sábado, 29 de agosto de 2009

CINE Y POESÍA (V): nueve películas argentinas

Para Stalker, que sabe buscar en la niebla




La proliferación en las últimas dos décadas en Argentina de diversas películas con un lenguaje cinematográfico profundamente renovado no es azarosa: remite a una formación social agujereada por una crisis permanente, por la impronta de desigualdades radicales que se han convertido en endémicas. Tras ese haz de miradas heterogéneas, lo que hay de común es la crítica a las herencias cinematográficas precedentes. Aún así, no forman "escuela": basta mencionar la distancia estética que hay entre el realismo social de Lisandro Alonso y la iniciativa elíptica de Lucrecia Martel. De la misma manera, mientras realizadores como Pablo Trapero optan en ocasiones protagonizar sus películas con actores no profesionales, otros como Albertina Carri prefieren apostar por actores jóvenes, apenas conocidos incluso dentro de Argentina. Tampoco se trata de un fenómeno nuevo: en los 90´, películas como Pizza, birra y faso hacían su aparición, mostrando un país decadente, en pleno auge del neoliberalismo. Aunque entre estas narrativas cinematográficas y el universo poético en su acepción restringida haya diferencias irreductibles, en sus momentos cúlmines comparten esa capacidad para redescribir nuestro mundo desde la extrañeza, mostrando sus aristas más desapercibidas e hirientes.




No se trata, en cualquier caso, de un listado completo. Demasiadas omisiones para pretenderlo. Además de Lucrecia Martel, Lisandro Alonso, Albertina Carri, Esteban Sapir, Carlos Sorín, Inés de Oliveira Cézar, Pablo Trapero, Juan Carlos Desanzo y Adrián Caetano, habría que nombrar a unos cuantos otros. Entre ellos, Ana Poliak, Santiago Loza, Willi Behnisch, Ezequiel Acuña, Hernán Gaffet, Fabián Bielinsky, Alejandro Agresti, Martín Rejtman, Andrés Habegger,Santiago García, Nicolás Prividera o Diego Lerman, por mencionar a algunos de los más interesantes en la actualidad.




Valgan estas imágenes -en el último caso, acompañadas por la música de Los redondos como un breve muestrario de un movimiento cinematográfico inédito que sólo puede nacer de una crisis interminable de la sensibilidad de una época.
A.B.



«La mujer sin cabeza» (2007), Lucrecia Martel




«Los muertos» (2004), Lisandro Alonso




«La rabia» (2008), Albertina Carri




«La antena» (2004), Esteban Sapir




«Historias mínimas» (2002), Carlos Sorín




«Como pasan las horas» (2004), Inés De Oliverira Cézar




«Mundo grúa» (1999), Pablo Trapero




«El polaquito» (2003), Juan Carlos Desanzo




«Pizza, birra y faso» (1997), Adrián Caetano



13 comentarios:

Anónimo dijo...

Amigo Arturo:

Espero que las vacaciones hayan sido mas provechosas que nunca, por razones obvias.
Ya estamos todos en casa y a seguir peleando, no queda otra.
Abelardo

Arturo Borra dijo...

Sí, querido Abelardo, (no) vacaciones provechosas... jajaja
Como sea, me alegra reencontrarte por aquí y espero que pronto también nos reencontremos en algún recital y podamos seguir compartiendo poesía.
Mientras, a seguir peleando, como decís. Es la única alternativa para quienes sabemos que un mundo así no puede ser el mejor de los posibles.
Va un abrazo fuerte,
Arturo

rubén m. dijo...

Gracias por esta selección de anticipos, tengo muchas ganas de ver algo de estos nuevos cineastas argentinos y en concreto de esa mujer que abrió la veda, Lucrecia Martel (me han dicho que "La ciénaga" es impresionante).

un abrazo

Stalker dijo...

Querido Arturo:

mil gracias por dedicarme esta jugosa entrada, la leeré con atención, y veré los vídeos, a mi regreso. La comentaré también con más tiempo. Este es sólo un mensaje de agradecimiento.

En principio Lisando y Lucrecia me parecen dos valores muy sólidos en el cine contemporáneo a nivel internacional. Los sigo muy de cerca y de Lucrecia ya tengo el DVD de "La mujer rubia", me encanta ese modo de explorar el envés del desasosiego. Lisandro es más radical, más voluntariamente ex-céntrico (fuera de todo centro o todo corsé). Me falta, sin embargo, mucho por ver, pero constato que el cine argentino goza de buena salud (mucho mejor que el bastante anquilosado cine español, con honrosas excepciones filibusteras)

abrazos navarros

Arturo Borra dijo...

Bueno Rubén, me alegra saber que esta entrada te alienta a mirar más cine argentino. "La ciénaga" es muy buena, pero creo que "La mujer sin cabeza" es mejor. L.Martel logra cargar el ambiente hasta hacerlo implosionar, de una manera tremendamente sugestiva y una ironía que hace pensar. Una de las mejores de la actualidad, no tengo dudas.
Gracias por pasarte y un fuerte abrazo,
Arturo

Anónimo dijo...

Hola! No vi todas, pero muchas son excelentes películas. Me alegra encontrar este cine distinto.
Una pregunta: el nueve es por algo especial?

Un saludo, Alfredo

Arturo Borra dijo...

Querido Stalker. La dedicatoria va con todo placer; sobre todo, porque te sé un gran buscador no sólo en el campo de lo poético sino también de lo cinematográfico.
Los videos colgados me exigen una aclaración: en algunos casos, los fragmentos seleccionados son los únicos que estaban disponibles en la red. No necesariamente los que más me atraían.
En cuanto a Alonso-Martel también pienso que son lo más destacado. Si hubiera que optar -cosa que no es el caso- me quedo con la segunda, por su poderosa capacidad de sugestión.

No comprendo cómo "La mujer sin cabeza" se transforma en un país hispano-parlante en "La mujer rubia". En cualquier caso, la escena que aquí recupero es de lo que más me impactó. Es brillante, con pocos recursos. Con el uso de la omisión, el desencuadre, lo no-visto.

Seguro que hay mucho para conversar...

Va un abrazo matinal,
Arturo

Arturo Borra dijo...

Muchas gracias Alfredo por sumarte a estas otras visiones...
En cuanto al número nueve no tengo ninguna predilección especial y es una mera convención, como cualquier otro número. Eso sí, me resisto a los decálogos y confieso que también me cansa esa manía de la simetría (casi nadie discutiría el diez/ el cien o algún otro equivalente par).
En fin, bromas aparte, va un cálido saludo,
Arturo

Laura Giordani dijo...

Fabulosa entrada, Arturo.

Está claro que nueve películas no pueden resumir todo el devenir cinematográfico argentino en estos días, pero creo que has hecho una buena muestra por las razones que explicás en la entrada. Cada uno de los directores que has escogido tiene su impronta y su mirada particular. Coincido con stalker en que el cine argentino tiene buen pulso, una vitalidad que se agradece mucho, al menos en las últimas pelis que hemos visto.

La mujer sin cabeza me pareció muy buena... perturbadora y elíptica. Una metáfora brillante de cierta burguesía que cultiva distintos métodos de la negación y la desmemoria. La protagonista, la mujer sin cabeza, tiene una memoria precaria en la que de vez en cuando se dispara la alarma de cierta culpa, acallada inmediatamente por un entorno (cómplice)que trata de tranquilizar su conciencia. Esos cuerpos tirados en las cunetas,aplastados o ninguneados son miles en nuestro país y negados después. Como quien después del atropello en ruta aprieta más fuerte el acelerador para no enfrentar el desastre.
El fragmento que has puesto es muy elocuente.

Los muertos me parece una peli cruda y hermosa en algunas secuencias como ese retorno por el río con la luz verde de la tarde y los árboles del litoral inclinados sobre el agua y ese no remar, dejarse llevar sin prisa...Creo que también Lisandro Alonso hace aquí una apuesta elíptica: los muertos no aparecen en ningún momento –salvo un par de cuerpos desplomados en la selva en la presentación- pero están orbitando en cada diálogo (parco, muy parco), en cada silencio, hasta intuir que el protagonista quiere avanzar pero lleva detrás de su nuca un lastre invisible que desea dejar atrás. “Yo ya me olvidé de eso” “Eso fue hace mucho”...

La Rabia de Albertina Carri, cruda también, mostrando esa legendaria violencia rural, medular, con esos sacrificios de reses en tiempo real y esa niña muda que se pone a gritar en un momento como los cerdos que vio ser sacrificados. Esa niña testigo de varias brutalidades está imposibilitada para hablar, sólo puede expresar su rabia, su denuncia, a través de dibujos. Dibujos que se animan en la pantalla y que son muy sugestivos.

Curiosamente, la mujer de la película de Martel no tiene memoria, la niña de La Rabia no puede hablar, el niño de La Antena no puede ver y a los habitantes de la metrópolis alienada les han robado las palabras ...En este depliegue de minusvalías ¿No percibís una cuerda común ? Hay una imposibilidad o al menos una dificultad para enfrentar la realidad que parece parte de la ceguera, de la afasia por miedo y la desmemoria colectiva de las últimas décadas y que estos directores jóvenes – aunque sin formar escuela- vierten con más o menos crudeza unánimemente. Lejos queda la elocuencia de ese cine tipo Aristarain, de diálogos brillantes, comprometidos y "profundos" actuados por intelectuales de la clase media argentina y que hemos podido ver en tanta pelis. Se terminó la confianza en el lenguaje y los protagonistas en algunas de estas películas apenas pueden balbucear.

La Antena tiene mucho de la estética de Metrópolis de Fritz Lang, la ciudad dominada y subyugada por la voluntad todopoderoa de un amo que ha enmudecido a los habitantes...
Bueno Arturo, ya seguiré en otro ratito comentando las otras pelis porque habría mucho que decir.

Muy buena entrada y que da para mucho.

Un beso,

Laura.

Arturo Borra dijo...

Laura, hermoso comentario el que hacés. Nueve películas no resumen, pero sí señalan líneas de fuga del cine argentino actual. Las líneas se multiplican y laten en sus singularidades. Eso es el pulso vital de (otro) arte en plena crisis. Para que no vengan con las tonterías de la “muerte del cine”, repetida hasta el cansancio desde los 80´. A muchos intelectuales les seduce el apocalipsis y se la pasan diseccionando cadáveres.
También hablarán de otras muertes, pero lo interesante aquí es más bien lo que aparece, en los márgenes y ya no tanto.
La mujer sin cabeza es magistral. En la escena que recupero, hay unas manitos marcadas en el vidrio del auto. Es uno de los tantos indicios de lo que está ahí, atroz, que no queremos mirar. La negación de esa evidencia perturbadora reafirma que lo real irrumpe descontroladamente; y cuando la mujer “rubia” se interroga en pequeños raptos de lucidez, ya vendrán los otros a decir, con esa hipócrita buena conciencia: “fue sólo un susto. No fue nada”. Pero están, como decís, los muertos en la cuneta. Está el sacrificio diario de miles, deshumanizados para que su muerte no altere el "curso normal de las cosas" (la masacre convertida en Ley). Todos los pibes que se atropellan de múltiples maneras. Pero mejor no mirar –dicen-. Mejor mantener la calma y seguir avanzando a la hipocresía de la institución familiar en sus formas dominantes, incluso aunque eso suponga escaparse a un hotel y después olvidar que sucedió algo, borrando los registros (de la memoria), borrando el recuerdo de los muertos de la sociedad.
También la peli de Lisandro Alonso me parece excelente, porque incide en lo que espectralmente navega junto a nosotros: todos cargamos nuestros muertos (más o menos próximos, más o menos anónimos). Pero la memoria de los muertos nos sobrevuela –y por eso el deseo imposible de olvido. Aunque nos entreguemos a los pequeños goces cotidianos, a las dulzuras efímeras del río o a la miel arrebatada a un panal, aunque preparemos festines modestos y nos dejemos llevar, río abajo, en busca de lo perdido. La escena que comentás es, para mí, la más bella de la película. Dejarse estar… y que los árboles se reflejen en el agua litoraleña, con el sonido inconfundible de la isla y así dejar que pasen las horas…
En cuanto a La rabia de Carri, cierto, incide en lo brutal y esa brutalidad hace cuerpo en la niña que no puede más que gritar como un marrano. Lo no-dicho, lo que no se puede-decir (quizás sólo representar a través de unos dibujos inquietantes) deviene rabia, que no es otra cosa que dolor acumulado. Aunque prefiero “Los rubios”, rescato de esta otra peli esa desmitificación de lo rural como supuesta cercanía con la naturaleza, como proximidad a un mundo más bello. Lo que hay es otra forma de violencia radical, un embrutecimiento que saca lo peor de nosotros.
Finalmente, de La Antena también está esa sustracción no sólo perceptiva sino ideológica, tal como captás, con sus claras remisiones a esa otra magistral (y quizás más conservadora Metrópolis, aunque esto habría que discutirlo largamente). Sustracción y uniformización, incluso en lo que nos alimenta. La antena conecta, traza puentes, instaura discursos modernizadores… y sin embargo, la carencia comunicacional permanece y más todavía: la voluntad de ceguera se reafirma.

sigo...

Arturo Borra dijo...

...
Creo que tu hipótesis final da en la tecla. En esta serie que destacás, en todas hay una privación; una minusvalía que no es sólo corporal, sino simbólica (aunque hace cuerpo), producto de un trauma mal elaborado, de un trabajo de duelo todavía por realizar. Todos están atragantados. Aunque no lo había pensado así, pienso que la imposibilidad (la desmemoria triunfal) a la que te referís está operando en unas cuantas de esas películas. Igual, además del plano semántico, yo destaco la convicción común de que los discursos cinematográficos dominantes está ya agotado o, al menos, debe dar lugar a otras iniciativas. De ahí el primado de una estética de lo ruinoso, del “descascare” y el deseo de distancia con respecto a modos narrativos dominantes (planteando más que un cine no-narrativo un cine donde la narratividad se espacia y da lugar a la detención descriptiva y a un "tempo" no gobernado por un consumo estereotipado y normalizado). Me gusta el contrapunto que establecés con Aristarain, porque realmente hay toda una elocuencia que ya cansa, a pesar de que ese director tiene momentos interesantes. “Se terminó la confianza en el lenguaje y los protagonistas en algunas de estas películas apenas pueden balbucear”. Sí, el vínculo con el lenguaje verbal se reformula; lo que hay es una dificultad para decir lo traumático, una sordera o, en suma, una incongruencia radical que pone bajo sospecha toda transparencia lingüística e interroga lo no-dicho, que por momentos amenaza con convertirse en indecible.
Mil gracias por tu comentario detenido y ya la seguimos…
Un beso,
Arturo

Stalker dijo...

Querido Arturo:

quería hacer un comentario más extenso pero me doy cuenta de que mi desconocimiento no me autoriza a ello. He visto cinco de las nueve películas que presentas y estoy muy de acuerdo con todas vuestras aportaciones y comentarios. De las que no he visto, la de Albertina Carri me llama especialmente la atención; intentaré procurármela por cauces diversos.

Singular metamorfosis de un título: de "La mujer sin cabeza" a "La mujer rubia" media un abismo. ¿A qué maravillosa mente pensante se le habrá ocurrido operar un avatar tan inverosímil, que altera el sentido y descafeína el producto? Insólito, como poco.

Seguimos por las sendas del cine y la poesía. Gracias, Arturo, por este sendero entre las frondas.

abrazos

Arturo Borra dijo...

Querido Stalker: será para otra ocasión entonces... pero de todas formas, que hayas visto 5 de 9, reafirma la dedicatoria. No es fácil buscar ni mucho menos encontrar ese otro cine que te deja estaqueado o, al menos, que desestructura las formas narrativas dominantes y con ello pone en cuestión un cierto imaginario del cine y de nosotros mismos.
Seguro que tenés mucho para decir, y ojalá en algún momento, cerveza mediando, podamos charlar sobre esa pasión que compartimos.
Carri es una directora bastante joven y pienso que está asumiendo algunos riesgos formales que me parecen interesantes. Pude conversar con ella y me confirmó esas percepciones.
En cuanto a "La mujer sin cabeza" y su conversión en "La mujer rubia" es llamativo e insólito... casi un insulto, porque es decir: el nombre que pone la directora no es lo que es; luego, nosotros devenimos intérpretes privilegiados que "corrigen" lo que el otro no supo decir.

En fin, si esta entrada te dispara a vos o algún otro a seguir buscando por esas latitudes -y mira que no soy nacionalista- me doy por satisfecho.

Va un fuerte abrazo,
Arturo