[Poética I]
Retornar a la extrañeza
-al filo horadado de las cosas.
No volver: revolverse: ser revuelta íntima.
Sostenerse en la cuerda floja: funámbulo
en el borde del sentido.
Ir más a fondo
al subsuelo de la mirada
hasta toparse con los cristales
resquebrajados.
Que el vacío se convierta en lugar de lo
naciente.
Desde ese asombro –mirar de nuevo
y que no todo hienda.
[Genealogía]
Como un perro ciego
buscar un hueso en la tierra seca
-cuando ya no es posible ver
y la noche se abisma
en la añoranza: ahí
entregarse a tientas
-hacerse palabra arrebatada
al aullido.
Embarrar tus patas heridas
por la alambrada que separa
los jardines del baldío insondable
donde naciste.
Solo entonces pronunciar
la cifra desconocida del cielo.
[Condiciones]
la condición es callar
tapiar los labios
coser la boca
cortarse la lengua
la condición es no mirar
mirar sin ver
cerrar los ojos
celebrar la ceguera
no tocar
que el tacto no se moje
que las manos no se abran
(los dedos quietos)
taparse las fosas nasales
entregarse a la fragancia
de los cementerios
alzar la sordera
sacrificar el ruido
aislar la casa
de los incineradores de la historia
luego decís algo
mirás un rincón
palpás la noche
olés la furia
escuchás el ruido
de un llanto ronco
y te vas
tan lejos
como te deja
tu esperanza
arrodillada
[Expulsión]
expulsado de la infancia
vivir fue deslizarse
por arboledas secas
buscando
una copa verde
que no desaparezca
junto al hacha
que otros llaman
«mundo»
[Lengua común]
desayuno con mi dolor, le digo buenos días, me despido antes
del laburo con una sonrisa forzada para que no se le ocurra acompañarme,
intento tenderle una manta, hacerle más llevaderas las horas, poner algún
incienso en la estantería (a falta de altar); aunque no pueda curarlo le hablo
a mi dolor, haz algo le ordeno mientras lo acurruco en mi vientre; no me
atrevo a invitarlo pero tampoco lo expulso, le hago espacio en la cocina,
enciendo una fogata en el suelo o una hornalla para que pase la madrugada, le
dejo dos pedazos de pan o un poco de menta para que respire mejor o se le vaya
la congestión de sus ojos abyectos
ni por asomo le digo ya pasará ni le miento con otro cielo; no
insinúo su redención y no se me ocurre insultarlo cuando se marcha apretando
los dientes o cuando regresa lleno de niebla
le hago hueco a este dolor que tampoco es mío, lo invito a mi mesa,
ceno con él; digno hasta para contener su hambre o romper las farolas de una
calle desierta, yo le pregunto y él agradece dos veces, haciéndome saber que no
es peor que todas esas fiestas ciegas que mira por la ventana cuando se queda
solo con sus sobras farfullando no sé qué paraíso
se hace pesado me dice este dolor aunque no protesta ni pide nada para sí mismo, se
brinda casi con entusiasmo, se pone a hacer garabatos con su tristeza, me mira
como queriéndome decir algo mientras yo lo abrazo y le pido que me cuente una
historia mientras él ríe, sueña, sigue masticando su historia, dice buenas
noches y promete no dejarme a solas
A.B.
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"Impersonalizar el relato con el propósito de ensangrentar la vida, desamarrar la palabra del sentido que la enclaustra, arder en el desaliento de la elipsis, sofocar su terca ausencia y su insoportable temperatura, descuajar la maleza con la que la vida se atraganta, escarbar hasta dar con lo que se halla encubierto, cuidar la imagen del abandono sin violentar la levedad aérea de su hueco, sustituir la forma personal por la deriva irrefrenable de un infinitivo que no se detiene, que va, insisto, aún más lejos y se derrama como el agua que rebasa el límite del caldero, tales son, en mi opinión, planteamientos desde los que se ha escrito este asombroso libro de Arturo Borra".
Alfredo Saldaña
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