cosen y cantan y se atoran de perdices, es agudo, terminal
y fulminante. Es un torrente arrollador
de prosa, que espolea y multiplica, en progresión
exponencial,
a los zopencos y palurdos de la poesía:
a los que cortan sin razón sus versos diminutos;
a los jinetes compulsivos;
a los diseñadores tipográficos del verso;
a los que quiebran la sintaxis sin saber
torcerla; a los que escarban en el éter a la busca de
inauditos
neologismos inaudibles;
a los modernos sin pretexto; a los que creen descubrir
la pólvora en sus versos balbucientes;
a los contestatarios automáticos y a los porno-poetas;
a los que sueltan grandes nombres por la densa
fronda de sus poemas, como Hansel y Gretel esparcían
migas; a los que impostan en su voz
vacante los mohines de una infancia lobotomizada;
a los poetas bellos y felices, caprichosos;
a las tribus urbanas y los groupies de la poesía pubescente;
a los poetas pop y los rockstars del verso;
a los videopoetas y performers;
a los ovni-poetas, voladores o rastreros, identificados;
a los objetivistas sin objeto
ni vista; a los que exigen que el poema
se vista de mendigo; a los filósofos poetas;
y a los cultores convencidos
de la “prosa poética”. El amor,
que mueve el sol y a los demás poetas,
los lleva hasta el postrero paroxismo: los convierte
en tierra, en humo, en sombra, en polvo, etcétera:
en polvo enamorado.
Y si resulta todavía que entre ellos
se aman amorosos los poetas pares,
felices en su amor solar sin escansión,
como si fueran en verdad el uno para el otro
un agujero negro de opiniones nebulosas,
tácitas palmaditas en la espalda y comentarios tibios al
pasar,
enanos, enfriándose, se absorben entre sí
y desaparecen.

Ezequiel Zaidenwerg, La lírica está muerta (Editorial Vox, Bahía Blanca / Buenos Aires, 2011).
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sábado, 22 de octubre de 2011

«Gramática de papá» -José Koser



Había que ver a este emigrante balbucir verbos de yiddish a español,
 había que verlo entre esquelas y planas y bolcheviques historias
naufragar frente a sus hijos,
su bochorno en la calle se parapetaba tras el dialecto de los gallegos,
              la mercancía de los catalanes,
se desplomaba contundente entre los andrajos de sus dislocadas,
            [conjugaciones,
 decía va por voy, ponga por pongo, se zumbaba las preposiciones,
 y pronunciaba foi, joives decía y la calle resbalaba,
 suerte funesta déspota la burla se despilfarra por las esquinas,
 y era que el emigrante se enredaba con los verbos,
 descargaba furibunda acumulación de escollos en la penuria de
              [trabalenguas,
 hijos poetas producía arrinconado en los entrepaños del número y
            [desencanto de negociaciones,
y ahora sus hijos lo dejaban como un miércoles muerto de ceniza,
sus hijos se marchaban hilvanando castellanos,
ligerísimo sus hijos redactando una sintaxis purísima,
padres a hijos dilatando la suprema exaltación de las palabras,
húmedo el emigrante se encogía entre los últimos desperfectos de
              [su vocabulario rojo,
último padecía para siempre impedido entre las lágrimas del Niemen,
              fin de Polonia.


José Koser



José Kozer nació en La Habana en 1940 y en 1960 emigró a Estados Unidos. Enseñó lengua y literatura en el Queens College de Nueva York. Ha publicado alrededor de cincuenta libros. Padres y otras profesiones (Ediciones Villamiseria, Nueva York, 1972), Este judío de números y letras (Tenerife, 1975), El carillón de los muertos (Último Reino, Buenos Aires, 1988), Trazas del lirondo (Casa del Tiempo, México, 1993),  Dípticos (Bartleby Editores, Madrid, 1998), La Maquinaria Ilimitada (México, Ed. Sin nombre, 1998), Rosa cúbica (Buenos Aires. Ed. Tse Tsé, 2002), La voracidad grafómana: José Kozer (Edición de Jacobo Sefamí, México DF, Facultad de Filosofía y Letras de la Unam, 2002), Ánima (México DF, México, FCE, 2002), Un caso llamado FK. (México DF, México, Ed. Sin nombre, 2002), entre otros.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Fragmentos poéticos de Noni Benegas: “la oración atropellada”

Leer de muchas maneras. Lecturas oblicuas, transversales, deteniéndose en lugares que el texto mismo no prevé, inclinándose sobre notas de viaje que quizás abrigan la promesa de un portulano. Desafiar así la ley prescripta del autor, incluso como forma de escuchar sus latidos más inadvertidos. Tal vez esa sea la aventura de cualquier lector: trazar sus propios énfasis, leer a contramano, bajo superficie, en los intersticios en los que se insinúa una herida. Si la lectura siempre es ya reescritura, aquí, el texto que la orienta.

A.B.

 Río Cuja -Leo Matiz


No podía dormir. Hacer el viaje de ida al sueño para que luego, al salir de entretelones hacia la madrugada, se fuera produciendo alguna revelación.
No, ni tan siquiera ir hacia la escena del sueño podía.
Antes, solía resolverlo como una penitente ante el altar: la oración atropellada, a oscuras en la almohada. Fonética invocatoria, mientras empuja lo no resuelto de este lado, como un avío de jirones bajo la butaca.
Ahora lo extiende claro y sin arrugas; nota cómo lo plancha en la memoria y le quita la amenaza de los pliegues. Dice: esto es lo que nadie me puede quitar. Y mientras voltea de un lado al otro de la cama se inclina con ella, como la superficie de un estanque de agua cuajada y opaca.


*

Eres un afuera
adentro es el nudo deseante
que quiere todo
sin saber cuánto ni cómo;
condición de tu deseo:
siempre más.
Mentira,
no era tanto;
eran unos límites
para, de vez en cuando,
tener un adentro: hogar
Y te patea fuera.
Están las dos afuera.



Amparo en la ventana -Leo Matiz



No se entrega, no se ofrenda en sacrificio, no arde con la familia. Se abstiene. Abstinencia. No era eso lo que quería amar.

*

El lugar tiene que ser inocente o haber sufrido mucho; nada deliberado. Fácil de descomponer, pero si fuera fijo, nunca un simulacro que le impidiese volcarlo a su favor.
El sistema del espacio, sus claves, no se sabrán sino después.
Quizás la única regla que se repita sea la de que no estaba destinado.

*

No sé si puede soportar que haya escritura.



De Noni Benegas, Fragmentos de un diario desconocido (2004)