Llegan los animales del silencio, pero debajo de tu piel arde la amapola
amarilla, la flor del mar ante los muros calcinados por el viento y el llanto.
El animal del llanto lame las sombras de tu madre y tú recuerdas otra
edad: no había nada dentro de la luz; sólo sentías la extrañeza de vivir. Luego
venía el afilador y su serpiente entraba en tus oídos.
Ahora tienes miedo y, de pronto, te embriaga la exactitud: la misma
fístula invisible está sonando bajo tu ventana: ha venido el afilador.
Oyes la música de los límites y ves pasar al animal del llanto.
Lame tu piel el animal del llanto, ves grandes números infecciosos y, en
el extremo de la indiferencia, giras insomne, musical, delante del último
dolor.
Vienen, extienden
sobre tu corazón sábanas frías.
Entra en tu cuerpo y tu cansancio se llena de pétalos. Laten en ti
bestias felices: música al borde del abismo.
En la agonía y la serenidad. Aún sientes como un perfume la existencia.
Este placer sin esperanza, ¿qué significa finalmente en ti?
¿Es que va a cesar también la música?
Antonio Gamoneda, Libro del frío.
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