Ya que lo preguntan, la mayor parte de los días no me acuerdo. Camino vestida, sin marcas de ese viaje. Después, casi innombrable, vuelve la lujuria. Incluso en ese instante, no tengo nada en contra de la vida. Conozco bien las hojas que mencionan, los muebles que sacaron al sol. Pero los suicidas tienen un idioma propio. Como los carpinteros, quieren saber con qué herramientas. Nunca preguntan por qué construir. Dos veces me pronuncié tan claramente, poseí al enemigo, me comí al enemigo le arrebaté su oficio, su magia. Así, grave y pensativa, más tibia que el agua o el aceite, descansé, babeando por el agujero de la boca. No pensaba en mi cuerpo ante la punta de la aguja. Ni siquiera había córnea o restos de orina. Los suicidas ya traicionaron al cuerpo. Nacieron muertos, aunque no siempre se mueran, y, deslumbrados, no pueden olvidar una droga tan dulce que hasta un chico podría mirarla y sonreír. ¡Meterse toda esa vida debajo de la lengua!— eso, en sí mismo, se vuelve una pasión. Dirán que la muerte es un hueso triste y golpeado, con todo, año tras año me espera, para deshacer con delicadeza una vieja herida, para soltar mi aliento de su prisión insana. Compensados así, los suicidas se encuentran a veces furiosos con el fruto, una luna inflada, dejan el pan que confundieron con un beso, dejan la página del libro abierta por descuido, algo sin decir, el teléfono sin colgar y el amor, fuera lo que fuese, como una infección.
No
hay más que montaña que corta el cielo, lo invisible soportando el vértice,
siete
millones de gravidez, soberanía en la que reposan las profanaciones.
No
hay más que declive disimulado en los ajuares, un corredor ciego,
puerta
falsa para una residencia sin descanso ni dicha.
No
hay Nilo que arrastre a la orilla la memoria
ni
caliza que preserve del delirio del mármol:
no
más que arrebato del tiempo, usurpación,
geometría
desmentida por los esclavos,
maldición
que espanta a los vivos,
duración
que se desmorona
sepulcro
de oro para
la
misma disipa-
ción
de
huesos.
[Egipto,
s/f]
Pintura de Gabriel Viñals
Y quizás no haya más que un poema
rescatado del río turbio
que somos.
No más que poema entrecortado
rapto tendido frente al asombro confusión
de la retina
ante la mano que labra
su ilusoria eternidad.
Y quizás no haya poema:
sólo un grito
sin garganta
una protesta contra la
disolución.
Poema de lo que escapa
poema de las declinacionesgravidez
que no aplasta
las revueltas del sueño.
También la ausencia
tiene una historia: odisea sin
héroes
sepultura de los días sin
inventariar
oscuridad que desde el fondo nos
mancha.
Nadie puede alcanzar la
constelación
en la que gravitan los cuerpos
la espesura del vacío
la tensión de los tendones
que postergan el sueño terminal:
no hay más
que arqueología de la pérdida.
[Esplendor saqueado, 2010]
ESPLENDOR SAQUEADO, de Arturo Borra Atelier Siba, 25 de noviembre de 2015
Por Pilar Verdú
Un libro de poesía lo es, entre otras cosas, porque convoca en nuestros oídos y en nuestra memoria otras voces que ya nos constituyen para sumarse a ellas, para ampliar la constelación personal que a cada uno nos ampara y nos guía cuando nos perdemos en el bosque.El libro que Arturo Borra ha tenido a bien dejarme entre las manos, ha ejercido esa llamada y ha puesto mi sangre en pie para recibir esos entrecruzamientos que hacen más tupida esa red salvadora. Esplendor saqueado resulta ya un título bastante explícito, reforzado por la cita que lo sigue: “No hay más que arqueología de la pérdida”. Porque se canta lo que se pierde, como bien sabía don Antonio, que por otra parte, lo sabía casi todo.
El primero de los poemas del libro está puesto en la voz de Boabdil, y no sé ustedes, pero para mí Granada es, de inmediato, Lorca, Luis Rosales y después Carlos Cano, quien, con su Casida del Rey chico, me ofreció una magnífica clave de lectura de Esplendor saqueado. Canta Carlos Cano con su habitual elegancia:
En el fondo de un aljibe me encontré
la tristeza que matara al rey Boabdil. Y a la sombra de un almendro la dejé
por los montes de Guajar-Faragüit,
por ver si cuando el tiempo de la miel la luz del pensamiento diera flor
Lo mismo que Carlos Cano hace Arturo: coge la tristeza que matara a los reyes-metafórica o literalmente- de tierras perdidas, de amores perdidos, a la tristeza que matara a esas mismas tierras por verse saqueadas, y, con toda delicadeza, las deja a nuestros pies de almendro por ver si cuando el tiempo de la miel / la luz del pensamiento diera flor. Pensar sobre la historia para no repetirla, lograr que la luz florezca y no haya más derramamientos de sangre como los que nos siguen anegando todavía hoy.
Otro ensayo sobre budismo y cristianismo que tenía entre manos me susurró una preciosa historia que también casaba con esto. Un compasivo monje budista ha erigido en Taiwán el Templo de los Dios Rotos, en el acoge las figurillas de dioses populares chinos o las estatuas de bodhisattvas budistas (seres sensibles iluminados) que los fieles despechados han tirado. Arturo, de algún modo, con mirada compasiva, recoge también los restos de esos hombres poderosos que hoy miran hacia atrás sobre lo que tuvieron, que comprenden de repente lo que Quevedo supo formular tan bien: que las glorias de este Mundo/ llaman con luz para pagar con humo.Ni las más disparatadas fantasías megalómanas se pagan de otra manera.
Por estas páginas transitarán Burckhardt, el explorador europeo que encontró las ruinas de Petra en 1812, o Saha Jahan I, que mandó erigir el Taj Mahal para su esposa favorita y acabó contemplándolo desde la cárcel en la que le encerró su propio hijo. Vemos el Templo del Gran Jaguar de Tikal, considerado la puerta del inframundo, la tumba del rey Ah Cacao; la Gran Muralla china, falsa defensa, en cuya construcción fallecieron diez millones de obreros; las Catacumbas, ciudades subterráneas de los muertos. Contemplamos Estambul, anagrama de la vanidad hasta que el resplandor se desvaneció. Y también Camboya, Alejandría, Camboya, Isla de Pascua, Tenochtitlán, Machu Picchu, Atenas.
Esto es Historia con mayúsculas, pero Arturo se preocupa también- acaso más- de la intrahistoria. Como él es un obrero que lee, a Bertol Bretch entre otros muchos, se pregunta por quién construyó la Tebas de las siete puertas, quiénes habitaron esos lugares, sobre qué hombros viajaron las piedras de las pirámides: lo invisible soportando el vértice. A la postre, total, el polvo nos iguala, la misma disipación de huesos. Este poema es también visual puesto que los versos conforman una pirámide en cuya base aparece otra invertida. Porque la estética, en esta obra, es un valor muy presente. No olvidemos que este libro es, además de eso, que ya es, un objeto artístico per se, porque Gabriel Viñals se ha encargado de añadir su visión particular, lo cual establece un puente entre artes muy enriquecedor. Es el trigésimo primer título de la colección Poética y peatonal; poética es evidente por qué; Peatonal porque, sin duda, sus autores viven con los pies en la tierra, a ritmo de paseante, sin dejarse llevar por la voracidad de la prisa urbana.Y así, paseando, es en muchas ocasiones cuando Arturo se entrega a lo que él llama “atención flotante que permite escuchar el latido de la palabra.
Viñals considera que el arte puede ser útil, decorativo, efímero y sirve para vestirnos, además de por dentro, por fuera, y por eso pinta camisetas inspiradas en cada uno de los libros que pasan por sus manos. Nada mejor que presentar este libro aquí, en Atelier Siba, un espacio también donde arquitectura, poesía y dibujo se hermanan, y nos hermanan a todos los presente. Esa es la función del arte: que cada uno se conozca mejor para poder conocer al otro, y que las fronteras entre el otro y yo, entre el dentro y el afuera, las fronteras en general, se desdibujen. Como dijimos antes, Borra tiene los pies en la tierra, y sabe cuánto sufrimiento hay en ella, y escribe también sobre ese desgarro, no con la intención de prestar su palabra a quienes no tienen, porque eso supondría erigirse en portavoz-y sería un acto de soberbia - y porque un poeta como Arturo no presta su voz: la regala, la entrega porque es ahí, en ese lugar de lo irrenunciable, donde puede renacerse y sobre todo, cuestionar(se). La actitud de Borra ante el mundo, y ante la literatura, es la de la mirada crítica para desechar los clichés que alambican y menguan el pensamiento. Dirá Borra: La literatura, si no persigue la demolición de cualquier tópico, se convierte ella misma en uno. Este verso-prácticamente aforismo- pertenece a Modelos para (des)armar, (guiño a su compatriota Cortázar), en el que queda constancia de que la literatura es para él un trabajo exigente, instalado en la preguntas, subversivo, critico para aprender y abrir así caminos, porque solo conociendo la realidad puedes detectar en ella los huecos, las fisuras por las que entra el aire. Dirá, por ejemplo, Cobijar lo singular de los otros: esa difícil, improbable apertura que evita cristalizar lo que fluye, irreductible a los juegos de la filatelia. Nadie puede entenderse a sí mismo si se desvincula de su prójimo: no somos islas, somos un archipiélago en resistencia. Solo el encuentro posibilita una construcción de la hermandad. Ese es el camino único, como este ejemplar; poético, como este ejemplar; peatonal, porque somos nosotros, las personas de la calle, quienes hemos de tratar de cobijar lo singular de los otros. Es lo mejor, sin duda, que podemos darle a la poesía y lo mejor que la poesía puede darnos, lo mejor que podemos darnos unos a otros. Ese sería el verdadero esplendor, que no admitiría, jamás, saqueo.
¿Qué sociedad no ha soñado su propia eternidad? El testimonio de esa lucha contra la erosión del tiempo no arroja más que victorias pírricas: el trazado de una belleza derruida, documentos de cultura y barbarie, como diría Benjamin.
Esplendor saqueado parte de una investigación histórica de diferentes monumentos culturales. Pero en vez de una historia monumental, queda una arqueología de la pérdida -rastros de un derrumbe, nombres borrados. Por eso se trata de una reflexión sobre nosotros mismos y nuestras experiencias más básicas, desde la soledad hasta aquellos encuentros -más o menos efímeros- que dan sentido a nuestras vidas. Tras esa estela, persiste la memoria de lo arrebatado, el trabajo arqueológico del poema como exploración de la ausencia.
En vez de una simple constatación melancólica, sin embargo, lo que persiste es la voluntad entusiasta de dar cuenta de la fragilidad de toda tentativa humana. Sólo desde ese reconocimiento nace la promesa de una comunidad inédita.
Se trata entonces de una ética del sujeto: la que parte de la fragilidad universal para dar lugar a los otros y a lo otro. La hospitalidad nace de ese reconocimiento del otro como condición constitutiva de nosotros mismos. Precisamente porque somos finitos, porque el sujeto no es autosuficiente y porque la megalomanía nos conduce a la destrucción común, saber de un esplendor saqueado prepara las condiciones para un habitar diferente, ligado a la posibilidad de una vida que parte de las ruinas de lo Real.
Una caja grande está hecha con maestría de lo que es
necesario cambiar cualquier sustancia. Supón que un ejemplo es necesario,
cuanto más sencillo mayor motivo hay para un reconocimiento exterior que es un
resultado.
Una caja está hecha a veces y entonces para ver para ver
para eso con finura y tener los agujeros tapados es necesario usar papel.
Una costumbre que es necesaria cuando una caja se usa y se
lleva es una gran parte del tiempo hay tres que tienen distintas conexiones. La
uno está en la mesa. Las dos están en la mesa. Las tres están en la mesa. La
uno, uno es del mismo largo que se muestra por la tapa que es más larga. La
otra es diferente hay más tapa que la muestra. La otra es diferente y hace que
las esquinas tengan la misma sombra las ocho están en particular disposición
para hacer cuatro necesaria.
Laxa, para tener esquinas, para ser más ligera que algún
peso, para indicar un camino de boda, para durar marrón y no curiosa, para ser
rica, los cigarrillos se colocan por longitud y por doblado.
Queda abierta, para que quede golpeada, para que quede
cerrada, para circular en verano e invierno, y enfermo color que es gris que no
polvo y rojo muestra, para este seguro mide cigarrillos una vacía longitud
antes que la elección de color.
Alada, ser alada significa que blanco es amarillo y piezas
piezas que son marrones son polvo de color si se lava el polvo, entonces es
elección o sea es meter cigarrillos antes que papel.
Una extensión por qué una extensión es en vano, por qué un
claustro plateado, por qué la chispa brilla más, si brilla más hay algún
resultado, apenas más que nunca.
y al final de mí soy un río donde crecen las calles y los
juntos y mi cuerpo una ciudad con semáforos y dedos, con axilas y puntos
cardinales.
y más lejos, yo por las bajantes, por los rectos y las
copas, dando vueltas por las casas donde vivo.
Por las copas que se rompen y derraman los ungüentos. Yo por
los tejados, por la lluvia que resbala y las goteras.
y después de mí, donde termino, soy caudal que remonta la
memoria y mis ojos un hilo que desciende y descansa la vista por debajo. Por
debajo del tiempo y de los cauces, en el metro y las cloacas. En invierno.
y mi cuerpo es el recinto donde yago y más tarde, yo por mis
caderas, por mi ombligo y por mi boca. Yo por los cuchillos y las tazas donde
bebo y donde afluyo.
y luego soy el río donde acabo, el vástago que me sueña y me
diluye, que me crece y perpetúa.
Salvaje como las moscas y las vacas. Como la sed que orino
en las aceras
Desde aquí puedo ver el vuelo de las aves y más abajo, la
silueta de la ciudad en la que vivo. La distancia me oculta sus rasgos pero aun
soy capaz de distinguir el movimiento de los pequeños objetos en las calles.
Los conozco a casi todos. A diario coincido con ellos en la
escalera, la parada del autobús, o en mi propia casa, aunque no creo que
ninguno me recuerde. Tal vez unos pocos, pero a esos prefiero olvidarlos.
Me gusta observar, incluso lo que no dicen. Cuando observo,
sus cuerpos crecen lentamente. Adheridas al fondo de las copas crecen las uñas
y los senos, y las silabas amontonadas en la forma de sus labios. Los observo a
todos y también el vuelo de las aves.
Desde aquí, lentamente.
Román Porras
Diálogos
“Salvaje como las moscas y las vacas. Como la sed que orino en las
aceras”.
Román Porras
Salvaje como brizna, como la hoja
que arrastra sin dónde, en ese otro silencio donde escuchar vuelve a ser
posible, incluso si afuera no cesara de nevar o si las tormentas de verano
irritaran los ojos hasta el llanto.
Salvaje –así las nervaduras de
los árboles, los insectos que trepan sobre ellos, no para seguir la furia
blanca, no para imponer al mundo su anatomía: salvaje como lo que anda o vuela suelto
todavía, sin red, en el curso nómade donde cada cual aprende a ser en lo
desapercibido –en la memoria del cauce, como una presencia invisible que desde
ese privilegio observa. Desaparecer entonces en la secreta fidelidad a lo
efímero: ligero, susurrando lo inaudible para ver crecer un lenguaje al abrigo
de otro vientre.
Salvaje como la sed, como quien
lame el desierto: sin origen (o antes), en el linaje de lo común que orina en
las aceras y aloja el sueño de las moscas. En el recuerdo oscuro de una noche
primera, cuando alguien nace entre calendarios rotos, abrazado a las
habitaciones del nombre, incluso si duele cada vez que otro sale. Así: silencio
indómito que nombra lo que las palabras callan.
Salvaje como la lluvia que
acaricia las flores de un jacarandá, en la herida que dice la dicha, esta
hemorragia incesante que arrastra el río de lo animal, su abecedario olvidado, ay
dolor de todo lo humano –buscando por debajo del tiempo un destello que nos
ampare en la intemperie.
Han pasado los años, y la lluvia.
La casa es la misma, con los nidos de golondrinas convertidos en piedra y rizos
de mierda, con las paredes llenas de agujeros y huellas de un amor antiguo: no
te olvidaré nunca, aunque la muerte se esté acercando con la mano extendida por
los prados. Criaron las ratas en esa opulencia concupiscente del puerto franco
y los indóciles rabos de tanto monstruo suelto a sus antojos. No es que tenga
el síndrome de Diógenes. Guardo sólo lo más imprescindible: unas plantillas de cuero
para evitar los cristales rotos desperdigados por el suelo, el viejo calendario
que no consiguió dañar la ferocidad de los disparos, un disco que Miguel de
Molina le regaló a mi padre antes del exilio en los teatros argentinos. Sin
embargo, hay una nada sospechosa unanimidad en la crónica que anuncia el final
de la contienda: la extinción sigue irremediablemente a la derrota. Es la ley
de los fuertes. Lo que queda en la parte más oscura de la culpa. Cuando el
paisaje se ciñe a las cenizas, a un rastro titubeante de pies descalzos en la
nieve, a las piruetas de los buitres que revolotean sobre un campo de huesos
calcinados, toda redención es imposible. La victoria contará la historia como
si todo fuera uno y la otra mitad hubiera de ser condenada al silencio. Los
planos de la batalla se habrán perdido en las revueltas de un río que dejó de
existir antes de llegar al mar y perdió de vista el horizonte. Cuando llega la
tarde, el paisaje es una nube de color naranja con una gota de sangre huyendo
de sus tripas.
II
Lo que sigue a las consignas de
la tregua será una mirada turbia que se parece al desconcierto. O al miedo. Poner
los ojos así, a medias abiertos y a medias cerrados. Así. Como se mira de cerca
un rostro que acaba de entrar con nosotros en el túnel de una despedida. El
bucle del horror no tiene límites. Es esa vocación por los relatos amorfos que
aparece cuando el mundo se declara en bancarrota. No me vengáis con discursos
de salvación. Ni repartir la culpa sirve de nada. La memoria se cuece en las
llamas de un poema tal vez de Paul Celan -las cenizas aún no: eso vendrá luego,
con las últimas letras de la narración ya domada por los latigazos del cinismo-,
en un oscuro pasadizo lleno de monstruos, en esa alquimia del dolor que mezcla
impunemente la crueldad de los torturadores y la soledad del testigo en los
atardeceres de la playa. Los perros saben siempre más de lo que dicen. Otra
cosa es que se les pueda tirar de la lengua cuando el amor ya se fue lejos de
todo. Entonces vendrán la casa en llamas, el vuelo carnicero que acecha
insolentemente a la carroña, el holocausto de las abejas cuando la reina perdió
su rango y el último hálito de vida, ese incansable roer de los conejos en el
hierro cobrizo de sus jaulas. Nada.
III
Podría afirmar en esa nada que de
un árbol a otro la distancia no existe, como tampoco existen el miedo, algo que
se parece al estupor, la sensación de arena que deja en la boca temblorosa un lejano
atardecer con peces muertos. En el bosque no había señales que condujeran a
ninguna parte: huellas de perdiz, lo que van dejando en el aire las ardillas, el
dulce canto de los mirlos en la hora anaranjada del crepúsculo. Sólo casquillos
dorados al sol primero de la mañana. Desde cuándo estarán ahí, quién los
abandonó sin que mediara tregua alguna entre los contendientes, dónde andarán
ahora -cuando el tiempo ya es otro bien distinto- las viejas intenciones de
convertirlo todo en exterminio. La vida se busca a sí misma en esa marabunta de
ciervos a la deriva que vaga por los montes. Lo que veo tiene el color abrupto
del azafrán silvestre, como varitas de polvo helado en la comida del
hambriento. Los días que se fueron ya no volverán. Hay una gramática que lo
afirma con una rotunda, nada rutinaria,conclusa
intransigencia. La bomba estalló entonces, cuando las palabras empezaban a
vivir en la habitación más al fondo de la casa.
IV
Negocian la reconciliación como
un pacto de hienas vestidas con smoking, pajarita y gemelos en los puños de la
camisa. Saben que la razón no está de su parte. Y qué. Si todo lo pueden, a qué
viene buscar un acuerdo entre ellos y después entre ellos y nosotros. La culpa
tampoco se negocia. Que cada cual acuse los golpes que merece. La ignominia no
quedará en nuestro lado. O sí. Demasiadas veces hay traiciones insospechadas.
Nos traicionamos sin que surja una arruga de preocupación en las comisuras de
los labios. Pero aun así: mejor no asumir de antemano la posibilidad de que un
bosque esconda la sombra de lo que fuimos. Aunque ésa no la descartemos, aún
habrá quizás otra salida: la de descubrir que el temblor de la historia llega
con las botas llenas de barro y los cañones apostados a las puertas de un
poema. La paz tranquila es una farsa. Nadie conseguirá dotarla de una moral
distinta a la de la victoria. Los vencedores no se dejarán usurpar la
estrategia de las arañas venenosas. El fuego será entonces un rastro de ceniza.
Todo se llenará de estatuas, de himnos con el auditorio puesto en pie y los
brazos extendidos, de una complicidad extrema con la devastación. Atrapar lo
que sea el futuro es como llegar tarde a los horarios del sueño. El paisaje
habrá desaparecido del horizonte. Ni horizonte habrá delante de los ojos
asustados. Leer en ese vacío crepuscular es tan inútil como cómoda la orden de
diezmar violentamente lo que queda al otro lado de los puentes. Puentes tampoco
hay, dirán las voces que nunca se rinden. La codicia es lo que queda. De dónde
pactar, pues, las reglas de una derrota y las traiciones. La liebre no querrá,
por más que su cabeza vuele en pedazos a dos palmos del ojo que vigila. Sus
restos mezclados luego con sangre en los ganchos de una carnicería. La palabra
no estará colgada ahí, en la vergüenza de esos ganchos. Sonará una alarma y las
calles se llenarán de gritos a favor de la revolución. Sé que todo esto es como
un cuento de los de antes, como aquel relato del fantasma que recorría Europa y
esas cosas.
vaya a mañanear la muerte es banal y las
caballerizas hieden también el patio de la muerte sea capataz de su hacienda
amurallada pastor alemán y doméstica bestia hasta de muerte se canse de ladrar
trasiegue de esquina a esquina la fosa común el rondón de Europa la ninfa
enviciada que lame sus aristas las abrillanta con el filo de su paladar
trasunta el agua en sangre el cuerpo en arenisca impalpable diminuta de muerte
se aburre increpa a los vigías su larga cerrazón de aliados la fanfarria de
ebrios anodinos en sota caballo y rey pide su amor letal su salvajada aorta el
deseo es el mismo pero quiere más trasiega su boca de espuma en la boca del
puerto late en el bastión oliva de radares y redes asmáticas abre la tumba de
playa para el torero hilarante cual hilandera que teje su red y la despinta
para soldarla más recia espumarajo de alambre cansino y melena rubia
electrizada a media res entre el trópico y el cielo nevado el deseo es tedioso
pero liba en su boca de sangre muerde su red buscando presa se dilapida la
carne en murallones de algas aguachirle de músculo alado que no sabe nadar en
el néctar mortuorio de las aguas saladas gangrena su boca letal mastica el
furgón moreno y la balsa encallada relame el fuego nocturno y su ronda
embrujada tritura la pavura materna la palma de su lengua cercena el madero la
astilla del ángel el pasaporte rajado raído
[de Arquitecturas
fugaces, inédito]
El reverso del verano como una construcción de arena y horas luz
en equilibrio sobre las antenas.
Todos los cambios cromáticos del día ebrios
de sí en
trapicheo con la oscuridad que aguarda más rotunda que la memoria obstinada en su maleza sin
hacer pie.
Ojalá me envolvieras en un atajo de tu corazón lejos el pantano que es este país y su impertinencia contra todos nosotros. Olvidarlo como arenisca polvo enjaulado en la garganta.
«La patria de todo escritor es la selva espesa de lo real.»
Juan José Saer
La selva de todo escritor es la real patria espesa. Todo escritor espeso es la selva de la patria real. La patria toda es la espesa selva del escritor real. Textos: Viviana Paletta Imágenes: Cristóbal Toral
VIVIANA PALETTA. Poeta y editora.
En 1986 recibió el primer premio de Poesía en el I Certamen Literario para la
Mujer Argentina y, en 1989, fue seleccionada en cuento y poesía en la Primera
Bienal de Arte Joven de Argentina. En 2003 integró la antología Estruendomudo y publicó su libro de
poemas El patrimonio del aire. Sus
relatos y poemas han aparecido en publicaciones de Argentina, Colombia, España,
Estados Unidos, Guatemala, México y Perú. Ha participado en Di algo para romper este silencio,
libro-homenaje a Raymond Carver, coordinado por G. Samperio (México, 2005), en Antología de seres de la noche,
selección de S. Luis, C. Eudave y C. Bustos (México-Florida, 2006), en El arca. Bestiario y ficciones de treintaiún narradores hispanoamericanos,
de C. Eudave y S. Luis (Santiago de Chile-Lima, 2007), en Por favor, sea breve 2 (Madrid, 2009), antología preparada por C.
Obligado, y en 2011, compilación de J. J. Donayre y D. Roas (Lima, 2014).
También está incluida en la antología Los
poetas interiores. Una muestra de la nueva poesía argentina, seleccionada
por R. Galarza (Madrid, 2005) y en Poemas
y poetas argentinos, edición de N. Benegas (Madrid, 2013). En 2010 ha publicado su
segundo poemario, Las naciones hechizadas
(Mérida [Venezuela]), y también su edición de los Cuentos completos de Rodolfo Walsh (Madrid). Con posterioridad, en 2013 ha prologado de
Agustina Roca, El escenario, XI
Premio Internacional de Poesía «León Felipe» y preparado la edición y el
prólogo de Los peligros de Paulina y
otros cuentos selectos, de Salvador Garmendia (Madrid, 2014).
"¿Por qué hemos conservado nuestros nombres? Por costumbre, sólo por costumbre. Para volvernos irreconocibles a nuestra vez. (...) No llegar al extremo en que ya no se dice yo, sino al extremo en el que decir yo no tiene ya importancia alguna. Ya no somos nosotros mismos. Cada quien conocerá a los suyos. Hemos sido ayudados, absorbidos, multiplicados".
Entrevista de Enrique Falcón a Víktor Gómez
Entrevista de Enrique Falcón a Antonio Méndez Rubio
Entrevista de Enrique Falcón a Laura Giordani
Entrevista de Enrique Falcón a Arturo Borra
"Escribo para defender la soledad en la que estoy".
María Zambrano "Cuando los especialistas en marketing aprenden poética/ los poetas se ponen a aprender economía política".
Jorge Riechman
"¿Y en qué se convertirá este pequeño poema mío, expuesto sobre este muro a la mirada de otros? Pequeña nada abandonada a la intemperie igual que el objeto que fue su referente, signo de un pasado personal que dejará de ser el mío en cuanto alguien lo reciba y lo haga suyo".
Chantal Maillard
"La poesía es el deseo de las palabras, el llamado de lo imposible.
En ese imposible que llama se abre la posibilidad que responde: el poema".
Hugo Mugica
"No bastará con la poesía: habrá que tener, además, los huesos livianos de los pájaros"
Laura Giordani
"El poema es el amor realizado del deseo que permanece deseo".
René Char
"Un poema no se termina: se abandona".
Paul Valery
"El poeta no tiene identidad".
John Keats
"Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra; el adjetivo, cuando no da vida, mata".
Vicente Huidobro
"La traducción, ¿es traición? La poesía, ¿es traducción?"
Po I-Po
“¡El poeta no debe adorar al Poeta!”
Witold Gombrowicz
"La oscuridad habita los suburbios de la belleza".
Juan Carlos Mestre
"La mejor palabra es la no dicha".
Augusto Roa Bastos
"La literatura existe porque la vida no basta".
Ferreira Gullar
"Si no hubiera podido escribir, no hubiera sobrevivido". Nelly Sach
"Lo escrito no es un espejo. Escribir es enfrentarse a un rostro desconocido".
Edmond Jabés
"No hay nadie que haya jamás escrito, o pintado, esculpido, modelado, construido, inventado, a no ser para salir del infierno".
Antonin Artaud
“Toda escritura nace de una herida que nunca cicatriza porque su abertura es la posibilidad de la escritura”.
Eduardo Milán
"¿Qué idea es esa de preguntarle a un poeta lo que quiso decir? ¿No es acaso evidente que si él es el único que no puede explicarlo es porque no puede decirlo de otra manera que como lo ha dicho (y que si no, lo habría dicho de un modo diferente)?"