domingo, 21 de febrero de 2016

"y el amor, fuera lo que fuese, como una infección" -un poema de Anne Sexton

















Esperando morir

Ya que lo preguntan, la mayor parte de los días no me acuerdo.
Camino vestida, sin marcas de ese viaje.
Después, casi innombrable, vuelve la lujuria.

Incluso en ese instante, no tengo nada en contra de la vida.
Conozco bien las hojas que mencionan,
los muebles que sacaron al sol.

Pero los suicidas tienen un idioma propio.
Como los carpinteros, quieren saber con qué herramientas.
Nunca preguntan por qué construir.

Dos veces me pronuncié tan claramente,
poseí al enemigo, me comí al enemigo
le arrebaté su oficio, su magia.

Así, grave y pensativa,
más tibia que el agua o el aceite,
descansé, babeando por el agujero de la boca.

No pensaba en mi cuerpo ante la punta de la aguja.
Ni siquiera había córnea o restos de orina.
Los suicidas ya traicionaron al cuerpo.

Nacieron muertos, aunque no siempre se mueran,
y, deslumbrados, no pueden olvidar una droga tan dulce
que hasta un chico podría mirarla y sonreír.

¡Meterse toda esa vida debajo de la lengua!—
eso, en sí mismo, se vuelve una pasión.
Dirán que la muerte es un hueso triste y golpeado,

con todo, año tras año me espera,
para deshacer con delicadeza una vieja herida,
para soltar mi aliento de su prisión insana.

Compensados así, los suicidas se encuentran a veces 
furiosos con el fruto, una luna inflada,
dejan el pan que confundieron con un beso,

dejan la página del libro abierta por descuido,
algo sin decir, el teléfono sin colgar
y el amor, fuera lo que fuese, como una infección.




Wanting to Die
Since you ask, most days I cannot remember.
I walk in my clothing, unmarked by that voyage.  
Then the almost unnameable lust returns.
Even then I have nothing against life.
I know well the grass blades you mention,  
the furniture you have placed under the sun.
But suicides have a special language.
Like carpenters they want to know which tools.
They never ask why build.
Twice I have so simply declared myself,  
have possessed the enemy, eaten the enemy,  
have taken on his craft, his magic.
In this way, heavy and thoughtful,  
warmer than oil or water,
I have rested, drooling at the mouth-hole.
I did not think of my body at needle point.
Even the cornea and the leftover urine were gone.  
Suicides have already betrayed the body.
Still-born, they don’t always die,
but dazzled, they can’t forget a drug so sweet  
that even children would look on and smile.
To thrust all that life under your tongue!—
that, all by itself, becomes a passion.  
Death’s a sad bone; bruised, you’d say,
and yet she waits for me, year after year,  
to so delicately undo an old wound,  
to empty my breath from its bad prison.
Balanced there, suicides sometimes meet,  
raging at the fruit a pumped-up moon,  
leaving the bread they mistook for a kiss,
leaving the page of the book carelessly open,
something unsaid, the phone off the hook
and the love whatever it was, an infection.

 

lunes, 25 de enero de 2016

«No hay más que arqueología de la pérdida» -tres poemas de "Esplendor saqueado"

 
Pintura de Gabriel Viñals 
 

Ante estos muros bañados de sol
la altura que creí invencible
-el bastión de mi sangre.

                                            (Todavía brillas como una granada nazarí). 
 
En esta ciudad sitiada
despediré el cielo
que ningún lucernario pudo contener.

                                             (Será llanto de hombre en su derrota:
                                              secretos incomprensibles
                                             escaparán de las cúpulas
                                             y seguirán resplandeciendo en mi destierro).  

Último rey de la tristeza:
un viento desmesurado se llevará la alhaja
que no supe retener.
 
[Boabdil, Granada, 1492]
 
 Pintura de Gabriel Viñals


“¿Quién construyó la Tebas de las siete puertas?”
Bertolt Brecht

 

No
hay nom-
bres alzados
hasta la cúspide,
calendarios cubriendo
el desierto, suma del escarnio,
aritmética del desastre, altura prometida,
sin este atroz olvido de las manos, la derrota
colosal de los hombros para tanto esplendor saqueado. 
No hay monumento más que en lo efímero: no más que
cúmulo de sollozos, efigie sin misterio, amarra de las reverencias,
plegaria sin rostro, una añoranza como un músculo desgarrándose
en este polvo que nos iguala y crece en el intervalo entre dos extinciones.
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No hay más que montaña que corta el cielo, lo invisible soportando el vértice,
siete millones de gravidez, soberanía en la que reposan las profanaciones.
No hay más que declive disimulado en los ajuares, un corredor ciego,
puerta falsa para una residencia sin descanso ni dicha.
No hay Nilo que arrastre a la orilla la memoria
ni caliza que preserve del delirio del mármol:
no más que arrebato del tiempo, usurpación,
geometría desmentida por los esclavos,
maldición que espanta a los vivos,
duración que se desmorona
sepulcro de oro para
la misma disipa-
ción de
huesos.

 
[Egipto, s/f]


  Pintura de Gabriel Viñals

 
Y quizás no haya más que un poema
rescatado del río turbio
que somos.  

No más que poema entrecortado
rapto tendido frente al asombro  confusión
de la retina
ante la mano que labra
su ilusoria eternidad.

Y quizás no haya poema:
sólo un grito
       sin garganta        
una protesta contra la disolución.

 Poema de lo que escapa  
poema de las declinaciones         gravidez
que no aplasta
las revueltas del sueño. 

También la ausencia
tiene una historia: odisea sin héroes
sepultura de los días sin inventariar
oscuridad que desde el fondo nos mancha.
 

Nadie puede alcanzar la constelación
en la que gravitan los cuerpos
la espesura del vacío
la tensión de los tendones
que postergan el sueño terminal:

 no hay más que arqueología de la pérdida. 

 

[Esplendor saqueado, 2010]
 






ESPLENDOR SAQUEADO, de Arturo Borra
Atelier Siba, 25 de noviembre de 2015 

Por Pilar Verdú 

Un libro de poesía lo es, entre otras cosas, porque convoca en nuestros oídos y en nuestra memoria otras voces que ya nos constituyen para sumarse a ellas, para ampliar la constelación personal que a cada uno nos ampara y nos guía cuando nos perdemos en el bosque.  El libro que Arturo Borra ha tenido a bien dejarme entre las manos, ha ejercido esa llamada y ha puesto mi sangre en pie para recibir esos entrecruzamientos que hacen más tupida esa red salvadora. Esplendor saqueado resulta ya un título bastante explícito, reforzado por la cita que lo sigue: “No hay más que arqueología de la pérdida”. Porque se canta lo que se pierde, como bien sabía don Antonio, que por otra parte, lo sabía casi todo.

El primero de los poemas del libro está puesto en la voz de Boabdil, y no sé ustedes, pero para mí Granada es, de inmediato, Lorca, Luis Rosales y después Carlos Cano, quien, con su Casida del Rey chico, me ofreció una magnífica clave de lectura de Esplendor saqueado. Canta Carlos Cano con su habitual elegancia:  

En el fondo de un aljibe me encontré

la tristeza que matara al rey Boabdil.
Y a la sombra de un almendro la dejé

por los montes de Guajar-Faragüit,

por ver si cuando el tiempo de la miel
la luz del pensamiento diera flor

        

Lo mismo que Carlos Cano hace Arturo: coge la tristeza que matara a los reyes-metafórica o literalmente- de tierras perdidas, de amores perdidos, a la tristeza que matara a esas mismas tierras por verse saqueadas, y, con toda delicadeza, las deja a nuestros pies de almendro por ver si cuando el tiempo de la miel / la luz del pensamiento diera flor. Pensar sobre la historia para no repetirla, lograr que la luz florezca y no haya más derramamientos de sangre como los que nos siguen anegando todavía hoy.

                Otro ensayo sobre budismo y cristianismo que tenía entre manos me susurró una preciosa historia que también casaba con esto. Un compasivo monje budista ha erigido en Taiwán el Templo de los Dios Rotos, en el acoge las figurillas de dioses populares chinos o las estatuas de bodhisattvas budistas (seres sensibles iluminados) que los fieles despechados han tirado. Arturo, de algún modo, con mirada compasiva, recoge también los restos de esos hombres poderosos que hoy miran hacia atrás sobre lo que tuvieron, que comprenden de repente lo que Quevedo supo formular tan bien: que las glorias de este Mundo/ llaman con luz para pagar con humo.  Ni las más disparatadas fantasías megalómanas se pagan de otra manera.

Por estas páginas transitarán Burckhardt, el explorador europeo que encontró las ruinas de Petra en 1812, o Saha Jahan I, que mandó erigir el Taj Mahal para su esposa favorita y acabó contemplándolo desde la cárcel en la que le encerró su propio hijo. Vemos el Templo del Gran Jaguar de Tikal, considerado la puerta del inframundo, la tumba del rey Ah Cacao; la Gran Muralla china, falsa defensa, en cuya construcción fallecieron diez millones de obreros; las Catacumbas, ciudades subterráneas de los muertos. Contemplamos Estambul, anagrama de la vanidad hasta que el resplandor se desvaneció. Y también Camboya, Alejandría, Camboya, Isla de Pascua, Tenochtitlán, Machu Picchu, Atenas.

                Esto es Historia con mayúsculas, pero Arturo se preocupa también- acaso más- de la intrahistoria. Como él es un obrero que lee, a Bertol Bretch entre otros muchos, se pregunta por quién construyó la Tebas de las siete puertas, quiénes habitaron esos lugares, sobre qué hombros viajaron las piedras de las pirámides: lo invisible soportando el vértice. A la postre, total, el polvo nos iguala, la misma disipación de huesos. Este poema es también visual puesto que los versos conforman una pirámide en cuya base aparece otra invertida. Porque la estética, en esta obra, es un valor muy presente. No olvidemos que este libro es, además de eso, que ya es, un objeto artístico per se, porque Gabriel Viñals se ha encargado de añadir su visión particular, lo cual establece un puente entre artes muy enriquecedor. Es el trigésimo primer título de la colección Poética y peatonal; poética es evidente por qué; Peatonal porque, sin duda, sus autores viven con los pies en la tierra, a ritmo de paseante, sin dejarse llevar por la voracidad de la prisa urbana.  Y así, paseando, es en muchas ocasiones cuando Arturo se entrega a lo que él llama “atención flotante que permite escuchar el latido de la palabra.

Viñals considera que el arte puede ser útil, decorativo, efímero y sirve para vestirnos, además de por dentro, por fuera, y por eso pinta camisetas inspiradas en cada uno de los libros que pasan por sus manos. Nada mejor que presentar este libro aquí, en Atelier Siba, un espacio también donde arquitectura, poesía y dibujo se hermanan, y nos hermanan a todos los presente. Esa es la función del arte: que cada uno se conozca mejor para poder conocer al otro, y que las fronteras entre el otro y yo, entre el dentro y el afuera, las fronteras en general, se desdibujen. Como dijimos antes, Borra tiene los pies en la tierra, y sabe cuánto sufrimiento hay en ella, y escribe también sobre ese desgarro, no con la intención de prestar su palabra a quienes no tienen, porque eso supondría erigirse en portavoz-y sería un acto de soberbia - y porque un poeta como Arturo no presta su voz: la regala, la entrega porque es ahí, en ese lugar de lo irrenunciable, donde puede renacerse y sobre todo, cuestionar(se). La actitud de Borra ante el mundo, y ante la literatura, es la de la mirada crítica para desechar los clichés que alambican y menguan el pensamiento. Dirá Borra: La literatura, si no persigue la demolición de cualquier tópico, se convierte ella misma en uno. Este verso-prácticamente aforismo- pertenece a  Modelos para (des)armar, (guiño a su compatriota Cortázar), en el que queda constancia de que la literatura es para él un trabajo exigente, instalado en la preguntas, subversivo, critico para aprender y abrir así caminos, porque solo conociendo la realidad puedes detectar en ella los huecos, las fisuras por las que entra el aire. Dirá, por ejemplo, Cobijar lo singular de los otros: esa difícil, improbable apertura que evita cristalizar lo que fluye, irreductible a los juegos de la filatelia. Nadie puede entenderse a sí mismo si se desvincula de su prójimo: no somos islas, somos un archipiélago en resistencia. Solo el encuentro posibilita una construcción de la hermandad. Ese es el camino único, como este ejemplar; poético, como este ejemplar; peatonal, porque somos nosotros, las personas de la calle, quienes hemos de tratar de cobijar lo singular de los otros. Es lo mejor, sin duda, que podemos darle a la poesía y lo mejor que la poesía puede darnos, lo mejor que podemos darnos unos a otros. Ese sería el verdadero esplendor, que no admitiría, jamás, saqueo.




 


¿Qué sociedad no ha soñado su propia eternidad? El testimonio de esa lucha contra la erosión del tiempo no arroja más que victorias pírricas: el trazado de una belleza derruida, documentos de cultura y barbarie, como diría Benjamin.
 
Esplendor saqueado parte de una investigación histórica de diferentes monumentos culturales. Pero en vez de una historia monumental, queda una arqueología de la pérdida -rastros de un derrumbe, nombres borrados. Por eso se trata de una reflexión sobre nosotros mismos y nuestras experiencias más básicas, desde la soledad hasta aquellos encuentros -más o menos efímeros- que dan sentido a nuestras vidas. Tras esa estela, persiste la memoria de lo arrebatado, el trabajo arqueológico del poema como exploración de la ausencia.
En vez de una simple constatación melancólica, sin embargo, lo que persiste es la voluntad entusiasta de dar cuenta de la fragilidad de toda tentativa humana. Sólo desde ese reconocimiento nace la promesa de una comunidad inédita.
Se trata entonces de una ética del sujeto: la que parte de la fragilidad universal para dar lugar a los otros y a lo otro. La hospitalidad nace de ese reconocimiento del otro como condición constitutiva de nosotros mismos. Precisamente porque somos finitos, porque el sujeto no es autosuficiente y porque la megalomanía nos conduce a la destrucción común, saber de un esplendor saqueado prepara las condiciones para un habitar diferente, ligado a la posibilidad de una vida que parte de las ruinas de lo Real.

Arturo Borra

sábado, 9 de enero de 2016

La caja de Gertrude Stein -un poema en prosa



Una caja

Una caja grande está hecha con maestría de lo que es necesario cambiar cualquier sustancia. Supón que un ejemplo es necesario, cuanto más sencillo mayor motivo hay para un reconocimiento exterior que es un resultado.

Una caja está hecha a veces y entonces para ver para ver para eso con finura y tener los agujeros tapados es necesario usar papel.

Una costumbre que es necesaria cuando una caja se usa y se lleva es una gran parte del tiempo hay tres que tienen distintas conexiones. La uno está en la mesa. Las dos están en la mesa. Las tres están en la mesa. La uno, uno es del mismo largo que se muestra por la tapa que es más larga. La otra es diferente hay más tapa que la muestra. La otra es diferente y hace que las esquinas tengan la misma sombra las ocho están en particular disposición para hacer cuatro necesaria.

Laxa, para tener esquinas, para ser más ligera que algún peso, para indicar un camino de boda, para durar marrón y no curiosa, para ser rica, los cigarrillos se colocan por longitud y por doblado.

Queda abierta, para que quede golpeada, para que quede cerrada, para circular en verano e invierno, y enfermo color que es gris que no polvo y rojo muestra, para este seguro mide cigarrillos una vacía longitud antes que la elección de color.

Alada, ser alada significa que blanco es amarillo y piezas piezas que son marrones son polvo de color si se lava el polvo, entonces es elección o sea es meter cigarrillos antes que papel.

Una extensión por qué una extensión es en vano, por qué un claustro plateado, por qué la chispa brilla más, si brilla más hay algún resultado, apenas más que nunca.


Gertrude Stein

Traducción: Benito del Pliego y Andrés Fisher

martes, 22 de diciembre de 2015

"Las sílabas amontonadas" -dos poemas en prosa de Román Porras


y al final de mí soy un río donde crecen las calles y los juntos y mi cuerpo una ciudad con semáforos y dedos, con axilas y puntos cardinales.

y más lejos, yo por las bajantes, por los rectos y las copas, dando vueltas por las casas donde vivo.

Por las copas que se rompen y derraman los ungüentos. Yo por los tejados, por la lluvia que resbala y las goteras.

y después de mí, donde termino, soy caudal que remonta la memoria y mis ojos un hilo que desciende y descansa la vista por debajo. Por debajo del tiempo y de los cauces, en el metro y las cloacas. En invierno.

y mi cuerpo es el recinto donde yago y más tarde, yo por mis caderas, por mi ombligo y por mi boca. Yo por los cuchillos y las tazas donde bebo y donde afluyo.

y luego soy el río donde acabo, el vástago que me sueña y me diluye, que me crece y perpetúa.

Salvaje como las moscas y las vacas. Como la sed que orino en las aceras 

Desde aquí puedo ver el vuelo de las aves y más abajo, la silueta de la ciudad en la que vivo. La distancia me oculta sus rasgos pero aun soy capaz de distinguir el movimiento de los pequeños objetos en las calles.

Los conozco a casi todos. A diario coincido con ellos en la escalera, la parada del autobús, o en mi propia casa, aunque no creo que ninguno me recuerde. Tal vez unos pocos, pero a esos prefiero olvidarlos.

Me gusta observar, incluso lo que no dicen. Cuando observo, sus cuerpos crecen lentamente. Adheridas al fondo de las copas crecen las uñas y los senos, y las silabas amontonadas en la forma de sus labios. Los observo a todos y también el vuelo de las aves.

Desde aquí, lentamente.

Román Porras



Diálogos


“Salvaje como las moscas y las vacas. Como la sed que orino en las aceras”.

Román Porras


Salvaje como brizna, como la hoja que arrastra sin dónde, en ese otro silencio donde escuchar vuelve a ser posible, incluso si afuera no cesara de nevar o si las tormentas de verano irritaran los ojos hasta el llanto.

Salvaje –así las nervaduras de los árboles, los insectos que trepan sobre ellos, no para seguir la furia blanca, no para imponer al mundo su anatomía: salvaje como lo que anda o vuela suelto todavía, sin red, en el curso nómade donde cada cual aprende a ser en lo desapercibido –en la memoria del cauce, como una presencia invisible que desde ese privilegio observa. Desaparecer entonces en la secreta fidelidad a lo efímero: ligero, susurrando lo inaudible para ver crecer un lenguaje al abrigo de otro vientre.

Salvaje como la sed, como quien lame el desierto: sin origen (o antes), en el linaje de lo común que orina en las aceras y aloja el sueño de las moscas. En el recuerdo oscuro de una noche primera, cuando alguien nace entre calendarios rotos, abrazado a las habitaciones del nombre, incluso si duele cada vez que otro sale. Así: silencio indómito que nombra lo que las palabras callan.

Salvaje como la lluvia que acaricia las flores de un jacarandá, en la herida que dice la dicha, esta hemorragia incesante que arrastra el río de lo animal, su abecedario olvidado, ay dolor de todo lo humano –buscando por debajo del tiempo un destello que nos ampare en la intemperie.

Arturo Borra

lunes, 30 de noviembre de 2015

"De un árbol a otro: la distancia" - un poema de Alfons Cervera

 
 
La noche está aquí ya por fin, completamente.
Marguerite Duras
Las diez y media de una noche de verano
 
                                       De poseer lógica también está lejos.
                                                                       Robert Musil
                                                          El hombre sin atributos

 
Deja que te coma el corazón
en los alambres rotos del otoño.

 
I
 

Han pasado los años, y la lluvia. La casa es la misma, con los nidos de golondrinas convertidos en piedra y rizos de mierda, con las paredes llenas de agujeros y huellas de un amor antiguo: no te olvidaré nunca, aunque la muerte se esté acercando con la mano extendida por los prados. Criaron las ratas en esa opulencia concupiscente del puerto franco y los indóciles rabos de tanto monstruo suelto a sus antojos. No es que tenga el síndrome de Diógenes. Guardo sólo lo más imprescindible: unas plantillas de cuero para evitar los cristales rotos desperdigados por el suelo, el viejo calendario que no consiguió dañar la ferocidad de los disparos, un disco que Miguel de Molina le regaló a mi padre antes del exilio en los teatros argentinos. Sin embargo, hay una nada sospechosa unanimidad en la crónica que anuncia el final de la contienda: la extinción sigue irremediablemente a la derrota. Es la ley de los fuertes. Lo que queda en la parte más oscura de la culpa. Cuando el paisaje se ciñe a las cenizas, a un rastro titubeante de pies descalzos en la nieve, a las piruetas de los buitres que revolotean sobre un campo de huesos calcinados, toda redención es imposible. La victoria contará la historia como si todo fuera uno y la otra mitad hubiera de ser condenada al silencio. Los planos de la batalla se habrán perdido en las revueltas de un río que dejó de existir antes de llegar al mar y perdió de vista el horizonte. Cuando llega la tarde, el paisaje es una nube de color naranja con una gota de sangre huyendo de sus tripas.

 
 

II
 

 Lo que sigue a las consignas de la tregua será una mirada turbia que se parece al desconcierto. O al miedo. Poner los ojos así, a medias abiertos y a medias cerrados. Así. Como se mira de cerca un rostro que acaba de entrar con nosotros en el túnel de una despedida. El bucle del horror no tiene límites. Es esa vocación por los relatos amorfos que aparece cuando el mundo se declara en bancarrota. No me vengáis con discursos de salvación. Ni repartir la culpa sirve de nada. La memoria se cuece en las llamas de un poema tal vez de Paul Celan -las cenizas aún no: eso vendrá luego, con las últimas letras de la narración ya domada por los latigazos del cinismo-, en un oscuro pasadizo lleno de monstruos, en esa alquimia del dolor que mezcla impunemente la crueldad de los torturadores y la soledad del testigo en los atardeceres de la playa. Los perros saben siempre más de lo que dicen. Otra cosa es que se les pueda tirar de la lengua cuando el amor ya se fue lejos de todo. Entonces vendrán la casa en llamas, el vuelo carnicero que acecha insolentemente a la carroña, el holocausto de las abejas cuando la reina perdió su rango y el último hálito de vida, ese incansable roer de los conejos en el hierro cobrizo de sus jaulas. Nada.

 

III
 

Podría afirmar en esa nada que de un árbol a otro la distancia no existe, como tampoco existen el miedo, algo que se parece al estupor, la sensación de arena que deja en la boca temblorosa un lejano atardecer con peces muertos. En el bosque no había señales que condujeran a ninguna parte: huellas de perdiz, lo que van dejando en el aire las ardillas, el dulce canto de los mirlos en la hora anaranjada del crepúsculo. Sólo casquillos dorados al sol primero de la mañana. Desde cuándo estarán ahí, quién los abandonó sin que mediara tregua alguna entre los contendientes, dónde andarán ahora -cuando el tiempo ya es otro bien distinto- las viejas intenciones de convertirlo todo en exterminio. La vida se busca a sí misma en esa marabunta de ciervos a la deriva que vaga por los montes. Lo que veo tiene el color abrupto del azafrán silvestre, como varitas de polvo helado en la comida del hambriento. Los días que se fueron ya no volverán. Hay una gramática que lo afirma con una rotunda, nada rutinaria,  conclusa intransigencia. La bomba estalló entonces, cuando las palabras empezaban a vivir en la habitación más al fondo de la casa.

 

  IV
 

 Negocian la reconciliación como un pacto de hienas vestidas con smoking, pajarita y gemelos en los puños de la camisa. Saben que la razón no está de su parte. Y qué. Si todo lo pueden, a qué viene buscar un acuerdo entre ellos y después entre ellos y nosotros. La culpa tampoco se negocia. Que cada cual acuse los golpes que merece. La ignominia no quedará en nuestro lado. O sí. Demasiadas veces hay traiciones insospechadas. Nos traicionamos sin que surja una arruga de preocupación en las comisuras de los labios. Pero aun así: mejor no asumir de antemano la posibilidad de que un bosque esconda la sombra de lo que fuimos. Aunque ésa no la descartemos, aún habrá quizás otra salida: la de descubrir que el temblor de la historia llega con las botas llenas de barro y los cañones apostados a las puertas de un poema. La paz tranquila es una farsa. Nadie conseguirá dotarla de una moral distinta a la de la victoria. Los vencedores no se dejarán usurpar la estrategia de las arañas venenosas. El fuego será entonces un rastro de ceniza. Todo se llenará de estatuas, de himnos con el auditorio puesto en pie y los brazos extendidos, de una complicidad extrema con la devastación. Atrapar lo que sea el futuro es como llegar tarde a los horarios del sueño. El paisaje habrá desaparecido del horizonte. Ni horizonte habrá delante de los ojos asustados. Leer en ese vacío crepuscular es tan inútil como cómoda la orden de diezmar violentamente lo que queda al otro lado de los puentes. Puentes tampoco hay, dirán las voces que nunca se rinden. La codicia es lo que queda. De dónde pactar, pues, las reglas de una derrota y las traiciones. La liebre no querrá, por más que su cabeza vuele en pedazos a dos palmos del ojo que vigila. Sus restos mezclados luego con sangre en los ganchos de una carnicería. La palabra no estará colgada ahí, en la vergüenza de esos ganchos. Sonará una alarma y las calles se llenarán de gritos a favor de la revolución. Sé que todo esto es como un cuento de los de antes, como aquel relato del fantasma que recorría Europa y esas cosas.


Textos: Alfons Cervera
Fotografías: Arkaitz Morales

sábado, 14 de noviembre de 2015

"polvo enjaulado en la garganta" -cuatro poemas de Viviana Paletta





[de Las naciones hechizadas, 2010]


vaya a mañanear la muerte es banal y las caballerizas hieden también el patio de la muerte sea capataz de su hacienda amurallada pastor alemán y doméstica bestia hasta de muerte se canse de ladrar trasiegue de esquina a esquina la fosa común el rondón de Europa la ninfa enviciada que lame sus aristas las abrillanta con el filo de su paladar trasunta el agua en sangre el cuerpo en arenisca impalpable diminuta de muerte se aburre increpa a los vigías su larga cerrazón de aliados la fanfarria de ebrios anodinos en sota caballo y rey pide su amor letal su salvajada aorta el deseo es el mismo pero quiere más trasiega su boca de espuma en la boca del puerto late en el bastión oliva de radares y redes asmáticas abre la tumba de playa para el torero hilarante cual hilandera que teje su red y la despinta para soldarla más recia espumarajo de alambre cansino y melena rubia electrizada a media res entre el trópico y el cielo nevado el deseo es tedioso pero liba en su boca de sangre muerde su red buscando presa se dilapida la carne en murallones de algas aguachirle de músculo alado que no sabe nadar en el néctar mortuorio de las aguas saladas gangrena su boca letal mastica el furgón moreno y la balsa encallada relame el fuego nocturno y su ronda embrujada tritura la pavura materna la palma de su lengua cercena el madero la astilla del ángel el pasaporte rajado raído






[de Arquitecturas fugaces, inédito]


El reverso del verano
como una construcción de arena y horas
luz en equilibrio sobre las antenas.

Todos los cambios cromáticos del día
                        ebrios de sí
          en trapicheo con la oscuridad que aguarda
más rotunda que la memoria
obstinada en su maleza
                       sin hacer pie.




                         
Ojalá me envolvieras en un atajo de tu corazón
             lejos el pantano que es este país
y su impertinencia
contra todos nosotros.


Olvidarlo como arenisca
       polvo enjaulado en la garganta.



«La patria de todo escritor es la selva espesa de lo real.»
Juan José Saer


La selva de todo escritor es la real patria espesa.
Todo escritor espeso es la selva de la patria real.
La patria toda es la espesa selva del escritor real.



Textos: Viviana Paletta
Imágenes: Cristóbal Toral



 
VIVIANA PALETTA. Poeta y editora. En 1986 recibió el primer premio de Poesía en el I Certamen Literario para la Mujer Argentina y, en 1989, fue seleccionada en cuento y poesía en la Primera Bienal de Arte Joven de Argentina. En 2003 integró la antología Estruendomudo y publicó su libro de poemas El patrimonio del aire. Sus relatos y poemas han aparecido en publicaciones de Argentina, Colombia, España, Estados Unidos, Guatemala, México y Perú. Ha participado en Di algo para romper este silencio, libro-homenaje a Raymond Carver, coordinado por G. Samperio (México, 2005), en Antología de seres de la noche, selección de S. Luis, C. Eudave y C. Bustos (México-Florida, 2006), en El arca. Bestiario y ficciones de treintaiún narradores hispanoamericanos, de C. Eudave y S. Luis (Santiago de Chile-Lima, 2007), en Por favor, sea breve 2 (Madrid, 2009), antología preparada por C. Obligado, y en 2011, compilación de J. J. Donayre y D. Roas (Lima, 2014). También está incluida en la antología Los poetas interiores. Una muestra de la nueva poesía argentina, seleccionada por R. Galarza (Madrid, 2005) y en Poemas y poetas argentinos, edición de N. Benegas (Madrid, 2013). En 2010 ha publicado su segundo poemario, Las naciones hechizadas (Mérida [Venezuela]), y también su edición de los Cuentos completos de Rodolfo Walsh (Madrid). Con posterioridad, en 2013 ha prologado de Agustina Roca, El escenario, XI Premio Internacional de Poesía «León Felipe» y preparado la edición y el prólogo de Los peligros de Paulina y otros cuentos selectos, de Salvador Garmendia (Madrid, 2014).