Qué vivan los crotos* (Ana Poliak, Argentina, 1990) es de esos documentales de excepción que se sustraen del típico enfoque realista que prima en este género cinematográfico. El montaje no pierde de vista el proceso de producción cinematográfico: los titubeos, el nerviosismo, en suma, el habitual «fuera de campo», los ensayos más o menos torpes de unas personas dispuestas a representarse a sí mismas en una rememoración necesariamente fragmentaria. La directora no excluye las peripecias de la memoria de los entrevistados, la dificultad del retorno, la escenificación del recuerdo, el temblor de los relatos, como un registro de vacilación inherente a esa práctica testimonial que, necesariamente, coexiste con el silencio, denso y significativo, como dimensión de un espaciamiento presente en todo trabajo del recuerdo. De forma complementaria, las dramatizaciones –breves, mudas, fulgurantes- de linyeras jóvenes, aparecen como un plus a una red de fragmentos que se urden para dar consistencia al protagonista “Bepo”, el último linyera.
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Vagamundo anarquista, Bepo regresa a su Tandil natal (situada en el interior de la provincia de Buenos Aires, Argentina), luego de haberse internado por 25 años en un viaje sin más destino que el tránsito, apenas pautado por los trayectos del ferrocarril. Toda su historia conmueve: desde la melancolía que sobrevuela su relato rememorativo hasta su amor secreto e indestructible. De ahí el semblante por momentos nostálgico de nuestro personaje al evocar algunas figuras de lo inolvidable.
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Quizás la cámara asuma en este contexto el lugar del gran Otro. Por eso los personajes tiemblan, vacilan, arrancados de la intimidad, entregados a ese fluir evocativo alternativa o simultáneamente sombrío y lumínico, teatral y espontáneo. A pesar del formato documental en el que se instala la película, somos lanzados a completar las elipsis de la memoria selectiva, operación que sin embargo no concluye ni tiene término alguna vez. En las antípodas de «Funes el memorioso», el protagonista recuerda desde la lógica inconsciente en la que las omisiones son tan significativas como las apariciones.
Quizás la cámara asuma en este contexto el lugar del gran Otro. Por eso los personajes tiemblan, vacilan, arrancados de la intimidad, entregados a ese fluir evocativo alternativa o simultáneamente sombrío y lumínico, teatral y espontáneo. A pesar del formato documental en el que se instala la película, somos lanzados a completar las elipsis de la memoria selectiva, operación que sin embargo no concluye ni tiene término alguna vez. En las antípodas de «Funes el memorioso», el protagonista recuerda desde la lógica inconsciente en la que las omisiones son tan significativas como las apariciones.
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Como metáfora de la «errancia», Bepo evita aferrarse a una doctrina última. También es posible “crotear” en el pensamiento, como entrega a la intemperie radical. No sólo deriva del nómada sino búsqueda incierta de una libertad que implica atravesar la carencia, la lucha por la supervivencia y la sombra de la despedida que lo acompaña.
Para profundizar en la filosofía del linyera y la vida del protagonista, pincha aquí.
Para profundizar en la filosofía del linyera y la vida del protagonista, pincha aquí.
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Sobre la relación entre memoria y olvido que se plantea en la película, pincha aquí.
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*El término “croto”, sinónimo de “linyera” -perteneciente al lunfardo- proviene del apellido del gobernador bonaerense llamado José Camilo Crotto (1864-1936), que decretó una ley que evitaba penalizar a los menesterosos. A partir de 1920, los trabajadores rurales, llamados “peones golondrina”, podían viajar gratis en los vagones de carga vacíos del ferrocarril, de localidad en localidad, para poder desarrollar trabajos temporarios. “Croto”, entonces, es en primer lugar ese trabajador rural sin hogar estable, caracterizado por su vida errante. Posteriormente, el uso de dicho término se generalizó hasta abarcar a los vagabundos en general.
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8 comentarios:
Soy consciente de las dificultades que puede presentar esta entrada para quien no sea de Argentina, especialmente por algunos localismos que se utilizan.
He encontrado un excelente comentario sobre este documental, así que lo comparto con la esperanza de que su sentido se abra un poco más.
"QUE VIVAN LOS CROTOS!
La sola enumeración de las taras que enturbian a la mayor parte de los documentales, y que la realizadora argentina Ana Poliak supo esquivar hábilmente, bastaría para bienvenir a ¡Que vivan los crotos!, film que parece conjugar idénticas dosis de inspiración y dominio del medio cinematográfico.
Nuestro –digamos– personaje central es don Américo "Bepo" Ghezzi, un linyera septuagenario de la localidad de Tandil, sitio que abandonó un día para vagar sin rumbo. Treinta años después regresó y supo que nadie lo había olvidado. Poliak, que es montajista desde hace largo rato, siguió el ritmo de la respiración emotiva de las imágenes. Cada una de las personas que mastican viejos recuerdos tiene en pantalla el tiempo que se merece, lo que incluye varias veces un original, adecuadísimo antes-y-después de lo que generalmente se considera "metraje útil". Vemos los titubeos, el nerviosismo, la gimnasia preparatoria y hasta la reflexión ulterior que son el marco de las palabras y que los propios viejos –acostumbrados ellos mismos al montaje documental típico– jamás pensaron que engrosarían el producto definitivo.
Es una suerte de documental dentro del documental, genuina cámara oculta que confiere a las tomas una vibración adicional: el testimonio, que no se supone actuado pero siempre conlleva una pizca de impostación, contrasta con esos tramos de espontaneidad plena. En el futuro cabrá desarrollar este recurso de exploración viva aun más estructuralmente.
(continúa)
El silencio tiene en ¡Que vivan los crotos! una dimensión semejante a la que le conceden las partituras clásicas: ocupa el tiempo que ningún sonido –especialmente ninguna palabra– debería contaminar. Un silencio que abre las puertas al trabajo emotivo del espectador, en la medida en que lo invita a evocar sus propias imágenes y recuerdos. La pantalla, en tanto, ya habrá saltado del primer plano a un pedazo de pampa yerma, o a una estrella, o a un riel. Las combinaciones de Ana Poliak son la feliz contracara del pleonasmo (esa fiera costumbre de ilustrar las palabras con imágenes): abren el juego a la participación efectiva del público. Las dramatizaciones, que las hay (linyeras jóvenes que expresan el pasado de quienes hablan), son breves, mudas y están sanamente despojadas de toda ínfula "argumental".
Bepo se constituye en protagonista de una manera singular. Las palabras de sus amigos son tanto o más importantes que las de él para delinearlo. El, a su vez, es más que nada una suma de recuerdos y sensaciones que remiten a otras imágenes y personajes. A la planicie, a la soledad, a la trocha. También al Francés, un personaje cuya existencia es puesta en duda por los amigos de Bepo, pero al que éste cita una y otra vez como infatigable compañero de andanzas, imponiéndolo como una suerte de coprotagonista en off. El verbo crotear, en la acepción que le es dada aquí, ha de ser de los más profundos. Implica saciar apetitos de libertad al margen de la explotación laboral, pero también de las otras gentes. La soledad de la libertad es el gran tema no declamado de la película. Lo más curioso –y acaso la punta de iceberg del futuro de Poliak como directora de ficción– es que estos ancianos vienen a actualizar vigorosamente la añeja cuestión del Héroe: esta dignidad sin bienes ni raíces, esta plenitud que sólo reclama una pampa, una huella, un cielo abierto para constituirse tiene mucho que ver con la materia que, aquí y allá –especialmente en el Lejano Oeste–, forjó paladines inoxidables. Esos que hicieron asco de la rutina social y las compañías anestesiantes para embarcarse en el compromiso que, tarde o temprano, pone a cada cual frente al sueño que lo desvela. Que vivan ellos".
Guillermo Ravaschino
extraído de: http://www.cineismo.com
Nada de lo que tenga que ver con esa existencia nómada y esa intemperie me es ajeno.
Buscaré el documental y espero encontrarlo.
Como siempre, iluminas la búsqueda explorando donde están las cosas que de verdad importan: en esos márgenes, donde la huella y su borradura, el tránsito y la ceniza, se dan en un vértigo de simultáneidad: inscritos en los cuerpos transeúntes, pro-yectados, extra-vertidos, en ese espacio o punto de fuga donde acogemos el balbuceo, la escucha, el con-tacto,
un abrazo
Querido Stalker, cuando volví a ver este documental en varios momentos me acordé de vos y de ese "croteo" filosófico y vital en el que estamos. Nomadismo a la intemperie, como decís, y sé que también transitás por esas regiones donde todo es pequeño, donde la épica queda atrás.
Al documental podés encontrarlo en el Ares. Tiene un aire melancólico, de una historia que tiene sus dimensiones malogradas, pero que aún así, apostó por una práctica de libertad.
En cuanto a esta casita la tengo un poco abandonada. Ya volveré a recuperar ese tiempo de deriva, que me permita explorar también lugarcitos tan reveladores como el tuyo y algunos otros. En los márgenes habitamos,en esa voluntad de fuga que nos hermana en una búsqueda sin término.
Gracias por esa escucha íntima que brindás y que aloja la intemperie.
Va un abrazo enorme,
Arturo
Acabo de bajarme del tren de Marienbad y tomo éste de Valencia-Tandil, aprovechando una mañanita dominical antes de la angustia de la tarde y los preparativos para la semana. Poco tiempo estas semanas. Esto de la memoria no me es ajeno, los silencios que dicen tanto, lo que somos en los otros o en la memoria de los otros y que forma parte nuestra. Queda ese rastro de la soledad de la libertad, lo inconmensurable de esos destinos anónimos que nuestras sociedades deshechan.
Un bello momento.
Abrazo
Querido Leonardo, esos trenes son los de todos aquellos que no ocultamos nuestra fragilidad. Por eso también estás y habitás ahí. En esa deriva a la que estamos entregados, incluyendo la deriva de la memoria que viaja hacia atrás, y se entrega a un silencio elocuente, cargado de sombra a veces.
Ahí también están los otros, los que nos dan sentido, los que echamos de menos y crean el espacio de la soledad.
En fin, doble agradecimiento. Por viajar y por acompañar a Bepo...
Un fuerte abrazo,
Arturo
Querido Arturo:
Qué excelente ese documental de Ana Poliak... hay tanta punta que sacar a un material así: la filosofía del linyera, la experiencia de algunos anarquistas nómades en la Argentina de esos años, poesía que brota entre las vías rotas y la herrumbre de los vagones abandonados. Hay vías extenuadas en la llanura, trenes que recorren la pampa como fantasmas, seguramente empujados por los espectros de todos esos Bepos con vocación de intemperie.
Voy a volver a comentar con más tiempo, por ahora, dejo un enlace interesante:
http://www.cineismo.com/criticas/que%20vivan%20los%20crotos.htm
besos,
Laura.
Laura, de todas esas puntas que señalás, me quedo con la "vocación de intemperie", el espíritu de libertad de Bepo, ese personaje entrañable que pone en jaque una forma de vida en la que el quietismo, cuando no el conformismo, son moneda de cambio. Sorprende ver cuánto ha calado el miedo a lo desconocido, cuánto nos aferramos a las migajas de un festín obsceno...
Historia aparte merece el anarquismo en Argentina, reprimido brutalmente, incluso por un comunismo de aparato que siempre descreyó de ese nomadismo político que se sacude las jerarquías.
Si aquí hay poesía, se la debemos tanto a ese protagonista como a la directora, capaz de reconstruir espacios de una intimidad en la que no falta la nostalgia y la melancolía. En un transfondo de pérdida se comprende mejor no sólo el documental sino la vida. No hay melodramatismo; lo melodramático es negar todo ese claroscuro en nombre de fábulas tranquilizadoras en las que todo aparece polarizado, incluso las emociones.
Gracias por seguir viajando por estos espacios.
Un beso,
Arturo
PD: por cierto, el link que señalás ya lo había colgado, porque me parece que ayuda a ahondar en las huellas de esa errancia.
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