miércoles, 27 de febrero de 2008

«La actividad de la oficina de Investigaciones Surrealistas» - Antonin Artaud


El hecho de una revolución surrealista en las cosas es aplicable a todos los estados del espíritu, a todos los géneros de la actividad humana, a todos los estados del mundo en medio del espíritu, a todos los hechos de moral establecida, a todos los órdenes del espíritu. Esta revolución apunta a una desvalorización general de los valores, a la depreciación del espíritu, a la desmineralización de la evidencia, a una confusión absoluta y renovada de las lenguas, al desequilibrio del pensa-miento. Apunta a la ruptura y la descalificación de la lógica a la que perseguirá hasta la extirpación de sus reductos primitivos. Apunta a la reclasificación espontánea de las cosas según un orden más profundo y más preciso, e imposible de dilucidar mediante la razón ordina-ria, pero de todos modos un orden, y sensible a cierto sentido..., pero igualmente sensible y un orden que no forma del todo parte de la muerte. Entre el mundo y nosotros, la ruptura está claramente establecida. Nosotros no hablamos de hacernos comprender, sino en el interior de nosotros mismos, con rejas de angustia, con el filo de una obstinación encarnizada, conmocionamos, desequilibramos el pensamiento. La oficina central de las investigaciones surrealistas dedica todas sus fuerzas a la reclasificación de la vida. Hay que instituir una filosofía de] surrealismo, o lo que pueda surgir. Para hablar claro no se trata de establecer cánones o preceptos, sino de encontrar: 1) Medios de investigación surrealista en el pensamiento surrealista. 2) Fijar parámetros, medios de reconocimiento, conductos, islotes. Podemos, debemos admitir hasta cierto punto una mística surrealista, un cierto orden de creencias evasivas en relación con la razón ordinaria, pero sin embargo bien determinadas, relativas a puntos bien precisos del espíritu. El surrealismo, más que creencias, registra un cierto orden de repulsiones. El surrealismo es ante todo un estado del espíritu, no preconiza recetas. El primer punto es ubicarse en el espíritu. Ningún surrealista está en el mundo, se piensa en el presente, cree en la eficacia del espíritu-espolón, el espíritu guillotina, el espíritu-juez, el espíritu-doctor y resueltamente se confía del lado del espíritu. El surrealismo ha juzgado al espíritu. No hay sentimientos que formen parte de él mismo, no se reconoce ningún pensamiento. Su pensamiento no le fabrica un mundo al que razonablemente acepta. Desespera de alcanzar el espíritu. Pero al fin y al cabo está en el espíritu, se juzga desde el interior, y ante su pensamiento el mundo no pesa excesivamente. Pero en la intermitencia de cierta pérdida, de cierta falencia en sí mismo, de cierta reabsorción instantánea del espíritu, verá aparecer la bestia blanca, la bestia vidriosa y que piensa. Porque es una Cabeza, la única Cabeza que emerge en el presente. En nombre de su libertad interior, de las exigencias de su paz, de su perfección, de su pureza, escupe sobre ti, mundo librado a la insensibilizadora razón, al mimetismo empantanado de los siglos, y que ha construido tus casas de palabras y establecido tus repertorios de preceptos donde es imposible que el espíritu surreal no explote, el único capaz de desenraizarnos. Estas notas que los imbéciles juzgarán desde el punto de vista de lo serio y los astutos desde el punto de vista de la lengua, son uno de los primeros modelos, uno de los primeros aspectos de lo que entiendo por la Confusión de mi lengua. Están dirigidas a los confusos de espíritu, a los afásicos por interrupción de la lengua. Y, sin embargo, están justo en el centro de su objeto. Aquí no comparece el pensamiento, aquí el espíritu deja ver sus miembros. Son notas imbéciles, notas primarias como dice aquel otro, "en las articulaciones de su pensamiento". Pero notas verdaderamente precisas. Un espíritu bien ubicado descubrirá en ellas un perpetuo resurgimiento de la lengua, y la tensión después de la ausencia, el conocimiento del desvío, la aceptación de lo mal formulado. Estas notas desprecian la lengua, escupen sobre el pensamiento. Y, sin embargo, entre las fallas de un pensamiento humanamente mal construído, desigualmente cristalizado, brilla una voluntad de sentido. La voluntad de aclarar los desvíos de una cosa aún mal hecha, una voluntad de creencia. Aquí se instala cierta Fe, pero que lo coprolálicos me entiendan, los afásicos y en general todos los desacreditados por las palabras y el verbo, los parias del Pensamiento. Hablo sólo para ellos.


Antonin Artaud











Traducción de Claudia Schvartz

miércoles, 20 de febrero de 2008

«Meditación frente al lago Titicaca» - Miguel Ángel Asturias

Aquí viene el presuroso correo de las siembras
a descalzar sus cartas que llegan en zapatos
de sobres de semillas, a la boda del mástil
y el perfil del indígena troquelado en la luna:
por espinas sus dientes y el blanco de sus ojos
abiertos para mirar, para mirar, para mirar a todos
los que lo atan, lo humillan y lo muerden;
por aletas el silbo de sus pulmones, mares de fatiga,
y por su estar siempre salóbrego, en piel de sal,
de sal de él mismo que se sale en la sal de su cansancio,
cuando enjuga el cielo la sombra de la tierra
y a él le muda ese pellejo de hombre trabajado,
por un dulce sentido, fresco baño de serena y madura
manera de alba y fruta.

El que es indio sabe bien lo que esto significa:
es ser de aquí, de donde es América;
la primera cosquilla del llanto y de la brisa,
lo que combate en fauces de la duda,
lo que desemboca desbocándose,
amasado con todo lo que alienta, desalienta y conduce
a la bondad profética del hombre
que al ver, suelta los ojos, al oír suelta el oído
y al sentir se suelta él mismo de sus entrañas mudas
a las suaves y astutas vecindades
del agua recostada en su aliento.

No sé por qué he venido a estudiar el trino,
si aquí se estudia miel, la miel del cielo,
aquí bajan reflejos de los montes
olorosos a yerbas veteranas...
(¡Oh la libre raíz de un pensamiento
de flor en manos del aroma!)
No comprender el duelo en que se vive lo gozado.
Se va quedando el gozo atrás de uno
y el gasto de las uñas que se cortan y cortan
igual que los cabellos, con tijeras.

La vida de la puna en el paisaje
va de viaje conmigo, hoy mismo, hoy mismo,
comunicadlo a mis amigos,
a los espectros de mis estudiantes y mis niños,
a las mujeres de mi carne
y a la humedad del suelo que llevo
en la planta de los pies cicatrizada,
después que me arrancara de mi tierra
al costo de no estar nunca en un sitio,
por el peligro de volverme árbol.
Corro el peligro de volverme árbol y por eso me voy,
mañana mismo, hoy mismo, en este instante
que puede ser fatal para el que vive
con la piel de la hoja siendo humano.

¡Cortad, cortadme las raíces con los filos más hondos,
con las hachas más duras, y cortadme las ramas
con los filos del canto,
para que no se multipliquen mis raíces aquí,
mis raíces de subconciencia vegetal,
porque mi ser ha sido humus:
tiene la piel quemada de corteza,
la saliva de jugo de fatiga,
las narices de zumo,
el pelo de pelo de nopal,
ya cabellera de cacique,
y todo el engranaje de los dientes
de risa de mazorca conseguida a favor de los tomillos,
la tímida hondonada y la honda de pita pendenciera!


¡Cortadme las raíces, las ramas y la sombra!





De Mensajes indios, Miguel Ángel Asturias












Miguel Ángel Asturias nació en Guatemala el 19 de octubre de 1899. Su padre era Juez y su madre, maestra. En los primeros años de nuestro hombre, el dictador Estrada Cabrera destituyó de su cargo al progenitor y la familia se trasladó a vivir al campo. En 1923, el joven Miguel Ángel fue enviado a Europa por los suyos, para que estudiase Derecho en la Soborna, donde se doctoraría luego, y también para que se viera menos expuesto a disgustos con la Policía del régimen, porque Asturias, además de autor de importantes novelas y poemas, tiene en su haber un himno revolucionario, La Chalana, que todavía cantan los estudiantes en su tierra. Una vez en Paris, contrajo grandes amistades con Paul Valéry, que prologó la traducción francesa de sus Leyendas de Guatemala, en 1933, y otros escritores, como Malraux y Breton, del grupo surrealista. Aquel surrealismo de su juventud, aficionado a proyectar resonancias en lo alto, mediante la onda hertziana de la greguería, de cosas sanguinolentas y barrocas de acá abajo, tendrá no poco papel en la estilística de Miguel Ángel Asturias. También lo tendrán el conceptismo a lo Quevedo (más recargado aún) y la despotricadura a lo Valle Inclán, aunque Tirano Banderas vio la luz después de 1927, fecha en que se compuso la terrible sátira El señor presidente. Por sus inconformismos políticos, Asturias padeció exilio e incluso cárcel hallándose fuera de su patria. Fue, como dice él, “crucificado en la cruz de los caminos”. De regreso a Guatemala bajo el régimen reformista agrario de Jacobo Arbenz, fue nombrado por primera vez embajador en Paris. Destituido por el levantamiento del coronel Castillo, al recuperar sus privilegios capitalistas la “United Fruit”, compuso Asturias El Papa verde y otras obras en que denunciaba la intervención norteamericana en su patria. El régimen de Méndez Montenegro le nombró de nuevo embajador en la capital de Francia, y allí le sorprendió la concesión del Nóbel, que tan cordialmente celebró en compañía de sus amigos y de su esposa, Doña Blanca Mora y Araujo. La Academia de Suecia declaró que se le concedía el premio “por su alto contenido colorístico arraigado en el individualismo nacional y en las tradiciones indias”. El escritor declaró, a su vez, que aquel premio había sido concedido en realidad a toda Sudamérica, y que, en aquella ocasión, la literatura sudamericana entraba en su edad adulta. El mismo no es –dijo- más que el intérprete, el “Gran Lengua de la tribu”, para expresarlo en tono indígena y secular; el heraldo de los pareceres de sus hermanos de raza.

viernes, 15 de febrero de 2008

«El juego en que andamos» -Dos poemas del poeta Juan Gelman

El juego en que andamos



Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.

Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.

Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados.

Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte.

de El juego en que andamos








Referencias, datos personales

A mí me han hecho los hombres que andan bajo
el cielo del mundo
buscan el brillo de la madrugada
cuidan la vida como un fuego.

Me han enseñado a defender la luz que canta conmovida
me han traído una esperanza que no basta soñar
y por esa esperanza conozco a mis hermanos.

Entonces río contemplando mi apellido, mi rostro en
el espejo
yo sé que no me pertenecen
en ellos ustedes agitan un pañuelo
alargan una mano por la que no estoy solo.

En ustedes mi muerte termina de morir.
Años futuros que habremos preparado
conservarán mi dulce creencia en la ternura,
la asamblea del mundo será un niño reunido.

De El juego en que andamos.





Juan Gelman, poeta argentino (Premio Literario Cervantes, España, 2007).

domingo, 10 de febrero de 2008

«La escuelita»* - Laura Giordani

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----------------------------------------------------A mi padre


-----------------------------------Va a haber que trabajar
-----------------------------------limpiar huesitos/ que no hagan
-----------------------------------negocio con la sombra desapareciendo/
-----------------------------------dejándose ir a la tierra puesta
-----------------------------------sobre los huesitos del corazón/
-----------------------------------compañeros denme valor.
---------------------------------------------Juan Gelman, 1979



¿Qué lecciones aprendes
en esas aulas:
física elemental,
electricidad,
conductividad del agua,
aceleración de las partículas
más oscuras del alma?

¿Qué aprende el hombre
sobre el hombre?
Aprendes con otros a desaparecer
con otros tan rotos, empapados,
aprenden de ese extraño poder
que los desintegra en el aire,
quizás aprenden a desligarse de su sombra.

A los que te buscamos
no nos alcanzará una vida
para aprender a perdonar.


* El campo de exterminio “La Ribera” en la ciudad de Córdoba, Argentina, era conocido en la jerga de los represores como “La Escuelita”; La Perla, el centro más grande y nefasto de la provincia, era “La Universidad”.

viernes, 8 de febrero de 2008

«La construcción» - Arturo Borra



Los libros están desparramados por el suelo de la habitación, tal como quedaron unos días atrás. Entre las sábanas, hay un cuaderno viejo con el que me dormí anoche. También hay unos lápices sin punta, una tarjeta de navidad sin estrenar, una escuadra quebrada que sigo usando en mi proyecto.
Las paredes despintadas y la humedad ambiental intensifican el frío. Hasta las cosas están expectantes, atentas a cualquier movimiento que derrame su luz sobre el vacío eterno de esta cama, de esos libros, del cuaderno postrado que mi mano cada tanto resucita con una proyección que otros presagian inútil.
Mi labor sigue su curso y es indistinto que el espacio elegido sea la habitación inhóspita o esta cocina sucia en la que preparo café por las noches.
Lo cierto es que los planos están casi terminados. Tras una o dos jornadas nocturnas, mi imaginación podrá recorrer cada rincón diseñado, deteniéndose en la calidad de las terminaciones, en la distribución de los espacios, en la ubicación precisa de las puertas y la altura de las ventanas, en las conexiones entre cada uno de los ambientes e incluso en las formas de las escaleras multiplicadas que tanto me atraen.
Después habrá que llenar cada habitáculo con un mobiliario escogido con propiedad -de manera de aprovechar hasta el último recodo-, sin olvidar la elección previa de las cerámicas y las alfombras que cubrirán los pisos. Cuando ya ultime estos detalles y disponga de una cuadrícula completa del interior, necesitaré unos días todavía para rediseñar la fachada. Entonces podré disponer de los planos maestros y descansar por algún tiempo, antes de ponerme a edificar hasta la culminación de la obra.

No puedo dormir. Quizás sea por la ansiedad constructiva. Permanezco algunas noches sin descanso, con la esperanza de terminar el diseño. Aunque me duerma sobre el tablero, estoy seguro que si me esfuerzo luego podré gozar contemplando la construcción. Pero una sospecha me sobrecoge: estoy muy lejos del final.
Es verdad que dispongo de las previsiones mínimas para ponerme a edificar. Además, puesto que seré yo mismo quien construya la casa, no hay riesgo de que algún albañil desprevenido se extravié con las indicaciones que decidí realizar en los planos mismos o en los anexos que adjunté para facilitar el trabajo. También es verdad que hay dibujos de cada uno de los recintos, a escala reducida, que me permiten identificar las peculiaridades planificadas y detectar los fallos más evidentes. Supongo que un arquitecto elogiaría mi meticulosidad.
Sin embargo, no me satisface la resolución de algunos sitios; en especial, las salas centrales, si es que tiene sentido todavía hablar de eso. No estoy seguro cuál es el problema. Podría ser que hay demasiadas puertas que unen unas habitaciones con otras, generando un sentimiento de confusión más que de libertad. Tampoco estoy convencido del diagrama que los planos delinean. De hecho, cada habitáculo hexagonal forma una celda regular que junto a otras componen una atractiva colmena. El problema quizás sea que las paredes exteriores no respetan la forma hexagonal, a menos que acepte reducir la funcionalidad de los espacios interiores. Aun tomando esa decisión, seguiría malogrando la simetría que quiero lograr en cada habitáculo, sin contar con el riesgo jurídico por invasión de la vía pública.
Pero quizás no sea esa la cuestión principal, sino una menos difícil de determinar, como es la de los accesos previstos a las plantas superiores. Aunque sea absurdo construir un alojamiento infinito, las escaleras permiten trazar un itinerario ilimitado en el que residir, cobijando nuestra finitud. De ahí que haya decidido poblar con escaleras en forma de espirales cada uno de los habitáculos, sin distinguir entre lugares principales y secundarios, o incluso entre centro y margen.
Todo debe estar dispuesto para que cada espacio conecte con los demás. Y si bien esta intención sigue sin realizarse plenamente, al menos puedo especular con incluir nuevos accesos a partir de las escaleras. Detrás del serpenteo de escalones hay un trazado de puentes, sin término ni llegada: sólo un recorrido abierto, anudado por graderías que vaticinan un movimiento incesante, siempre más allá de sí mismas. Dependerá de uno determinar si la dirección es ascendente o descendente.
Pero lo importante no es eso. Me extravío en los detalles otra vez, perdiendo de vista los planos generales. Lo importante quizás sea la imposibilidad de llegar a un espacio último: siempre habrá un peldaño que siga invitando al desplazamiento.
No estoy seguro cuál es el problema. Los días calculados para terminar el proyecto se han prolongado de forma amarga. Como apenas salgo de la casa para comprar algunas provisiones, ni siquiera puedo constatar cuánto tiempo ha transcurrido más allá de lo pensado. Y lo cierto es que apenas si avancé en el diseño.
Cada croquis trazado me plantea al menos tantos yerros como aciertos. Y aunque a veces creo detectarlos con claridad, apelar a otras alternativas no resulta fácil, sobre todo, porque siempre traicionan la intencionalidad.
Imagino a veces una morada con más de cuatro plantas de altura. En el primer piso, dispongo espacios públicos, como un jardín de interiores en el cual todos los habitantes podamos entrecruzarnos en los tiempos libres; o el comedor común, para celebrar reuniones cotidianas; en la segunda planta, además de una biblioteca –que me figuro tan extensa como para no poder abarcarla-, imagino un estudio en el que poder diseñar nuevos proyectos; en el tercer piso, las habitaciones y un escritorio en el que sentarse a disfrutar la intimidad de la penumbra; en el cuarto, un observatorio techado que da a una terraza que permite observar el mar o la noche.
Cuando estoy próximo al final, reviso los reglamentos de construcción y me decepciono confirmando que mis previsiones infringen normas básicas de seguridad; o algo mucho más decepcionante: cuando no violo ninguna normativa, caigo en la cuenta de que mi presupuesto total es mucho más reducido de lo que la obra requiere. Entonces rehago los planos generales desde una perspectiva más modesta. En vez de cuatro plantas, me conformo con construir dos.
La decepción es indisimulable: me obliga a excluir ambientes que hacen al buen habitar. Y aunque en ocasiones creo resolver todas las dificultades, el resultado final dista de lo añorado.
Por eso vuelvo a comenzar. Si me limito a las posibilidades actuales, tendré que renunciar a gran parte de mi proyecto. Si, en cambio, opto por desanudar mi deseo, postergo la posibilidad misma de edificar en lo inmediato. Sin embargo, esta segunda alternativa tiene la ventaja de señalarme el conjunto de la edificación ideal (admitiendo que puedo identificarla). Por lo demás, en los últimos días estoy pensando que la construcción puede escalonarse. Así, en los primeros tiempos tendré que acomodarme para vivir en las primeras plantas y de forma gradual, iré construyendo las restantes, siguiendo un riguroso esquema de etapas.
Más tarde se me hacen obvias las limitaciones de este enfoque. Como no sé cuándo podré obtener el presupuesto para completar la obra, es probable que deba permanecer en las plantas inferiores por un lapso indefinido, lo que me plantea serios problemas funcionales. Podría sacrificar mi bienestar presente, renunciar incluso a espacios más íntimos en mis próximos años y confortarme con la idea de que la obra, a largo plazo, se adecuará a mis deseos. Pero postergar la terminación de la obra es arriesgarse no sólo a que cambien las reglamentaciones oficiales –lo que me obligaría a rediseñar de forma global el proyecto-, sino a que mis anhelos mismos se alteren drásticamente, sea ante la imaginación de nuevas posibilidades constructivas como ante la percepción de defectos serios de lo edificado.
El enfoque contrario no me parece mejor. Si me limito a lo factible es seguro que tendré la casa terminada, pero no será nunca mi hogar. Podría suponer que a medida que vaya ampliando mis recursos, iré reformando los espacios acorde a mis necesidades. En vez de un proyecto ambicioso debería rediseñar el actual para hacerlo más viable. Prescindiría incluso de planos maestros, limitándome a usar algún boceto que me permita ir avanzando por partes.
Sin embargo, ese proceder me conduce a la ceguera. Al modificar la función de cualquier espacio, es evidente que deberé modificar los restantes. Con ello, lo edificado hasta ese momento se tornaría inapropiado, malgastando mis esfuerzos. Además, al no contar con una visión de conjunto, no podría evaluar por anticipado si la obra responde satisfactoriamente a mis aspiraciones. Las evaluaciones siempre serían tardías y cualquier error me obligaría a destruir al menos parte de lo edificado.
Lo único que después de tanto tiempo de proyecciones tengo claro es que mis planos proliferan sin poder avizorar un término: ya no estoy seguro que haya alguna vez obra. En definitiva, el problema no parece ser de escala, porque errores grandes o pequeños seguirían siendo errores.
El punto es más radical. Quizás por esa razón haya tomado hace unos días una decisión más rotunda: cambiar de método. Ya no puedo fiarme de los proyectos rígidos. Tendré que aventurarme con alguna guía, que me ayude a tomar decisiones ante las irregularidades del terreno. No sé cuándo se me ocurrió, pero ahora tengo la certeza de que debo diseñar y edificar de manera simultánea. Una vez que haya avanzado en la obra, deberé revisar los bocetos y corregirlos en caso que lo considere conveniente. A la inversa, cuando la construcción esté en un estado mayor de avance, tendré que cotejar lo realizado con los bocetos, y así readecuar los espacios para que respondan a una visión global.
Más tarde, me hieren otra vez las dudas. No estoy seguro que la elasticidad del nuevo método conduzca a mejores resultados. Corro un doble riesgo: no saber cuál es el diagrama ideal de mi morada y, en consecuencia, no terminar nunca de edificar. Además, de esa forma me expongo a la inestabilidad de mis deseos, haciendo que el resultado final, si lo hubiera, no sea mucho mejor que lo existente. Me han sugerido, incluso, que alcanzaría con refaccionar mi hábitat presente. Es indudable que esa otra acción me evitaría incontables problemas. Ni siquiera tendría que decidir si hay que derrumbar la estructura actual o conservarla con modificaciones; si hay que alzar nuevos pilares o si ya hay suficientes; si hay que desarrollar zonas de máxima accesibilidad o si hay que respetar la privacidad de los espacios. Me evitaría incluso tener que trazar bocetos generales o pensar en una alternativa más apropiada. Bastaría con demoler algunas paredes que sobran, cubrir los boquetes por los que se filtra el frío invernal, pintar las paredes atiborradas de humedad, rehabilitar el depósito donde se acumulan los trastos y remodelar algunos ambientes por demás de antiguos. Podría aun intentar levantar una habitación para alojar a algún visitante o compartir mi cama si fuera necesario. Sería, después de todo, un lugar aceptable, menos hostil que la calle.
También podría encerrarme en mi habitación y ordenarla de una buena vez por todas. Abrir una ventana y llenar de luz mi cama, acomodar en la estantería los libros desparramados en el suelo, guardar de una vez mi cuaderno viejo y dedicarme a disfrutar, desconectado de toda vida exterior. Pero de esa forma no me aproximaría realmente a un hogar: seguiría atrapado en los límites de la casa heredada, con compartimentos y desniveles tan prominentes que resulta difícil no tropezar. Quizás por eso elija, pese a las flagrantes contrariedades, encarar las irresoluciones a las que me enfrenta la nueva obra, aunque nunca se pueda estar seguro en qué puntos concretos residen.

Es verdad que llevo bastante tiempo edificando una morada con planos engorrosos que me veo obligado a alterar de forma sistemática. Tampoco niego que los materiales antiguos se pueden recuperar en cierta medida, haciéndome desistir de la tentación de descartarlo todo de una vez. No me permitiría esa vanidad. Tienen razón mis detractores cuando me reprochan que estoy embarcado en una empresa interminable, que plantea demasiados imprevistos y escasas gratificaciones.
Sigo sin avizorar el porvenir de este proyecto inconcluso, pero tengo la remota referencia de lo que esta casa fue en el pasado y no es del todo infructuoso hacer algunas comparaciones, tal vez como forma de reflotar una promesa vacilante.
Pero otra vez habré errado. ¿Quién podría vivir en la más radical de las soledades? ¿Cómo puedo imaginar la quimera de una morada propia, sin la presencia de los seres añorados e incluso de los seres temidos? Me siento iluminado: deberé encadenar mis más íntimos deseos al diálogo interminable con los demás; reintentarlo sin esperanza de un final.
Mi entusiasmo se desvanece de la misma forma súbita en que llegó. Apenas si es probable que podamos construir una casa que nos conforme.

En los días tristes, me consuela mirar el mar mientras vuelvo a rehacer los planos.
Arturo Borra, del libro La reinvención del mundo (2005)

domingo, 3 de febrero de 2008

Presentación del libro «La (re)conquista de la realidad» - Jueves 7 de febrero, Librería Primado Reig -




La (re)conquista de la realidad:la poesía, la novela y el teatro del siglo presente


Debate y presentación del libro colectivoLa (re)conquista de la realidad:la poesía, la novela y el teatro del siglo presente, Tierradenadie ediciones, Madrid, 2008.

Autores: Constantino Bértolo, Enrique Falcón, José Antonio Fortes, Alicia García, Belén Gopegui, Juan Antonio Hormigón, Antonio Orihuela, Jorge Riechmann, Julio Rodríguez Puértolas, Alfonso Sastre, Iris M. Zavala, coordinados por Matías Escalera Cordero.

Librería Primado(Avda Primado Reig, 102; Valencia)
http://www.libreriaprimado.blogspot.com/

Jueves, 7 de febrero a las 19:30 hs. de la tarde. Intervendrán en la presentación y el debate: Matías Escalera Cordero, Enrique Falcón, Arturo Borra y Laura Giordani.


"Mirar de frente a la desesperanza y no bajar los ojos. Por eso, escribimos.
Hay partículas de sangre en todos nuestros poemas".
Enrique Falcón

"Acceder al otro mundo; dialogar con los muertos; hablar con los animalesy con las plantas. Examinar el reverso de las tramas y de las cosas; llorar por los humillados y los dañados; entonar los cánticos de la insurrección. Aunque lo digamos a veces susurrando, sabemos que esos son los poderes de la poesía.

...Un juicio de Antonin Artaud que Juan Goytisolo repite a menudo: el verdadero reto del creador será “extraer de la cultura una fuerza idénticaa la del hambre”. Se intuye que la poesía debe de ser una fuente de energía superior a todas las que conocemos."
Jorge Riechmann

"( ...) Hay una literatura que oculta y huye de lo real, y otra que desvela las condiciones y reglas que rigen nuestras vidas -reales-. Desde el origen mismo de las literaturas vernáculas europeas, por la larga serie de los "relatos del mundo" que nos han precedido, sabemos que la clase y la ideología -la conciencia subjetiva del mundo- condicionan y determinan el uso de las técnicas literarias y la expresión poética de lo real -como determinan los discursos científicos y las prácticas tecnológicas-. Lo sabemos, desde el principio. Las vías de acceso y desvelamiento no son, pues, el problema; la voluntad de hacerlo, sí. Hemos renunciado a expresar la realidad presente amparándonos en la búsqueda del silencio y de lo eterno constante; en las reiteradas supuestas muertes de la novela, del teatro, de la poesía, del arte, de los dioses, del hombre y del mundo. Al tiempo que tratan de convencernos de que sólo la posesión y disfrute de las cosas/mercancías -mediante el reconocimiento y la consagración del mercado: incluido nuestro cuerpo/mercancía- tiene sentido.
Y, no obstante, hay quienes resisten esa mórbida -y dorada- atracción del abismo; y no renuncian. Este es el caso de Belén Gopegui, de Iris M. Zavala, de Jorge Riechmann, Quique Falcón, Antonio Orihuela, Juan Antonio Hormigón, Alicia García, José Antonio Fortes, Julio Rodríguez Puértolas, Constantino Bértolo y Alfonso Sastre; novelistas, poetas, dramaturgos, profesores y editores, que, coordinados por Matías Escalera Cordero, se sumaron a nuestro proyecto, y han construido este libro.
Conquistar -quizás, reconquistarla- la realidad; puede que nos perdamos, que nos entretengamos y extraviemos el camino, a menudo; o que no sepamos apurar esta tarea, cumplirla cabalmente y acabarla del todo… Pero hay algunas cosas que sí sabemos: que los realismos, a menudo también, ocultan la realidad; que la relación entre lo real y lo verdadero no siempre es lineal; que la realidad no se muestra mediante la copia, sino mediante la síntesis; que los signos artísticos no pueden renunciar al Referente; y que necesitamos una literatura -un arte- que no tema, ni renuncie a las consecuencias" (Del prólogo del libro)

SUMARIO:
- El vacío abisal de una literatura sin realidad presente (ni pasada)
(Matías Escalera Cordero)
- Saber encontrar los caminos equivocados que nos convienen
(Jorge Riechmann)
- La falsa palabra: encantamiento, hipnoimagen,alienación...
el triunfo de lo irreal y la guerra que vamos perdiendo
(Antonio Orihuela)
- El amor, la ira (escritos políticos sobre poesía)
(Enrique Falcón)
- A la espera de los grandes temporales
(Belén Gopegui)
- La injuria, la palabra poética, la realidad: Lacán y vuelta a la metáfora
(Iris M. Zavala)
- Los horizontes del realismo en la historia del teatro occidental
(Juan Antonio Hormigón)
- La verdad sobre la realidad y sus mentiras en la sociedad del espectáculo
(Alfonso Sastre)
- Realidad, comunicación y ficción: a propósito de El padre de Blancanieves
(Constantino Bértolo)
- Realismo, realismos, realidad
(Julio Rodríguez Puértolas)
- Escribir la lucha de clases
(José Antonio Fortes)
- Leo una voz: algunas consideraciones sobre el uso de la palabra
(Alicia García)






lunes, 28 de enero de 2008

Fragmento de «Piedra de sol» - Octavio Paz


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“(...) —¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?,
¿cuándo somos de veras lo que somos?,
bien mirado no somos, nunca somos
a solas sino vértigo y vacío,
muecas en el espejo, horror y vómito,
nunca la vida es nuestra, es de los otros,
la vida no es de nadie, todos somos
la vida —pan de sol para los otros,
los otros todos que nosotros somos—,
soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que se pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,
la vida es otra, siempre allá, más lejos,
fuera de ti, de mí, siempre horizonte,
vida que nos desvive y enajena,
que nos inventa un rostro y lo desgasta,
hambre de ser, oh muerte, pan de todos (...)”



Fragmento de Piedra de sol, de Octavio Paz