domingo, 8 de septiembre de 2013

"Pero... ¿es verdad que la esperanza ha muerto?": sobre Lucía Sánchez Saornil, por Javier Gil



 
  “Pero... ¿es verdad que la esperanza ha muerto?”, esta es la frase que aparece en la lápida de Lucía Sánchez Saornil (Madrid, 1895-1970), poeta y militante libertaria feminista. La mandó inscribir su compañera hasta su muerte, América Barroso, y es el primer verso de uno de sus dos “Sonetos de la desesperanza”, escritos al final de su vida; una vida atribulada, pero también marcada por las grandes esperanzas, las ilusiones y la lucha por un futuro más justo. Su obra poética nos ha llegado gracias al esfuerzo de Rosa María Martín Casamitjana, que la reunió en su totalidad en 1996. El tomo apareció en la editorial Pre-Textos con la colaboración del Instituto Valenciano de Arte Moderno. 

Huérfana de madre desde muy joven, pronto quedó a cargo de una hermana enfermiza, a la que cuidó hasta su muerte. En 1916 comenzó a trabajar en Telefónica a la vez que estudiaba en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. En esta compañía estuvo hasta el año 1931, pero su actividad militante anarquista ya había comenzado a finales de la década de 1920.

Los primeros poemas publicados por Lucía Sánchez Saornil aparecieron en la revista Los Quijotes, a finales de la década de 1910, bajo el sonoro pseudónimo de Luciano San-Saor. Estos estaban marcados por la influencia de los dos grandes maestros de la poesía española del siglo XX, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. A pesar de esta inicial adscripción al modernismo, una forma poética que ya por estos años daba síntomas de agotamiento, rápidamente la madrileña se acercó a la poética y a los poetas del Ultraísmo, la vanguardia española por excelencia en la que militaron, de manera más o menos intensa, escritores como Guillermo de Torre, Adriano del Valle, Juan Larrea, Gerardo Diego o un joven Jorge Luis Borges (firmante de uno de los manifiestos del Ultraísmo en 1921). Sánchez Saornil fue la única mujer que participó en el movimiento, y, además de su sexo, también su extracción social la diferenció de los poetas ultraísta. Si la mayoría pertenecía a una clase más o menos alta, ella procedía de una familia pobre. 

Esto, de hecho, le llevó a poner en duda la raíz subversiva de los poetas ultraístas en términos ligados a la lucha de clases: “Lo nuevo y lo viejo, lo burgués y lo antiburgués, son términos propios, netamente burgueses. Sabemos de qué campo proviene el que los maneja; sin duda sabe el valor de las palabras, pero desconoce qué porción de mañana está contenida en la jornada de un peón”, y es que sus esfuerzos estaban dirigidos a esa porción de mañana contenida en la jornada de un peón desde poco después de su participación en el Ultraísmo.

Los promotores primeros de esta vanguardia habían escrito en su manifiesto fundacional que “nuestro lema será ultra y en nuestro credo cabrán todas las tendencias, sin distinción, con tal que expresen un anhelo nuevo. (...) Jóvenes, rompamos por una vez nuestro retraimiento y afirmemos nuestra voluntad de superar a los precursores”, pero este anhelo nuevo, que apunta a un futuro por hacer, nada tiene que ver, sin embargo, con esa lucha, esa porción de mañana que menciona Lucía Sánchez Saornil, ya que, en última instancia, se circunscribe a la renovación del hecho artístico, no a la revolución social que propugnaba entonces el comunismo libertario. La propia Lucía, en uno de sus mejores poemas vanguardista, “Canto nuevo”, había escrito: “Tal un vendaval impetuoso / borremos todos los caminos, / arruinemos todos los puentes, / desarraiguemos todos los rosales; / sea todo liso como una laguna / para trazar después / la ciudad nueva // (...) Los que hemos creado esta hora / alcanzaremos todas las audacias; / NOSOTROS EDIFICAREMOS / LAS PIRÁMIDES INVERTIDAS”.


Su actividad a lo largo de los años 30 (especialmente durante la Segunda República y la Guerra Civil) le llevó a dejar de lado su producción poética en favor de su trabajo en diferentes periódicos dedicados a la divulgación del ideario anarcosindicalista como Tierra y Libertad, Solidaridad Obrera o Umbral. De esta última fue redactora jefe y allí conoció a su compañera de vida, América Barroso, con la que convivió hasta la muerte de Lucía el 2 de junio de 1970. Dentro el movimiento libertario tuvo una gran importancia la fundación, junto a Mercedes Comaposada y Amparo Poch, de la agrupación femenina (y feminista) Mujeres Libres, que llegó a tener 20 000 miembros en plena Guerra Civil. Dentro del anarquismo español, las posturas de Lucía Sánchez Saornil podrían calificarse de radicales en temas clave como la maternidad. Misión última de la mujer para muchos y muchas, como por ejemplo para la destacada anarquista Federica Montseny, no lo fue, sin embargo, para la poeta, que en Solidaridad Obrera en 1935 escribió a este respecto: “En la teoría de la diferenciación, la madre es el equivalente del trabajador. Para un anarquista antes que el trabajador está el hombre, antes que la madre debe estar la mujer. (Hablo en sentido genérico). Porque para un anarquista antes que todo y por encima de todo está el individuo”. Esta cita proviene de un artículo titulado precisamente “La cuestión femenina en nuestros medios”. 

Cuando volvió a la escritura poética, Lucía Sánchez Saornil era otra, ya no la audaz vanguardista de su juventud sino una militante volcada al cien por cien en una empresa superior que, en sus expectativas y la de otros muchos, tenía que ver con la humanidad entera: “Hay que seguir adelante con serenidad, con entusiasmo; hay que seguir hilvanando palabras, palabras que digan a todos cuál es su deber, un deber inexcusable, que está por encima de nuestro propio destino, porque es el destino de la Humanidad”. Así, cuando volvió a escribir poesía, esta estuvo marcada por la revolución y la lucha antifascista. El único libro de poesía que publicó en vida fue Romancero de Mujeres Libres, en plena Guerra Civil, y está dedicado “A los que cayeron por la libertad”. El poemario contiene poemas de exaltación de aquellos que habían dado su vida por la revolución libertaria, como María Silva Cruz “La Libertaria” y Buenaventura Durruti, o por el propio pueblo de Madrid sitiado entonces por las tropas nacionales poniendo el acento sobre la heroicidad del pueblo en armas y arengando para la lucha: “¡Madrid, corazón del mundo! / ―no ya corazón de España― / como túnica de Cristo / malhechores te desgarran. // (...) ¡Muchachos, al parapeto! / donde Madrid os reclama. / ¡Adelante las mujeres! / ¡adelante!, ¿quién se tarda?”, dice el poema “¡Madrid, Madrid, mi Madrid!...”.


Una vez terminada la Guerra Civil, la poeta se exilió junto a América Barroso a Francia, de donde huyeron con la llegada de los nazis por miedo a ser apresadas y mandadas a alguno de sus campos de concentración. Según el testimonio de la sobrina de América Barroso, Elena Samada, recogido por Rosa María Martín Casamitjana, regresaron a España entre 1941 y 1942. Inicialmente se instalaron en Madrid, pero, ante el temor de ser reconocida y denunciada como excombatiente antifascista, se marcharon a Valencia, donde vivieron las dos hasta su muerte, en 1970, junto a la familia de América.


Al final de su vida, Lucía Sánchez Saornil escribió una serie de poemas, como esos “Sonetos de la desesperanza” de los que salió la inscripción de su lápida, en los que no aparecen los recursos aprendidos en la vanguardia ultraísta y que tampoco apuntan a una lucha política concreta, como los que había escrito durante los años de la Guerra Civil recogidos en el Romancero de Mujeres Libres. Por el contrario, estos poemas de madurez la acercan a la poeta que fue en sus primeras tentativas de escritura, eso sí, cargados ahora de las enseñanzas, desengaños y esperanzas truncadas que arrastra consigo la antigua poeta vanguardista y libertaria (además, según cuenta su editora, estos poemas fueron escritos ya cuando se sabía enferma de cáncer y próxima a la muerte). Pero aunque las fuentes de decepción son muchas y la conciencia de la derrota es aguda, no hay arrepentimiento: “Has jugado y perdiste: eso es la vida. / El ganar o perder no importa nada; / lo que importa es poner en la jugada / una fe jubilosa y encendida. // Todo lo amaste y todo sin medida”, solo la conciencia lúcida de una muerte, la suya propia, que acecha a la vuelta de la esquina. En esta encrucijada, la poeta no puede evitar sentir congoja ante un futuro incierto y un Dios del que duda y al que clama: “A Dios le increpo con mi voz más dura: / “la vida es una llaga, es una peste” / ¡y el llanto mostraré cuando me llame!”. La absoluta convicción en un futuro mejor que había mostrado en sus años de militancia no aparece, ni de lejos, a la hora de vislumbrar lo que sobrevendrá después de la muerte: “¿Y ha de acabarse todo en este ‘ahora’, / en este no vivir, en esta dura / realidad brutal que nos devora / sin remisión y sin piedad, segura?”, aunque por momentos muestra alguna esperanza en que exista un Dios (“Quiero creer en Dios, quiero creer”) que permita una vida más allá de la muerte: “Tal vez espera Dios, tal vez no espera. / Mas prefiero creer que está esperando / con el don de una nueva primavera”.

(...)
 
Extracto de la revista Adiós, Javier Gil


 

 
SONETOS DE LA DESESPERANZA


I

Pero... ¿es verdad que la esperanza ha muerto?
¿Es verdad que toqué ya la frontera
de mi destino? ¡Dios! ¿Y será cierto
que no me encenderá otra primavera?

Ya no veré altamares... sólo un puerto
de sirenas varadas que exaspera
mi ansiedad, condenada a un punto muerto,
contar, pesar, medir lo que yo era.

La catarata de mi sangre ardiendo
se espesa en lento arroyo, y en mi frente
ya no canta una alondra cada día.

Qué desesperación voraz y fiera
sentir el ascua del vivir se enfría...
que ya no espero nada... ¿Y Dios? ¿Me espera?


II

Ya no podré decir nunca “mañana”,
ese mañana fabuloso y mágico;
ahora un estupor cruel y trágico
de la tierra, del mar, del cielo emana.

¡Oh, mañana, mi tierra prometida,
siempre posible aunque jamás se alcance!
Hoy hacia ti su jubiloso avance
detiene al fin mi pie. Es ley de vida.

Me rebelo a aceptar esta derrota,
y me aferro tenaz a una remota
esperanza de arribo a tus arenas.

Si no es posible, más, decir “mañana”,
si la vida no tiene su diana,
¿para qué ya la sangre por mis venas?


            Lucía Sánchez Saornil (Madrid, 1895-Valencia, 1970)
           De Poesía (Valencia, Pre-Textos/IVAM, 1996)

 
 
 

jueves, 29 de agosto de 2013

La regularidad de la excepción: siete poemarios recientes



La poesía se dice de muchas maneras, incluso en un contexto literario como el español, en el que algunos grupos han construido una larga (y penosa) hegemonía editorial y poética, planteando como pauta de aceptación el dogma de que la “buena poesía” ha de estar ligada, por necesidad, a una estética de la transparencia: estilo directo, claro y sencillo destinado a “lectores normales”.
 
Por fortuna, ese reinado no ha cesado de derrumbarse de forma cada vez más manifiesta en la última década, aunque su lenta erosión comenzara mucho antes con diferentes escrituras a contramano, algunas de las cuales recién ahora encuentran una valoración poética más justa. La regularidad de la excepción, entonces, no es nueva, pero la podemos constatar cada vez con menos dificultad, en la proliferación de poéticas interesantes que desafían de forma abierta aquello que se institucionalizó como canon dominante en España durante las últimas décadas del siglo XX. No es especialmente complejo advertir esos desplazamientos, no ya en función de un proyecto artístico unitario, sino de la diversificación de apuestas poéticas diferentes e incluso divergentes.
Valgan estas líneas, pues, como un ejemplo concreto de ese proceso de cambio, centrándome en algunas publicaciones relativamente recientes de poetas residentes en Valencia, incluso a riesgo de que la selección efectuada sea considerada tan parcial como arbitraria (dada mi cercanía geográfica, ideológica y afectiva con sus autores). Ante esas objeciones posibles, quizás lo más honesto en términos intelectuales sea hacer explícito ese vínculo personal y asumir sin culpabilidad la condición parcial (y subjetiva) de esta selección. En cambio, confío en que el propio desarrollo de estas reflexiones despeje la sospecha de que se trata de una selección meramente arbitraria. Si bien soy consciente del alcance limitado de estas afirmaciones, no sé en nombre de qué asepsia o neutralidad interpretativa debería privarme de trazar algunas referencias al respecto.
Desde luego, podrían mencionarse otras escrituras que aportan en ese sentido en otros puntos de España. Lo relevante, sin embargo, no es esta dimensión territorial sino un cierto cambio transversal que se viene gestando en el campo poético español. Dicho lo cual, quisiera referirme brevemente a La ciudad o la palabra pájaro de Mar Benegas (Huerga&Fierro, España, 2013), Porción del enemigo de Enrique Falcón (Calambur, Madrid, 2013), Esto no es vanguardia de Jesús Ge (Coherencia, Marbella, 2013), Noche sin clausura de Laura Giordani (Amargord, Madrid, 2012), Trazas del calígrafo zurdo de Víktor Gómez (Varasek, Madrid, 2013), Ultimátum de Antonio Méndez Rubio (Espacio Hudson, Argentina, 2012) y La pobre prosa humana de Pedro Montealegre (Amargord, Madrid, 2012).
Desglosar de forma exhaustiva cada uno de esos poemarios desborda el propósito de estas páginas. Ello implicaría analizar de forma crítica no sólo sus opciones estilísticas y retóricas o sus constelaciones de sentido sino también interrogar las políticas de citación y autorización que utilizan, así como evaluar sus pretensiones textuales, indagar en las diferentes posiciones de sujeto que despliegan y, en definitiva, hacer una lectura a contrapelo. Me contentaré con unas generalidades que quieren ser una invitación a la lectura. Si bien tienen en común un impulso político subversivo, sus estrategias de escritura no se prestan a una falsa reconciliación. De hecho, dentro de la relativa proximidad ideológica que estos textos mantienen entre sí, es innegable una cierta dimensión conflictiva en cuanto a sus posicionamientos. Nada permanece indemne; ni siquiera quienes los formulan están a salvo. El mundo escombrado es la región común -la condición de partida- de estas derivas.
 

 

En el caso de Mar Benegas (Ribarroja, 1975) esa constatación es, por así decirlo, transhistórica: aunque viene del pasado, remite al tiempo mítico de la génesis y del sueño, en una suerte de saga de un espacio caído, aturdido de dolor, abandonado a la prepotencia de nuestros amos y en particular de una sociedad patriarcal que olvida los pájaros que alguna vez fuimos. Como una larga imprecación contra los que saquean el presente, las profecías se precipitan sobre una tierra devastada. Sólo tras ellas puede imaginarse aun la “restauración” que encarna en experiencia amorosa, tan improbable como necesaria.
                      

 Así habló la profecía

Nueve las edades. nueve. hombres, estáis
olvidando el idioma de la tierra, estáis
olvidándolo todo. el bronce cauteriza vuestras
bocas profundas, las que hablan al bosque,
las que no desean gobernar la luz

hombres, las cucarachas de bronce os vencerán,
os dejarán mudos, los zahoríes muertos,
los pájaros, los pájaros caerán del cielo

entonces seréis vomitados por el silencio, desde
el silencio olvidaréis la palabra pájaro, la pluma
del pájaro, el canto del pájaro, enjaularéis el
pájaro, enjaularéis al pájaro cuando hayáis
olvidado su voz, entonces seréis vomitados por el
silencio, querréis ser pájaro de nuevo, pero no
tendréis la palabra pájaro y serán sucedáneos
de metal los que surquen los cielos, vosotros
seréis vomitados por el silencio, querréis ser
pájaro de nuevo, pero no tendréis la palabra
--------------------------------------------------pájaro


 

El poemario de Enrique Falcón (Valencia, 1968) radicaliza un trabajo precedente: precisar los rasgos materiales de la injusticia histórica sin rendirse ante ella o, como en Brecht, ponerle nombre y apellido. Se trata, pues, de desquiciar lo lírico mediante lo histórico-político, aunque para ello haya que construir artefactos de eficacia incierta: desde una extraña encuesta hasta listados que apuntan a identificar a los responsables del desastre, pasando por el rescate de prácticas pisoteadas por los poderes hegemónicos. La experimentación con distintas tácticas de escritura no es sino una forma de seguir alentando un cambio venidero.

Lluvia temprana
 
El desastre, la resignación, el deseo de perder
para descansar, no merecen la pena.
Belén Gopegui, El lado frío de la almohada

 
Esperan que te rindas.

Que devuelvas las canciones a sus cuartos.


Que lenta y pobremente
atiborres sus rincones con cristales

y apartes a tus hijos de la visión de una revuelta.

Esperan que claudiques
-seas piel, dentada o marzo.

Que suavemente caigas.
Que así sea tu rendición.

No les libres de la piedra que respira en tus manos.
No les venzas los ojos.

Nada dice
de la lluvia temprana que va a abatir las puertas,
                                                                              nada
de ese incendio intacto y por venir.

La tormenta, compañero, llegará.
---------Contra todos los pronósticos,
menos tarde que temprano,
            -seas piel, dentada o marzo-
el ciclo de las lluvias/ llegará.

 
 

El audiolibro de Jesús Ge (Madrid, 1972) se mueve en una vibración distinta: un trabajo meticuloso en el registro de la oralidad, intensificado por las paronomasias, que va encadenando los significantes a partir de su semejanza fónica. La resultante -¿postvanguardista?- es una partitura poética (eminentemente sonora e inseparable de su puesta en escena) que, sin desistir de una dimensión lúdico-humorística, introduce una dimensión paródica que corroe los tópicos que se instalan como sentido común. El poema “Dije Diego” es una muestra de las inversiones semánticas que introduce una poética semejante.


DIJE DIEGO

"Miente quien diga que hemos hecho recortes en educación"

Esperanza Aguirre

DIEGO DIJE DONDE DIJE DIGO (x2)
DIGO LO QUE DIJE DIJE DONDE DIJE DIEGO DIEGO (x2)
¿DÓNDE DIJO DIEGO? (x2)
¡DONDE DIJO EL HIJO!---¿DÓNDE DIJO EL HIJO? (x2)
DON DIEGO
-DON DIEGO DIGO-
DIJO AL HIJO DÓNDE DEJÓ EL HIGO
DONDE DIJE DIEGO DONDE DIGO DIGO (x3)

DONDE DIGO HIGO--- NO DIJE DIGO ---DIJE DIEGO
---------------------------------------------DIJE DIEGO

---------------------------------------------DIJE DIEGO

DONDE DIJE DIEGO DIJE CIEGO
DONDE DIGO CIEGO DIGO LUEGO
DONDE LUEGO DIGO, DIGO MUERO
MUERO LUEGO / LUEGO MUERO
LUEGO MUERO / MUERO LUEGO
MUERO LUEGO / LUEGO MUERO---- DIJE DIEGO

DONDE DIJE DIGO, DONDE DIJE DIGO, DONDE DIJE DIGO, DONDE DIEGO DIJE

DONDE DIJE NIEGO---- LA NEGOCIACIÓN (x3)

DIGO AGUA DONDE DIJE FUEGO
DIGO AHORA DONDE DIJE LUEGO
DIGO CUEVA DONDE DIJE SUELO

NIEGO LO QUE DIJE -----LUEGO NO LO DIJE
----------------------------DONDE DIJE LUEGO DIGO DIEGO

DIGO LO QUE NIEGO--- -LUEGO NO LO DIGO
----------------------------DONDE DIJE DIGO NIEGO DIJE

NIEGO LO QUE NIEGO---LUEGO NO LO NIEGO
----------------------------DONDE NIEGO DIJE DIGO LUEGO

NIEGO LO QUE DIJE------LUEGO NO LO DIJE
----------------------------DONDE DIJE LUEGO DIGO DIEGO

DIGO LO QUE NIEGO---- LUEGO NO LO DIGO
DONDE DIJE DIGO -------NIEGO DIJE

NIEGO LO QUE NIEGO
NIEGO LO QUE NIEGO
NIEGO LO QUE NIEGO--- LUEGO NO LO NIEGO

-----------------------------LUEGO NO LO NIEGO
-----------------------------NO LO NIEGO
-----------------------------NO LO NIEGO
-----------------------------NO LO NIEGO
-----------------------------NO LO NIEGO

-----------------------------DONDE NIEGO DIJE DIGO LUEGO


DONDE DIJE DIGO, DONDE DIJE DIGO, DONDE DIJE DIGO, DONDE DIEGO DIJE

NI DIGO DIGO ----NI DIJE DIJE----NI DIEGO DIEGO
NI DIGOGO
--------- -----NI DIJE
---------- ----------------NI DIEGO
 


 

Los versos de Laura Giordani (Argentina, 1964) cavan en otra cantera poética: aquella de la que nace lo minúsculo, la apertura hacia un mundo desapercibido, más allá de los pequeños derrumbes de la vida cotidiana que nos internan en la ceguera y obstruyen las puertas que desembocan en la fragilidad de lo viviente -los escombros esparcidos en la noche interminable en la que nos desvanecemos. Los zahoríes se precipitan para lavar las heridas que desgarran lo humano. Quizás por eso –todavía- cartografías de nuestra vulnerabilidad, pero también plegaria que nos permita ensayar otra mirada y arriesgar otros pasos.
  
Porque el agua se me fuga
y yo - pura sed- soy un zahorí
que remata sus varas.
Porque las palabras regresan de un viejo abuso
y ya no tienen fuerzas para escalar los labios. 

Tendré que invocar una caída
en el umbral mismo del verbo
con la fe de todas las manzanas.

Saltar muy dentro, libre
al fondo de las cosas, deshabitar
la memoria, su ciudadela
adoquinada, su lacre, los arquetipos
rotos en las esquinas
ofreciéndome su cuerpo.

Dejar de buscar advientos
en el pan de ayer, las migas con que solía
despilfarrar el hambre, sacudir las cortezas
que ya no pueden recordar su savia.


No bastará con la poesía:
habrá que tener además
los huesos livianos de los pájaros.


[El salto]

 

 

 
Las trazas de Víktor Gómez (Madrid, 1967) son tankas y astillas de sentido. Como un fotograma velado, tras su condensación lingüística, los poemas dejan adivinar escenas de lo terrible, las marcas de una criminalidad que mancha lo vivido. Nada permanece intacto. No queda suelo firme. No hay más que ruinas: en la orfandad, en la falta de hogar. Y, sin embargo, además de las cárceles que nuestra historia erige al deseo de otra vida, persiste también una caligrafía política que balbucea en su afán de cambiar la gramática de la impudicia, desde la incompletitud de lo dicho y la gratitud de los vínculos.  



6.

---------------------------------Háblanos del Infierno
sal del sueño salta asalta lo imposible sin razón vuelo
inesperado del destino---- rayos la oscuridad afina el oído
la oscilación aumenta sabemos del mal---- la velocidad el
desfase los desplazados que no tienen traducción----crear
es malograr sentido servidumbre----paga al perder se
hace un hueco por donde pasa la poesía palabra al peso
pulso que tartamudea –la poesía sopesa la poesía- el
mundo ensanchado extendida isla a isla la escritura no
cede al mandato no relata no construye una Casa para
el orden sino intensidad y fuga----- la huella del sustituto
el recomienzo la cuchara la luz que pasea por el borde
nocturno cuchillas un raspar lo oscurecido antes que una
promesa de salvación la salva de las promesas y los pagos
a crédito… el truco favorito del irreverente no tiene
cuerda para los cuerdos se les escapa el sentido tritura
hasta la papilla cada catecismo y cada código de honor--- la
codicia de honor que honra a los codiciosos el codo fijo
clavado en la mesa permite legislar lo ajeno documentos
que antes que después llevarán el cerdo al matadero…


                                                           [Con Eduardo Milán]



 

La selección de poemas de Antonio Méndez Rubio (Badajoz, 1967), por su parte, alza puentes interrumpidos hacia lo invisible: una exterioridad desaparecida que, no obstante, insta al desplazamiento, aunque no haya nada seguro: ni territorio firme ni garantías de (sobre)vida. Su discurso poético, más que espejo de unas realidades preconstituidas, es ese oscuro recinto en el que creamos grietas para construir una salida, sin falsos mesianismos. Apenas persiste la luz frágil, sombría, de un pulso espectral que afronta la rotura del mundo y no deja de interrogar -desde la intemperie- por un cielo que se posterga.
 

Cielo:
           no hay mucho
y nos avisa con rabia.
Árboles:
                          también pierden secretos
dentro de un diccionario.
Tiempo:
              es una negación
en la que nos afirmamos.

Pájaros:
             ninguno vuela solo ni
ninguno canta igual que ningún otro.
Poema no:
                simplemente respira
tan dentro que sale fuera.

 
 

 
La prosa poética de Pedro Montealegre (Chile, 1975) es el despliegue de la posibilidad de lo imposible: aquello que horada, de forma rítmica, la plenitud del presente, en suma, lo que acepta enfangarse en lo real, ahondando en los agujeros por los que circula el sentido. La escritura conecta así al hermetismo del deseo que se fuga por las ranuras de una experiencia caótica, fluida, inapresable. Mediante una estrategia retórica que no excluye lo revulsivo, nos topamos con una poesía que desafía las narrativas dominantes que pretenden ordenar los cuerpos y regular las sexualidades bajo una estricta gramática de la separación.
 

Lo áspero

Aspereza en lo quieto, en la sopa de letras. Chúpala con embudo y verás qué bien. La moneda como frase. La fluidez del mercado, tu pacto filial. El patrón oro inherente al amigo, mi chico, ay mi chico, tan probable y estúpido. Yo noto un vínculo cuando voy o me quedo. El panadero de madrugada encenderá el horno. Se va o se queda.

Qué bien. Qué ímpetu. Los vecinos arriba con pesadilla de incendios, la posibilidad de descender amarrando cortinas, largos velos de novia. La integración es la suma. Luz más química más biología de ojos, ¿cuánto da?, ¿cuánto da? El fotógrafo se lame en la cámara oscura, y en el cuarto, detrás de la ampolleta roja, los ángeles enmohecidos descienden de la emulsión, el papel sensible colgado con pinzas.

Hay aspereza en lo quieto. Incómodo preguntar si se sirve strogonoff, si al fasto se acude con chándal o frac. El pan en el encierro, lleno de larvas. No pongas esa cara, el asco es preciso. Si tienes dudas, ajusta el sextante, el habeas corpus, yambo y anapesto en qué tocan, dímelo, el álgebra o Paracelso. Si te viene bien, raja y rompe. La alta costura, la pompa, el boato. Ulalá. No era yo.

La interdicción, el metro latino, las paradas de autobús, las bicicletas municipales. Dónde el triángulo, la percusión sobre un libro. Hay asperaza en lo quieto. Yo doy. Tú das. Queda el resto,
el vacío entre restos, filosofía de lo inane. Dónde estás, no te ubico. Grita y sale de allí. Estoy
tanteando la relación,
toco un minué en un piano de juguete.

 
Claro que hay más. Incluso si nos circunscribiéramos a Valencia podrían incluirse otros títulos de poesía, tanto en lengua castellana como catalana. Sería una necedad negarlo. Pero es una muestra suficiente para ilustrar mi punto de partida: la pluralidad poética no es algo que pueda soslayarse de forma válida, aun cuando en el campo persista la inercia de encerrar la producción poética en algunas dicotomías conceptuales caducas. Es cierto que esa pluralidad podría confundirse –y a menudo se confunde- con un insulso relativismo que se limita a aplaudir de forma acrítica el estallido de publicaciones más o menos olvidables que reclaman para sí un lugar poético distintivo. El riesgo está ahí y, sin embargo, afrontarlo resulta ineludible: una vez puesto en cuestión el concepto de «canon literario», tenemos que partir del reconocimiento de una multiplicidad de propuestas estético-políticas más o menos válidas (irresumibles en unos principios simples, diseñados a medida del que juzga) sin por ello desistir del ejercicio de la crítica (1).
Es ese reconocimiento, precisamente, lo que permite evitar cualquier tentación de agrupar estas poéticas bajo alguna lógica unitaria, como la “crítica” o la “resistencia”. Ello sería reintroducir de contrabando otro canon estético, inaugurando otra vez, en una especie de pastoral, el ritual de los bautismos, de las comuniones sagradas y las exclusiones correlativas. ¿Cómo desconocer, por lo demás, que tras esas adscripciones lo que en numerosas ocasiones encontramos es una forma encubierta de complacencia, cuando no poéticas de calidad dispar?
Admitamos entonces que no hay garantía alguna: la «crítica» no es un atributo autoral o una simple etiqueta distintiva, sino una específica operación textual que permite dar cuenta de los límites. En ese sentido preciso, entiendo que estos poemarios contribuyen a producir una crítica de carácter no escolar tanto de determinadas realidades efectivas como de las categorías de pensamiento y lenguaje con que las interpretamos. Como archipiélago de excepciones erosionan la ilusión de solidez del mundo cotidiano. Sostienen así su peculiar pulseada: con el patriarcado, el capitalismo, la  actualidad, las sensibilidades imperantes, los regímenes hegemónicos de discursividad, el heterosexismo o la subjetividad misma.
Nada que se parezca a un corpus uniforme. Al contrario: si algo cabe destacar de estos textos es su heterogeneidad radical. No forman “escuela” ni son “agrupables” en una corriente estética. Si bien acusan recibo del malestar histórico y social o se niegan a refugiarse en alguna torre de marfil, trazan líneas de fuga singulares: no sólo (ni tanto) mediante alusiones temáticas sino también (y sobre todo) a través de un trabajo reflexivo sobre las formas poéticas. Si estas poéticas ejercen su vocación crítica, lo hacen de una forma que tiende a evitar los tópicos fáciles o las trivialidades dichas en tono solemne. Para ello, apelan a estrategias diversas de producción de sentido: la mitología de corte profético en La ciudad o la palabra pájaro, la experimentación neovanguardista en Porción del enemigo, la intensificación del juego significante en Esto no es vanguardia, la lírica de los pequeños derrumbes en Noche sin clausura, los rastros de lo borrado en Trazas del calígrafo zurdo, la destrucción de las formas en Ultimátum, la torrencialidad de los flujos deseantes en La pobre prosa humana. Puede que, en la asfixia del presente, estos puntos de fuga hacia otras posibilidades creativas y humanas no sea sino la persistencia del deseo tejiendo otros caminos para respirar. 
 
Arturo Borra
 
(1) Un estricto «pluralismo crítico» tiene que aprender a moverse en un horizonte abierto. Si la poesía se dice de muchas maneras eso significa, simultáneamente, que no hay medida común y universal desde la que determinar el «valor estético» y, a su vez, que no por ello debemos desistir de la búsqueda de unas pautas de discernimiento que nos ayuden a elucidar cuáles de esas maneras nos resultan más fecundas e interesantes. Es esa falta de medida lo que hace posible y difícil el debate estético: diferentes posiciones que plantean condiciones específicas para evaluar lo que en un momento dado debe considerarse poéticamente relevante.

lunes, 19 de agosto de 2013

El cielo postergado: tres poemas de Emily Dickinson

 
“¿Por qué no me dejan entrar al cielo?”
E.D.

El énfasis en el carácter ascético de la vida de Emily Dickinson y la insistencia en su religiosidad, a menudo olvidan algo de primer orden: su recurrente percepción de lejanía con respecto al cielo –la consciencia de una distancia irreductible, que se manifiesta como destierro o expulsión, espera infinita de una instancia que se aplaza, como en la parábola kafkiana de la Ley.
Más que una Emily serena y entregada con abnegación al amor de dios -que ha logrado convertir la ética de la renuncia en virtud poética-  lo que me conmueve profundamente es  este paso vedado al cielo, la íntima pugna de sus deseos que trae a primer plano un cuerpo apasionado y sufriente, sometido a esa peculiar forma de mortificación que es el confinamiento.
 
La escritura, en este punto, adquiere una dimensión maquínica: hacerse ritual célibe que permite sobrellevar el destierro en el que vivimos. Precisamente porque el cielo se posterga de forma indefinida, el acto de escribir –más que su resultante- tiene significación vital: hacer imaginable una salida al infierno.
A.B.




335.

No es morir lo que duele más -
es vivir –lo que más nos duele-
pero morir –es un modo distinto-
de esos detrás de la puerta –

la costumbre sureña –del pájaro-
que a la llegada de los fríos –
mejores latitudes acepta –
somos los pájaros  –que se quedan.

Los trémulos junto a las puertas del granjero
cuya reluctante migaja –
estipulamos –hasta la piadosa nieve
persuade a nuestras plumas cobijarse.

 

405.

Podría estar más sola
sin mi soledad –
tan habituada estoy a mi destino –
tal vez la otra –paz-

podría interrumpir la oscuridad –
y llenar el pequeño cuarto –
demasiado exiguo –en su medida- para contener
el sacramento –de él-

no estoy habituada a la esperanza –
podría entrometerse en –
su dulce ostentación –violar el lugar-
ordenado para el sufrimiento –

sería más fácil
fallecer –con la tierra a la vista-
que conquistar –mi azul península-
perecer -de deleite-


 
 
550.

Atravieso hasta cansarme
una montaña –en mi mente-
más montañas –después un mar-
otros mares –y después
un desierto –encuentro-

mi horizonte se cierra
con silenciosas –arrastradas semillas
de inconjeturable cantidad –
como asiáticas lluvias –
ni esto –desarma mi paso-
se obstruye el oeste
pero como un saludo enemigo
de prisa para descansar –
 
¿qué mérito tendrá la meta –
excepto que interviene
vanas dudas –lejanos competidores-
para malversar la ganancia?

Por fin –la gracia a la vista-
grito a mis pies –
yo les ofrezco todo el cielo
al instante de encontrarnos –
vacilan –se demoran –
perecen –morimos-
¿o es esto el experimento de la muerte –
Invertido –en victoria?

Emily Dickinson 
Traducción de Silvina Ocampo


viernes, 26 de julio de 2013

«Los papeles salvajes»: cuatro poemas de Marosa di Giorgio


A veces, en el trecho de huerta que va desde el hogar a la alcoba, se me aparecían los ángeles.
Alguno, quedaba allí de pie, en el aire, como un gallo blanco -oh, su alarido-, como una llamarada de azucenas blancas como la nieve o color rosa.
 
A veces, por los senderos de la huerta, algún ángel me seguía casi rozándome; su sonrisa y su traje, cotidianos; se parecía a algún pariente, a algún vecino (pero, aquel plumaje gris, siniestro, cayéndole por la espalda hasta los suelos...). Otros eran como mariposas negras pintadas a la lámpara, a los techos, hasta que un día se daban vuelta y les ardía el envés del ala, el pelo, un número increíble.
Otros eran diminutos como moscas y violetas e iban todo el día de aquí para allá y ésos no nos infundían miedo, hasta les dejábamos un vasito de miel en el altar.

  
 
Bajó una mariposa a un lugar oscuro; al parecer, de
hermosos colores; no se distinguía bien. La niña más chica
creyó que era una muñeca rarísima y la pidió; los otros
niños dijeron: -Bajo las alas hay un hombre.
Yo dije: -Sí, su cuerpo parece un hombrecito.
Pero, ellos aclararon que era un hombre de tamaño natural.
Me arrodillé y vi. Era verdad lo que decían los niños. ¿Cómo
cabía un hombre de tamaño normal bajo las alitas?
Llamamos a un vecino. Trajo una pinza. Sacó las alas. Y un
hombre alto se irguió y se marchó.
Y esto que parece casi increíble, luego fue pintado
prodigiosamente en una caja.



 





















Domingo a la tarde, y voy por el huerto sin recordar cómo salí y llegué hasta acá. El cielo es de oro, deslumbrador, y de los naranjos caen frutas y flores.

Trepo a uno, según mi costumbre antigua. Estoy un rato. Los pájaros saltan de rama en rama.

Desciendo. Subo. Tomo una fruta.

Al bajar, ya veo un cadáver. Vestido y tendido. Y más allá, otro. Y otro. Por todos lados, aparecen. Vestidos y tendidos.

Y cada uno con el hígado destrozado o el corazón. Pero ¿quiénes son? Acaso, no me percaté y hubo una rápida guerra?

En puntas de pie, voy hacia la casa; desolada paso el jardín de celedonias y “conejitos”. Adentro, no queda nadie. Voy a gritar; para qué, si nadie oye. Algunas mariposas chocan en los vidrios.

Sobre la mesa hay un álbum que no conocía; al entremirarlo, veo dibujada la batalla, los cadáveres y las plantas. En blanco y negro. Y en colores. La noche cae de súbito; las luces se encienden solas.

Y aparecen más cadáveres entre las plantas.
 
 
Se adelantaron en el aire como bailarinas. Tenían realmente, el pie en el aire. Vestidos amarillos, anaranjados. Venían como aluviones desde los cielos.
 
Quedé espantada. En puntas llegué hasta la casa. Pasé las puertas, las llaves, iba a tocar los vasos y tuve miedo de cualquier barullo, me acosté en el lecho, inmóvil.
 
Pero, la mariposa estaba allí. Sentí sus piernas de hilos, sus brazos de hilos, su enorme manta de gasa que me arropó.

 A veces, como una pesadilla, llamo a mi madre, y ella acude con tijeras finas. Pero, nada puede, ni yo.
 
 
Un video de Marosa Di Giorgio: «Hortensias en la misa» (fragmento)
 
 

 
 

sábado, 6 de julio de 2013

La jaula en el interior del pájaro: tres poemas de David Eloy Rodríguez


Flying lesson de Parkeharrison


MARAT-SADE 1998

El problema ahora
es que hay muchos vigilantes
y pocos locos.
El problema ahora
es que la jaula está
en el interior del pájaro.

-
COMO LA MARIPOSA POSADA EN LA ALAMBRADA,
INDIFERENTE A LA NOCIÓN DE MUERTE

El instante que media
entre una pregunta y su respuesta,
ese segundo de vacilación
propiedad de lo aún no concebido,
ese intervalo de vacío
en que respiran codiciosas,
como animales fabulosos y sin rostro,
las posibilidades.


CADA CORAZON EN EL FILO

¿Adónde huir? ¿Adónde los endemoniados?

¿Qué refugios, qué búsquedas, qué siembras?
Predican niebla y desesperaciones,

¿Qué protege, anida, salva?
Propagan estigmas y crueldades,

¿Cómo la resistencia?
En mitad de la guerra estudiar
la trayectoria de cada bala.

¿Cómo encontrar las palabras necesarias
para decir?

Cuando las luces se apagan
todos sueñan con un motín de mariposas,
con luces encendidas.




David Eloy Rodríguez nació en Cáceres en 1976, aunque vive desde 1993 en Sevilla, adonde se trasladó desde Jerez de la Frontera (Cádiz), ciudad en la que transcurrió su infancia.

Es licenciado en Comunicación Audiovisual y ha realizado también estudios de Antropología. Se dedica a la literatura. Ha publicado varios libros de poesía (algunos de los cuales han sido traducidos íntegra o parcialmente al catalán, al italiano, al francés y al portugués) y su obra ha sido recogida en antologías nacionales e internacionales (Once inicial –2002–, Andalucía Poesía Joven –2004–, Poesía viva de Andalucía –2007–, Once poetas críticos en la poesía española reciente –2007–, Poesía española 2008, Aquí y ahora –2008–, etc.). Además participa desde 1996 en diferentes proyectos escénicos vinculados a la palabra poética. Con ellos ha intervenido, accionando de viva voz su propia obra, en numerosos festivales literarios y artísticos. Actualmente, como parte de la compañía de poesía La Palabra Itinerante, desarrolla la obra escénica Todo se entiende sólo a medias (http://www.soloamedias.net/).
 
Ejerce crítica literaria, escribe canciones, guiones de cómic y videopoemas con/para diversos artistas, y textos suyos han aparecido en revistas y otras publicaciones literarias, artísticas, de pensamiento… Ha intervenido con sus creaciones en diversas exposiciones y otras iniciativas de arte contemporáneo. En Septiembre de 2009 fue uno de los tres escritores españoles invitados a la Bienal de Jóvenes Creadores de Europa y el Mediterráneo que tuvo lugar en Skopje (Macedonia).

Es uno de los editores de Libros de la Herida (http://www.librosdelaherida.blogspot.com/).
Vinculado al colectivo La Palabra Itinerante desde 1996, realiza desde allí acción cultural y social, imparte talleres de creación y participa en diferentes propuestas artísticas.
 
 
Entrada extraída del blog de Laura Giordani.

miércoles, 19 de junio de 2013

Fragmentos de Teresa Wilms Montt: «En la soledad de mis pensamientos, oigo cavar una fosa»

Para Javier Gil
 
Quizás un acto fallido, el testimonio de un quiebre, de aquello que no logra florecer, como un libro desleído que nadie abre. Una forma de aproximarse a Teresa Wilms Montt podría ser esa. Su escritura rasgada ni siquiera podría describirse como brillante y, sin embargo, una fuerza subterránea, pasional, se asoma en ese espacio.
 
Aunque nada sabemos, puede que a sus 28 años -se suicidó en el año 21 del siglo XX- su poesía apenas se estuviera asomando a su enorme potencial. Nadie podría objetar que, en efecto, es una escritura trunca, interrumpida brutalmente, atrapada por algunos arrebatos más místicos que religiosos.
 
Y, sin embargo, hay algo profundamente conmovedor. O quizás por eso mismo. Por lo que se asoma, justo en el momento previo a la extinción.
 
A.B.
 
 Para acceder al libro completo, pulsa aquí.

Frente a mi ventana cerrada pregunto al tiempo cuánto más he de vivir.
Las sombras anegan mis persianas, y apenas marca una delgada raya la claridad.

El reloj tiene titubeos de corazón enfermo.
En un gesto convulsivo se crispan mis manos sobre el papel.

 Buscan apoyo en la tierra.

***

Así desearía yo morir, como la luz de la lámpara sobre las cosas, esparcida en sombras suaves y temblorosas.



 
Alta mar

De tanta angustia que me roe, guardo un silencio que se unifica a la entraña del océano.
En la noche cuando los hombres duermen, mis ojos haciendo tríptico con el farol del palo mayor, velan con el fervor de un lampadario ante la inmensidad del universo.

El austro sopla trayendo a los muertos cuyas sombras húmedas de sal acarician mi cabellera desordenada. Agonizando vivo y el mar está a mis pies y el firmamento coronando mis sienes.
 
 

 
Me siento mal físicamente. Nunca he tributado a mi cuerpo el honor de tomar su vida en serio, por consiguiente no he de lamentar el que ella me abandone.

Vida, sonriendo de tu tristeza me duermo y de tus celos de madre adoptiva. En tus ojos profundos ha rebrillado inconfundible la iniciación de mi ser astral.

Sólo una vez más se filtrará mi espíritu por tus alambiques de arcilla. Vida, fuiste regia, en el rudo hueco de tu seno me abrigaste como al mar y, como a él tempestades me diste y belleza.

Nada tengo, nada dejo, nada pido. Desnuda como nací me voy, tan ignorante de lo que en el mundo había.
 Sufrí y es el único bagaje que admite la barca que lleva al olvido.


 
Más información, en este enlace.
 

martes, 28 de mayo de 2013

Una promesa en la oscuridad: el túnel de Miroslaw Balka




 
En el Museo Nacional Británico de Arte Contemporáneo, Miroslaw Balka ha realizado ya hace tiempo una instalación sorprendente en la llamada Sala de las Turbinas: un contenedor completamente oscuro, semejante a un túnel que no conduce a ninguna parte. No permite ver nada. La oscuridad es metáfora del desconocimiento: no sabemos a lo que nos exponemos.
 
 

 
En una sociedad del pánico como en la que vivimos, la exigencia creciente de seguridad hace cada vez más frágil el lazo con lo extraño y con los extraños: los tiende a plantear como amenazas potenciales a nuestro bienestar. Lo desconocido es conjurado en nombre de la vida. Pero, ¿no es precisamente la apertura ante lo desconocido lo que hace posible otra forma de existencia? ¿Adónde conduce el miedo a la noche, el rechazo de todo aquello que no controlamos, la suspicacia infinita con respecto a lo que oculta una máquina de visión ciega al dolor del otro?
 
 

 
«Poética de la oscuridad» podría ser el nombre de este túnel: aquello que pone a prueba nuestro temor. Miroslaw Balka nos invita a experimentar con nuestros límites. A decidir entre el miedo y la aventura. A dar lugar a otras formas de sensibilidad, donde la oscuridad no sea aquella barrera que nos impide el paso. No deja de haber algo maravilloso en ese túnel. Contra todo pronóstico, están aquellos que se internan ahí, en la cercanía invisible de los otros. En la mágica experiencia de un mundo compartido que, aunque no veamos, es también la promesa de una vida que no cede al miedo que nos cerca.
 
 
Miroslaw Balka