viernes, 30 de mayo de 2008

«La rosa de Hiroshima» - Vinicius de Moraes


Piensen en la criaturas
Mudas telepáticas
Piensen en las niñas
Ciegas inexactas
Piensen en las mujeres
Rotas alteradas
Piensen en las heridas
Como rosas cálidas
Pero ¡oh! no se olviden
De la rosa de la rosa
De la rosa de Hiroshima
La rosa hereditaria
La rosa radioactiva
Estúpida e inválida
La rosa con cirrosis
La anti-rosa atómica
Sin color sin perfume
Sin rosa sin nada.


Vinicius de Moraes


Poeta brasileño nacido en Río de Janeiro en 1913.
Antes de terminar estudios de Derecho publicó el primer libro de poemas, "O Caminho para a Distancia" que le dio reconocimiento internacional.
Viajó a Inglaterra, estudió Literatura Inglesa en Oxford y posteriormente ingresó a la vida diplomática prestando servicios en Estados Unidos, Francia y Uruguay.
En 1956 escribió la obra de teatro "Orfeu da Conceição" llevada al cine bajo el título de "Orfeo Negro", ganadora de la Palma de Oro en Cannes en 1958 y el Oscar en 1959.
"Nuevos Poemas II" publicado en la década de los años ochenta, contiene sus mejores poemas.
En contraste con su sólida educación, llevó por varios años una vida bohemia que le valió la expulsión del servicio diplomático.
Falleció en Río de Janeiro en 1980.

domingo, 25 de mayo de 2008

Una lectura sobre "Grito y Realidad", de Matías Escalera Cordero

Matías Escalera Cordero

Grito y realidad es el primer poemario de Matías Escalera. Sólo de forma apresurada podríamos decir que su escritura poética es tardía. Porque ¿cuándo se llega tarde en el poetizar? ¿Y a qué puerto, a qué templo de Belleza habría que arribar? Antes bien, se trata de la marca de lo extemporáneo: aquello que viene de otro tiempo, del tiempo del desamparo, diría Blanchot, pero también de una temporalidad que recuerda una posibilidad reprimida en el presente. Grito y realidad se sitúa, precisamente, en el conflicto entre un tiempo deseante y un tiempo histórico [que lo niega sin suprimirlo]. Por su parte, el deseo busca, en su metaforización, sustituir lo real. De ahí el grito de espanto, la protesta contra una muerte que llega demasiado pronto, siempre prematura.
Poesía extemporánea, entonces, que viene a sacudir esas estéticas esclerosadas que escapan al abismo del mundo o que incluso se aferran a lo trivial como modo de evitar una interrogación que es filosófica y política a la vez. A pesar de Gabriel Celaya –nos advierte el autor- la poesía es “un arma descargada y en desuso”. Esta advertencia, sin embargo, no le impide gritar, y la poesía es -en este contexto- grito que fuerza la voz pero que a pesar de todo no puede callar. Si la “lírica es la épica de Dios”, habrá que trazar también una escritura de la caída. Íntimo y sagital, Matías Escalera se convierte en un testigo que incomoda. Porque no se trata sólo de dar cuenta de la futilidad, sino también del “ciego discurso del deseo”. Sin ninguna Esperanza Trascendental, podría haber dicho como Louis Aragón.

“Me marcharé no guardando añoranza más profunda que la
de no haber sabido decir lo peor”

Es que la herencia vanguardista no es extraña a estas páginas, pero no sólo como un arsenal de recursos estilísticos sino también como un modo de estar en el mundo: poniendo en cuestión los resguardos, la lógica diurna, la separación entre arte y vida. Por eso desde el mismo título, estamos instalados en una tensión irreductible del sujeto y lo real, un sujeto pasional que rebasa los estándares de toda razón instrumental [temerosa del gasto improductivo, de la economía del derroche que mancha esta poética]. De ahí la subversión que sufre la sintaxis ordinaria y la «agramaticalidad» desde la que se formulan estos poemas: hasta la estructura de guiones y paréntesis contribuyen a remarcar la condición incompleta del discurso o, dicho de otro modo, la imposibilidad de un decir pleno.
En ese sentido, sería difícil negar la heterogeneidad formal que marca esta escritura, e incluso cierta disparidad de sus componentes. Pero el trabajo de dislocación que el poeta realiza va más lejos: no sólo se trata de poesía impura, sino también de una versificación que estalla y se desplaza hasta una prosa que está ahí para recordar el límite del poetizar. La ironía, el humor cáustico, lo elegíaco e incluso lo legendario, se funden en un decir que, sin embargo, no se confunde con la celebración postmoderna del pastiche, marcado por una estética de la falsa reconciliación. Antes bien, la estética desgarrada de Matías Escalera es retorno a un grito sin cadencia, incluso una declaración de guerra: “escupir la verdad” –nos dice- y más todavía en un contexto de pantallas grises que ocultan el “canto de las víctimas”. No es extraño que para ese fin movilice recursos formales múltiples -la aliteración, la personificación, los juegos metafóricos, las antítesis, los encabalgamientos, por mencionar algunos-, prescindiendo de estructuras estróficas fijas –aunque eso no le impida apelar a un juego de asonancias en busca de una cierta musicalidad del sentido-.

Sin embargo, quizás el mayor logro del poemario no sea formal, sino aquel ligado a la reflexión que moviliza. Su verdad es la del grito que lanza como cuestionamiento ante la realidad de la catástrofe, su valentía, evitar la urdimbre que atempera la caída. Matías Escalera hace del poema una red rota, que nos cubre y no nos consuela. En esta inversión de lo cotidiano, los cuerpos vuelan y son pájaros amantes en la niebla, el tiempo se desquicia, suprime el Orden de los hacedores de los mundos, deja irrumpir una memoria que trae la sombra de la melancolía –acaso como artificio de los poetas que aman la pérdida, o quizás como raíz del estremecimiento del que nace lo poético. Una sombra, pues, que no impide la “llamarada destinada a la muerte”, que busca iluminar la “causa oscura de la soledad”. Poética de la sombra, “retándome a un duelo para el que ya no tengo aliento”: nos acompaña pero no nos salva.
Habría que tomar ciertos recaudos para referirnos a este texto poético como «obra», porque más que universo unitario de sentido, con lo que nos encontramos es con una especie de caosmos –fusión de cosmos y caos-: obra de la fuga del sentido, o incluso obra de lo plural. De ahí el elogio de la destrucción como condición del sueño -incluso del sueño como destrucción-, sobre “grises estepas heladas” y testamento de un dolor que no tiene fin salvo en la muerte. Situación terrible la de la injusticia que devora nuestra actualidad, del “desastre que está ahí” y no lo vemos –aunque podríamos también decir: que lo vemos y lo tapamos, para montar un goce ciego-. Certeza de la nada y certeza del trauma que no siempre enseña: “no hemos aprendido gran cosa de Auschwitz” lanza el poeta con dureza –mientras arremete contra nombres míticos que nos hacen temblar cuando se pronuncian: Dios, Patria, Nación... y ¿cómo no temblar ante esta insolente especie? Aún así, queda también la experiencia amorosa, que es “entrega en una tarde” y “desembocadura” que trae cierta sabiduría final y que acaso posterga el olvido, surcando un erotismo sutil e incluso ternuras gestadas -por decirlo con un hermoso oxímoron que utiliza el autor- en el “país de las oscuridades luminosas”.
Un poemario así escapa a la paráfrasis fácil: cada fragmento es sobrevolado por estados de ánimo entusiastas y sombríos, como si los fulgores efímeros sólo alumbraran la memoria de la devastación que atestigua una pérdida irreparable. Matías Escalera es de esa estirpe de poetas que no parecen conformarse con pasear por los Museos de Estética: por eso estas páginas ensayan tonos y siguen la huella de una inquietud incesante –como si los poemas fueran estaciones que hay que abandonar. De ahí su riesgo, su apuesta por una estética del extrañamiento: la apelación a lo oriental y a lo antiguo (especialmente, a sus mitologías) constituyen recursos de distanciamiento, que devuelve el presente a su contingencia, a pesar del discurso fatalista de nuestros amos. Tampoco es azarosa la referencia constante a los otros, especialmente los que mueren cayendo de la altura, los que esperan los “papeles de la vida”, los que permanecen en la vera de las avenidas, los niños, las putas (más que los poetas), los vagabundos, los bárbaros... algunos de los cuales resisten, quizás, mientras rechinan sus dientes. El Otro marginado, así, como recordatorio de nuestra infamia y como aquel que obliga a formular, ante un presente harapiento, una demanda de justicia.
“Todos los nombres pero no el nombre” dice el poeta. No hacemos más que nombrar la ausencia y ese nombrar trae la promesa de una escritura que no renuncia a los destellos de la dulzura o la entrega. Por eso, a pesar de la conciencia de lo irreversible –y del deseo correlativo de sacudirse lo superfluo-, la poesía de Escalera dista de ser una mera constatación de las derrotas sumadas. Es, en su sentido más íntimo, con sus ráfagas de belleza, un gesto desafiante y obstinado que interroga el cielo, aunque no demos nunca con el nombre. Es ese gesto el que recuerda que, a pesar de todos los silencios a cuestas, el grito sigue siendo posible y, sobre todo, necesario.
Arturo Borra

miércoles, 21 de mayo de 2008

Grito y realidad- Presentación en Valencia- Viernes 23 de Mayo






Librería Primado (Valencia), 19:00h; viernes 23 de mayo.



http://www.libreriaprimado.blogspot.com/




Presentación del poemario Grito y realidad de Matías Escalera publicado recientemente por la Editorial Baile del sol.

http://www.bailedelsol.org/




Junto al autor intenvendrán Antonio Martínez i Ferrer y Arturo Borra.

Algunos versos de este poemario como anticipo:

"aniquilar dentro de sí la fiera urdimbre de los sueños
aún nos queda/la mortal emboscada de la memoria/
partículas del vacío en el vacío".

"... en estos días el sol nunca está donde se le espera"

"..imprevisibles cadenas son nuestros actos"


"manantiales de nubes como incendios..."

"hubo un paraíso posible antes de la cordura"



"El infatigable Matías, cuyo bagage personal, nomadeo, inquietudes renovadas, neovanguardia literaria, trocha, naufragio, nostalgia, coraje, translecturas, ingenio, audacia y peligrosa expresividad lingüística anormalizada denotan que estamos ante una persona que vive la utopía, que es volitivamente un amante radical y que en su Subtancia auna Espíritu y materia, tiempo interior y tiempo histórico, para que la poesía antes que un juego sea un grito y antes que una quimera la crónica de nuestra común intrahistoria. Todo un embite para quienes quieran poner a prueba su capacidad crítica, estética y formal frente al mundo de las ideas, los sentimientos y el arte. Poesía contra el olvido y la corrupción. Contra los muros más altos".

Víktor Gómez

lunes, 19 de mayo de 2008

«Borges y yo» -prosa poética de Jorge Luis Borges

Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico.
Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo xviii, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica.

Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.

No sé cuál de los dos escribe esta página.

(J. L. Borges, El hacedor, Buenos Aires: Emecé, 1960)


lunes, 12 de mayo de 2008

«Es fría la luz» -Blanca Varela





















Es fría la luz de la memoria
lo apenas entrevisto brilla
con insistencia
gira buscando el casco de botella
o el charco de lluvia

tras cualquier puerta que se abre
está la luna
tan grande y plana
tan fuera de lugar
como si de un cuadro se tratara
óleo sobre papel
endurecido por el tiempo

así cayeron en la mente
formas y colores
casualidades
azar que anuda sombras
vuelcos en la negra marmita
donde a borbotones
se cuecen gozo y espanto

crece el yeso de un cielo
mil veces lastimado
mil veces blanqueado
se borra el mundo y se vuelve
a escribir
hasta el último aliento

sólo esto
eternidad aparente
mísera astilla de luz en
la entraña
del animal
que apenas estuvo

Fragmentos del Primer «Manifiesto del Surrealismo» (1924)- Por André Bretón

Cuando las ideas estéticas se convierten en doctrinas, elegantes formas de evadirse de la responsabilidad de pensar, de inventar, de arriesgarse, retornar es una forma de apostar por una poesía presente diferenciada, capaz de sacudirse sus etiquetas tranquilizantes, esa monumental complacencia que trae el ampararse en tradiciones colectivas consagradas, que cultivan reconocimientos automáticos a fuerza de eximir de la singularidad de la búsqueda.

A.B.


“Tanta fe se tiene en la vida, en la vida en su aspecto más precario, en la vida real, naturalmente, que la fe acaba por desaparecer. (...)
Todo está al alcance de la mano, las peores circunstancias materiales parecen excelentes. Luzca el sol o esté negro el cielo, siempre seguiremos adelante, jamás dormiremos. Pero no se llega muy lejos a lo largo de este camino; y no se trata solamente de una cuestión de distancia. Las amenazas se acumulan, se cede, se renuncia a una parte del terreno que se debía conquistar.
Aquella imaginación que no reconocía límite alguno ya no puede ejercerse sino dentro de los límites fijados por las leyes de un utilitarismo convencional; la imaginación no puede cumplir mucho tiempo esta función subordinada, y cuando alcanza aproximadamente la edad de veinte años prefiere, por lo general, abandonar al hombre a su destino de tinieblas.
Pero si más tarde el hombre, fuese por lo que fuere, intenta enmendarse al sentir que poco a poco van desapareciendo todas las razones para vivir, al ver que se ha convertido en un ser incapaz de estar a la altura de una situación excepcional, cual la del amor, difícilmente logrará su propósito. Y ello es así por cuanto el hombre se ha entregado, en cuerpo y alma al imperio de unas necesidades prácticas que no toleran el olvido. Todos los actos del hombre carecerán de altura, todas sus ideas, de profundidad. (...)
Amada imaginación, lo que más amo en ti es que jamás perdonas.
Únicamente la palabra libertad tiene el poder de exaltarme. (...) Tan sólo la imaginación me permite llegar a saber lo que puede llegar a ser, y esto basta para mitigar un poco su terrible condena; y esto basta también para que me abandone a ella, sin miedo al engaño (como si pudiéramos engañarnos todavía más).
(...) Me pasaría la vida entera dedicado a provocar las confidencias de los locos. Son como la gente de escrupulosa honradez, cuya inocencia tan sólo se pude comparar a la mía.
(...) No será el miedo a la locura lo que nos obligue a bajar la bandera de la imaginación.
(...) Contrariamente, la actitud realista, inspirada en el positivismo, desde Santo Tomás a Anatole France, me parece hostil a todo género de elevación intelectual y moral. Le tengo horror por considerarla resultado de la mediocridad, del odio, y de vacíos sentimientos de suficiencia. Esta actitud es la que ha engendrado en nuestros días esos libros ridículos y esas obras teatrales insultantes. (...)
(...) Todavía vivimos bajo el imperio de la lógica, y precisamente a eso quería llegar. Sin embargo, en nuestros días, los procedimientos lógicos tan sólo se aplican a la resolución de problemas de interés secundario. La parte de racionalismo absoluto que todavía solamente puede aplicarse a hechos estrechamente ligados a nuestra experiencia. Contrariamente, las finalidades de orden puramente lógico quedan fuera de su alcance. Huelga decir que la propia experiencia se ha visto sometida a ciertas limitaciones. La experiencia está confinada en una jaula, en cuyo interior da vueltas y vueltas sobre sí misma, y de la que cada vez es más difícil hacerla salir. La lógica también, se basa en la utilidad inmediata, y queda protegida por el sentido común. So pretexto de civilización, con la excusa del progreso, se ha llegado a desterrar del reino del espíritu cuanto pueda clasificarse, con razón o sin ella, de superstición o quimera; se ha llegado a proscribir todos aquellos modos de investigación que no se conformen con los imperantes.
(...) Si las profundidades de nuestro espíritu ocultan extrañas fuerzas capaces de aumentar aquellas que se advierten en la superficie, o de luchar victoriosamente contra ellas, es del mayor interés captar estas fuerzas, captarlas ante todo para, a continuación, someterlas al dominio de nuestra razón, si es que resulta procedente. Con ello, incluso los propios analistas no obtendrán sino ventajas. Pero es conveniente observar que no se ha ideado a priori ningún método para llevar a cabo la anterior empresa, la cual, mientras no se demuestre lo contrario, puede ser competencia de los poetas al igual que de los sabios, y que el éxito no depende de los caminos más o menos caprichosos que se sigan
.Con toda justificación, Freud ha proyectado su labor crítica sobre los sueños, ya que, efectivamente, es inadmisible que esta importante parte de la actividad psíquica haya merecido, por el momento, tan escasa atención.
(...) El hombre, al despertar, tiene la falsa idea de emprender algo que vale la pena. Por esto, el sueño queda relegado al interior de un paréntesis, igual que la noche. Y, en general, el sueño, al igual que la noche, se considera irrelevante. Este singular estado de cosas me induce a algunas reflexiones, a mi juicio, oportunas:1. Dentro de los límites en que se produce (o se cree que se produce), el sueño es, según todas las apariencias, continuo con trazas de tener una organización o estructura.
(...) ¿No cabe acaso emplear también el sueño para resolver los problemas fundamentales de la vida?
(...) Vuelvo, una vez más, al estado de vigilia. Estoy obligado a considerarlo como un fenómeno de interferencia.
(...) El espíritu del hombre que sueña queda plenamente satisfecho con lo que sueña. La angustiante incógnita de la posibilidad deja de formularse.
(...) En el instante en que el sueño sea objeto de un examen metódico o en que, por medios aún desconocidos, lleguemos a tener conciencia del sueño en toda su integridad (y esto implica una disciplina de la memoria que tan sólo se puede lograr en el curso de varias generaciones, en la que se comenzaría por registrar ante todo los hechos más destacados) o en que su curva se desarrolle con una regularidad y amplitud hasta el momento desconocidas, cabrá esperar que los misterios que dejen de serlo nos ofrezcan la visión de un gran Misterio. Creo en la futura armonización de estos dos estados, aparentemente tan contradictorios, que son el sueño e la realidad, en una especie de realidad absoluta, en una sobrerrealidad o surrealidad, si así se puede llamar. Esto es la conquista que pretendo, en la certeza de jamás conseguirla, pero demasiado olvidadizo de la perspectiva de la muerte para privarme de anticipar un poco los goces de tal posesión.(...)
En el ámbito de la literatura únicamente lo maravilloso puede dar vida a las obras pertenecientes a géneros inferiores, tal como el novelístico, y, en general, todos los que se sirven de la anécdota. (...)
Lo maravilloso no siempre es igual en todas las épocas; lo maravilloso participa oscuramente de cierta clase de revelación general de la que tan sólo percibimos los detalles: éstos son las ruinas románticas, el maniquí moderno, o cualquier otro símbolo susceptible de conmover la sensibilidad humana durante cierto tiempo.
(...) En los presentes días pienso en un castillo, la mitad del cual no ha de encontrarse forzosamente en ruinas; este castillo es mío, y le veo situado en un lugar agreste, no muy lejos de París. Las dependencias de este castillo son infinitas, y su interior ha sido terriblemente restaurado, de modo que no deja nada que desear en cuanto se refiere a comodidades. Ante la puerta que las sombras de los árboles ocultan, hay automóviles que esperan.
(...) El espíritu de la desmoralización ha fijado su domicilio en el castillo, y a él recurrimos todas las veces que tenemos que entrar en relación con nuestros semejantes, pero las puertas están siempre abiertas, y no comenzamos nuestras relaciones dando las gracias al prójimo, ¿saben ustedes? Por lo demás, grande es la soledad, y no nos reunimos con frecuencia, porque, ¿acaso lo esencial no es que seamos dueños de nosotros mismos, y, también, señores de las mujeres y del amor?
Se me acusará de incurrir en mentiras poéticas; todos dirán que vivo en la calle Fontaine, y que jamás gozarán de tanta belleza. ¡Maldita sea! ¿Es absolutamente seguro que este castillo del que acabo de hacer los honores se reduce simplemente a una imagen? (...)
En homenaje a Guillermo Apollinaire, quien había muerto hacía poco, y quien en muchos casos nos parecía haber obedecido a impulsos del género antes dicho, sin abandonar por ello ciertos mediocres recursos literarios, Soupault y yo dimos el nombre de SURREALISMO al nuevo modo de expresión que teníamos a nuestro alcance y que deseábamos comunicar lo antes posible, para su propio beneficio, a todos nuestros amigos. (...)
El surrealismo, tal como yo lo entiendo, declara nuestro inconformismo absoluto con la claridad suficiente para que no se le pueda atribuir, en el proceso el mundo real, el papel de testigo de descargo. Contrariamente, el surrealismo únicamente podrá explicar el estado de completo aislamiento al que esperamos llegar, aquí, en esta vida. El aislamiento de la mujer en Kant, el aislamiento de los «racimos» en Pasteur, el aislamiento de los vehículos en Curie, son a este respecto, profundamente sintomáticos. Este mundo está tan sólo muy relativamente proporcionado a la inteligencia, y los incidentes de este género no son más que los episodios más descollantes, por el momento, de una guerra de independencia en la que considero un glorioso honor participar. El surrealismo es el «rayo invisible» que algún día nos permitirá superar a nuestros adversarios. «Deja ya de temblar, cuerpo». Este verano, las rosas son azules; el bosque de cristal. La tierra envuelta en verdor me causa tan poca impresión como un fantasma. Vivir y dejar de vivir son soluciones imaginarias. La existencia está en otra parte.(...)”.

«Manifiesto ultraísta» (1918) - Isaac del Vando-Villar

A distancia, me pregunto quién podría hoy hablar de este modo, lanzando un gesto de desafío análogo, no sin cierta arrogancia. En cualquier caso, toda declaración de batalla abierta reclama osadía. Sin nostalgia, pero con inquietud, uno no deja de preguntarse si al fin y al cabo la cordialidad de nuestro presente no es más que una muestra de radical indiferencia por las apuestas.
A.B.

Platónicamente estamos exponiendo nuestra moderna doctrina ultraísta en las columnas de Grecia [una revista en que por un tiempo se publican obras ultraísta y novecentista] sin querer molestar a los fracasados maestros del novecientos.
Hemos procedido de esta forma por entender que el olvido y el silencio serían las armas más certeras para herirles en sus rancios credos estéticos.
Pero he aquí que ellos acogen nuestra moderna lírica irónicamente, haciendo creer a los que con inquietud nos miran, que somos unos alienados y quieren de esta suerte llevarnos al manicomio del olvido.
Y esto es una infamia, una cobardía y una injusticia que a sabiendas quieren cometer con nosotros los fracasados del novecientos.
Los ultraístas estamos situados en la vanguardia del Porvenir: somos eminentemente revolucionarios y aguardamos impacientes la hora en que los hombres de ciencia, los políticos y demás artistas estén de acuerdo con nuestras rebeldías para proclamar, de una manera definitiva, el triunfo del ideal que perseguimos.
Valle-Inclán, Azorin y Ricardo León, que son los que representan en nuestras letras el pasado triste, nos tienen usurpado el puesto preeminente a que somos acreedores.
Porque ellos son unos plagiadores conscientes e inconscientes de nuestros clásicos y ninguna cosa nueva nos han revelado ni podrán revelárnosla. Y nosotros estamos limpios de ese pecado y tenemos imágenes e ideas modernas praa hacer florecer de entre sus palimpsestos nuevas flores cuyos perfumes, por lo exóticos, deleitarán a los más sutiles ingenios que sienten la avidez del futurismo artístico.
Y no son ellos – me refiero a Valle-Inclán, Azorín y Ricardo León -, los verdaderos culpables de este embotamiento retrospectivo literario. Es el núcleo de sus aburguesados lectores, que tienen vendados los ojos del entendimiento ante la luz ceguedora de nuestras imágenes que alzan sus vuelos hacia las colinas azules del pensamiento moderno.
Nosotros podremos estar equivocados, pero nunca podrá negársenos que nuestra manera de ser obedece al mandato imperativo del nuevo mundo que se está plasmando y hacia el cual creemos orientarnos con nuestro arte ultraísta.
Triunfaremos porque somos jóvenes y fuertes, y representamos la aspiración evolutiva del más allá.
Ante los eunucos novecentistas desnudamos la Belleza apocalíptica del Ultra, seguros de que ellos no podrán romper jamás el himen del Futuro.

-Isaac del Vando-Villar (aparecido en la revista "Grecia", en 1918)