lunes, 28 de julio de 2008

«La casa roja» - Juan Carlos Mestre



Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja. Una casa donde los cardenales negros sacrifican papagayos a la voz del diluvio. El diluvio tiene las barbas blancas como el sauce de la jurisprudencia un domingo de bodas. Los predicadores aman la tempestad y golpean con sus Biblias de nácar la erección de los guardiamarinas. Las familias beben alcohol, se santiguan, recolectan insectos. El niño de la lámina se masturba plácidamente con la transparencia. La rosa de Jericó huele a vainilla. Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja. Una casa cuya ilusión está llena de peces, el pez de San Pedro, la conciencia del delfín encerrada en el aro de la bahía desierta. Lorenzo de Médicis tenía una casa roja, los maniquíes de Bizancio tenían una casa roja. Mi corazón es una casa roja con escamas de vidrio, mi corazón es la caseta de los bañistas cuya eternidad es breve como columna de lágrimas. El minotauro hace rodar sus ojos por el acantilado de las estrellas, la herida del anochecer hace su nido en la arena. Yo hablo con alas, yo hablo con lava de lo ardido y humo de diamante. La geometría bebe veneno, en el canto de los pájaros suena la armonía del baile de los muertos. En la casa roja hay una mesa blanca, en la mesa blanca hay una caja de plata con la nada del sábado. La intemperie gime contra los muros, la tristeza gime contra los mármoles. El profeta tuvo una casa de papiro a la orilla del lago, la muchacha del ghetto vivió en la casa de las preguntas. Mi mano izquierda luce un anillo de agua, en el camafeo de la supersticiosa brilla el mercurio de la temperatura. Lo que canto es lumbre, caballos lo que canto contra la aritmética y los números. Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja, una casa bajo el índice del cielo y el negro nenúfar de la amante devota. El muchacho con ojos de ebonita ama la enfermedad y el rubí de los reyes. Las mujeres hermosas sueñan con acuarelas, sueñan con garzas y volúmenes y súbitos prodigios sobre las alfombras de lana. Yo vivo extraviado entre dos rosas de sangre, la que tiñe la calamidad de impaciente belleza, la que tiñe la aurora con su astro eucarístico. Mi voluntad tiene la cólera del orfebre, mi capricho tiene el óxido de tu frente de hierro. Nadie cruza los bosques malignos, nadie sobre la yerba de la muerte escucha el desconsolado discurso de las ceremonias asiduas. Yo veo el arco iris, yo veo la patria de los músicos y el olivo de los evangelios. Mi casa es una casa roja bajo la fibra de un rayo, mi casa es la visión y la beldad de una isla. Aquí cabe la gala del mandarín y la escrupulosa usura de las edades antiguas- Esta casa mira al norte hacia las lagunas de los helechos, esta casa mira al sudeste azotada por el aliento de los que piden limosna.
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De La casa roja, 2008, Juan Carlos Mestre.




19 comentarios:

Luciérnaga dijo...

uf!

(sin palabras)

(pd: besos a los dos!!!)

Víktor Gómez Valentinos dijo...

Es un libro que crece como una gota de aceite, como una mancha solar. Abrasa.
Y lo que queda de la humareda es una sacra estructura de paja desvelada.

Me alegra que os guste, pues es otra afinidad, otro lugar de encuentro.

Un abrazo,

Vic

Arturo Borra dijo...

Hola Lucía, es cierto, hay veces que cuesta encontrar las palabras precisas. Aún así, queda la huella... Gracias por dejar la tuya.
Un abrazo y toda la suerte en tu viaje,
Arturo

Arturo Borra dijo...

Víktor, es cierto, este es uno de esos libros que crecen. Una mancha de luz, podría ser, que aumenta cuando se revisita. (Es extraño, pero una cierta medida del valor reside ahí: en las posibilidades de un retorno fecundo).
Otra afinidad, pibe, así es...
Un abrazo y gracias por prestarnos el libro!!!
Arturo

Laura Giordani dijo...

Poesía en estado de proliferación permanente, en cada lectura...
Gracias por compartir en el blog y a Víktor por el préstamo del libro.

Un abrazo grande,

Laura.

Laura Giordani dijo...

Poesía en estado de proliferación permanente, en cada lectura...
Gracias por compartir en el blog y a Víktor por el préstamo del libro.

Un abrazo grande,

Laura.

Mayka dijo...

"Yo hablo con alas, yo hablo con lava de lo ardido y humo de diamante"

Retomar la fuerza de lo muerto y pulir hasta el humo lo perjudicial e innecesariamente valioso. ¿Qué más se puede pedir a quien retoma la palabra?

Es genial, buscaré el libro! Gracias Arturo!

Arturo Borra dijo...

Es lo menos, Laura, que podemos hacer cuando reconocemos una poética singular... una poética, por cierto, de la proliferación, que abre camino a una estética bastante marginada en España.
La invitación al regreso es indicio del potencial semántico de estas letras.
Gracias a vos por estar ahí, siempre.
Otro abrazo enorme,
Arturo

Arturo Borra dijo...

Sí Mayka, es uno de esos libros que aparecen "por ahí", en la madeja interminable de textos más o menos olvidables.
Ante esa fuerza (que está presente en la mayoría de los poemas reunidos), lo menos que podemos hacer es tratar de seguir sus huellas.
Gracias a vos por pasar y retomar la palabra.
Un abrazo para vos y otro para Marc,
Arturo

Anónimo dijo...

He leido hoy esto en el cultural sobre Mestre:
La casa roja
Juan Carlos Mestre
Calambur. Madrid, 2008. 164 páginas, 15 euros.
Lea un extracto




¿Y tú, que has escrito un verso en una lengua que piensa por ti, te haces llamar poeta?”. La cita no es literal, ni tampoco anónima, aunque no consigamos recordar a quién pertenece. Probablemente a alguien muy listo. Una cosa es segura: el poeta a quien van dirigidas estas palabras NO es Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957).

La culpa de que hayamos recordado la frase (y olvidado al autor) es de La casa roja, precisamente porque no la habita ni un solo verso o línea que parezcan gratuitos, aleatorios o debidos a la intervención sobrenatural de la lengua española. Algo nos dice que aquí el único que piensa es Mestre: “Engañifa stop acepto gustoso este premio stop gracias le doy al espíritu santo stop no será un bombón envenenado stop un poeta debe ser más útil que ningún ciudadano de su tribu stop gracias isadore ducasse por echarme una mano en la caseta de feria stop tengo miedo a los aviones stop iré por tierra en un barquito de papel stop los mares están que arden stop tengan preparado el micrófono” (“Telegrama a la engañifa”). Antes, la poesía era inmediatamente reconocible por la rima, el cómputo silábico, los pies métricos. Ahora, lo es por los premios. Signos de pobreza, unos y otros.

Acostumbra la cultura a matar al pájaro y quedarse con la jaula vacía: “El asesino contemporáneo ha fracasado seducido por la emotividad de su víctima. Antes lo había hecho el arte moderno disparando su rebaño de hazañas contra la multitud” (“La góndola de los bucéfalos”). Suele la poesía actuar como el perverso psychokiller que embellece el cadáver para sublimar el crimen: “Pulse asterisco. Espere a oír el evangelio de estas rosas en la nada. Marque el cero seguido de eclipse con oxígeno. Aguarde a oír su confidencia en la catedral de las ballenas. Marque luego el siete. Diga la palabra grillo y oiga al grillo. La voz del espectáculo le preguntará qué quiere. Deletree lápida para comunicarse con Bernini. Medite despacio en lo despacio, hay desierto” (“Instructivo para llamar al teléfono móvil de la eternidad”).

Necesitamos incluir la razón entre los planes a extinguir antes de que ella nos declare a nosotros especie en extinción: “Entonces el poema se levanta y da por terminada la superficie del lenguaje, se apoya en la escalera de mano, digamos el punto de vista desde el que se asoma al vacío, a cierto grado de premonición equidistante a la agricultura de lo que llamamos destino, y ahí, destructiva, irreparablemente fragmentado por el mecanismo íntimo, tampoco alcanza a dar testimonio de la mano izquierda de Dios” (“La mano izquierda de Dios”). Lo dicho: Mestre es el cerebro; el lenguaje, un matón a sueldo.

Y nuestra reseña es –para qué engañarnos– una pérdida de tiempo. Leernos a nosotros cuando puede leerse a Juan Carlos Mestre debe de ser ilegal en alguna parte. Así que menos Cultural y más Casa roja: ciento sesenta y cuatro páginas de divina locura y genialidad humana. Esto es lo que ocurre cuando ocurre la poesía.


A. SÁENZ DE ZAITEGUI

Arturo Borra dijo...

Estimado anónimo, mil gracias por el comentario que traes sobre Mestre. Aún así, diré que me parece que hay afirmaciones hiperbólicas y acríticas que no aceptaría. "Las lenguas piensan por nosotros..." dicen los estructuralistas. Pienso que esa es media verdad, porque si el sujeto fuera mera soporte, no se explica por qué sólo algunos terminan singularizándose...
Pienso que "La casa roja" es un muy buen libro al que le sobran algunos poemas y recae en una sobreadjetivación que devalúa algunos pasajes (sin contar con unas estrategias de cita que me inquietan). ¿Quién podría decir seriamente que no le falta nada? Yo diría que más bien sobra...
La media verdad (del estructuralismo) es que siempre nos nutrimos de tradiciones linguísticas (en particular literarias) para hacer lo que hacemos. De ahí que no pueda recluirse la poesía de Mestre a una suerte de autosuficiencia. Es como obviar la clara incidencia de las vanguardias en su producción...
En síntesis, hay poemarios destacados y lo mejor para honrarlos -pienso- es reconocerlos en su "justa medida", lo cual desde luego es sólo el punto de partida de una discusión... (¿Quién define la justa medida?)
A pesar del buen humor del comentarista, pienso que vale la pena seguir leyendo a tantos otros, justamente para saber situar y evitar tanta fetichización de los autores.

Gracias otra vez y un saludo,
Arturo

Anónimo dijo...

Arturo, de acuerdo con lo piperbólico, pero no entiendo a que te refieres con (sin contar con unas estrategias de cita que me inquietan) Podrías ser más explicito. Un saludo cordial, garcias por tu blog,

Arturo Borra dijo...

Claro que sí, me explico: todo texto desarrolla un tejido de citas. Esas citas no son en absoluto azarosas, sino que responden a una estrategia discursiva –no necesariamente “consciente”- orientada a hacer aceptable intersubjetivamente el texto. Lo hacemos todos y para ello nos apoyamos en otros autores y escritores, aunque de modos y con finalidades diferentes: para “autorizarnos”, para “argumentar”, para “tomar distancia”, para “refutar”, para “retomar” lo dicho, etc. Hay usos diferenciales de la cita. Algunos de ellos se limitan a la “cita de autoridad” y otros a algo que podríamos llamar “citas de pertenencia”, limitadas a citar a amigos y personas próximas. Con una apelo a la autoridad, con otra a los amigos. Este tipo de citas puede distinguirse sin demasiada dificultad de la cita crítica –la cita efectuada según pautas de pertinencia y relevancia semánticas-. Cuando en un texto priman las primeras, por más crítico que se pronuncie un escritor, estará operando algo que está sustraído de ese orden. Estará primando una estructura de autoridad –algo que no podemos permitirnos quienes pensamos que la validez de los textos no viene determinado por el enunciador sino por los enunciados mismos, sea por su capacidad de sostenerse de forma argumental, sea por su capacidad para sostenerse en términos estéticos. Los textos deben defenderse solos.
Dicho esto, en el caso de Mestre me preocupa tanta proliferación de citas, no siempre vinculadas de forma relevante a los poemas. Lo que queda, entonces, es el rescate de un conjunto de nombres… que en algunos casos, creo, funcionan como un recurso de autoridad, un recurso del que creo deberíamos prescindir.
En fin, gracias a vos por leer.
Un saludo,
Arturo

Anónimo dijo...

Arturo me parece inobjetable tu argumentación,rotunda y convincente, tampoco a mi me gusta el paraguitas de autoridad bajo el que parece guarecerse el poema con determinadas citas, claro está que Mestre cita en la mayoria de los caos a poetas muertos, y las de los vivos no parece que hagan excesivo sistema como tu muy bien dices, más bien parece que el autor ha querido hacer algún tipo de homenaje en este libro a algunos autores, en otro de él he leido, la poesia ha caido en desgracia y la tumba de keats no había ni una sola cita ni dedicatoria, raro ese cambio, raro. Muchisimas gracias por tu explendida aclaración. Chao, Cecilia.

Arturo Borra dijo...

Hola Cecilia, en verdad pienso que la apelación a “poetas muertos” no quita que una cita pueda ser de autoridad, fundamentalmente cuando se trata de autores consagrados. La figura del homenaje –cuando se multiplica- también corre el riesgo de “delimitar” un territorio. Como sea, la cuestión no es citar o no, sino el uso pertinente de éstas (pe. cuando citamos para no plagiar, porque retomamos una idea o un verso, etc.). En poesía, no es fácil, pero hay que intentarlo, para evitar las apropiaciones indebidas de la “irradiación” de los nombres consagrados.
Gracias otra vez y un saludo,
Arturo

Arturo Borra dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Arturo Borra dijo...

Por cierto, publiqué un ensayo sobre "Las políticas de la cita" en el MLRS(http://www.nodo50.org/mlrs/).

Juan Reverbería dijo...

Puedo entender cada adjetivo, puesto en el lugar perfecto. Pero no consigo entender el texto. ¿Uno puede escribir con punto y seguido todo lo que se le venga en gana, publicarlo y ya? Sin desmerecer a este gran poeta, esta casa roja me parece un laberinto de palabras que no salen en ninguna dirección.

Arturo Borra dijo...

Hola Juan,gracias por dejar tu opinión que, en todo caso, invita al debate. Por mi parte diré que, en efecto, lo interesante de la poesía es que uno puede escribir como quiere, a condición de ser riguroso con ciertas decisiones. Y pienso que esa rigurosidad está presente en J.C.Mestre, lo que no significa que el trabajo sobre el material, como ocurre en todos los casos, siempre pueda seguir.
En cuanto a que no consigues "entender" su texto quizás allí mismo resida el problema. ¿Por qué habría que entederse un poema -al menos en el sentido en que se podría querer "entender" un teorema? EL poema, para mí, siempre golpea el cuerpo antes de llegar al campo de la conciencia.
En fin, "La casa roja" desde la primera vez que lo leí me parece un excelente poemario. Lo he dicho -junto a muchos otros- cuando no estaba premiado y no he cambiado de opinión. LA casa, sí, es un laberinto. De eso se trata, en todos los casos.
Saludos,
Arturo